jueves, 22 de abril de 2021

Todos, todas, todes

Irene Montero, ministra de Igualdad, fabricó algunas palabras en lenguaje inclusivo durante un acto de precampaña electoral de Unidas Podemos.

por Juan Manuel de Prada


   Nuestra derechita fofa se lo ha pasado pipa estos días mandándose por guasá el vídeo en el que Irene Montero dice «todos, todas y todes». Nuestra derechita fofa piensa que Irene Montero es una choni analfabeta a la que el macho alfa puso un casoplón y un ministerio; y, viéndola pegar patadas al diccionario, se regocija paulovianamente. Pero lo cierto es que Irene Montero es más lista que el hambre y una mujer con una hoja de ruta que desea imponer a la sociedad, sin importarle las risitas coyunturales de la derechita fofa (que pronto se helarán en sus labios).

Irene Montero sabe que, para instaurar la revolución antropológica a la que sirve, necesita cambiar las almas. ¿Por qué utiliza Irene Montero ese desquiciado lenguaje inclusivo, metiendo además en el guiso un género neutro inventado? Por la misma razón que el Gran Hermano introduce la neolengua en la novela de Orwell. Porque la vigilancia que se requiere para llevar a cabo esa gran labor de ingeniería social que cambie las almas no se basta con métodos de control tecnológico o de inducción de conductas a través de la propaganda. Porque, para que cambien las almas, hay primeramente que penetrar en ellas, donde tienen su nido las ‘palabras de la tribu’. Interviniendo el lenguaje, se interviene el pensamiento.

Foucault llamaba «microfísica del poder» a estas formas de dominación de los nuevos ingenieros sociales, que logran crear una sociedad disciplinar convirtiendo el cerebro de los sometidos en una cárcel. En efecto, a través de la imposición de una neolengua se puede someter a una sociedad entera; pues el lenguaje es el único instrumento que puede desgarrar el sentido común. El lenguaje, en fin, es el acontecimiento mismo del ejercicio del poder, el manual de instrucciones con el que se reformatean las almas. Cuando se logra que una persona, mientras habla, reprima el sentido común, para decir ‘todos y todas’, su propio cerebro se ha convertido ya en el carcelero de su pensamiento. La forma más eficaz de dominación de las conciencias -mucho más eficaz que cualquier artilugio tecnológico- es la creación de una neolengua que niegue la realidad y cree una realidad nueva; pues, una vez creada, surge el miedo gregario a salirse de ella. Y ese miedo de rebaño (miedo de todos, todas y todes) es el instrumento más formidable de la biopolítica, pues logra homogenizar las subjetividades, que pensando todas lo mismo se creen en cambio muy distintas porque pueden elegir rebanarse la polla o entromparse el coño (o simplemente ‘sentir’ que lo han hecho). Se trata, en fin, de ‘destruir el sentido común como asignación de identidades fijas’, tal como explica Deleuze.

Así se cambian las almas. Los hijos de esa derechita fofa que hoy se descojona de Irene Montero no sólo dirán ‘todos, todas y todes’ religiosamente (como ya dicen ‘todos y todas’, sin que sus papás se enteren), sino que desearán con toda su alma (reformateada) ser un ‘tode’ y no pararán hasta que sus papás lo acepten.

Publicado en ABC.

 22 abril 2021 ReL

martes, 20 de abril de 2021

Leonardo Castellani, escritor y profeta

 Leonardo Castellani (1899-1980), sacerdote jesuita, ha sido uno de los más grandes escritores argentinos del siglo XX, un gran apóstol de la Fe y un patriota.


por Iciar Recalde


El 15 de marzo de 1981 partió hacia la inmortalidad el sacerdote Leonardo Castellani. Con él desaparecía uno de los más lúcidos pensadores católicos del siglo XX.

