por Carlos Daniel Lasa.
El kichnerismo es una manifestación más de las tantas y variadas expresiones políticas del nihilismo que hoy le toca vivir a Occidente.
Su ideología de fondo es el sociologismo el cual reduce todas las concepciones de mundo a ideologías, es decir, a esquemas que reflejan situaciones histórico-sociales de grupos al modo de superestructuras espirituales de fuerzas que nada tienen de espiritual sino sólo de intereses de clase.
Este sociologismo disgregador, relativista, es conducido por el actual poder oficial a través del relato. El relato funciona como principio de unidad en la marea caótica de las interpretaciones. Claro está que esta unidad de sentido es esencialmente cambiante y depende de los intereses, también cambiantes, del momento.
Así, por ejemplo, en un momento, un determinado dirigente es nacional y popular; en otro, ese mismo dirigente es cipayo y “vendepatria”.
Este sociologismo, que ha tomado hace ya tiempo el alma del hombre argentino, ha visto en el actual gobierno a su más fiel intérprete. La legislación promulgada por el gobierno kirchnerista ha tenido el apoyo de los mismos “opositores”: la ley del matrimonio homosexual, la ley de muerte digna, la ley de identidad de género, etc. La discusión con sectores que se presentan como opositores no pasa de ser una mera apariencia que esconde una visión común signada por el mismo sociologismo relativista.
El kirchnerismo es la expresión visible, en Argentina, de una revolución fracasada cual es la marxista[1]. Es esta última quien dio paso, a partir de su rotundo fracaso, a una sociedad de la opulencia la cual pone todo su empeño en la búsqueda afanosa de la pura vitalidad. Sucede que el marxismo ha pretendido combinar dos realidades que jamás podrían haber coexistido: la violencia revolucionaria junto a la conquista de valores, en particular el de la libertad.
El marxismo no previó algo muy simple: cuando la violencia se impone, todo otro valor sucumbe, incluido el de la libertad.
Este estrepitoso fracaso se ha visto en la ex Unión Soviética y se advierte, hoy, en Cuba. Habiendo quedado en pie sólo el poder, sin ideal alguno, la tarea que se impone es la de su conservación y acrecentamiento. Todo ideal ha sido engullido por la más cruda ambición de poder, incluidos los ideales revolucionarios. ¿Qué ha quedado en pie? Solamente las necesidades vitales a las que hay satisfacer en plenitud para que el poder no sufra mella alguna.
Los famosos “derechos” conquistados últimamente se mueven todos por esta senda. Es necesario que la visión hedonista de la vida sustituya, de modo definitivo, a la visión cristiana de la existencia. Incluso llegará el momento en que esta última no podrá siquiera manifestarse públicamente ya que la ley lo prohibirá.
Este totalitarismo cultural del Estado puede palparse con claridad. La creación del INADI se mueve en esta dirección: disciplinar a los ciudadanos para que asuman una concepción sociologista, funcional al poder despótico.
La nada de valores propiamente humanos, unida al poder arbitrario, se manifiestan, de modo harto palmario, en el gobierno de los Kirchner.
Lo lamentable de esta desoladora situación es que muy pocas reservas morales quedan en Argentina para enfrentarlos.
Ni siquiera puede contarse con la Iglesia Católica la cual está atravesada, también ella, por una crisis de gran magnitud. Gran parte de sus fieles, sin distinción de jerarquías, se encuentran en el estado descripto por Antonio Gramsci cuando expresaba que algunos hombres vacilan “entre lo viejo y lo nuevo”, han“perdido la fe en lo viejo sin decidirse todavía por lo nuevo”[2].
Lo nuevo a que hace referencia Gramsci es la filosofía inmanentista, cerrada a toda trascendencia; y la versión actual de esta filosofía es el sociologismo el cual ha sido asumido fervorosamente (o acríticamente) por los “católicos” vacilantes de nuestros días.
Argentina, como ya lo dijéramos en más de una oportunidad, atraviesa una crisis cultural que afecta a su modo de ser más profundo. De esta crisis no se sale a partir de un relativismo nihilista, el cual da paso a las más variadas formas de totalitarismo; se sale abrazando lo verdadero, alimento real del espíritu y guía de la acciones, tanto individuales como políticas.
*
Notas
[1] Cfr. al respecto nuestro escrito Juan Domingo Perón: el demiurgo del praxismo en Argentina. Bs. As., Editorial Dunken, 2012.
[2] Gramsci, Antonio. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. México, Juan Pablos Editor, 1986, p. 24.
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario