lunes, 3 de diciembre de 2018

Archipiélago vendeano: cuando Soljenitsyne visitó la Vendée.


A raíz del reciente y comentado post sobre el Puy du fou publicado hace unas semanas AQUÍ, presentamos ahora la casi desconocida visita que el premio nobel Alexandre Soljenitsyne realizara por la década del ’90. Como siempre, sus reflexiones no tienen desperdicio. Que no te la cuenten…P. Javier Olivera Ravasi. 3 de diciembre de 2018

Archipiélago vendeano: cuando Soljenitsyne visitó la Vendée[1]

Por Soeur Marie de la Sagesse, S.J.M. para Que no te la cuenten

Invitados de honor por Philippe de Villiers para conmemorar los 200 años del levantamiento contrarrevolucionarioen la Vendée (1793-1796), Alexandre Issaïevitch Soljenitsyne y su esposa Natasha, visitaron la región martirial durante cuatro días inolvidables en septiembre de 1993. Aunque poco conocido, el hecho tuvo gran eco en su momento gracias al magistral discurso que el historiador del Gulag ruso dio como broche de oro de su visita.

Todavía viviendo su largo exilio de 20 años en EEUU y sin haber vuelto aún a su patria natal, el “gigante disidente” también se hizo presente en el parque temático de Puy du Fou para participar del espectáculo nocturno que inmortaliza la gesta de los héroes franceses. Durante la Cinéscénie se lo escuchó suspirar varias veces: “¡Ah! ¡La memoria! ¡La memoria!”; y cuando le preguntaron la razón de sus palabras, el escritor ruso explicó que para él un pueblo que encuentra la memoria y la cultiva está salvado, mientras que cortar con ella engendra su perdición. Y reflexionando sobre su propia patria, con una mirada dolorosa, dijo: “¿Sabrá Rusia algún día expresar su memoria con tanta fuerza?” (p. 176).

El matrimonio ni siquiera quiso dormir en un hotel, prefiriendo alojarse en casa del mismo Philippe de Villiers, fundador y director del parque temático. Durante la cena el anfitrión preguntó a Soljenitsyne cómo había conocido la historia del levantamiento vendeano, a lo que éste respondió: “Desde mi infancia, gracias a mi madre que hablaba francés. Desde niño ella me leía historias del heroísmo vendeano. Conozco bien desde adentro la historia del levantamiento campesino y de la represión terrorista” (p. 183). Sin duda que la madre lo había ido preparando providencialmente para lo que tendría que sufrir bajo el régimen del terror comunista.

Alexandre Issaïevitch añadió: “Para mí, la Vendée es un símbolo conmovedor, es la exacta analogía de nuestros dos grandes levantamientos contra los bolcheviques: el de Tambov en 1920 y el de Siberia occidental en 1921” (p. 184).

Por eso, de Villiers aprovechó la ocasión para obsequiarle un cheque con condiciones bien precisas: construir una biblioteca en la pequeña ciudad de Tambov, entre Moscú y Volgograd -llamada por los disidentes “la Vendée rusa”- a fin de perpetuar la memoria histórica de sus héroes, los “kulaks, quienes se levantaron  contra el ejército rojo que tenía orden de liquidarlos hasta con armas químicas.

No por nada el mismo Lenin había suspirado a sus bolches: ¡Necesitamos vendeanos! Pues bien, el escritor ruso retomando estas palabras, añoró: ¡Necesitamos vendeanos! ¡Y que ellos sean recordados! (p. 186).

Soljenitsyne dio su conferencia con motivo de la inauguración de un Memorial que recuerda la muerte de 564 vendeanos masacrados por las columnas infernales del ejército revolucionario el 28 de febrero de 1794. Al mismo tiempo, de Villiers quiso que la visita del premio Nobel de literatura fuese recordada a tal punto que colocó su nombre a una calle del pueblito Lucs-sur-Boulogne que todavía subsiste, como puede verse en la foto…

He aquí el texto de su discurso[2] leído en ruso y traducido del francés que Soljenitsyne dio el 25 de septiembre de 1993 y que ahora presentamos en lengua española.

