lunes, 21 de febrero de 2011

Carta a Nicolás Maquiavelo (IV) : El Príncipe, sus ministros y los aduladores.

por el Cngo Ricardo B. Mazza

Nicolás:
Hace bastante tiempo que no te escribo. En realidad mi última carta data del cinco de marzo de dos mil siete. Te tenía un poco abandonado porque las ocupaciones y problemas que tenemos los mortales en ésta época, son cada vez mayores.
 
Pero no creas que he dejado de leerte, especialmente en tu obra “El príncipe”, ya que en ella se encuentran posturas tuyas que han sido copiadas en el transcurso del tiempo con resultados más o menos diversos, como te decía en mis tres cartas anteriores.


Como te exponía en ellas, no puedo compartir tu concepción de la política en la que llegas a legitimar lo innoble con tal de mantener el poder.Pero debo reconocer que asumes afirmaciones muy interesantes que no siempre son tenidas en cuenta por quienes se encuentran en la cresta del poder político.Y así, siguiendo tu pensamiento, las voces profundas de una Nación son las que deben ser escuchadas y no la de aquellos que estando lejos del pueblo llevan al gobernante al desvarío, ya que “el señor que no sea prudente y cuente con varios consejeros, no tendrá consejos convergentes, pues cada uno le dará el suyo, pensando en el propio bien particular”. (1) Es notable la “visión” peculiar que tienes cuando te refieres a la elección de los ministros del poder político ya que éstos “son buenos o malos, según la prudencia del príncipe. La primera conjetura que se hace de la inteligencia de un señor se funda en los hombres que le rodean; si son capaces y fieles, puede considerársele prudente, porque ha sabido conocerlos bien yconservarlos leales. Pero de no ser así, el juicio acerca del príncipe no puede ser positivo porque su primer error consiste en esa elección”. (2) Afirmas Nicolás que cuando el ministro piensa más en ser fiel a sí mismo que a su señor, no es digno de fiar, ya que éste debe pensar siempre en su señor, y el gobernante para mantenerlo fiel “debe pensar en su ministro, honrándolo, enriqueciéndolo, obligándolo, concediéndole honores y encargos para que comprenda que no puede vivir sin él y que los muchos honores no le hagan desear más, las demasiadas riquezas no le induzcan a aumentarlas, los abundantes encargos no le lleven a temer cambios de gobierno” (3). Es notable la similitud que encuentro entre lo que describes -por la experiencia nacida de tu observación continua- del modo de gobernar de tu época, con lo que acontece en la actualidad.En realidad estás diciendo que el poder marea a todos, de tal manera que aún siendo alguien un funcionario “funcional” al Príncipe, no deja de pensar en sí mismo usufructuando la “función” para el enriquecimiento propio, mientras que su “señor” lo “controla” dándole oportunidades que les hace adquirir pingües ganancias.Como te imaginas, este modo de “vivir” de la política, por más que se lo considere un hecho habitual, es ciertamente inicuo, ya que se pierde el verdadero sentido de la misión que deben cumplir los “Príncipes” o gobernantes y sus colaboradores más estrechos. Desde la perspectiva de la fe cristiana, y aún sin ella, con sólo un sentido de honestidad particular, el que conduce o dice conducir el poder político y sus funcionarios, han de pensar siempre en el servicio que deben prestar al pueblo al cual sirven, porque de él han recibido en última instancia la facultad para desempeñar sus funciones.Y así, por ejemplo, si preguntáramos a los ciudadanos de una nación si autorizan al gobernante o a sus funcionarios a enriquecerse a costilla suya, encontraríamos una respuesta totalmente negativa, ya que se deben a su servicio y no a servirse de ellos. Con idéntica oposición de la comunidad se toparían respecto a la utilización de los fondos que son de todos para mantener el poder a toda costa.Podrá quizás alguno en el ejercicio de sus funciones interrogarse, ¿por qué no puedo disponer de los bienes de todos según me plazca si me han elegido para ejercer el poder?La contestación no se haría esperar: justamente porque fuiste elegido para gobernar debes cuidar de lo que es patrimonio de los ciudadanos para administrarlo y distribuirlo según las necesidades de cada uno, de manera que a nadie le falte lo necesario para su desarrollo armónico como persona.El que gobierna no es dueño de lo ajeno sino sólo administrador, atento a que el único dueño absoluto de todo es el mismo Creador, el cual nos da los bienes de la tierra para la administración recta según los principios de la justicia distributiva que sale en auxilio de la comunidad otorgando lo común según las diferentes necesidades, y premiando los esfuerzos del ciudadano honesto según sus aportes a la comunidad toda.De allí se desprende que los bienes comunes no pueden ser utilizados para ganar adeptos, fieles más al dinero que a la verdad, o a mantenerlos incondicionales para que sostengan políticas de Estado erráticas o favorables a unos pocos.Debo reconocer que aciertas cuando afirmas que “corre a su ruina el príncipe que lo ha fundado todo en las palabras de los suyos, si no tiene otros agarraderos. Porque las amistades que se compran con dinero y no con nobleza y grandeza de ánimo, se adquieren, pero no se poseen; y uno no puede apelar a ellas cuando los tiempos son contrarios”. (4) En fin, Nicolás, son muchas las reflexiones que me suscitan tu peculiar escrito sobre el “modelo” de gobernante, pero no puedo expresarlas todas juntas ya que tú mismo te sentirías cansado de las interpretaciones que provocas.Por otra parte no quiero que te engrías pensando que estoy de acuerdo en todo lo que afirmas, sino que en lo que comparto contigo lo hago porque veo que muchas cosas se cumplen en cada época histórica, ya que siempre hay quienes están dispuestos a imitar lo malo y pocos son los que buscan una gestión política al servicio del bien común.Lamentablemente “la nueva moral” que inspiraste para la política tiene hoy un sinnúmero de seguidores.Te escribiré otra carta próximamente, si me aguantas, para reflexionar sobre la relación del Príncipe y el pueblo, atento a las jugosas descripciones que realizas.
Con mi segura oración,
Padre Ricardo Mazza, Director del CEPS “Santo Tomás Moro” Santa Fe, 16 de Junio de 2008.

Notas : (1)(Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”, cap. 23 pág.112. Editorial Planeta 1992).(2)(Cap. 22, pág.108).(3)(pág. 109). (4) pág. 78.
(pág.78).





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