domingo, 29 de enero de 2012

Santo Tomás de Aquino , Psicólogo (II)


por Ignacio Andereggen.
Si se intenta relacionar la “neurosis” de la que trata la psicología o las psicologías contemporáneas con la noción de “pecado” de la antropología teológica cristiana, normalmente se produce una violenta reacción adversa.
Tal reacción se vería notablemente atenuada, o aún desaparecería por completo si estudiase con seriedad el tratado sobre el pecado que Santo Tomás hace seguir al de las virtudes en la Prima Secundae. Se captaría así la amplitud de su significado y su dramática incidencia real a múltiples niveles, sobre todo estructurales, en la vida concreta del hombre.(12) Pero es sobre todo el tema del pecado original , que el Aquinate trata en las cuestiones 82 y 83, el que está en el centro de la atención de Freud, e inconscientemente, se lo quiera admitir o no, en el núcleo de toda la actividad psicológica contemporánea que está configurada según la actitud freudiana. En efecto, el psicoanálisis de Freud, como método y técnica, es intrínsicamente solidario de su intento fundamental de hacer consciente del modo más pleno la rebelión del hombre contra Dios Padre, radicada en la estructura inconsciente de sus vicios y pasiones no restauradas por el influjo de la gracia. Para Freud, como para Nietzsche, que es en su oposición consciente contra Dios y en la pretensión de ocupar su lugar. (13)

Por otra parte, muchas distorsiones teológicas contemporáneas, que tienen como punto de fuerza una inadecuada concepción del pecado original por influjo y asimilación, a veces consciente, de las filosofías idealistas, entran en una simbiosis del todo natural con el pensamiento freudiano y psicológico en general -que aunque se oponga a los dogmas de Freud parcialmente, está modelado muchas veces sobre sus exigencias y pretensiones, y produce resultados semejantes, más allá de las intenciones de los psicoterapeutas-.

La Prima Secundae se cierra con la consideración de dos temas capitales en psicología: la ley (14) y la gracia(15) el hombre o puede realizarse autónomamente sin la ayuda de Dios que es el autor de ambas. Ningún psicólogo podría con su terapia reemplazar la ley ni ayudar al sujeto a crearse una pseudo-ley subjetiva según las propias inclinaciones personales y las circunstancias de su vida -como en cambio pretenden solapadamente muchas teologías morales contemporáneas-. Tanto menos podría reemplazar la acción de la gracia, la única que ordena al hombre a su verdadero fin y que evita las profundas distorsiones de la personalidad.

El verdadero psicólogo, aún a nivel meramente humano, ayudará a su atendido a descubrir las implicaciones de la ley natural en sus propias circunstancias vitales, y sobre todo, ayudará a quitar los impedimentos para el cumplimiento de la ley evangélica, cuya realidad principal es la gracia del Espíritu Santo, y que es la única norma que lleva con certeza a la plenitud de la vida humana encaminándola hacia su único y verdadero fin. (16)

La afirmación que Santo Tomás pone en el prólogo de la Segunda Secundae acerca de que las consideraciones genéricas en campo moral son menos útiles, porque las acciones humanas son particulares nos hace entrever el nexo esencial que existe no solamente entre la psicología y la ética, sino también y sobre todo entre la psicología y la Teología, por ser esta ciencia al mismo tiempo de lo universal y de lo particular, como reflejo de la infinita ciencia de Dios que abarca ambos.

Es claro que para captar ese nexo hace falta la fe, la primera de las virtudes teologales de las que se trata en esta sección. Junto con la esperanza y la caridad conforman el centro de la existencia cristiana.(17) La configuración psíquica, sobre todo si es considerada dinámicamente, se manifiesta de modo muy divergente en la persona que tiene tales virtudes, o en la que tiene los vicios contrarios.

Esto es especialmente válido por lo que se refiere al amor teologal y al odio, magistralmente tratados por Santo Tomás en esta sección.(18) Lo mismo sucede, de una manera menos profunda pero más notable, ante la presencia o la ausencia de las cuatro virtudes cardinales.(19) Es aquí donde encontramos el centro de lo que es psicológicamente observable de modo humano. Si no llega a nivel específico de la virtud humana en cuanto tal, la psicología en sus múltiples variantes no podrá traspasar en concreto el nivel del conductismo, por más sofisticada y abstractamente elaborada que pudiere estar.

Un psicólogo que conociese de modo concreto y vital el modo de obrar de las personas a partir de la rica descripción de las virtudes y los vicios que realiza el Aquinate en esta parte de la Segunda Secundae, tendría un instrumento para la ayuda psicológica mucho más elaborado y eficaz que el de los métodos diagnósticos y terapéuticos contemporáneos. Y, a su vez, éstos -aun eventualmente conservando su apariencia exterior en cuanto se refiere a los test, técnicas, relación profesional psicólogo-paciente etc., factor accidental, pero que suele preocupar sobremanera a los psicólogos y estudiantes de psicología cristianos- se podrían regenerar de una manera digna del hombre y del cristiano, y que sobre todo no introdujese consciente o inconscientemente profundas distorsiones bajo su apariencia neutra, y especialmente a causa de ella.

