viernes, 10 de junio de 2011

Cuatro mitos sobre las Cruzadas (I)

por Paul F. Crawford 

En el año 2001 el Expresidente Bill Clinton dio un discurso en la Universidad de Georgetown en el que habló sobre la respuesta de Occidente a los entonces recientes ataques terroristas del 11 de septiembre. El discurso contiene unas cuantas, pero relevantes, referencias a las cruzadas.

El Sr. Clinton afirmó que “cuando los soldados cristianos tomaron Jerusalén (en 1099), procedieron a matar a todas las mujeres y a todos los niños musulmanes en el templo del Monte”. Citó las “descripciones contemporáneas del evento” como fuentes en las que se afirma “que los soldados que caminaban allí lo hacían con sangre hasta las rodillas”. Esta historia, dijo el Sr. Clinton enfáticamente, “aún se narra en Medio Oriente y todavía estamos pagando por ello”.

Esta perspectiva de las cruzadas no es inusual. Pervierte libros de textos así como literatura popular. Otro libro que suele ser confiable alega que “la cruzadas fusionaron tres características medievales impulsivas: la piedad, la pugna y la codicia. Esenciales las tres”.

La película Kingdom of Heaven (“El Reino de los Cielos” o “Cruzada”, de 2005) muestra a los cruzados como fanáticos groseros, los mejores de los cuales se debaten entre el remordimiento por sus excesos y la lujuria para seguir con ellos.

Incluso la información histórica para los juegos de rol –que se supone se basan en fuentes más confiables– contienen afirmaciones como esta: “los soldados de la Primera Cruzada aparecieron, básicamente, sin advertencias, inundando Tierra Santa con la misión declarada –literalmente– de matar a los no creyentes”, “las cruzadas eran una temprana forma de imperialismo”, y “la confrontación con el Islam dio inicio a un periodo de fanatismo religioso que generó la Inquisición y las guerras religiosas en la desolada Europa durante la era Isabelina”.

El más famoso historiador semi-popular de las cruzadas, Sir Steven Runciman, termina sus tres volúmenes de magnífica prosa con el juicio de que las cruzadas eran “nada más que un largo acto de intolerancia en el nombre de Dios, que es el pecado contra el Espíritu Santo”.

El veredicto parece unánime. Desde los discursos presidenciales hasta los juegos de rol, las cruzadas son mostradas como un episodio deplorablemente violento en el que libertinos occidentales, que no habían sido provocados, asesinaban y robaban a musulmanes sofisticados y amantes de la paz, dejando patrones de opresión escandalosa que se repetirían en la historia subsecuente. En muchos lugares de la civilización occidental actual, esta perspectiva es demasiado común y demasiado obvia como para ser rebatida.

Pero la unanimidad no es garantía de precisión. Lo que todo el mundo “sabe” sobre las cruzadas podría, de hecho, no ser cierto. Veamos las nociones populares sobre los cruzados y tomemos cuatro para ver si pasan un examen más certero.

Mito 1: Las cruzadas representaron un ataque no provocado de cristianos occidentales contra el mundo musulmán

Nada podría estar más lejos de la verdad, e incluso una revisión cronológica aclararía eso. En el año 632, Egipto, Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Dentro de los límites del Imperio Romano, que todavía era completamente funcional en el Mediterráneo oriental, el cristianismo ortodoxo era la religión oficial y claramente mayoritaria.

Fuera de los límites estaban otras grandes comunidades cristianas: no necesariamente ortodoxas o católicas, pero aún cristianas. La mayoría de la población cristiana de Persia, por ejemplo, era nestoriana. Ciertamente habían muchas más comunidades cristianas en la región árabe.

Hacia el año 732, un siglo después, los cristianos habían perdido Egipto, Palestina, Siria, el norte de África, España, gran parte de Asia Menor, y la parte sur de Francia. Italia y sus islas estaban bajo amenaza, y caerían bajo el dominio musulmán en el siglo siguiente. Las comunidades cristianas de Arabia fueron destruidas completamente en o poco después del 633, cuando los judíos y los cristianos por igual fueron expulsados de la península. Aquellos en Persia estuvieron bajo severa presión. Dos tercios del territorio que había sido del mundo cristiano eran ahora regidos por musulmanes.

¿Qué había pasado? La mayoría de la gente sí sabe la respuesta, si es que se les precisa un poco, pero por alguna razón no conectan usualmente la respuesta a las cruzadas. La respuesta es el avance del Islam. Cada una de las regiones mencionadas fue sacada, en el transcurso de cien años, del control cristiano por medio de la violencia, a través de campañas militares deliberadamente diseñadas para expandir el territorio musulmán a expensas de sus vecinos. Pero esto no dio por concluido el programa de conquistas del Islam.
Los ataques continuaron, focalizándose de tiempo en tiempo en los intentos cristianos por repelerlos. Carlo Magno bloqueó el avance musulmán en Europa occidental cerca al 800 pero las fuerzas islámicas simplemente cambiaron su objetivo y comenzaron por las islas del norte de África hasta las costas francesas e italianas, atacando el territorio principal italiano en el 837.

Una confusa lucha por el control de la zona centro y sur de Italia prosiguió el resto del siglo IX y el décimo. En cien años entre el 850 y el 950, los monjes benedictinos fueron expulsados de sus antiguos monasterios, los estados papales fueron arrasados y se establecieron bases piratas musulmanas en toda la costa norte de Italia y en el sur de Francia, desde donde se lanzaron los ataques en lo más profundo del territorio. Desesperados por proteger a las víctimas cristianas, los Papas se involucraron en los siglos XI y XII dirigiendo la defensa de los territorios a su alrededor.

