Claude Lefort fue uno de los principales pensadores franceses sobre totalitarismo y democracia. Maestro de filósofos, en 2007 reunió su obra dispersa en el volumen Le Temps Présent. Nacido en 1924, acaba de fallecer el pasado 3 de octubre a los 86 años. Aquí se reproducen fragmentos de una entrevista inédita hecha el año pasado. Por Gabriel Entin
Desde parIs
Si las transformaciones de la filosofía política francesa, desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, pudiesen sintetizarse en un nombre, ése sería el de Claude Lefort. Fallecido el pasado 3 de octubre a los 86 años, Lefort, quien enseñó en las universidades de La Sorbona, de Caen, de San Pablo y en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, fue uno de los pensadores más lúcidos y originales sobre el totalitarismo y la democracia. Durante más de seis décadas, su reflexión se articuló frente a los acontecimientos políticos que marcaron su propia experiencia: el nazismo, el comunismo, el trotskismo, la Unión Soviética, Mayo del ’68, las revoluciones de los países de Europa del Este, la consolidación de la democracia liberal. Su escritura, explicaba Lefort, era su “manera de ser”.
A lo largo de su obra –cuyos artículos, entrevistas, conferencias y ensayos inéditos desde 1945 hasta 2005 fueron publicados en la monumental compilación Le Temps Présent (2007)– Lefort se confrontó con lo que consideraba “las aventuras del pensamiento en la escritura”. A través del análisis de los protagonistas de estas aventuras, construyó su lectura de la historia como experiencia para analizar la complejidad del presente: desde Dante, Maquiavelo y La Boétie hasta George Orwell y Salman Rushdie; desde Michelet, Tocqueville, Sade, Guizot y Quinet hasta su maestro Maurice Merleau-Ponty, su amigo Cornelius Castoriadis, su director de tesis Raymond Aron y su colega François Furet; desde Marx hasta Hannah Arendt. Discípulo desde la escuela secundaria de Merleau-Ponty (y editor de sus obras póstumas), Lefort hizo del conflicto y de la división social el centro de su exploración filosófica sobre lo político. A diferencia de la política, que remite al conjunto de actividades e instituciones relacionadas con el ejercicio del poder, y con sus objetos específicos de estudio (el gobierno, los partidos, las elecciones), Lefort entendía por lo político, una dimensión simbólica de la sociedad: “Aquellos principios que dan cuenta de una forma de sociedad, de las relaciones entre los hombres, de la institución y representación del poder, de la ley, de las creencias”.
Su análisis de la democracia como una forma de sociedad parece indisociable de su reflexión sobre el totalitarismo. ¿Cambió su idea de la democracia luego de la caída de la mayoría de los regímenes totalitarios?
–No hay que considerar el concepto de democracia de una manera demasiado abstracta por el hecho de que nada se oponga a ella. Un régimen democrático es aquel donde se imponen las leyes, donde el gobierno se constituye efectivamente a partir del sufragio y es representativo. Esto es un valor en sí mismo de las democracias occidentales, más allá de toda crítica que se pueda hacer a su funcionamiento. Ahora bien, el progreso que creíamos que se iba a conseguir con el desarrollo democrático de países que tenían dictaduras o eran totalitarios y, luego, con la mundialización, no se produjo. Hay una representación cada vez más confusa en la variedad de las democracias.
¿Esta confusión se agrava con la crisis económica?
–Algo nuevo ocurre en la actualidad. La democracia estuvo relacionada con el reconocimiento, con la aceptación y con la expresión del conflicto social. Hasta hace no mucho tiempo, este conflicto se formulaba en términos de oposiciones de clase. Pero hoy estas oposiciones son menos visibles. El hecho de que no haya más una clase obrera que se organice y se reivindique como tal, hace que el presente y la representación del futuro sean profundamente desconcertantes.
¿Cómo se manifiesta el desconcierto?
–En primer lugar, no existe más una relación clara entre el poder de turno y sectores que antes podían definirse socialmente. Se ve entonces una forma difusa de tratar los problemas desde el poder frente a la cual no hay alternativas sólidas. En Francia, un ejemplo paradigmático es el del presidente Sarkozy. Intenta solucionar una serie de problemas a partir de una batería de reformas que no responden a un proyecto o a un eje político claro. Se trata de un poder que improvisa sin responder a las expectativas colectivas. En segundo lugar, a escala internacional, las sociedades son mucho menos comprensibles. No hay una alternativa a la democracia pero esto no significa que la democracia haya triunfado. Por el contrario, en Rusia hay una democracia corrupta, al igual que en algunos países de Europa del Este. De cierta forma, estos regímenes no pueden definirse y no dejan lugar a una evolución racional previsible.
Durante la década del ’50 usted fue profesor en la Universidad de San Pablo. ¿Podría señalar algunos cambios que observa en las democracias de América latina?
–Sería excesivo dar una respuesta. Admiro la evolución contemporánea de las democracias en muchos de los países latinoamericanos. Por ejemplo, en Brasil, que se caracteriza por años de desigualdades y de concentración de la propiedad, es extraordinaria la capacidad de Lula para difundir ideas de igualdad, de respeto al otro, o simplemente de respeto a la ley dentro de una sociedad en la cual la división económica es abismal.
En uno de sus ensayos usted se preguntaba sobre su condición de filósofo y expresaba una incomodidad con las etiquetas disciplinarias. ¿Cómo caracterizaría su escritura?
–Nunca tuve un método ni soy sistemático. Que no tenga método no significa que no haya partido de una teoría o que ignore las diferencias entre disciplinas, pero siempre empecé desde lo que para mí implicaba un acontecimiento. En la política comencé mi reflexión desde el marxismo y luego lo abandoné para intentar aprender a partir de la interpretación del acontecimiento que me interrogaba, al interior de una discusión sobre su sentido. Mi escritura está atravesada por la pregunta sobre los conflictos, sobre lo que parece probable e improbable, sobre lo legítimo e ilegítimo.
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