A una semana de las elecciones, no hay ases en la manga. Se tira, pues, la última carta. Considerando que los resultados ya no asombran, o al menos no sorprenden aunque causen sensaciones divergentes en unos y otros, hay una realidad subyacente que debería contemplarse.
Por una vez hay que sincerarse: al siempre culpado periodismo está vez no puede culparse. Con diferentes formas y maneras se ha ocupado sistemáticamente de poner al descubierto la esencia misma del actual gobierno.
Sin matices se lo desnudó hasta el hueso. Los casos de corrupción, las estafas a los ciudadanos, el desinterés por las necesidades del pueblo, la mentira permanente se han mostrado en primeras planas, quizás con más énfasis en los últimos años. Nadie puede decir, al concluir los dos primeros períodos de mandato, que no sabe de qué trata el kirchnerismo, cuál es su método y su objetivo. De hecho, y sin eufemismos, éste será avalado por el grueso de la sociedad el próximo domingo. La permanencia en el poder ya no es un desvarío, la hegemonía se materializa, y es –finalmente- la libertad la que peligra.
Está claro (ya lo hemos analizado), que en esta geografía pueden ignorarse las rejas si acaso hay metálico que satisfaga alguna necesidad de esas impuestas por el Ejecutivo a través de la cadena nacional. Un ejemplo: ¿Cuánto faltará para que empiecen a pulular “BlackBerry” indistintamente entre sectores prósperos y otros carenciados?
Basta que la jefe de Estado lo presente en alguno de sus actos como un leitmotiv del existir, para que obtenerlo se convierta en un certificado de crecimiento y progreso. Sucedió con los plasmas, las bicicletas y otros electrodomésticos. Eufemismos y distorsiones a granel no justifican, sin embargo, que se haga caso omiso a aquello que durante mucho tiempo se ha mostrado como el esqueleto de una administración de gobierno.
En rigor, hasta es dable decir que más que una gestión, sólo se actuó un libreto. En el 2003, el Ejecutivo, inauguró una campaña proselitista que llegaría hasta el día de hoy. Nada garantiza tampoco que vaya a culminar en diciembre próximo. Anuncios y luces de neón, pan y circo, mecanismos arteros de distracción, y una maquinaria oficialista capaz de vender uvas por frutillas.
La gente se cegó, y voluntariamente elije permanecer de ese modo porque de lo contrario hay trabajo para hacer. Las responsabilidades son de todos. Posiblemente quién menos culpa tenga en este ahora sea la Presidente de la Nación. Ella apenas emite un voto a su favor, el resto son del pueblo ni más ni menos.
En ese sentido, el campo, a poco de entrar al cuarto oscuro sabe de qué manera se lo trató, y puede prever que, si la caja se vacía será a través de retenciones o nuevos impuestos a su sector como se revertirá esa situación.
Tampoco desconoce el empresariado, el modus operandi de Guillermo Moreno, apenas un soldado que puede continuar o ser reemplazado sin que ello implique cambio. La queja de esa dirigencia no tendrá cabida si acaso se le frenan las exportaciones, se le imponen precios máximos o se le fijan cupos. “A llorar a la Iglesia”, como decía la abuela.
Parece mentira pero es tan real que lastima. Estamos en un país donde se tropieza no una ni dos, sino cien veces con la misma piedra. Las lágrimas son de cocodrilo o no son legítimas. Hay un conocimiento sin anestesia de las consecuencias de seguir en este rumbo.
Los docentes volverán al paro. En Marzo regresará el teatro de las huelgas o la toma académica porque es está “política educativa” la que se premia. Exigir que las cosas se desarrollen de manera distinta es utopía.
Los jueces saben que la independencia y la igualdad no hallan cabida, en el seno de la Justicia, cuando hay un Ejecutivo con hegemonía. Los pobres saben que seguirán presos de su carencia y utilizados como marionetas. Los ricos…, los ricos ya conocen lo que es vivir detrás de rejas porque la violencia hace mella.
El sindicalismo no puede desconocer cuáles son las reglas si se mantiene Fernández de Kirchner en la Presidencia. Una CGT adicta, con amenazas permanentes a los sindicalistas y pactos bajo la mesa son la característica intrínseca del “estilo K”, todavía más radicalizado hoy día.
En síntesis, y a días apenas de la elección, si se ratifica la continuidad, nada podrá asombrar. Pocas veces se ha plasmado más gráficamente el estado de abulia en el que nos hallamos. La corrupción no espanta pero tampoco deja de ser una epidemia que, antes o después, arroje consecuencias. Ni Ricardo Jaime, ni Sergio Schoklender están privados de su libertad. Quizás, paradójicamente, para los políticos del oficialismo y sus huestes, ésta tenga un valor que descarta la mayoría de los ciudadanos. Un valor de mercado, pero valor al fin de cuentas…
Sólo asoma un sector que, de convalidarse esta gestión, seguramente se sienta liberado porque, en este trance, la delincuencia seguirá en su fiesta.
Todos, en definitiva, están avisados y tienen a su alcance el balance que prefieran. Puede relatarse una realidad distinta pero no pueden ocultarse ni la inflación, ni la inseguridad, ni las prebendas, ni el clientelismo, ni los subsidios, ni los sobre precios, ni los incrementos patrimoniales inexplicables.
En ese contexto, las cartas están sobre la mesa. Aunque se resucite como Ave Fénix, es dable asumir que no se sale ileso de todo esto y que, al parecer, hay pueblos que se suicidan sin darse cuenta o lo que es más grave aún, lo hacen en cuotas, con absoluta conciencia…
Perspectivas Políticas
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