Recordamos en la Revolución de Mayo un nuevo aniversario del nacimiento de
nuestra Patria, que alcanzó su plena Independencia en el año 1816.
Continuamos en el marco celebrativo de dos fechas que hacen a nuestra
historia e identidad como Nación.
Celebrar es mantener viva la memoria de
nuestras raíces y, al mismo tiempo, asumir el presente como un desafío que
da certeza a nuestro futuro.
La expresión, "Queremos ser Nación", que fue
parte de una sentida oración de nuestro pueblo no puede quedar en el olvido
ni ser un mero deseo, sino que debe orientar un camino que movilice e
ilumine tanto la vida del ciudadano, como el ejercicio de la función de
gobierno. Siempre será la vida del hombre, en el pleno desarrollo de sus
dimensiones humanas, espirituales y sociales, la comprobación del nivel
alcanzado como Nación.
Debemos ser conscientes de nuestras riquezas, pero
también de nuestras carencias y errores que nos impiden crecer cono Nación.
La humildad ayuda a crecer.
En esta tradicional celebración del "Te Deum", pueblo y autoridades
actualizan, en un contexto de Acción de Gracias, la conciencia de pertenecer
a una misma Patria.
La sabiduría de nuestros mayores supo descubrir el
significado profundo de la invocación a Dios, como fuente de toda "razón y
justicia", que se hizo gesto de generosa apertura hacia los hombres de
"buena voluntad" que quieran habitar el suelo argentino.
Dios no ocupa el
lugar del hombre, sino que lo ilumina y protege.
Es parte de toda
celebración religiosa el espíritu de encuentro y de respeto, como de
renovada esperanza en los ideales y valores que sostienen nuestro caminar:
"Concédenos, Señor, la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza
que no defrauda".
Cuando iniciábamos el camino hacia el Bicentenario (2010-2016), los obispos
argentinos decíamos con realismo, pero con mucha confianza en nuestras
potencialidades: "creemos que existe la capacidad para proyectar, como
prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral
de todos" (n 5). Esta certeza se convirtió en el lema de un proyecto que
denominamos: "Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad". Agregábamos,
además, que el problema argentino no es sólo técnico o económico sino
primariamente moral, porque se refiere a actitudes de rectitud y honestidad,
como de solidaridad y justicia, que implican, necesariamente,
comportamientos éticos y la capacidad de pensar en el otro.
Sólo habrá
logros estables, concluíamos: "por el camino del diálogo y del consenso a
favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros
hermanos más pobres y excluídos" (5). Cuando la pobreza se queda sólo en una
estrategia política, el pobre seguirá postergado.
Entre las metas propuestas ocupa un lugar central, por su significado moral
y alcance cultural: "el respeto por la familia y por la vida en todas sus
formas" (32). Esto presenta particular actualidad por la anunciada Reforma
del Código Civil que, por su carácter estable y modélico, tiene un
significado orientador para la vida de la sociedad. Al hablar de la vida y
la familia, notamos que se privilegian los deseos de los adultos y no se
tiene suficientemente en cuenta los derechos del niño. La familia es una
realidad, que por su riqueza y profundas raíces en el pueblo argentino, es
un bien que es garantía para la sociedad. En el ámbito de la vida, no todo
lo que es técnicamente posible es necesariamente ético. Cuando se parte, en
cambio, del valor único e irrepetible de la vida concebida, como también de
los derechos que tiene el niño al conocimiento de las relaciones que hacen a
su identidad, el adulto tiene más obligaciones que derechos.
Parecería que
se avanza en una suerte de cultura "adultocéntrica", que nos encierra en el
mundo de una libertad sin límites y de pretendidos derechos individuales.
Esto temas requieren de una reflexión madura y responsable a nivel de todo
el país.
Una vez más, desde nuestra querida ciudad de Santa Fe, cuna de la
Constitución Nacional, decimos "Queremos ser Nación". Una Nación donde todos
nos sintamos parte de su vida y solidarios de los proyectos que miren a la
dignidad y bienestar de todos nuestros hermanos. Una Nación decidida a
erradicar los signos de muerte que tienen su fuente en la violencia y la
droga; en el desprecio por la vida, la inseguridad y la trata de personas;
en la inequidad social y la marginalidad.
Necesitamos recrear, para ello, el
sentido de las cosas simples y la exigencia moral de los valores como base
de una sociedad verdaderamente humana. Debemos recuperar el respeto por la
vida y el valor de la palabra dada; la educación como bien público, llamada
a ser la base de una sólida inclusión social; valorar la honestidad del
ciudadano y exigir la ejemplaridad del hombre público; no acostumbrarnos al
aparente triunfo del mal y a la pasiva complicidad con esa realidad que
deteriora el nivel de vida.
Cuando los valores morales pierden el
significado de ideales se empobrece nuestra vida, se empobrece la política
y, con ello, se empobrece la Nación.
Señor, hemos venido a renovar nuestra gratitud y la conciencia de sentirnos
parte de un Pueblo que ha crecido invocándote como Padre. Queremos pedirte
por nuestra Patria a la que amamos, nos duele y nos compromete para hacer de
ella una Nación donde reine el amor a la verdad y a la vida, el sentido de
justicia y solidaridad. Amén.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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