Este hombre, que sintió arder dentro de sí la misión providencial de hacer Verdad, “una verdad por la cual se pueda vivir y morir (...) una verdad viva y vital” (San Agustín y Nosotros), había nacido en San Jerónimo del Rey, luego ciudad de Reconquista, en la provincia de Santa Fe, el 16 de noviembre de 1899. Hijo del florentino Luis Héctor Castellani, fundador del diario El Independiente, asesinado por la policía en medio de las luchas electorales de 1906, cuando Castellani era aún un niño, y de Catalina Contepomi.

En una Argentina intelectualmente desarmada, donde los hombres vivían de prestado, pidiendo al extranjero ojos, oídos, conciencia y sensibilidad, Castellani comenzó a forjar en la levadura del talento un estilo único y hondamente argentino, que tempranamente fuera ponderado en su autenticidad por Hugo Wast en el prólogo a Camperas (1931) y ratificado por Hernán Benítez como “género propio” en el Estudio Preliminar a Crítica Literaria (1945).

Evitado esmeradamente al día de hoy por las historias de la literatura, fue sin embargo uno de los principales forjadores del género policial argentino, reconocido exclusivamente por la voz solitaria de Rodolfo Walsh. Legó una obra crítica inmensa: 48 libros publicados en vida en editoriales sumergidas en el olvido y cientos de artículos de acentos huracanados esparcidos en los múltiples periódicos en los que participó. En la huella de Miguel de Cervantes y José Hernández, sintetizó el dominio del idioma con una destreza tal que le permitió peregrinar por todos los géneros existentes sin perder un ápice la preocupación teológica que está en el corazón de todos y cada uno: poesía, novela, fábula, cuentos, teatro, ensayos políticos, filosóficos, pedagógicos, psicológicos, crítica literaria, exégesis. Como está en el corazón de todos y cada uno el amor y la defensa de la Patria, cuyos dramas comprendió y combatió como pocos hombres de su tiempo, con el tono admonitor y el acento rudo de los profetas.

En 1913 ingresó como pupilo en el colegio de La Inmaculada perteneciente a la Compañía de Jesús en Santa Fe, donde se recibió de bachiller en 1917. Un año después, pasó al noviciado de los jesuitas en Córdoba y en 1923 ingresó en el seminario porteño de Villa Devoto. Entre 1924 y 1927 enseñó en el Colegio del Salvador y comenzó a publicar sus primeros cuentos y fábulas. En 1928 inició sus estudios de Teología y al año siguiente fue enviado a Roma a completarlos en la Universidad Gregoriana, donde se ordenó sacerdote. En 1932 se instaló en Francia por dos años y obtuvo el diploma de Estudios Superiores en Filosofía en la Sorbona.

Promediando la década infame, regresó al país donde continuó la labor docente que alternó con el ministerio sacerdotal, el periodismo y la publicación de sus primeros libros: Sentir la Argentina (1938), La Reforma de la enseñanza y Martita Ofelia (1939), Conversación y crítica filosófica (1941), Las nueve muertes del Padre Metri y El nuevo gobierno de Sancho (1942), entre otros.

En 1945 integró la lista por la Alianza Libertadora Nacionalista como candidato a diputado nacional para las elecciones de febrero de 1946, acontecimiento que ofició de preludio de un largo y tortuoso suceder de desventuras con el Provincial de su Orden que se ahondaron tras la publicación de las cartas Dic Ecclesiae, en donde Castellani esbozó una serie de críticas a la Compañía de Jesús, en las que ya comenzaba a asomar el audaz polemista fustigador del fariseísmo.

Se lo conminó, entonces, a abandonar la Orden voluntariamente, se rehusó y viajó a Europa con el objetivo infructuoso de exponer su caso. Fue confinado dos años en Manresa, de donde escapó en 1949 para regresar a la Argentina. Expulsado definitivamente de la Orden, se refugió temporalmente en la diócesis de Salta, donde subsistió como docente. Recién en 1952 le fueron devueltas sus cátedras en Buenos Aires, tres años después se lo rehabilitó para decir misa y en 1966 arregló su situación con la Iglesia, de la que jamás apostató y a la que sirvió en su fe hasta sus últimos días: “De modo que la primera parte deste protocolo consistiría en quejarme que la Iglesia me ha perseguido y la Patria me ha pospuesto y postergado; y de ahí concluir que hay un estrato de vitriolo en el fondo de la Iglesia y un gusano inmortal en el seno de la Patria. Pero después deso tendré que confesar que la Patria me ha dejado vivir -lo cual no es poco- y la Iglesia me ha enseñado la fe de Cristo” (Seis ensayos y tres cartas).

