por Jorge Enrique Mújica, LC
Entre los "productos de consumo" que han desarrollado los medios de entretenimiento actuales (y favorecido también las redes sociales) está la fama. Big Brother masificó un nuevo modo de saltar del anonimato a una palestra donde las personas comunes cobraban cierta relevancia.
La fórmula no tardó en replicarse en diferentes países y al cabo de un tiempo el anónimato se hizo otra vez presente debido a la rapidez en que unas personas son sustituidas por otras en una sucesión de programas que, aunque cambien de nombre o en algunos detalles periféricos, tienen en los genes la misma raiz. El punto de partida del que se quería salir finalizó como puerta de salida.
Recientemente el diario español ABC dedicó un reportaje a celebridades que han terminado en el polo opuesto a esa clasificación massmediática (cf. Anita Ekberg, de la fama a la calle, 31.12.2011). El reportaje trata los casos de la actriz sueca Anita Ekberg y de la estadounidense Margot Kidder, entre otros. Es este:
Anita Ekberg no es tan vieja como Grecia, pero también necesita ser rescatada. Cincuenta y un años después de su baño en la Fontana de Trevi, la sueca, de 80 años, ha pedido ayuda económica a la Fundación Fellini.
Desde que dejó su casa por un incendio causado por los ladrones, vive en una residencia de ancianos romana y escribe sus memorias. «El problema de Anita es que cree que todos los hombres quieren dormir con ella. Lo malo es que es cierto», dijo una vez Fellini. Pese a lo triste del asunto, su caso no es de los más extremos porque muchos actores y cantantes han acabado en la calle (por no hablar de Terebere, la periodista que no podía pagar el alquiler, fue a «Sálvame» a llorarlo y le dieron trabajo).
El hecho de haber dormido al relente hay quien lo anota en el currículo, igual que otros ponen el 7-Eleven o el Actor’s Studio. En la calle durmió alguna vez Houdini (así luego no tenía problemas para salir de cajas). También Cary Grant, Eartha Kitt, Chaplin, Ella Fitzgerald, William Shatner, Martin Sheen o Daniel Craig. Pero lo chungo es pernoctar en la calle después de haberlo hecho en el Chateau Marmont. La mayoría de las veces, la caída a los infiernos terrestres suele ir unida al alcohol, las drogas, las enfermedades mentales o todo a la vez. Y se pone uno a tiro para que le canten Los Calis: «Más chutes no, ni cucharas impregnadas de heroína…».
Bobby Driscoll, la voz de Peter Pan en la película de Disney, murió en la calle de un ataque al corazón a los 31 años. Willie Aames, el Tommy Bradford de «Con ocho basta», se perdió después de su segunda gran serie, «Charles in Charge» (84-90). Cayó en la bancarrota y empezó a dormir en parques mientras trabajaba en lo que podía. Lo contó a los 51 años mientras estudiaba para ser consejero financiero (?).
La trastienda de Hollywood
Otro actor infantil, Danny Bonaduce, el pelirrojo de «Mamá y sus increíbles hijos», bebía, se drogaba y vivía en su coche detrás del Teatro Chino de Hollywood. Allí podía encontrar cazadores de autógrafos. El padre de Drew Barrymore, y también actor, pasó muchos años viviendo en las calles y alejándose cada vez más de una vida regular. Al final, Drew se encargó de él hasta su muerte por cáncer en 2004.
Vida recuperada
Margot Kidder, la Lois de «Superman», tuvo en 1990 un accidente de coche que la dejó perjudicada y arruinada. A ello se añadía un trastorno bipolar que la llevó en 1996 a dormir en cajas de cartón en las calles de Los Ángeles. Sin dientes y con la cabeza afeitada le dijo a la mujer cuyo sitio en la calle había ocupado: «Puede que no lo parezca pero soy Margot Kidder». Ahora, recuperada, vive en Montana.
Más peculiar es el caso de Edith Bouvier Beale y su hija, tía y prima de Jackie Kennedy. Vivían en su mansión de East Hampton rodeadas de desperdicios, muebles rotos, gatos, algún mapache y su propia chaladura.
Cuando la viuda de Kennedy se enteró por el «National Enquirer», las visitó y ayudó. Con semejante materia prima (de Jackie), los hermanos Maysles hicieron un legendario documental, «Grey Gardens», en el que se basó la película de HBO protagonizada por Drew Barrymore y Jessica Lange (mira, ya había hecho una «American Horror Story»).
Pero hay «Spanish Movies» protagonizada por Nadiuska, Tina (Las Grecas) y Sonia Martínez. Como artista invitada, un día apareció la gran Terele Pávez. Hay quien se duerme en los laureles. Ella, que es más chula, se durmió en los cartones. Se sentó con el mendigo Manolito en el portal de un banco (una caja) en la madrileña Plaza de Santa Ana y echó una cabezada. Con el lío, tuvo que dar una rueda de prensa para decir que ni era una indigente ni tenía problemas con el alcohol. Antes, su hijo había entrado por teléfono en el programa que ponía una y otra vez las imágenes. «Yo no soy el árbitro de la normalidad”, dijo a quienes sí creían serlo.
La presentación de la fama como objeto de consumo la hace aparecer como una necesidad a satisfacer a toda costa. Que muchos tiendan a ella hace pensar en ese deseo de trascendencia que tiene el ser humano, en ese querer ser tomado en cuenta y de resultar importante para alguien más. Sin embargo, la fama en sí misma no es un fin y de ahí que casos como los expuestos sean más bien puertas falsas.
Estos casos hacen pensar en las palabras que Benedicto XVI dirigió a los jóvenes escoceses el 16 de septiembre de 2010:
Hay muchas tentaciones que debéis afrontar cada día —droga, dinero, sexo, pornografía, alcohol— y que el mundo os dice que os darán felicidad, cuando, en verdad, estas cosas son destructivas y crean división. Sólo una cosa permanece: el amor personal de Jesús por cada uno de vosotros. Buscadlo, conocedlo y amadlo, y él os liberará de la esclavitud de la existencia deslumbrante, pero superficial, que propone frecuentemente la sociedad actual. Dejad de lado todo lo que es indigno y descubrid vuestra propia dignidad como hijos de Dios.
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