Desde el punto de vista negativo, es especialmente importante para la psicología -siguiendo el desarrollo de la Segunda Secundae la consideración de la soberbia como primer pecado y fuente de los otros, y especialmente su gravedad en cuanto implica una rebelión contra Dios. No podemos dejar de mencionar en este punto el acierto de las intuiciones de Alfred Adler, quien coloca en aquello que la tradición de la sabiduría cristiana llama soberbia la causa más profunda de la neurosis.(20)

La Segunda Parte de la Suma Teológica se cierra con algunas cuestiones referentes a los estados de vida del cristiano, y especialmente a la diferencia entra la vida activa y la vida contemplativa, y la superioridad de ésta,(20) que son imprescindibles en las actuales circunstancias de confusión en la vida cristiana y en la vida consagrada. No olvidemos que de hecho muchas personas consagradas, también entre las dedicadas a la vida contemplativa, son sometidas a tratamientos psicoterapéuticos indiscriminados sin que encuentre quienes entiendan la verdadera causa de sus padecimientos, ni entre quienes deberían guiarles espiritualmente, ni entre los psicólogos.

La Tercera Parte de la Suma Teológica se refiere a Cristo, en quien se encuentra la consumación o perfección de toda la actividad teológica. Decía la frase del Concilio Vaticano II antes citada que sólo en Él se esclarece el misterio del hombre. Para quien lo supiere mirar, se encontraría en esta parte el ideal hacia el cual debería apuntar toda ayuda psicológica. Pero en este punto debemos enfrentar una tarea suplementaria que no encontrábamos en los temas anteriores.

En efecto, en nuestra situación contemporánea no se trata solamente de lograr que la atención al hombre perfecto ilumine definitivamente participando de su claridad de las zonas más obscuras del psiquismo humano. Se trata además, y antes, de conseguir liberar a la teología contemporánea de la creciente proyección de una psicología modelada exclusivamente sobre la patología y los límites humanos sobre la Persona de Cristo. Se trata de no olvidar que respecto en él nos encontramos con la psiquis humana de una persona que no es humana sino divina. No es posible imaginar ni pensar la unidad de la mente ni de la conciencia de Cristo. Es por excelencia objeto de la fe. Lo sabe muy bien el Aquinate, quien explica de la manera más admirable y más precisa lo que se refiere a la ciencia y las demás perfecciones de la humanidad de Cristo, así como los defectos que voluntariamente asumió para nuestra salvación.(22) Las cuestiones que siguen, acerca de la vida, la pasión, la muerte, la resurrección y la vida gloriosa, nos muestran en su plenitud el misterio pascual, que implícita y explícitamente debe ser el centro de la verdadera “psicología profunda” del cristiano.

A partir de la cuestión 60 de la tercera parte Santo Tomás trata acerca de los sacramentos. ¿Quién no entenderá que tomados en serio, con toda su importancia vital transformadora de la vida, cada uno de ellos está repleto de implicaciones psíquicas? La trasformación de la mente humana en su pensar, obrar y sentir concretos son su verdadera finalidad. El bautismo, el orden sagrado, el matrimonio y sobre todo la Eucaristía implican una total transformación de la mente humana y de todo el psiquismo. La vida humana fundada seriamente sobre ellos, aún fenomenológicamente, es totalmente distinta de la vida humana vivida con prescindencia de ellos.

Está muy claro que por el sólo hecho de recibir la absolución sacramental la persona no experimenta en sus afectos, imaginaciones, tendencias negativas en el orden de la sensibilidad. ¿Pero se toman en serio las disposiciones necesarias para recibir el sacramento como parte del mismo sacramento? ¿No será que se piensa en la confesión como en un acto casi mecánico en el que el arrepentimiento juega un papel marginal y casi insignificante? ¿Se toma en serio la importancia de los pecados objetivos, más allá de la intención de la persona, y de su potencial destructivo de la armonía del psiquismo humano?

Si para Freud, como él señala explícitamente, el psicoanálisis reemplaza la confesión y el psicoanalista al sacerdote, una vez constatadas las consecuencias devastadoras del influjo de las ideas freudianas en la cultura y en la vida concreta de los hombres de nuestros días, deberíamos tener el coraje cristiano de invertir la inversión y de dar consiguientemente a los sacramentos de la reconciliación y del orden sagrado el lugar que les corresponde como medios imprescindibles para el logro de una auténtica vida cristiana, y, por tanto plenamente humana.