Los crímenes del liberalismo

Castellani golpeó como puños premiosos contra las puertas del liberalismo como causa fundante de los males del país: “Lo más conducente entre nosotros para probar que el liberalismo es pecado, es examinar los efectos del liberalismo en la Argentina. Son tan feos que sólo pueden proceder de un pecado. ‘Por sus frutos los discerniréis’. He aquí los diez crímenes (…) El liberalismo exterminó al indio. El liberalismo arruinó la educación argentina. El liberalismo relajó la familia argentina. El liberalismo esterilizó la inteligencia argentina. El liberalismo nos infundió un ánimo abatido (…) un complejo de inferior. El liberalismo mutiló a la Nación de su territorio natural histórico. El liberalismo empequeñeció a la Iglesia argentina. El liberalismo creó gratis el problema judío. El liberalismo nos enfeudó al extranjero. El liberalismo rompió la concordia y creó la división espiritual de los argentinos que actualmente se encamina a una crisis dolorosa” (Sentencias y aforismos políticos).

La Argentina era en consecuencia “como un cigarro fumado a la vez por las dos puntas” (Jauja, 1969), cuya norma era la “propensión a entregarse del todo al extranjero” (La religión y la libertad, 1956). La riqueza producida por el sudor del trabajador argentino sangraba hacia afuera y encadenaba al país a ser una semicolonia económicamente raquítica y espiritualmente vencida: “La cuestión económica y la política exterior, es decir, los dos problemas polos de todo gobierno real (...) nos eran dados hechos desde fuera; y para que nos creyésemos Nación, nos dejaban divertirnos, afanarnos y matarnos con los triquitraques sórdidos de la ‘política interna’”.

O sea, la farsa demoliberal que consistía “en el llamado juego de los partidos, instrumento artificial de una pseudodemocracia, que tiene poquísimo de política real (…) consiste simplemente, al final del proceso del régimen liberal, en que no hay partidos. No hay una cosa realmente partida -a no ser la concordia y el bien común de la Nación-, hay una sola cosa real. (...) Los partidos liberales (…) tienden a convertirse en una clase de hombres homogéneos moral, intelectual y hasta caractéricamente, que se adjudican como prebenda la función de gobernar, y luchan continuamente (…) por el poder; en el cual, si las cosas marchan como deben, lo justo es que se vayan turnando”, y dice más: “No había diferencia esencial alguna en los «programas» (…) ni en las «doctrinas». Lo cual no quiere decir no hubieran brutales diferencias en las codicias («quítate tú que me pongo yo»), obcecadas diferencias en los ánimos («nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni menos; los otros son unos potros, comparados con nosotros»)” (Seis Ensayos y Tres Cartas).

Así, los dirigentes del liberalismo “cayeron en la tentación que ahora llaman «progresismo»; o sea, de vender el alma al diablo y las riquezas del país a los Malditos, a cambio de un aparatoso progreso técnico, al cual pagamos escandalosamente caro y no conseguimos entero, pues todavía estamos subdes, según nos echan en cara” (Jauja, 1969).

El fundamento de que una Nación rica y con sobradas condiciones de convertirse en potencia hubiese aceptado tan indigno vasallaje, o sea, la capitulación política y el expolio de la riqueza nacional, para Castellani estaba directamente ligado a la colonización espiritual del país: “Si caímos en redes de foráneos mercaderes, fue porque primero escuchamos silbos de foráneos masones, y el miasma sutil de la herejía había contaminado entre nosotros los intelectos. El Liberalismo antes de ser un mal sistema político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía, una cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio centro, que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los espíritus” (Crítica Literaria). Por tanto: “La Argentina (…) no será del todo independiente mientras no sepa pensar sola” (La Reforma de la Enseñanza).

