Por Mario Cadenas Madariaga
Primer principio: comprender la realidad nacional.
La opinión argentina vive dominada por dos visiones políticas que no responden a la realidad de nuestra historia:
a) una sostiene que la Argentina es víctima del imperialismo de las naciones más poderosas, aliado a las minorías internas más fuertes. Esta es la opinión de la conducción de los sectores populares y de los teóricos de toda la izquierda latinoamericana. En parte fue también el núcleo de la concepción cepalina, en cuanto a la subordinación de las naciones de la periferia a los países centrales, expuesta por Raúl Prebich y Fernando E. Cardoso, aunque este último varió su pensamiento con posterioridad. La realidad del siglo XX contrariamente mostró como las naciones subdesarrolladas tuvieron la oportunidad de progresar cuando aplicaron estrategias inteligentes.
b) otra dice que la realidad argentina responde a las mismas reglas de la evolución de Europa o de EEUU, y que su retraso obedece al triunfo entre nosotros de las tendencias que fracasaron en Europa. Esta opinión es la predominante en las clases medias y altas, por influencia del pensamiento europeo, de origen anglo-francés. Otra corriente que se ha individualizado como expresión del nacionalismo argentino, tiende a explicar la independencia argentina como un fenómeno político interno de España y de allí en más toda nuestra realidad en función de una concepción hispanista. En verdad la Argentina responde a una matriz mestiza, indo americana y europea, con un resultado político cultural propio de nuestra realidad, en muchos aspectos similar a la realidad latinoamericana.
Ambas concepciones son formas distintas de la incultura argentina y responden a un conocimiento insuficiente y equivocado de nuestra realidad.
La Argentina es un país suficientemente importante, como para tener una personalidad independiente, de diversos orígenes raciales y culturales. Es una realidad diferente y única que demanda soluciones propias. Su personalidad nacional aún no ha terminado de formarse y en este período es difícil su conducción.
Segundo principio: crear una nueva clase dirigente.
Es una verdad objetiva que la conducción de todas las naciones la ejercen sus clases dirigentes, las que a su vez son influenciadas por el nivel de la evolución cultural de sus poblaciones.
Cuando el nivel cultural de las poblaciones es alta también es alta el nivel de su clase dirigente, pero puede suceder que no haya una relación directa entre una y otra, cuando el sistema electoral limita la participación de la población en el sufragio. En esos períodos se genera una clase dirigente más alta que la que correspondería al nivel de las mayorías, como sucedió en el período de la Organización Nacional 1853/60-1916.
En general en todas las democracias del mundo no se llegó abruptamente a la participación de toda la población en el sufragio, -Inglaterra, Francia o EEUU- y aún hoy en estas, el voto no es obligatorio. Tampoco lo es en Chile, Brasil o Uruguay.
La Argentina con un sistema electoral único, con el voto universal y obligatorio, es el menos apto para la formación de su clase dirigente. La capacidad de las mayorías, en nuestro caso, sólo alcanza a elegir un líder, y en él delega todo su poder, el que desde su elección ejerce, en esta forma, la totalidad del poder soberano.
Este sistema provoca una concentración tal, que frente a él no pueden subsistir la autonomía de los otros poderes del Estado ni de de las provincias. Es decir entre el personalismo o autoritarismo de la conducción nacional y nuestro régimen electoral hay una directa relación.
En EEUU existen en el sistema electoral muchas características que limitan el poder de las mayorías. El voto es voluntario, la elección del Presidente no es directa, sino indirecta, no todos los electores se eligen en función de las mayorías, y los diferentes sectores ejercen una enorme influencia, a través de enormes campañas.
Las clases dirigentes en EEUU se forman en función de la enorme diversidad de sus intereses sectoriales y regionales, y de un sistema universitario de base privada y pública, también extraordinariamente diversificado.
Esta diversidad no existe en la Argentina, y por el contrario enfrentamos una enorme concentración del poder que se registra también en el sistema universitario de donde deben surgir las clases dirigentes.
Frondizi fue al autor de la reforma educativa que permitió la libertad para la creación de institutos privados, que debió generar una nueva clase dirigente. Lo logró con la oposición de los sectores llamados más liberales de la política nacional. Sin embargo, hasta la fecha, las universidades sólo han servido para proporcionar una más diversificada formación profesional y una mayor disciplina en los estudios. Pero no ha aparecido una nueva clase dirigente ni siquiera un nuevo pensamiento político.
Pareciera que no está claro en la Argentina cuales son las ventajas de tener una clase dirigente formada alrededor de una nueva concepción. Más interés en este sentido se percibe en la acción de algunas universidades de bajo nivel académico que se crean al calor oficial para difundir las conocidas ideas del populismo argentino. Y la formación que se imparte en la formación que se exige a los que ingresan a las universidades estatales.