 “Señor Presidente del Consejo General de la Vendée, queridos vendeanos:

Hace dos tercios de siglo, yo era apenas un niño que leía con admiración los libros de historia que evocaban el levantamiento de la Vendée, tan valiente y tan desesperado. Pero jamás me hubiera podido imaginar -esto es un sueño- que en mis días ancianos iba a tener el honor de inaugurar el monumento a los héroes y víctimas del levantamiento. Doscientos años han pasado desde entonces -y con el paso del tiempo, no solamente en Francia, sino también en otros países- el levantamiento vendeano con su sangrienta represión ha sido el foco de un renovado interés. Los eventos históricos jamás son comprendidos plenamente en la incandescencia de las pasiones que los acompañan, sino solo con suficiente distancia, cuando las mismas se han enfriado por el paso del tiempo. Durante largo tiempo, no se ha querido escuchar y aceptar el grito de los que perecieron o fueron quemados vivos, campesinos de una tierra laboriosa para quienes supuestamente la revolución había sido hecha; conducidos por ella a la opresión y a la humillación hasta el último extremo, estos mismos campesinos se levantaron contra la revolución.

Lo que toda revolución desencadena en los hombres, los instintos de la más elemental barbarie, las fuerzas oscuras de la envidia, de la rapacidad y del odio, los contemporáneos lo percibieron muy bien. Y ellos pagaron un pesado tributo durante la psicosis general, cuando el hecho de comportarse como hombres políticamente moderados, o incluso solamente aparentarlo, constituía ya un delito.

Pero fue el siglo XX el que empañó considerablemente, a los ojos de la humanidad, la romántica aureola que rodeaba la revolución del siglo XVIII. De un siglo al otro, los hombres terminaron por convencerse, a partir de su propia desgracia, de que las revoluciones destruyen el carácter orgánico de la sociedad, arruinan el curso natural de la vida, aniquilan los mejores elementos de la población dando rienda suelta a los peores; también comprendieron que ninguna revolución puede enriquecer a un país, salvo a algunos avivados sin escrúpulos. La propia patria es causa de innumerables muertos, de una extendida pauperización y, en los casos más graves, de una larguísima degradación en la población.

La misma palabra “revolución”, del latín“revolvo”, significa “rodar hacia atrás, retroceder, probar de nuevo, volver a encender”. En el mejor de los casos, “poner algo patas para arriba”. Una sarta de significados poco envidiables. Hoy en día, si en el mundo el epíteto de “grande” es adosado a la palabra revolución, se hace con reservas y a menudo con gran amargura.

A partir de ahora, comprendemos todavía mejor que el efecto social que deseábamos tan ardientemente, puede ser obtenido por medio de un desarrollo evolutivo normal, con infinitamente menos pérdidas y sin salvajismo generalizado. Es necesario saber mejorar con paciencia lo que el “cada día” nos ofrece.

Sería completamente vano esperar que la revolución pueda regenerar la naturaleza humana. Es lo que vuestra revolución, y más particularmente la nuestra, la revolución rusa, tanto habían deseado. La Revolución francesa se desarrolló bajo el nombre de un slogan intrínsecamente contradictorio e irrealizable: “libertad, igualdad y fraternidad”. Pero en la vida social, libertad e igualdad tienden a excluirse mutuamente, son antagónicos el uno con el otro, pues la libertad destruye la igualdad social, incluso es uno de los roles de la libertad, mientras que la igualdad restringe la libertad, pues, de no ser así, no podríamos alcanzarla.

En cuanto a la fraternidad, ella no es de esa familia. Es un acto temerario agregarla al slogan ya que las meras disposiciones sociales no son suficientes para lograr una verdadera fraternidad, porque la misma es de orden espiritual. Además, a este slogan ternario, se agregaba bajo amenaza “o muerte”, lo que destruía toda su significación.