Palabras que parecen escritas hoy como azotes a la “idolatría” de lo políticamente correcto que viene imponiendo hace décadas una nueva “fe” donde prima el relativismo radical y la “libertad de opinión” por sobre la búsqueda de una verdad trascendente, cuyo corolario al decir de Castellani es el “chillar los ineptos hasta acallar al sabio” (El nuevo gobierno de Sancho).

Pensamiento que postula que todas las opiniones valen lo mismo, que todo es discutible hasta el derecho sagrado a la vida sobre el que se asientan el resto de los derechos, junto al consignismo vacuo anudado a reclamos histéricos de más derechos sin ninguna obligación del pensamiento progresista cuyos valores son los valores elementales del liberalismo que bajo ropajes variados mantiene su esencia: globalismo y cosmopolitismo, ataque a la tradición, tecnocracia y economía de libre mercado, individualismo y hedonismo, destrucción de la persona humana, de la familia y de la comunidad, democracia como el dominio de las minorías sobre las mayorías.

Guerra sin cuartel contra la nacionalidad en el suelo que lo único que produce para sus hijos es hambre, pobreza y dolor: “No son la Patria los que actualmente y desde hace mucho tiempo mangonean el país a su gusto o a gusto del diablo (…) No es la Patria la ideología liberal, la plutocracia mercantil ni el imperialismo extranjero; esas cosas no se pueden consagrar al Corazón de María. (…) ¡Cómo va a ser la Patria esta inmensa laguna en que andamos braceando con desesperación, nadando contra corriente y empantanándonos sin poder ir ni atrás ni adelante; esta casona derruida donde respiramos aire gastado, comemos pan duro, estamos inundados de mentiras y pamplinas, leemos o vemos cada días que nos dan en rostro, estamos vejados por el cretinismo ambiente y creciente, soportamos vergüenzas nacionales!” (Seis ensayos y tres cartas).

En defensa de la Tradición y la Cristiandad que reintegrasen a la Argentina su fisonomía católica e hispánica limpiándola de elementos extranjerizantes (“El eje permanente de la historia argentina es la pugna entre la tradición hispánica y el liberalismo foráneo, bajo cuyo signo nacimos a la ‘vida libre’”), Castellani formuló la necesidad de restauración de un principio de autoridad y de un orden moral justo. El país debía entrar en “la etapa de la inteligencia”, como elemento unificador de la vida afectiva comunitaria.

La Nación dependía de “muchos factores, algunos materiales como la geografía, la economía y la raza; otros formales como la religión, un ideal histórico común, y la lengua, que los une a todos”, que actúan como plataforma fundante de un ideal trascendente, elemento espiritual que hace posible la unidad nacional: “Una creencia común, que por trascendental cubra las diferencias contingentes individuales es el cemento indispensable de una sociedad que se concreta en un ideal nacional capaz de proponer una empresa conjunta con alcance universal” (Dinámica Social, 1951), porque “toda Nación para existir decentemente debe tener una misión en el mundo, una idea trascendental que realizar, llamada «el ideal nacional», porque así como el hombre no es fin de sí propio, tampoco las naciones” (Decíamos Ayer).

Es por eso que, a la par de la espera consoladora del único dogma del Credo aún no cumplido, el Venturus est, el regreso de Cristo a poner la justicia y el bien a la Tierra, llamó al despertar aunque más no sea de un puñado de argentinos dispuestos al sacrificio: “Y mientras ellos existan, aunque sea como generación sacrificada, la redención de la Argentina es posible” (Seis ensayos y tres cartas). Que así sea.

Publicado en Infobae.

ReL   17 abril 2021

lunes, 12 de abril de 2021

Hugo Wast y un libro singular

Hugo Wast (Gustavo Martínez Zubiría) nació en 1883 y murió en 1962. Fue padre de doce hijos.

por Sebastián Sánchez

Es menester indicar quién fue Hugo Wast pues, si es cierto que se trató de uno de los escritores más célebres de la primera mitad del siglo XX, no lo es menos que hace mucho su nombre sufre la condena de un ominoso silencio.

