miércoles, 29 de junio de 2011

De una curiosa carta del colectivo gay al Papa



por Jorge Enrique Mújica | jem@arcol.org

El hecho ha sido el siguiente: un colectivo de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales (European Forum of Lesbian, Gay, Bisexual and Transgender Christian Groups) hizo pública una carta dirigida al Papa Benedicto XVI «para que ponga atención a los derechos humanos» de los homosexuales.
En la carta, cuyo original se puede leer en italiano aquí, destacan puntos y peticiones como los siguientes:

1. El supuesto rechazo del Vaticano a una moratoria contra la «homofobia» de 2008: «en diciembre de 2008 la Santa Sede rechazó sostener la declaración de las Naciones Unidas sobre la orientación sexual y la identidad de género. La declaración contiene un párrafo que exhorta a todos los Estados a asegurar que la orientación sexual o la identidad de género no pueden ser, en ninguna circunstancia, la base para actuaciones de penas criminales, en particular de ejecuciones, arrestos o detenciones», dice la carta.

2. No proponer terapias para modificar el comportamiento homosexual.

3. No pedir una vida de castidad a los gays que no se sienten llamados a esa «vocación».

4. Aceptar lo que la ciencia «ha demostrado» sobre la cientificidad de la homosexualidad.

5. Aceptación y bendición de este tipo de relaciones en el interior de la Iglesia.

6. No solicitar a los católicos que voten partidos políticos que promuevan legislaciones a favor de uniones de personas del mismo sexo.

En España, como reporta la agencia EFE (véase enlace), la «Federación Española de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales» (FELGTB) entregó una copia de la carta en la sede de la Conferencia Episcopal Española y solicitó una reunión con su presidente, el cardenal arzobispo de Madrid, pues se «trata de que la Iglesia no tarde 500 años en reconocer los Derechos Humanos de nuestro colectivo», según declaraciones del presidente de la organización gay, Antonio Poveda.

Más allá del hecho anecdótico de la misiva aprobada por los delegados de los 44 grupos cristianos europeos que son miembros del «Forum», en la Conferencia anual del 7 de mayo de 2011, está la oportunidad de recordar el pensamiento católico al respecto y de arrojar un poco de luz siguiendo los puntos de la misma carta del 10 de junio pasado así como responder a la aseveración del presidente de la asociación homosexual de España.

1. En 2008 la Santa Sede no suscribió la moratoria no porque estuviera a favor de «matar gays», como se dijo; se opuso a las políticas de fondo que era la promoción de la ideología de género que borra las distinciones naturales entre los dos sexos únicos para dar paso a toda serie de aberraciones sexuales. Ese tipo de iniciativas no sólo promueven la sodomía sino que además penalizan el hecho de pensar que no es natural y, en consecuencia, que posee una intrínseca valoración negativa.

2. Sobre las terapias, la Iglesia no las promueve institucionalmente, lo que no significa que no las haya y que además sean muy efectivas. Hemos hablado de algunos casos en «¿Salir de la homosexualidad? Testimonios que dicen que es posible». Asociaciones de inspiración cristiana como Courage Latino promueven con éxito este tipo de soluciones.

3. La castidad que propone la Iglesia es para todo ser humano. No hay dispensas «especiales». Esto presupone un alto sentido de la fidelidad y una vivencia auténtica de la fe que refuerza las decisiones que Dios acompaña y bendice con su gracia.

4. Sobre las afirmaciones «científicas» a las que se alude, parece poco más que atrevido y precipitado apelar a ellas pero no decir nombres de los estudios ni de los estudiosos, en caso de que existan.

5. El punto cinco oscila entre la ingenuidad y la provocación… Si la homosexualidad está claramente rechazada en la Biblia (véase al respecto este enlace), por qué la Iglesia habría de ir en contra de lo que la Palabra de Dios dice al respecto.

6. Por último, la Iglesia no pide el voto para algún partido político en concreto: ofrece líneas de orientación. Que luego esas líneas estén en sintonía con alguna denominación política, o en total discrepancia, pone de manifiesto la oportunidad para que los ciudadanos que además son católicos voten a aquellos que representen, promuevan y defienden lo que ellos creen.

Es significativo que en la carta abierta del colectivo gay se haga referencia al Catecismo de la Iglesia católica, especialmente al número 2358, que dice que los homosexuales «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición». Ciertamente la citación en la carta es ambigua y más bien desvía la atención y reinterpretar el número a su modo, pero leído por entero permite conocer el pensamiento real y oficial de la Iglesia sobre las personas homosexuales. Una postura diametralmente opuesta al primer punto. Esto también sirve de respuesta al señor Poveda.

No es el único lugar donde se toca este campo en la doctrina oficial de la Iglesia católica. El 3 de junio de 2003 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el documento «Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales». Ahí quedan recogidos razonamientos de orden biológico, antropológico, sociológico y jurídico contra la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo. Hacia el final del documento se vuelve a insistir en el respeto hacia ellas.

Así las cosas, no parece que haya una correcta interpretación del magisterio católico en algunas partes de la carta. Lo anecdótico de la misma ofrece la oportunidad de recordar algunos principios elementales e invita a la lectura pausada del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de los otros enlaces.

No sobra recordar que el respeto a las personas homosexuales se desprende no de su preferencia sexual sino de su dignidad en cuanto personas; una dignidad igual que la de cualquier otro ser humano. Valorarlas no implica, sin embargo, aceptar los actos homosexuales como naturales.

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