por Verónica Cruz Pillich
El suicidio colectivo de 914 personas en Jonestown, Guyana, sacudió la opinión pública en 1978. Todos eran seguidores del grupo religioso “El Templo del Pueblo”, dirigido por el reverendo Jim Jones, quien instó a los presentes a entregar sus vidas mediante la ingestión de una mezcla letal de bebidas.
En la década de 1990, se produjeron varios incidentes similares, entre estos, el suicidio de 80 ciudadanos junto con el líder David Koresh en Waco, Texas.Diez años después, justo cuando comenzaba el milenio, otro caso acaparaba los medios de comunicación, esta vez, en Uganda. “El Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios”, comandado por Joseph Kibwetere, reclamó de sus seguidores un suicidio en masa. Las autoridades encontraron 235 cadáveres, pero luego, el número de fallecidos aumentó.
Los sucesos anteriores son ejemplo de lo que pueden llegar a hacer ciertos grupos o sectas religiosas extremas. Este tipo de manifestaciones ha representado y representa una gran preocupación para la Iglesia Católica y un verdadero desafío pastoral. Además, evidencia la ausencia de la Iglesia en algunos sectores más vulnerables.
Durante su pontificado, el Beato Juan Pablo II se expresó continuamente sobre estas agrupaciones y alzaba su voz de alerta con respecto a su propagación en diferentes partes del mundo. “Veo que, en los diversos países de América Latina, el problema número uno es, cada vez más, el problema de las sectas”. (Discurso ofrecido a los obispos de Perú, en 1988) Varios años más tarde, en un mensaje a los obispos de Estados Unidos, reafirmó el poder que tienen las sectas y urgió a la Iglesia a tomar acción.
“Sé bien que la promoción de estos grupos cuentan con recursos económicos fuertes y que su predicación seduce al pueblo con falsos espejismos y siembra confusión. Es importante que vuestra pastoral sepa ocupar los espacios en los que actúan esas sectas, despertando en el pueblo la alegría y el santo orgullo de pertenecer a la única Iglesia de Cristo, que subsiste en nuestra santa Iglesia Católica”. (1993)
Puerto Rico no es la excepción en cuestión de la existencia de sectas o grupos religiosos. El propio vicario de ecumenismo de la Arquidiócesis de San Juan, Padre William Torres Pagán, catalogó este fenómeno como una realidad alarmante y un serio problema. “Esto impide, no sólo el camino evangelizador, sino también el camino hacia el ecumenismo”, planteó.
De manera impactante, Padre William expuso que la mayor parte de las personas que entran a los grupos religiosos han sido antes católicos. “En mi opinión, se debe a que no han tenido una conversión sincera con Jesucristo y, sobre todo, una madura y excelente formación. Muchos cristianos y cristianas se han quedado con la catequesis ofrecida para la Primera Comunión o la Confirmación y, lamentablemente, muchos no han procurado nada más. No han tenido la preocupación de crecer en una formación más profunda de la Iglesia, de la Sagrada Escritura, de los dogmas de la fe, entre otros temas, que los ayude a poder conocer, amar y servir a Jesucristo”.
Asimismo, mencionó y describió algunas agrupaciones de este tipo que imperan en la Isla. “Podemos mencionar las sectas pseudocristianas, que son los grupos que se presentan como cristianos, aunque en realidad su teología y su práctica dista mucho de tener como base la Sagrada Escritura: los Adventistas del Séptimo Día, la Iglesia del Dios Universal, Mormones (Iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días) y Testigos de Jehová, entre otros”, reveló.
Igualmente, se mostró preocupado por la propagación de las sectas religiosas en el País. “Lamentablemente, han logrado esparcirse en la sociedad puertorriqueña por entrar en íntima relación con las necesidades y aspiraciones de muchas personas”, señaló. Citó, además, el Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, producto del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, para explicar las causas por las cuales se ha extendido este tipo de manifestaciones. “Búsqueda de pertenencia, búsqueda de respuestas, búsqueda de integridad (holismo), búsqueda de una identidad cultural, necesidad de ser reconocido, de ser especial, búsqueda de la transcendencia, necesidad de una guía espiritual, necesidad de visión, necesidad de participación y compromiso son algunas de las razones”, detalló.
De igual modo, apuntó que los jóvenes son quienes están en mayor riesgo de ingresar a una de estas colectividades. “Esto puede deberse a varias razones: cuanto más ociosos estén, que provengan de hogares no estables, que pertenezcan a grupos étnicos minoritarios y que vivan en lugares lejanos del influjo de la Iglesia. También, se encuentran las personas con poca o ninguna formación cristiana y aquellos que, por su situación particular, no se sienten acogidos en la Iglesia Católica. Además, los problemas económicos son un factor determinante, ya que muchas sectas proponen la idea de prosperidad como premio de Dios”, sostuvo.
En cuanto a los efectos de la proliferación de estos grupos religiosos en la sociedad puertorriqueña, el Vicario de Ecumenismo apuntó que éstos son nefastos. “En el hogar se crea un distanciamiento. Hay un ambiente de división y discordia por hacer que los otros miembros de la familia se conviertan a la nueva fe. A nivel de la sociedad, crea rupturas también. Lo hemos visto, por ejemplo, con los Testigos de Jehová, cuyas creencias han provocado que el Estado intervenga en casos, como los de no permitir la donación de sangre para ninguno de sus familiares”, mencionó.
Además, relató que existen sectas que postulan principios equivocados, los cuales llevan a la poligamia y al abuso de menores. Hay, también, quienes pronostican el fin del mundo e inducen al suicidio colectivo. “En el aspecto religioso, no tratan de mantener un diálogo y menos una relación. Es por ello que, con las sectas, no se puede tener un diálogo ecuménico”, aseguró.
Finalmente, el vicario de ecumenismo envió un mensaje de alerta a los cristianos católicos. “Muchas veces los católicos se intimidan porque no saben cómo tratar a estos hermanos y hermanas, quienes nos plantean sus ideas. Ahí surge la intimidación por no saber responderles ante los dogmas o preceptos que nos comentan. Si conociéramos nuestra fe, nos sentiríamos con la capacidad de poder ayudarles y no dejarnos convencer por doctrinas llamativas y extrañas, como nos dice el apóstol. La formación continua es la base de todo que nos llevará a una vivencia profunda de nuestra fe”, precisó.
Fuente: El Visitante
Posted: 11 Aug 2011 11:28 PM PDT
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