La nueva clase dirigente y los principios de su formación.
Las mayorías que gobiernan el país, y lo sectores que a las mismas se hallan vinculadas, no pueden ser la cuna de las nuevas clases dirigentes. Ellas son las que ejercen el poder y por tanto no quieren modificar la situación vigente.
Cuál entonces será la lógica, los intereses, los sectores y los sentimientos que darán lugar a las nuevas clases dirigentes. A nuestro criterio los siguientes
1) Un sincero y leal sentimiento nacional, con el objetivo de contribuir a formar una gran nación. Así como el nacionalismo populista impulsó la inclusión de nuestro país en el Tercer Mundo, un nacionalismo ambicioso y racional, debe ser transformar a la Argentina en una nación desarrollada que participe del Primer Mundo.
Este objetivo está directamente relacionada con la defensa de los intereses soberanos del país, para lo cual se requiere en primer término: poder, en su acepción general, -que hoy comprende el poder económico, científico, militar y cultural-.
La Argentina no puede tener una participación en el poder mundial inferior al de España, por ejemplo, antes de su crisis actual.
2) Alcanzar ese objetivo significara alcanzar a resolver los problemas actuales que afectan a todos los sectores sociales, como la pobreza y la desigualdad, las deficiencias de la infraestructura, de los servicios públicos, los requerimientos de la seguridad, o la defensa nacional.
3) Para concretar este objetivo sustancialmente se debe modificar la política de comercio exterior. Así como el Virreinato del Río de la Plata se relacionó con la apertura del Puerto de Buenos Aires al comercio con España; la independencia nacional, en 1810, implicó abrir el comercio a los barcos de todas las banderas; la Organización Nacional en 1853/60 importó abrir al comercio internacional a todos los puertos argentinos, ya que estaba limitado al puerto de Buenos Aires; hoy para ser un país desarrollado, se deben liberar las exportaciones argentinas de todas las trabas que el propio gobierno argentino les impone actualmente.
4) La decisión anterior importara terminar con la principal causa del subdesarrollo argentino desde la creación de las diferencias de cambio en la década de 1930 y su mantenimiento bajo diversas formas, en todos los gobiernos que se sucedieron sin excepción, hasta la fecha, salvo el periodo 1976/78.
Es decir la Argentina es de los pocos países que cree que puede crecer limitando sus exportaciones donde tiene las mayores ventajas comparativas y fomentar aquellas en que no tiene ninguna o las tiene muy débiles.
Por eso desde 1945 a la fecha sistemáticamente y en forma periódica, desembocamos en una crisis de la balanza de pagos y una brusca devaluación para superarla. En este momento nos acercamos a reiterar este traspié nuevamente.
5) La Argentina está en condiciones de operar esa transformación sin una contracción en su crecimiento ni en la situación de su clase trabajadora, si simultáneamente cambia su política monetaria, e inicia un proceso de rápida e inteligente monetización pues es el país más desmonetizado del mundo, sin que nuestra “esclarecida” clase dirigente oficialista ni opositora lo perciba. Es más grave, la mayor parte de nuestros economistas, son los responsables de esta situación monetaria, directa o indirectamente.
6) Además será necesario eliminar todos los estigmas culturales que hoy padece nuestra población de menores recursos, sobre la base de una profunda reforma educativa.
7) Finalmente, se deberá recuperar el concepto de la unidad nacional, sobre la base de un tratamiento igual a todos sus miembros, ante la ley penal, sin diferencias ideológicas. Pero es más se requiere dar el tratamiento de héroes a quienes se sacrificaron por la defensa de las instituciones en el orden interno y de los intereses nacionales en la guerra de las Malvinas.
Con estas reformas la futura clase dirigente, puede llegar al poder legítimamente, gobernar más de cincuenta años, como el período de la Organización Nacional, con la mayor continuidad política, el mejor funcionamiento de las instituciones republicanas, el más alto nivel de ocupación, los más altos salarios, jubilaciones y pensiones, la menor desigualdad social y el más alto nivel cultural y científico.
El ideario populista ya mostró hasta la evidencia lo que pudo dar a la Argentina. En los mejores años 1946/48, 1973/74, 1994, y 2006/ 2011, proporcionó una situación de un bienestar, respecto de los años anteriores, y fueron muy efímeros los tres primeros y el tercero revela índices que indican sus próximas dificultades. En cualquier forma esos resultados fueron muy mediocres respecto de los que debió alcanzar la Argentina en el mundo de posguerra. Es que el ideario populista es una concepción primitiva, que en el mundo moderno no puede enfrentar la estrategia más inteligente de los demás países. En un certamen internacional seguramente el gobierno argentino no obtendrá ninguna distinción por la política aplicada en aquellos años.
Martínez, 17 de noviembre 2011
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