Genera pena la Presidente de la Nación, mas no simpatía. Porque ella -quizás pensando que Néstor Carlos Kirchner duraría para siempre- aceptó ser colocada prácticamente a dedo en el sillón de Rivadavia, encontrándose en perfecto conocimiento de su ahora probada incapacidad para tareas ejecutivas.
Una vez que Cristina Elisabet Fernández Wilhelm finalice su mandato (si acaso ello no tiene lugar antes de tiempo), los argentinos continuarán debatiendo por largos años acerca de su responsabilidad en el caos social en el que nuevamente está sumida la República Argentina. En virtud de los difíciles tiempos que se avecinan, no constituirá exageración afirmar -dentro de pocos meses- que Aníbal Fernández no era lo peor que podía ocurrirle a la administración de la seguridad en el país.
Ya habíamos referido desde las páginas de nuestro medio que la Presidente había quedado prisionera en el centro de un serpentario donde jamás encontraría en quién confiar. Ante el desmadre de las usurpaciones, creyó acertar cuando removió al bueno de Aníbal del contralor de la Policía Federal y otras fuerzas de seguridad. Se dijo siempre que la ex mujer del “Ciudadano Kirchner” depositaba grandes esperanzas en la Señora Nilda Garré, a quienes algunos “malintencionados” recuerdan por el alias de “Comandante Teresa”.
Como fuere, la primera medida importante de la ex Ministro de Defensa al frente de la PFA ha sido la de prohibirle a sus agentes la portación de armamento de cara a potenciales desalojos. Esta iniciativa -que Diario Clarín titula a grandes letras en su primera plana de este domingo 19 de diciembre- abre las pesadas puertas del Averno de un solo puntapié. Porque se trata de una prolija invitación para que los ejércitos a sueldo de traficantes de drogas de las villas y asentamientos de la Capital Federal arremetan con todo y contra todos. Con el condimento de que podrán pasar perfectamente por encima de los uniformados como si se tratara de soldaditos de plomo. Es el Estado que resigna definitivamente el monopolio de la violencia, para transferirlo sin vueltas al primer enemigo de cualquier sistema democrático: el crimen organizado. Cabe, entonces, preguntarse si Cristina ha procedido con sapiencia al depositarle este voto de confianza a Nilda Garré. Aún cuando esta última se resista a reconocer que, en realidad, va por las cajas policiales, o sea, la “recaudación” de la Policía Federal (aporte de nuestra fuente “Sorge”).
En las últimas horas, la Presidente de la Nación ha visto estrecharse su círculo de confianza, hasta quedar reducido a la mínima expresión. Como muestra, basta un botón: al desplumar a Héctor Masquelet -Secretario de Justicia, hombre de Aníbal Fernández- y reemplazarlo por el ignoto Alejandro Julián Álvarez de La Cámpora, CFK no hace sino reconocer que se ha quedado sin recambios. Para peor, hay espacio para concluir que el ingreso de un joven que responde a Máximo Kirchner es la moneda con que la agrupación del hijo de Néstor se ve retribuida, en virtud del “buen consejo” de abonar 40 millones de pesos para desalojar a los usurpadores del Indoamericano. Tal como lo ventilaran hace cuestión de horas el PRO de Mauricio Macri -en una planificada filtración a la prensa- y el estudioso Jorge Cayetano Saín Asís (http://www.jorgeasisdigital.com/).
El teatro de operaciones político-social acaba de teñirse de color negro azabache porque, si hasta hoy se decía que el núcleo de halcones kirchneristas empujaba a Cristina para que continúe hasta octubre de 2011 como prerrogativa para mantener los propios negocios, desde ahora todo parece indicar que incluso esos personajes de mirada torva han concluido que la Presidente se ha vuelto material de descarte.
Prisionera del laberinto que ella misma supo construirse -en connivencia con su marido muerto-, equivocó la estrategia en tantas ocasiones que, mareados, los analistas políticos perdieron la cuenta. Sucedió desde el momento en que Cristina pretendió endilgarles los choques entre vecinos y narcotraficantes de las villas a Mauricio Macri y a Eduardo Alberto Duhalde. En esta instancia, piqueteros relacionados con el tráfico de drogas -regentes de cocinas de “paco” y cocaína en las villas con sus oscuros sponsors- aprovecharon la ocasión y motivaron rápidamente a sus hordas para que encendieran la mecha y se hicieran de todo lo que pudiesen. En el ínterin, jóvenes de otros asentamientos y grupos de indocumentados procedieron a hacer lo propio. No siendo criminales organizados ni delincuentes comunes, otros tomaron nota del efecto contagio y observaron que la ley se había esfumado de las calles. La Justicia -como en el caso del juez Daniel Rafecas- exhibió el mismo titubeo que se desparramaba desde Balcarce 50, emitiendo orden y contraorden de desalojo. La sentencia “Desalojar sin reprimir ni recurrir a la violencia” suena a paradoja espacio-temporal o a expresión antitética desde donde se mire, pues equivale a pedirle con buenos modos y caricias a peligrosamente armados “okupas” que abandonen un predio tomado. Acto seguido, intervienen los propios vecinos para tomar el cumplimiento de la ley en propia mano: los argentinos se han convencido definitivamente de que su Gobierno Nacional y su sistema judicial crujen bajo el temor a la delincuencia, punteros políticos sin control y residentes desesperados de las villas. Se trata, en rigor, del subproducto terminado que Néstor Kirchner alimentó en vida desde 2003, pero que nadie se atrevía a denunciar. Pandemónium que se complementa de manera agridulce con las mentiras del INDEC y el famoso índice de popularidad del “setenta por ciento o más”, inventado de cabo a rabo en pulcros escritorios de encuestadores y analistas de opinión a sueldo. Con la deleznable complicidad de los exponentes más “encumbrados” del multimedio Clarín y todo el establishment rentado del periodismo “profesional”.
