Su juicio estaba siempre iluminado por la verdad nacida de la Sabiduría de Dios que lo llamaba a la realización del bien en todo momento y lugar”.
1.-El testimonio de su fidelidad a la conciencia.
Juan Pablo II afirma en la Carta Apostólica que proclama a Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos que “de la vida y del martirio de Santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, «es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella»(Gaudium et Spes, 16) (Carta nº 1).
Esta fidelidad a su conciencia fue en Tomás Moro el punto crucial de su vida como padre y esposo, político, juez y abogado, servidor de Dios y de su rey.
Una conciencia que no se refugiaba en la vigencia del relativismo subjetivista tan dominante en nuestros días por el cual cada uno piensa como quiere y se arroga la potestad de decidir sobre lo que es bueno o malo y de allí juzgar sus actos, sino que su juicio estaba siempre iluminado por la verdad nacida de la Sabiduría de Dios que lo llamaba a la realización del bien en todo momento y lugar.
Coherente con esta conciencia verdadera y recta, Tomás Moro tuvo que enfrentarse a los vaivenes emocionales y de conciencia de un rey que como “exponente adelantado” de lo que denuncia Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor al referirse al síndrome de la “conciencia creativa”, “creaba” la verdad según sus caprichos, y luego bajo el “peso” aparente de esa conciencia obraba el mal sin ningún remordimiento, pretendiendo que los demás se adhirieran a ese modo peculiar de “reelaborar” la verdad según sus antojos.
Este proceder tan peculiar de Enrique VIII, tiene en nuestra época no pocos imitadores políticos que, -sin entrar a juzgar su “conciencia”- “crean su verdad” y a ella se someten, encuadrándose en un mundo irreal que sólo existe en su interioridad, llegando hasta a manipular los índices que muestran el estado económico y social de las misma comunidad civil, pretendiendo que a su alrededor cada persona se someta a esa “nueva visión de la verdad”.
Al respecto afirmaba hace ya un tiempo en un artículo de mi autoría -“El relativismo moral y la perspectiva de género”- que “si la verdad es la adecuación del entendimiento a la realidad, y si se da una lectura de la realidad, es decir, de la cosa, de todo lo que existe, totalmente subjetivista en la que prima el parecer de cada inteligencia que contempla esa realidad a través de un prisma personal, la verdad misma se relativiza”.
Justamente esto es lo que acontece en nuestros días y que se le quería imponer a Tomás Moro, exigiendo que no viera la realidad patente de las cosas, sino que se sometiera al mundo ilusorio fabricado por un gobernante que pretendía hacer regir a toda costa “su verdad”, tan vulnerable a cualquier exámen serio de inteligencias probas, como opresora en definitiva de la dignidad de la persona que sólo se ha de sentir subyugada por la verdad que únicamente le es dada a las conciencias rectas.
Esta fidelidad a la verdad convirtió a Tomás Moro en modelo de todo político que quiera ser “testimonial”, ya que “precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana” (Carta nº 1).
2.-El testimonio de su formación cultural y religiosa.
Recuerda Juan Pablo II que “Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su país. Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al servicio del arzobispo de Canterbury, Juan Morton, canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam” (Carta nº 2).
Como puede observarse a simple vista, Tomás Moro fue un hombre que se esforzó por ir creciendo en una formación intelectual que le permitiera merecer, -sin buscarlas- las distintas responsabilidades que le cupo asumir con idoneidad y honestidad.
No fue un político improvisado que surgiera del anonimato por los “favores y la dedocracia del poderoso de turno”, sino que naturalmente todas la miradas se dirigían a él cuando se trataba de pensar en alguien con la suficiente solvencia intelectual y moral para realizar cometidos políticos necesarios para el bien de Inglaterra.
Esto permitió que gozara de la libertad de los hijos de Dios para servir a su Dios y a su rey temporal.
Al ser libre no se veía acorralado por la “obediencia debida” que busca concretar cualquier acción, como habitualmente le sucede a aquél que debe su elevación política no al propio cultivo de cualidades y dotes, sino por haber recibido de la mesa del poderoso las “migajas” de las dádivas políticas, que sólo permiten engrosar al ejército del servilismo más denigrante.
Por otra parte, el ser libre y sólo servidor de los principios más enaltecedores, le permitían mantenerse fiel en una conducta intachable que sólo buscaba servir a su Dios, y al monarca, siempre en el marco de la justicia, la verdad y la búsqueda del bien común.
Esto le permitió no vivir según los vaivenes de los cambios políticos mediante los cuales muchos de su tiempo, como sucede en el actual, fácilmente cambiaban de lealtad dando lugar a “acomodamientos personales”, fruto de la búsqueda constante y afanosa de los nuevos aires que puedan aparecer en el escenario político.
De su vida religiosa recuerda Juan Pablo II que “Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del Reino”. Por otra parte “La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos (Carta nº 2).
Esta esclarecida manera de vivir su fe católica sería en el futuro lo que le permitiera vivir con entereza los embates de sus enemigos, presurosos siempre por lisonjear a un rey lujurioso, padeciendo la humillación de la cárcel por no prestarse a los manejos de la injusticia reinante en su tiempo.
3.-El testimonio de político y juez íntegro.
Nos recuerda el papa en la carta que mencionamos al principio que, “en 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes” (carta nº 3).
Conforme con su formación y probidad ejemplar, Tomás Moro, en las distintas misiones que se le encomendaron, sin dejar de servir a su rey, se mantuvo fiel a los más altos principios de la prudencia.
Como Presidente de la Cámara de los Comunes no lo imaginamos el prestarse a la manipulación del poder o renunciando a lo que era propio de su investidura para otorgarlo a la autoridad real.
Como juez, Tomás Moro “afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles” (Carta nº 3).
¡Qué hermoso testimonio nos deja en la administración de la justicia! Siempre libre para juzgar según las leyes y teniendo en claro que el objeto de la justicia es el derecho, o sea el “ius” del que goza todo ciudadano por el que cada uno recibe “lo que le es debido” según la verdad, y no según los dictados del ocasional poder político de la época.
De allí que jamás se dejó manejar en el dictado de la justicia por las órdenes del rey Tudor, ni se le ocurrió beneficiar a los ricos o famosos por sólo serlo, sino que por el contrario estaba pronto a escuchar las súplicas de los débiles esquilmados por los prepotentes.
Esta fidelidad de vida a una conducta honesta le valió el que sufriera en carne propia el proceso de un juicio “armado” para satisfacer al rey, y ser sentenciado a muerte no según la razón, sino bajo el imperio de la venganza
Si hubiera vivido entre nosotros, fiel siempre a la verdad, jamás hubiera cedido a las interpretaciones ideológicas del derecho penal y a las presiones de los abortistas, autorizando “el homicidio legal” del nasciturus o defendiendo el “derecho a abortar”, tan publicitado hoy, como si existiera un salvoconducto para legitimar el homicidio calificado, agravado por el vínculo.
Padre Ricardo B. Mazza. Director . En el décimo aniversario de la fundación del Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”. 24 de Junio de 2009
Padre Ricardo B. Mazza. Director . En el décimo aniversario de la fundación del Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”. 24 de Junio de 2009
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