Presentando a Hugo Wast

Gustavo Martínez Zuviría, tal su verdadero nombre, fue uno de los más grandes escritores de La Argentina. Patriota de rancia aristocracia y, por ende, atento al Bien Común, era también cristiano viejo, cuya catolicidad se notaba en cada línea, como quería Chesterton. Fue también uno de los argentinos más leídos en el mundo pues sus obras tuvieron centenares de ediciones, muchas de ellas traducciones a lenguas como el alemán, checo, eslovaco, esloveno, francés, holandés, húngaro, italiano, inglés, japonés, noruego, portugués, polaco, ruso y vasco.

Muy joven se recibió de abogado y aunque se doctoró en derecho (para lo cual hubo de presentar dos tesis, pues la primera le fue rechazada por tratar la cuestión del “panteísmo de Estado”), apenas ejerció aquella profesión. Lo que sí abordó fue la política, entendida ésta como “oficio del alma” en pos del bien de su Patria. Fue Director de la Biblioteca Nacional durante dos décadas, diputado y también Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Y, mientras tanto, se hizo del tiempo para escribir unos cuarenta libros.

Portada de "Don Bosco y su tiempo" de Hugo Wast.

Don Bosco y su tiempo de Hugo Wast es considerada por muchos la mejor biografía del santo.

Aunque emprendió magistralmente el ensayo y la biografía -la que dedicó a Don Bosco y su tiempo es considerada la mejor escrita sobre el santo-, Hugo Wast fue principalmente un novelista. En esas obras, que el público esperaba con expectación y leía con deleite, está presente todo lo humano, lo excelso y lo protervo, lo sublime como lo miserable. No sólo las virtudes, sino también los vicios quedaron señalados en su prosa fresca y sencilla, porque entendió que "el pecado es materia de arte. No se trata de escamotearlo, como si no existiera; pero si se lo presenta, es necesario presentarlo como pecado. Nada más".

Nuestro autor vivió el escarnio y la persecución, pero también el encomio y los reconocimientos. Por citar sólo un puñado de éstos últimos, destacamos que en 1928 la Real Academia Española lo designó Miembro Correspondiente y, poco después, el Papa Pío XI lo invistió Comendador Pontificio de la Orden de San Gregorio Magno, en mérito de su vasta labor literaria y religiosa. Asimismo, en 1954 el gobierno de España le confirió la Condecoración de la Gran Cruz de Alfonso X, el Sabio. En la Madre Patria se lo leía y honraba sin miramientos y, de hecho, la primera edición de sus Obras completas fue publicada por la editorial Fax, en el Madrid de 1957.

Dos cosas queremos subrayar en esta sencilla evocación. En primer lugar, su antológico discurso ante el cardenal Pacelli, en el Congreso Eucarístico de Buenos Aires de 1934. Esos días de octubre, en los que “la noche tocó a su fin” en La Argentina, como afirmó Manuel Gálvez en paráfrasis de San Pablo, Wast pronunció una pieza extraordinaria que preludió la célebre alocución del Primado de España, el cardenal Gomá. Entre otras muchas cosas, dijo allí: “Buenos Aires, y cuando digo Buenos Aires digo la Nación y digo nuestra América y digo nuestra raza, se ha puesto de pie para seguir a Cristo y librar bajo su pabellón las supremas batallas contra las puertas del infierno, por la fe, por la familia, por la patria”.

Y una última mención acerca de su vida pública: en 1943, siendo a la sazón Ministro de Justicia, restauró la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas, tras largos años de hegemonía pedagógica laicista. Es cierto que la reparación duró poco –no tardó en ser derogada por el Peronismo- pero aquella decisión política subraya la valía de Wast como católico animoso por restaurar todo en Cristo.

