Acaba de publicarse en Italia un libro-entrevista en el que David Cantagalli interroga a fondo al cardenal Robert Sarah, de 79 años, prefecto de la Congregación para el Culto Divino entre 2014 y 2021, sobre la deriva de un mundo que se ha olvidado de Dios: ¿Dios existe? (Cantagalli).
Cada nuevo título del purpurado guineano viene a iluminar a un público católico que celebra su fe y su claridad. Lorenzo Bertocchi ha hablado con el cardenal Sarah sobre las cuestiones que aborda en su libro en el mensual italiano de apologética Il Timone:
El libro-entrevista del editor David Cantagalli con el cardenal Robert Sarah, prefecto emérito del Culto Divino, gira alrededor de una pregunta decisiva: "¿Dios existe?". Es la pregunta común a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Es la pregunta más profunda, la más humana.
En el cristianismo esta pregunta encuentra la respuesta más sorprendente, capaz de unir la experiencia subjetiva y emotiva con hechos reales e inteligibles. Sin embargo, esta pregunta parece estar hoy prohibida, o incluso ha sido malinterpretada en su lado racional y, por ende, relegada al trastero de la cultura, sobre todo la occidental. A esto debe añadirse una crisis de fe que parece golpear a la propia Iglesia católica, aquella en la que "subsiste la única Iglesia de Cristo" (cfr. Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, n. 8).
-Eminencia, en su último libro-entrevista ¿Dios existe? usted escribe que quien ha muerto en Occidente es el hombre, no Dios. ¿Por qué?
-Occidente vive una profunda crisis identitaria, antropológica, en la que el hombre, en su verdad y belleza, parece que ya no es consciente de su dignidad y su vocación a la felicidad, al cumplimento del propio ser personal. Es obvio que todo esto tiene raíces remotas, a partir de la sustitución del agustiniano amo ergo sum (amo, por lo tanto soy) con el cartesiano cogito ergo sum (pienso, por lo tanto existo), reduciendo de este modo la ontología relacional a la autoconciencia subjetiva, privando al hombre de esa sana relación con lo real sobre la que se funda la ontología, el conocimiento del ser.
Robert Sarah, '¿Dios existe?' (Cantagalli).
»Dios no ha muerto porque no puede morir y porque el corazón del hombre que mínimamente se escuche a sí mismo está hecho para buscar el significado último y, por tanto, para la relación libre con el Misterio, hacia el cual, si no se censura como hombre, tiende naturalmente y, por consiguiente, racionalmente. Afirmando que "el hombre ha muerto", he querido subrayar la dramática reducción de la razón humana que se vive en un Occidente secularizado, materialista, consumista, relativista y, en última instancia, nihilista. Si el hombre occidental no redescubre el vigor y la belleza de lo que es afrontar las preguntas fundamentales de la existencia, si no se "despierta" de la ilusión de la omnipotencia tecno-científicista, corre el riesgo de no tener ya más razones para existir; corre el riesgo de "acabar con el hombre", como ha denunciado el filósofo metafísico francés Rémi Brague.
»Diciéndolo con palabras muy simples, Dios es la fuente de origen y el hombre el río. Si el río se separa de la fuente de origen, el río se seca. Del mismo modo, el hombre que se separa de Dios no puede tener buena salud física, está ya muerto.
-En Occidente parece que se reduce cada vez más el número de bautizados y los cristianos que se dicen tales a menudo viven con una fe "hecha a sí misma". ¿Cómo ve un cardenal africano la Iglesia en Occidente? ¿Y qué pueden aportar las iglesia africanas a Europa y al mundo?
-Las iglesias occidentales europeas son históricamente "iglesias madres"; y amar y reconocer a "la madre" es algo fundamental para todos. La riqueza de fe, doctrinal, teológica, litúrgica y espiritual que las iglesias de antigua fundación llevan consigo, con la condición de que se acuerden de ello y sigan ofreciéndola a toda la Iglesia y al mundo, no podrá ser ignorada.
»Tal vez, como le sucede a un joven que, capaz de asombrarse, le indica la realidad a un adulto un poco distraído, las iglesias africanas puedan ofrecer a toda la Iglesia esa frescura de fe, esa autenticidad y ese entusiasmo que, quizás, no emerge en Occidente. No debemos olvidar nunca el elevadísimo precio que están pagando las iglesias en África en términos de martirio violento; ciertamente será fecundo, semilla de nuevos cristianos.
-En más de una ocasión, el papa Benedicto XVI ha hablado de la crisis de fe como el motivo real de una crisis que parece afectar también a la Iglesia. ¿Qué significa? ¿Que quienes se consagran a Dios en realidad no creen en Él de verdad?
