El combate del aborto requiere que se empiece por calificarlo como crimen especialmente odioso, del que son tan responsables quienes lo perpetran como quienes mandan perpetrarlo.
por Juan Manuel de Prada
A Gallardón (ministro de Justicia de España) se le ha echado encima la diputambre de progreso por presentar el aborto como consecuencia de la «violencia de género estructural» que rodea a la mujer embarazada; donde vuelve a demostrarse que nada resulta más vano que tratar de complacer a quienes no desean ser complacidos.
A Gallardón no se le escapa que la sensibilidad de progreso gusta de explicar (e incluso justificar) todas las calamidades mediante la invocación a una brumosa «violencia estructural»: el terrorismo islamista es consecuencia de la violencia estructural que rige las relaciones internacionales, la delincuencia juvenil es consecuencia de la violencia estructural que se respira en los ambientes marginales, el fracaso escolar es consecuencia de la violencia estructural que se enseñorea de las familias, etcétera.
No hay crimen o desastre que, para la sensibilidad de progreso, no pueda explicarse como consecuencia de una violencia estructural que actúa, a modo de hado inexorable, sobre quienes lo perpetran o causan; y esta violencia estructural convierte a quienes la padecen en víctimas dignas de comprensión, antes que en responsables merecedores de castigo. Así actúa la sensibilidad de progreso; y Gallardón creyó que apelando a esta brumosa «violencia estructural» podría complacer a la diputambre de progreso. Y para reforzar aún más su posición, añadió al sintagma «violencia estructural» el remoquete «de género», que a la sensibilidad de progreso gusta más que a un tonto una tiza. Pero que si quieres arroz, Catalina.
¿Y cómo se explica que la diputambre de progreso reaccionase cual jauría cuando Gallardón imputó la responsabilidad última del aborto a esa «violencia estructural» que la sensibilidad de progreso ha convertido en madre de todos los males? Pues muy sencillamente: la diputambre de progreso no considera que el aborto sea un mal que deba combatirse, sino un bien que conviene amparar y promocionar, como expresión magnífica de una libertad omnímoda.
En honor a la verdad, el error de Gallardón, siendo de bulto, no es distinto del que ofusca a muchos denodados defensores de la vida gestante, que en su execración del aborto empiezan siempre con la cantinela ternurista de que «el aborto es un drama para la mujer»; cantinela que la sensibilidad de progreso acuñó hace ya bastante tiempo, cuando todavía le convenía el disimulo, y que arrojó a modo de reclamo para despistar a los detractores del aborto, como el ladrón que allana una propiedad arroja un hueso al gozquecillo que debería protegerla, para mantenerlo entretenido mientras arrambla con cuanto pilla. Esta cantinela causa gran regocijo y guasa entre la sensibilidad de progreso, que entretanto se ha dedicado a «desdramatizar» el aborto, convertido ya en una acción tan trivial y aliviada de conflictos morales como ponerse tetas de silicona o extirparse una verruga.
Ingenuamente, muchos defensores de la vida siguen calificando el aborto de «drama para la mujer», lo que suena tan ridículo como calificar el hurto de «drama para el ladrón». Y no negaremos que el aborto sea, en muchos casos, el resultado de un drama (como, por otra parte, también lo es con frecuencia el hurto); pero para combatir los males hay que empezar por designarlos, dejando para un momento posterior el enjuiciamiento de las circunstancias agravantes, atenuantes o incluso exculpatorias que en la comisión de dicho mal hayan concurrido. Y el combate del aborto requiere que se empiece por calificarlo como crimen especialmente odioso, del que son tan responsables quienes lo perpetran como quienes mandan perpetrarlo; lo demás son vanos intentos de complacer a quienes no desean ser complacidos.
Religión en Libertad.
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www.juanmanueldeprada.com
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