Jamás, a ningún país, yo podría desearle una “gran revolución”. Si la revolución del siglo XVIII no arrastró a Francia a las ruinas, fue únicamente porque tuvo lugar el Termidor[3]. La revolución rusa, no tuvo un Termidor que la detuviera, y sin frenos, ella arrastró a nuestro pueblo hasta el final, hasta el abismo… hasta el abismo de la perdición.

Lástima que no hay aquí algún orador que pueda agregar lo que su sangrienta experiencia les ha enseñado en lo más recóndito de la China, de Camboya, de Vietnam, para decirnos qué precio tuvieron que pagar por la revolución.

La experiencia de la revolución francesa habría debido bastar para que nuestros organizadores racionalistas de la “felicidad del pueblo” aprendiesen la lección. Pero ¡no! En Rusia, todo se desarrolló de una manera todavía peor y a una escala incomparable. Muchos procedimientos crueles de la revolución francesa fueron aplicados dócilmente sobre el cuerpo de Rusia por los comunistas leninistas y por los socialistas internacionalistas; sólo que su grado de organización y su carácter sistemático han sobrepasado enormemente a lo que hicieron los jacobinos.

Nosotros no tuvimos un Termidor, pero -y podemos estar orgullosos de eso, en nuestra alma y conciencia- tuvimos nuestra Vendée, incluso más de una. Fueron los grandes levantamientos campesinos de Tambov en 1920-1921 y de Siberia occidental en 1921. Un episodio bien conocido: esta multitud de aldeanos calzados con zuecos, armados de palos y horquillas, marcharon sobre Tambov, al son de las campanas de las iglesias vecinas, para ser aniquilados por las ametralladoras. El levantamiento de Tambov resistió durante once meses, pese a que los comunistas, para reprimirlos, emplearon tanques, trenes blindados y aviones; incluso las familias de los sublevados fueron tomadas como rehenes y se estuvo a punto de utilizar gases tóxicos. También tuvimos una resistencia feroz contra los bolcheviques de parte de los Cosacos del Ural, del Don, del Kuban y de Terek, ahogados en torrentes de sangre, un genocidio.

Inaugurando hoy este Memorial de vuestra heroica Vendée, mi vista se desdobla: imagino ya los monumentos que van a erigirse un día en Rusia, testigos de nuestra resistencia rusa a las avalanchas de la horda comunista.

Hemos atravesado juntos el siglo XX, de punta a punta un siglo de terror, espantosa coronación de este Progreso, con el cual tanto se había soñado en el siglo XVIII. Creo ahora que habrá cada vez más franceses que comprendan mejor, estimen mejor y guarden con orgullo en su memoria la resistencia y el sacrificio de la Vendée”.

 *          *          *

 Al final hubo un tiempo de preguntas y respondiendo a un periodista, el escritor ruso dijo con una sonrisa pícara: “Y si ustedes no entendieron lo que dije, ¡vayan entonces a Puy du Fou!”.

                Con lágrimas en los ojos pero con el corazón pleno, Philippe de Villliers despidió a su huésped diciendo:

“Mi sueño, mi sueño de una Vendée que no sea más ultrajada, el sueño de una Vendée rehabilitada está cumplido” (p. 187).

Después de todo había sido un honor que Soljenitsyne visitara la tierra de Charette, otro gigante disidente que luchó contra las tiranías revolucionarias.

Soeur Marie de la Sagesse, S.J.M.

[1] Las citas de este post están sacadas del libro de Philippe de Villiers, Le Puy du Fou: un rêve d’enfance, Ed. Puy du Fou, 2017, que hemos reseñado aquí.

[2] http://www.vendeensetchouans.com/archives/2014/09/25/30653331.html

[3] Según el calendario revolucionario, el 9 de Termidor del año II (27 de julio de 1794), se puso fin al régimen del Terror de Robespierre con su muerte en la guillotina.

 diciembre 3, 2018 Que No Te La Cuenten

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