Terminemos formulando algunas observaciones más prácticas. En la situación actual, si queremos mantener viva la filosofía y la Teología de Santo Tomás, no podremos prescindir de la confrontación con la psicología contemporánea, que influye todavía más y más directamente que la filosofía en la situación concreta de la vida de los hombres de nuestros días.

En vista de ello , es importante afrontar de lleno la objeción común que se levanta cada vez que se destaca el valor psicológico del pensamiento de Santo Tomás, así como de los autores clásicos. Es la de que hoy se encuentran en su filosofía y en su Teología los instrumentos “técnicos” para diagnosticar las “neurosis” y para poder así “curarlas”, tratándolas como verdaderas enfermedades. Para ello es necesario situar las cosas en el nivel en el que verdaderamente se desarrolla el pensamiento acerca del hombre en cuanto hombre. Esto es el principio, y es también lo más difícil de lograr. Sin una visión que alcance a levantarse por encima de los esquemas imaginativos y afectivos que tienen atrapada la mente de tantos psicólogos y de otros que los siguen acríticamente es imposible un diálogo serio acerca del tema.

La verdadera “psicología”, aún aceptándola, como es razonable en nuestros días y en nuestras circunstancias, como Actividad -no digo “ciencia”- Autónoma respecto del estudio y la aplicación directa de la Teología-, la verdadera psicología -digo- está toda por construir en su figura concreta y determinada, en su traducción experimental y terapéutica. Esperemos poder hacerlo sobre las bases de una filosofía y una teología tan profundas como las de Santo Tomás.

Aunque en la época que atravesamos, ya no sería poco si se la pudiera fundar sobre el más elemental sentido humano y cristiano. Y si ya muchos de los que han sido formados según los principios de la psicología clásica de este siglo XX están imposibilitados para ello, de no mediar una intervención especial y casi extraordinaria de la Gracia divina, esperemos, con esperanza sobrenatural, que la visión grande e iluminada de los dirigen las instancias determinantes de la cultura católica pongan, o permitan poner, las primeras semillas para aquella fundación.

Digamos todavía alguna palabra sobre el método, que hemos dejado para el final a fin de hacer comprender la importancia de la perspectiva de la totalidad que debe emplearse en cualquier reflexión de tipo “psicológico.” En este sentido es inconveniente, tal como se ha hecho en algunos intentos concordistas no muy recientes, reducir el valor psicológico del pensamiento de Santo Tomás al tratado de las pasiones. Por el contrario, ese valor queda máximamente en evidencia cuando se considera el hombre desde la totalidad de las perspectivas que encontramos en la filosofía y sobre todo en la Teología del Aquinate. El fundamento de este hecho nos lo da el mismo Doctor Angélico: la persona es el todo(23) es por esta misma razón que , desde un punto de vista absolutamente distinto, es atrayente el discurso de los psicologías contemporáneas, que se presenta como totalizador.

Los tomistas tenemos el deber de no caer atrapados en la magia irracional que posee en nuestros días lo relacionado con lo “psicológico”, y, en cambio, de proceder científicamente según los más ciertos principios filosóficos y teológicos. Solo así podremos orientarnos, con la ayuda de Santo Tomás, en este campo, como en tantos otros en los que se nos presentan los desafíos de la cultura contemporánea.
Bibliografía

1 Este artículo fue publicado en Sapientia, 205 (1999) 59-68 que ha autorizado su publicación en e-aquinas
2 Gaudium et Spes 22.
3 S.Th. I-II q.82-83
4 S, Th. I q. 106-114
5 S, Th. I-II q. 1-5
6 S, Th I-II q. 5-8.
7 S, Th. I-II q. 6-21
8 S, Th. I-II q 8-17
9 S, Th.I-II q. 22-48
10 S. Th. I-II q. 49-70.
11 Cfr. Sigmund Freud: Mas allá del principio del placer, en Obras completas, Bliblioteca Nueva, Madrid 1967, vol. I, p. 1112:
12S. Th. I-II q. 71-89
13 Sigmund Freud, Totem y Tabú,nos Aires 1993, 155-156:
14 S.Th. I-II Q 91-108
15 S.Th. I-II q. 109-114.
16 S.Th. I-II q 106-108
17 S.Th II-II q 1-46.
18 S.Th II-II q. 23-46
19 S.Th. II-II q. 47-170
20 Cfr. M. Echararría. La soberbia y la Lujuria como patologías centrales de la psique según Alfred Adler y Santo Tomás de Aquino, en: I. Andereggen-Z Seligmann, La psicología ante la gracia, Buenos Aires 1997
21 S. Th. II-II, Q 179-189
22 S. Th. III q. 7-15
23. S. Th. III q. 2-2.


Autor: Ignacio Andereggen, P.U.G y P.U C.A
Fuente: E-Aquinas

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