viernes, 1 de julio de 2011

¿Progresismo o espejismo?


por Carlos Daniel Lasa

Podemos observar que en la actualidad se respira una atmósfera intelectual caracterizada por un permisivismo moral que no tiene antecedentes en el mundo entero. Hoy por hoy, aquello que siempre ha sido considerado como malo, no sólo es aprobado sino que, incluso, es alentado.
Desde los gobiernos nacionales, provinciales y municipales se promueven campañas en favor de la ideología del género, del sexo como instrumento de placer, del aborto, etc. Hace poco tiempo una inspectora de jardines de infantes, fiel a las directivas que se bajan en educación, amonestó severamente a una docente porque se le había ocurrido separar, en un coro, a los varones, que harían sonar las maracas, de las niñas, que tendrían cascabeles. ¿Cómo era posible que a esta pobre docente se le ocurriese desafiar a la ya consagrada y dogmática ideología del género? Ciertamente que era todo un atrevimiento que no se podía permitir. ¿Cómo podía ser posible que una maestra de música desafiase a los númenes de la educación actual que nos enseñan que todo concepto es una pura construcción y que, por lo tanto, no habiendo nada de natural, es preciso someter todo a una resignificación inagotable, menos, claro está, a esta última afirmación. Estas tesis y otras son moneda cotidiana en nuestras vidas. Sostenerlas equivale a ser progresista. Y ser progresista es la chapa ideal para validarse plenamente ante la sociedad. Sin embargo, si bien respiramos cotidianamente esta atmósfera progresista, no nos resulta fácil aprehender su núcleo de sentido. Por ello nos parece que es de fundamental importancia intentarlo.

El progresismo, que en la actualidad identificamos con el sociologismo, es el producto de la crítica marxista de las ideologías extendida al marxismo mismo. Karl Marx fue un crítico de lo que él mismo denominó ideología. Este término aparece en Marx, por vez primera, en La Ideología Alemana[1] y resulta, a lo largo de la obra del pensador alemán, ambivalente. A veces el término adquiere un sentido peyorativo, casi psicoanalítico, cuando designa las representaciones falsas que los hombres se hacen de sí mismos y que son productos meramente culturales. En otras, adquiere un sentido positivo. Este sentido es aplicado al mismo marxismo para designar la ideología del proletariado. Marx establece, dentro de la ideología misma, la distinción entre verdad y falsedad: se pueden distinguir, en efecto, las ideologías reaccionarias, justificadoras de la realidad dada (ideologías falsas), de las ideologías progresistas y liberadoras (ideologías verdaderas).

Es curioso observar que el marxismo, pese a su historicismo, mantiene un conjunto de verdades eternas (juicios de valor o juicios teóricos universales), válidos para todos los hombres de todo tiempo, como por ejemplo: la idea de hombre social entendida como negación completa de la idea platónico-cristiana de la participación (tesis VI sobre Feuerbach); la idea de la dialéctica como unidad de lo racional y lo real; la posibilidad objetiva de la realización histórica de una comunidad humana auténtica, caracterizada por la abolición de las clases sociales y del disfrute; la unidad de teoría y práctica, de donde viene la crítica de la filosofía especulativa y la reducción de la idea a puro instrumento de producción; la visión de la historia como progreso, etc. Ahora bien, cuando la crítica marxista a las ideologías se aplica al marxismo mismo, el resultado es el sociologismo o progresismo, posiciones verdaderamente postmarxistas.

La afirmación postmarxista sostiene que todo es ideológico, que es como decir, todo sistema de ideas es producto de un contexto socio-histórico. Esta última idea va a ser, a juicio de los progresistas o sociologistas, la única que trascienda todo contexto socio-histórico para adquirir validez transhistórica. Esta idea es la única verdad, el único principio universal, el único dogma que jamás puede ponerse en discusión. Si, entonces, no es posible al hombre alcanzar verdades transhistóricas (excepto aquella de que no hay verdad transhistórica alguna), ¿qué valores quedarán en pie para fundar la vida individual y social? La respuesta es obvia: sólo los valores vitales. De allí que una “sociedad racional” sea aquella que ordena todas sus fuerzas a satisfacerlos. Dentro de esta lógica, todo adquiere razón de instrumento, de medio, incluidos el conocimiento y la persona humana misma. Ya no podremos decir, con Kant, que la persona debe ser considerada como un fin. Y si la persona humana, en lugar de instrumento apto, se transformase en obstáculo, deberá ser eliminada. Una vida humana dentro del vientre de una madre, por ejemplo, que se plantease como un estorbo para la mujer, para la familia o para la sociedad, deberá ser eliminada. Por esta razón se habrá de abogar, entre otras cosas, para que el ordenamiento jurídico de la sociedad legalice el aborto.

En esta sociedad de la opulencia, cuyo núcleo constitutivo es el sociologismo o el progresismo, el hombre ha quedado reducido a la pura dimensión biológica y, en consecuencia, han quedado sólo en pie los valores vitales. En un mundo así configurado, donde no queda lugar alguno para el espíritu ni para su cultivo, el reinado del progresismo equivale a la degradación del hombre a la pura y mínima vida animal y la consiguiente renuncia a la excelencia humana. En un mundo así planteado, los negocios, en lugar de los ideales, ocupan el lugar central. Es por ello que nuestros revolucionarios han devenido de «revolucionarios de la hoz y del martillo» a «revolucionarios de la hoz y del bolsillo». Augusto del Noce describe esta patética situación con estas palabras: «El desarrollo lógico de este proceso espiritual debe ser, por eso, el “activismo”, la mística de la acción para la acción, la fuga de sí y de la verdad de la acción. La acción es ya querida por sí, no más como medio para la realización de un fin. Los valores, en lugar de dirigir y dar significado a la acción, valen solamente como instrumentos que pueden promoverla. Pero la acción así entendida se reduce a una simple transformación de la realidad; y esta transformación, este “mover” que es por sí querido, no implica una humanidad mejor. De allí que el retroceso de los valores equivalga a un retroceso de los hombres. Ellos cesan de ser fines en sí mismos para convertirse en instrumentos y en obstáculos para mi acción. La lógica inmanente del activismo conduce a la negación de la personalidad de los otros, a su reducción a “objetos” (y nos viene en mente el sentido etimológico de objeto: “realidad puesta delante de mí”; y por eso, ya no centro de vida espiritual, sino límite que puedo utilizar o abatir, por mi acción)»[2].

Notas

[1] Vocablo “Ideología”, en Dictionnaire critique du marxisme. Paris, Presses Universitaires de France, 1982, 1re. édition, p. 440.

[2] Del Noce, Augusto. Il suicidio della rivoluzione. Rusconi, Milano, 1992, seconda edizione, pp. 210–211. La traducción es nuestra.

FUENTE ¡FUERA LOS METAFÍSICOS! (junio 10, 2011).

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