¿Cómo es posible que este maestro de las letras castellanas haya desaparecido en la apreciación del gran público? En parte, ya lo hemos explicado, fue un autor católico y como tal sujeto a la persecución e incomprensión del Mundo. Él mismo lo afirmaba: “Soy un escritor con vocación de impopularidad”, que es lo mismo que decir lisa y llana incorrección política.

Hugo Wast.

Hugo Wast sigue siendo reeditado y leído, pese al silencio oficial sobre una obra fascinante.

Sus detractores, cuando se ocuparon de él, antes de terminar por “borrarlo del mapa” de la literatura, le apostrofaron de mil modos, hasta endosarle el consabido anatema de “antisemita”, cosa que Hugo Wast, en tanto católico cabal, jamás fue. Incluso sus libros fueron decomisados más de una vez de las librerías de Buenos Aires. No se lo menciona en las antologías al uso, ni forma parte de las historias oficiales de la literatura argentina. No obstante, y a Dios gracias, algunas de sus obras siguen siendo reeditadas por selectas editoriales católicas. Entre ellas, el libro que hoy presentamos.

 Autobiografía del hijito que no nació

"Mi cuerpo es tan pequeño todavía que no puede ser visto por los ojos de nadie, pero mi alma ya es tan grande como lo será siempre". Así comienza este magnífico libro, de género único, en el que un nascituro piensa y sufre, habla con los ángeles y arcángeles y sueña, como sueñan las almas inocentes, con ser un sacerdote al servicio de Cristo Rey.

La Autobiografía del hijito que no nació es el libro póstumo de Hugo Wast, el último tesoro que nos legó. Su intención fue clara y él mismo la anuncia: “Si con este libro lográsemos evitar que se disipe la vida de un niñito - ¡no más que uno! - (…) nos consideraríamos ricamente pagados, sin que nos importase nada el odio sobreviviente al haber expuesto con palabras claras las leyes de Dios y las enseñanzas de la Iglesia en materia pocas veces novelada”.

Hugo Wast sabía que el Mundo le odiaría por escribir esta obra -como lo odia hoy, cuando el librito adquiere dolorosa vigencia- pero lo que estaba en juego no admitía ambages ni tibiezas, como él mismo lo señala: “El autor de este libro no quiere tener que tomarse el trabajo de juntar sus propios huesos el día de la resurrección de la carne, pues, según la Vulgata, Dios dispersa los huesos de los que agradan a los hombres (Ps,52,6)".

Esta singular Autobiografía es una obra cristocéntrica y mariana, eucarística y marcadamente angelológica y, a la vez, profundamente humana. Cristocéntrica porque se expresa allí el escándalo de la Cruz y se manifiesta, en el sufrimiento del niño que sabe que se lo asesinará, aquello de San Pablo: "Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo" (Col 1, 24). Nada mejor que el dolor señorial de una criatura inocente para aprehender, siquiera en parte, el Misterio de la Redención de nuestro Señor. Porque no hay Gloria sin la Cruz, ni felicidad sin Calvario.

Y es también un libro mariano, porque capta la luz de la Maternidad de la Virgen y desde Ella analiza las luces y sombras de la maternidad humana. Gran parte del texto se sostiene en el suspenso acerca de la decisión de la madre terrena del nascituro, que se sacude en el terrible péndulo de ser fiel a su vocación materna, por un lado, y por el otro, a la tentación, azuzada por el diablo, de dar paso al egoísmo del marido y suyo propio para cometer el abominable crimen. Al hablar de su ángel guardián, que se estremece de amor al sólo nombre de la Señora, el niño dice que la mejor lección que éste le ha dado es "la de que Dios me ama desde antes que yo existiera con un amor inmenso y que la Santísima Virgen es Madre de Dios y también madre mía, otra madre que me quiere más que la que ahora me lleva en su seno".

Se trata también de un libro eucarístico. Temor y temblor producen las páginas en las que el pequeño nascituro ve iluminarse el seno materno por la luz irradiada por la Comunión. Y es también un libro angelológico pues no otro que su ángel guardián es el interlocutor del niñito, mientras se aproxima el desenlace terrible. Y es, finalmente, en escena sublime, el ángel custodio quien otorga al nascituro el milagro del Bautismo, diciéndole a uno de los practicantes del crimen: "Tenga piedad de este niño que todavía vive. Usted, que sabe la fórmula, bautícelo".

