El sábado 15 de enero, al mismo tiempo que erigía en Inglaterra y Gales el primer Ordinariato para fieles provenientes del anglicanismo, el Papa Benedicto XVI nombró como nuevo presidente de la Pontificia Academia de las Ciencias al académico Werner Arber, de 81 años de edad, profesor emérito de Microbiología en la Universidad de Basilea y premio Nobel en Fisiología y Medicina en 1978.
Hasta allí, ninguna dificultad. Pero lo que suscitó reacciones opuestas fue el hecho de que el profesor Arber no es católico sino protestante. Estas reacciones han ido desde el escándalo de algunos ante el revolucionario hecho de que Benedicto XVI ponga a un protestante como cabeza de la Academia de Ciencias, hasta la complacencia de otros (siempre dispuestos a ignorar gran parte de los actos pontificios, a tergiversar los que no pueden ser ignorados y finalmente a elogiar aquellos que más les sirven para promover su propia ideología) por el mismo hecho de que Benedicto XVI ponga a un protestante como cabeza de la Academia de Ciencias.
De este modo, el mismo hecho produce dos lecturas diametralmente opuestas y suscita sentimientos contrarios. Pero tanto unos como otros tienen en común que su postura es equivocada. Del mismo modo que es equivocado decir, como algunos han hecho (aunque movidos, como se ha dicho, por la insaciable necesidad de promover la propia ideología), que ahora hay un protestante en la Curia Romana dado que, en realidad, la Pontificia Academia de las Ciencias no forma parte, estrictamente hablando, de la Curia Romana, sino que es un organismo que presta un servicio necesario y útil al Romano Pontífice, a la Curia y a la Iglesia Universal (cfr. Constitución Apostólica Pastor Bonus).
Para comprender por qué la decisión del Papa Benedicto, si bien novedosa, no representa una opción revolucionaria sino que está en conformidad con la naturaleza de este particular organismo, presentamos nuestra traducción de un esclarecedor artículo del vaticanista Gian Guido Vecchi publicado en el Corriere della Sera.
Ratzinger elige un protestante para guiar la Academia de las ciencias.
Por Gian Guido Vecchi
La institución nació en 1603 como la originaria Accademia dei Lincei, y cuando Pío XI le dio el nuevo nombre y los nuevos estatutos, en el Motu proprio del ’36 In multis solaciis, explicó que en la elección de los científicos “nos movieron las alabanzas que a favor de sus nombres provenían, con unánime consenso y aprobación, del mundo de los doctos” y “en las diversas naciones”: el valor como criterio esencial, sin discriminaciones, también más allá del “preciosísimo don de la fe católica”. El sentido de la cultura, la apertura universal al conocimiento: el espíritu de la Pontificia Academia de las Ciencias – 80 miembros, entre los cuales 36 premios Nobel, y personalidades como Rita Levi Montalcini, Carlo Rubbia o Stephen Hawking – ha tenido su coronación ayer, con Benedicto XVI, que ha decidido por primera vez en cuatro siglos nombrar en su vértice a un científico no católico.
El nuevo presidente de la Academia es, de hecho, el suizo Werner Arber, de 81 años, cristiano protestante reformado y premio Nobel de medicina en 1978: profesor emérito de Microbiología en la Universidad de Basilera, Arber fue premiado en Estocolmo junto a Hamilton O. Smith y Daniel Nathans por sus investigaciones en el campo de la genética. En particular se ha dedicado al estudio del mecanismo de defensa de la célula bacteriana contra los virus: su obra está ligada al descubrimiento de particulares enzimas, las de restricción, que pueden ser empleadas en el estudio de la organización genética y que abren el camino a la ingeniería genética. El profesor Arber sucede a otro gran científico, el físico italiano Nicola Cabibbo, que había guiado la Academia desde el ’93 y falleció el 16 de agosto del año pasado.
Por otra parte, Arber es académico pontificio desde 1981 y consejero desde el ’95, “no puede imaginar cuántos emails y llamadas telefónicas de felicitaciones hemos recibido”, sonríe el obispo y canciller de la Academia Marcelo Sánchez Sorondo: “El Santo Padre ha realizado un gesto lúcido, valiente, inteligente: ha elegido a un no católico, si bien cristiano y creyente, valorando sus cualidades científicas y su experiencia”. Porque este es el espíritu: “Desde que la creó el príncipe Federico Cesi, bajo Clemente VIII, se quería dar vida a un «Senado científico» para la Santa Sede, como decía Pío XI: desde la evolución a la definición de muerte, se discute libremente todo, la Iglesia sigue los últimos desarrollos, se buscan criterios comunes en las cuestiones emergentes”.
En cuanto a los criterios para ser admitidos a la Academia, explica el Canciller, son esencialmente dos: “Se eligen investigadores que sobresalen en su campo y a la vez representativos de todas las ramas de las ciencias naturales, así como de todo el mundo”. Y esto, como dijo Juan Pablo II, “sin ninguna forma de discriminación étnica o religiosa”. Ninguna opción confesional para los académicos pontificios: basta, es el mínimo, que no haya ninguna hostilidad a la Iglesia y a la fe. De este modo, la historia de la Pontificia Academia es una suerte de compendio de la historia de la Ciencia: desde Galileo a genios del siglo XX como Guillermo Marconi, Max Planck, Edwin Schrodinger o Alexander Fleming.
publicado en La Buhardilla de Jerónimo
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