La autoridad secular sobreviviente del mundo cristiano en este tiempo fue el Imperio Romano de Oriente o Bizantino. Habiendo perdido mucho de su territorio en los siglos VII y VIII por la repentina amputación provocada por los musulmanes, los bizantinos tomaron un largo periodo para renovar fuerzas y contraatacar.

A mediados del siglo IX, iniciaron el contraataque en Egipto, la primera vez desde el 645 en que osaron ir tan lejos al sur. Entre las décadas del 940s’ y el 970s’, los bizantinos lograron un gran avance al recuperar territorios perdidos. El emperador Juan Tzimiskes recuperó buena parte de Siria y un sector de Palestina, llegando hasta Nazaret, pero sus ejércitos se extendieron demasiado y tuvo que concluir su campaña en el 975 sin haber recuperado Jerusalén misma. El contraataque musulmán no se hizo esperar y los bizantinos pudieron retener, a duras penas, Alepo (Siria) y Antioquía.

La lucha continuó sin cesar en el siglo XI. En 1009, un trastornado gobernante musulmán destruyó la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén e inició una gran persecución de cristianos y judíos. Pronto fue depuesto y hacia el año 1038 los bizantinos habían negociado el derecho a tratar de reconstruir la estructura. Sin embargo otros eventos hacían difícil la vida para los cristianos en el área, especialmente el desplazamiento de los gobernantes árabes musulmanes por los turcos Seljuk, quienes desde el 1055 comenzaron a tomar el control de Medio Oriente.

Esto desestabilizó el territorio e introdujo nuevos gobernantes (los turcos) que no estaban familiarizados ni siquiera con el mosaico y modus vivendi que había existido entre la mayoría de los gobernantes árabes musulmanes y sus súbditos cristianos. Las peregrinaciones comenzaron a hacerse cada vez más difíciles y peligrosas, y los peregrinos occidentales comenzaron a unirse y a portar armas para defenderse mientras trataban de llegar a los santos lugares en Palestina: son destacables las peregrinaciones armadas que se dieron entre 1064 y 1065; y entre 1087 y 1091.

En el Mediterráneo occidental y central, el balance de poder se inclinaba hacia los cristianos y se le iba de las manos a los musulmanes. En el 1034, los pisanos saquearon una base musulmana en África del Norte y finalmente extendieron sus contraataques a todo el Mediterráneo. También ellos generaron contraataques hacia Sicilia entre 1062 y 1063. En 1087, una gran fuerza aliada saqueó Mahdia, actualmente Túnez, en una campaña patrocinada por el Papa Víctor III y la condesa de Toscana. Claramente los cristianos italianos estaban tomando la delantera.

Pero mientras el poder cristiano en el Mediterráneo central y occidental crecía, estaba en problemas en la parte oriental. El alza de los turcos musulmanes varió el peso del poder militar contra los bizantinos, quienes perdieron una considerable extensión de terreno nuevamente en la década del ‘1060s. Intentando encabezar otras incursiones en el lejano oriente de Asia Menor en 1071, los bizantinos sufrieron una devastadora derrota a manos de los turcos en la batalla de Manzikert. Como resultado de esta batalla, los cristianos perdieron el control de casi toda Asia Menor, con sus recursos agrarios y sus territorios de reclutamiento militar, y un sultán musulmán estableció una capital en Nicea, lugar de la creación del Credo Niceno Constantinopolitano en el 325, a 125 millas de Constantinopla.

Desesperados, los bizantinos pidieron ayuda a occidente, dirigiendo estos llamados primeramente a la persona que veían como autoridad allá: el Papa, que, como hemos visto, ya había estado dirigiendo la resistencia cristiana contra los ataques musulmanes.

En los primeros años de la década del ‘1070s, el Papa era Gregorio VII, e inmediatamente comenzó los planes para liderar una expedición en ayuda de los bizantinos. Debido a su participación en un conflicto con los emperadores alemanes (lo que los historiadores llaman la ‘controversia de investidura’), no pudo ofrecer una ayuda significativa. Sin embargo los bizantinos persistieron en su pedido de ayuda, y finalmente, en el año 1095, el Papa Urbano II hizo realidad el deseo de Gregorio VII, poniéndolo en práctica en lo que sería la Primera Cruzada.

Si una cruzada era lo que Urbano o los bizantinos tenían en mente es cuestión de cierta controversia. Pero la articulada progresión de eventos que llevaron a ella no lo es.

Lejos de no haber sido provocadas, entonces, las cruzadas realmente representan el primer gran contraataque del Occidente cristiano contra los ataques musulmanes que se habían dado continuamente desde el inicio del Islam hasta el siglo XI, y que siguieron luego casi sin cesar.

Tres de las cinco sedes episcopales de la cristiandad (Jerusalén, Antioquía y Alejandría) habían sido capturadas en el siglo VII antes de las cruzadas. La cuarta sería capturada en 1453, dejando solo una de las cinco (Roma) en manos cristianas hacia el año 1500. Roma fue amenazada nuevamente en el siglo XVI. Esto no significa entonces la ausencia de provocación, en vez de ello se aprecia una amenaza mortal y persistente, una a la que tenía que responderse con una defensa vigorosa si la Cristiandad quería sobrevivir. Las cruzadas fueron simplemente una herramienta en las opciones defensivas ejercidas por los cristianos.

Para poner el asunto en perspectiva, basta con preguntarse cuántas veces fuerzas cristianas han atacado la Meca. La respuesta, por supuesto, es nunca. (continuará.....)

(21/04/2011)




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