Portada de "Autobiografía del hijito que no nació".

"Autobiografía del hijito que no nació" (1963), obra póstuma de Hugo Wast, sintetiza lo mejor de su literatura y de su espíritu católico. Foto: Hispanidad.com

Libro profundamente humano, en fin, porque explica la naturaleza creatural del hombre -allí, en el confín de lo visible y lo invisible- desde la cual se desprende toda sana antropología, la que busca a Dios en el interior del hombre. Si la obra describe el horror del aborto, causado por la oscura aceptación de los padres, es para señalar otra "noche de las entregas", en las conciencias oscurecidas por el pecado, pero también para transmitir el sentido de nuestra esperanza. Porque eso es lo sublime del hombre, el ser capaz de lo peor, por su caída en el pecado, pero también de lo excelso y diáfano, por su tensión a Dios, por ser capax Dei.

Recomendamos vivamente este libro, sobre todo en este tiempo aciago en el que se cierne sobre los no nacidos la amenaza constante del aborto, pues si esta obra nos permite asomarnos al abismo del mal, sobre todo nos aproxima al Misterio de la Redención.

Y terminamos aquí, considerándonos más que satisfechos si con estas sencillas líneas lográsemos sumar un lector de la obra del entrañable Hugo Wast.

  ReL  07 abril 2021

martes, 6 de abril de 2021

Secretario de Estado del Vaticano: Siento mucho la pérdida de fe y de razón en Europa.

Por  Diego López Marina 

El Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Pietro Parolin, expresó en una entrevista su preocupación por la pérdida de la fe y de la razón en Europa; además, habló sobre su relación con el Papa Francisco, el papel que desempeña en la diplomacia pontificia y otros temas.

“Yo siento mucho la pérdida de la fe en nuestra Europa, en nuestra cultura, en nuestros países, y estos cambios antropológicos que se están dando perdiendo la identidad de la persona humana. Antes que una pérdida de fe yo diría que es una pérdida de razón”, dijo el Cardenal Parolin en referencia a la ley de eutanasia aprobada en España hace unas semanas.

“¿Por qué? Lo dice muchas veces el Papa. Me impactó mucho. Dice por ejemplo: la cuestión del aborto no es una cuestión religiosa. Lo es ciertamente también para nosotros cristianos desde el principio, desde los primeros documentos de la Iglesia hay un rechazo total del aborto, pero es un argumento de razón. Probablemente hoy, ya lo decía Benedicto XVI, el problema fundamental es la razón, no es la fe”, agregó en una entrevista publicada el lunes 5 de abril en la cadena COPE.

Respecto a cómo se puede revertir esta situación, dijo que se debe transmitir nuevamente la fe a través del testimonio.

“Tenemos que testimoniar nuestra esperanza, tenemos que testimoniar nuestra caridad. Pero la línea es ésta. Hoy en día no se puede imponer nada sino que ofrecer a partir de un testimonio coherente y convencido de vida cristiana”, dijo.

El Purpurado cree que la situación actual se puede comparar “con los primeros siglos de la Iglesia, cuando llegaron los apóstoles y los primeros discípulos en una sociedad que no tenía valores cristianos, pero a través del testimonio de las primeras comunidades lograron cambiar la mentalidad e introducir los valores del Evangelio en la sociedad de entonces”.

“Creo que este es el camino que tenemos que hacer hoy todavía”, acotó.

La cercanía del Papa Francisco

Durante la entrevista, el Cardenal Parolin también destacó la cercanía del Papa Francisco. “Cuando uno se acerca” al Pontífice “se da cuenta de que es un hombre sencillo sin protocolo”, afirmó.

“El contacto es inmediato. Cuida mucho la relación y la cercanía con la gente. Su deseo es hacer la Iglesia más creíble en el anuncio del Evangelio”, aseguró.