-Sobre el hecho de que hay una crisis de fe no creo que pueda haber duda al respecto. Más bien al contrario, diría que la crisis de fe es, hoy en día, la más profunda y crucial. Yo no diría que los consagrados "no creen"; es más, estoy convencido de que, precisamente por las condiciones culturalmente desfavorables a la radicalidad de la virginidad por el Reino de los Cielos, quien hoy responde a la vocación tiene un intención inicial seria y radical. El punto más discutido es el de la fidelidad, a lo largo del tiempo, a la tarea que Dios ha asignado. En un contexto cultural cada vez más hostil, con la fragmentación de las relaciones, que no hace percibir el apoyo y el calor de una comunidad creyente, es cada vez más complejo vivir la radicalidad del Evangelio. Creo que este es el punto crucial para todos los laicos y consagrados, para todos los bautizados.
»Jesús no inventó una religión para célibes, sino que nos donó la Iglesia, que es su Su presencia, la Presencia divina en el mundo, una compañía extraordinaria guiada al destino último del hombre. Solo viviendo esta experiencia existencialmente significativa es posible el milagro de la fidelidad, del testimonio y, por ende, de la conversión de los hermanos que aun no han conocido el amor de Dios. Esta experiencia de renovación es lo que quería decir el papa Benedicto XVI con la expresión "minorías creativas" y, por tanto, misioneras.
'Desde lo más hondo de nuestros corazones' (Palabra): las reflexiones de Benedicto XVI y del cardenal Sarah sobre el sacerdocio.
-A veces se oye a laicos, sacerdotes e incluso obispos poner en duda su pertenencia a la Iglesia católica aduciendo las razones más diversas y que, en algunos detalles, parecen sensatas. ¿Por qué es importante, para los laicos y consagrados, no abandonar nunca la Iglesia "una, santa, católica y apostólica"?
-Quien se va, siempre se equivoca. Se equivoca porque abandona a la Madre; se equivoca porque lleva a cabo un peligrosísimo acto de soberbia, erigiéndose en juez de la Iglesia. A veces no todo es inmediatamente comprensible, y algunas cosas pueden parecer del todo inoportunas, que no han sido adecuadamente ponderadas, incluso pastoralmente infundadas o perjudiciales; a pesar de todo esto, ello no autoriza a irse.
»La Iglesia es ante todo, en su totalidad, indefectible (es decir, que no puede dejar de ser) e infalible (es decir, no puede errar de manera total respecto a la fe). Además, es jerárquica y, si somos católicos, debemos reconocer que atañe a los máximos niveles de la jerarquía la tarea de intervenir y señalar los eventuales problemas que surjan respecto a la fe y la doctrina. San Cipriano afirmaba que nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la Iglesia como madre. Creo que todos los fieles, laicos y consagrados, deben tener presente este axioma, tanto en el juicio como en el comportamiento.
»Como indicó eficazmente Benedicto XVI, no debemos crear una "nueva Iglesia"; ya se intentó y se fracasó. Tenemos que amar esta Iglesia, sufrir con ella y por ella, y reconocer que en ella subsiste la Iglesia de Dios y que de ella recibimos todos los medios para la salvación, de la que tenemos una extrema necesidad.
-En la Carta a Diogneto se dice que los "cristianos habitan este mundo pero no son del mundo". ¿Quiere decir tal vez que los cristianos deben huir de la realidad en la que viven? ¿Cómo permanecer hoy en el mundo como cristianos?
-No tenemos otro lugar donde vivir nuestra existencia terrenal. El mundo, con sus contradicciones y sus límites, es el lugar que Dios ha amado tanto que le dio Su único Hijo. Es necesario evitar siempre los dos extremos: rechazar al mundo en su totalidad o dejarse englobar por él.
»En el Evangelio de Juan encontramos los dos conceptos de mundo que tienen que coexistir siempre en el cristiano, y esta es una de las dimensiones paradójicas de nuestra fe. El mundo como "lugar de las tinieblas" que ha rechazado y rechaza la luz que es Cristo, y el mundo como criatura de Dios, como ese "algo bueno" en la que vive el hombre, que es "algo muy bueno" (cfr. Gn 2).
»Diogneto tiene razón: vivimos en el mundo, obramos en él y caminos en la fe buscando la llegada del Reino de Dios; por consiguiente, haciendo que nosotros y la realidad que nos rodea seamos cada vez mejores (esta obra se llama ¡ascesis!). Y, al mismo tiempo, no pertenecemos al mundo en el sentido de que el mundo no es nuestro último horizonte y no dejamos que, en última instancia, el horizonte mundano nos determine. El cristiano sabe que el Señor "dará cielos nuevos y nueva tierra", es decir, una análoga a la actual, pero completamente transfigurada.
»Tenemos que estar en el mundo con este juicio de fe, este discernimiento en el Espíritu Santo y esta apertura de corazón, para desear ardientemente nuestra salvación y la de todos los hombres y, al mismo tiempo, ser mediadores, como Nuestro Señor, de la salvación de los demás. Es el gran desafío de un cristiano verdaderamente adulto en la fe: interceder por sus hermanos y ser "sacrificio agradable a Dios para la salvación del mundo".
Traducción de Verbum Caro.