La Presidente Cristina Fernández Wilhelm es ahora prisionera de sus otrora cortesanos Horacio Verbitzky, Carlos Zannini, Nilda Garré, Francisco “Paco” Larcher, Héctor Icazuriaga, Luis D’Elía, Hebe de Bonafini, Sergio Schoklender y otros tantos. Precisamente, aquellos que prometían defenderla de las garras destituyentes de “la Derecha” (separar a los arriba mencionados en subgrupos o pequeñas cofradías es un ejercicio inútil; no vale la pena intentarlo). A la postre, se efectivizó aquello de que: “Si Usted no tiene estrategia, inmediatamente pasa a formar parte de la estrategia de otro”.
Pero resultó ser que “la Derecha” no representaba una amenaza tan temible. Solo se trataba de un monstruo artificialmente inflado por los nombres contabilizados en el párrafo anterior, con el “nobilísimo” objetivo de magnificar su propia importancia.
En medio de la tragicomedia y con la brújula ya rota, Cristina había logrado lo imposible en tiempo récord: dilapidar el capital político que había sumado con la muerte de su esposo y catapultar la popularidad de Mauricio Macri y Eduardo Duhalde (el “Padrino”) hacia niveles nada despreciables. La estrategia del Jefe de Gobierno fue más proactiva -y para nada inocente-: percibió con rapidez que la Presidente y Aníbal Fernández se encontraban prontos para ser noqueados de un solo golpe, e hizo su movida. El de Lomas de Zamora viene a representar el rol del distraído transeúnte que, sin esperarlo, baja la vista y se topa con el billete ganador de la lotería en la acera grasienta. Con la velocidad del rayo, la Casa Rosada lo acusó de organizar el desmadre suburbano. A tal punto resultó ingenua e infantil la reacción de la Presidente de la Nación que, por estas horas, el ciudadano promedio se dedica a hacer bromas, echándole la culpa a Duhalde hasta de la lluvia que le arruinó el fin de semana. Lo que la esposa del fallecido Néstor Carlos Kirchner debe estar preguntándose en este mismo momento es si acaso las recomendaciones de Juan Carlos “Chueco” Mazzón en tal sentido no formaban parte de una bien hilada operación de contrainteligencia: culpar al lomense para, de paso, levantar su imagen.
Lo único que ha atinado a hacer la primera mandataria ha sido atender los consejos de su hijo Máximo, quien se viera luego recompensado con puestos para sus socios de La Cámpora. Para que se comprenda bien: esta agrupación de jóvenes -donde también acostumbra pulular Guillermo Moreno- está llamada a ser la nueva generación de imberbes cleptócratas que se acomodan en base a tráfico de influencias, intereses prebendarios y corrupción. Como en su oportunidad lo fuera aquel experimento surrealista y nauseabundo que se dio en llamar la “Coordinadora” radical. Y -huelga decir- todos los presidentes han tenido y tendrán su reducto de juventudes que solo aspiran a triunfar para saquear las arcas del Estado.
El dato de color es, tal vez, el más difícil de asimilar, aunque certero: es el mismísimo peronismo opositor el que -ya en conversaciones con socialistas, ARI, UCR y GEN- se ha convencido de que Cristina debe ser mantenida en el poder a cualquier precio, contra los intereses del mismísimo círculo presidencial neofascistoide que la mantiene cercada. Los fundamentos son muchos, pero sobresale la necesidad de evitar un estallido social de imprevisibles consecuencias, que muchos juzgan podría convertir a diciembre de 2001 en un jardín de infantes.
Arrecian las sombras de la noche y Cristina Fernández ha transmutado ya en una figura meramente decorativa que ha perdido todo respeto y consideración ciudadana. Como nunca en estos 27 años de democracia, los titulares de los periódicos en estos días -y en particular este domingo 19- se ensañan con la devaluada imagen presidencial, tratando de no perderle pisada a la gente de a pie, que también hace lo propio. Aunque en la calle, el taxi, el bar y el restaurante, los epítetos son cada vez más difíciles de reproducir. Pero difíciles de olvidar, por lo creativos.
Matías E. Ruiz
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AHORA HAY 54 % DE RAZONES DEL TRIUNFO DE CRISTINA Y DOY GRACIAS A DIOS POR LA ESPERANZA QUE TENEMOS DE VER A UN PAIS CRISTIANO, QUE NO VA A LA IGLESIA A ADORAR A UN DIOS MUERTO, SINO QUE CUMPLE CON LAS ENSEÑANZAS DE JESUS
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