También dijo que ambos creen en una Iglesia que es comunión y no que sea una especie de asamblea democrática.

“Cristo rezó por la unidad de la Iglesia, pero ahora hay motivos para la preocupación. Pensaba que probablemente el problema era que el Papa hace mucho hincapié en la reforma de la Iglesia y hay mucha confusión sobre este tema. La estructura de la Iglesia es el depósito de la fe, los sacramentos y el ministerio apostólico, y eso no se puede cambiar, pero hay toda una vida de la Iglesia que puede ser renovada, pero siempre según el espíritu del Evangelio”, explicó.

Su vida como Secretario de Estado del Vaticano

El Purpurado, que lleva ocho años sirviendo como Secretario de Estado de la Santa Sede, señala que aceptó “con mucho gusto” el cargo, e indicó que la diplomacia eclesiástica también es una manera de ejercer el sacerdocio.

“Sigo sintiéndome llamado a ser un sacerdote, un ministro del Señor que trabaja en la Iglesia en favor de las almas. Hay maneras diferentes de ejercer el sacerdocio, y una de ellas es la diplomacia eclesiástica que la Iglesia considera hoy todavía como una manera de ejercer su misión, por eso yo no encontré nunca contradicción entre ser sacerdote y diplomático”, dijo en la entrevista.

El Cardenal Parolin explicó que su misión principal es “estrechar los lazos entre la Santa Sede y las iglesias locales”.

“Estamos al servicio de la comunión y también de la defensa de la libertad de la Iglesia y de la libertad religiosa. Esa es mi manera de considerar la diplomacia”, expresó.

Política internacional

El Cardenal Parolin también se refirió al acuerdo provisional firmado entre la Santa Sede y la República Popular China, para el nombramiento de los obispos en el país asiático.

El acuerdo fue anunciado en septiembre de 2018 y renovado en octubre de 2020, pero los términos del mismo nunca se han dado a conocer por completo.

El Purpurado aseguró en la entrevista que “la Iglesia en China es una parte fundamental de la Iglesia Católica y todo lo que se ha intentado y se intenta hacer es para asegurar una vida normal en la Iglesia del país, conseguir espacios de libertad religiosa y de comunión, porque no se puede vivir en la iglesia católica sin la comunión con el sucesor de Pedro, con el Papa”.

Además, se refirió al histórico viaje del Pontífice a Irak realizado del 5 al 8 de marzo, al que calificó de “muy emotivo”.

“La Iglesia ha sufrido porque los cristianos, desgraciadamente, han sido perseguidos por todos los conflictos y por todas las fuerzas que quieren desarraigar la fe cristiana en aquel país. De allí podemos sacar una gran lección de los cristianos iraquíes”, comentó.

Además, cree que de la Iglesia en Europa debería haber “más solidaridad, más cercanía y más maneras de manifestar nuestro apoyo y ayudar a seguir adelante”; ya que “ellos nos enseñan esta capacidad de ser fiel a pesar de todas las dificultades”.

Al final de la entrevista, el Cardenal Parolin pidió que este lunes de Pascua “nos unamos todos en la oración para que el Señor nos ayude a ser fieles a nuestra misión, cada uno en su lugar, pero a ser fieles en la misión de testimoniar el Evangelio”.

El Cardenal Pietro Parolin nació el 17 de enero de 1955 y es Secretario de Estado del Vaticano desde el 15 de octubre de 2013.

A los 14 años entró al Seminario de Vicenza y fue ordenado sacerdote el 27 de abril de 1980. Estudió la licenciatura de Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana y en 1983 comenzó la Pontificia Academia Eclesiástica. Al finalizar, realizó servicio diplomático para la Santa Sede en las nunciaturas de Nigeria y México.

San Juan Pablo II lo nombró en 2002 subsecretario de la sección para las relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado del Vaticano y Benedicto XVI lo nombró en 2009 Nuncio Apostólico en Venezuela, cargo que desempeñó hasta que el Papa Francisco lo nombró Secretario de Estado en 2013.
 

ACI Prensa 5 de abril de 2021.