por Carlos Daniel Lasa
La Iglesia actual cuenta con vastos grupos de illuminati quienes pretenden, desde dentro de su seno, acabar tanto con su doctrina como con su existencia (tal como existe desde su fundación por Jesucristo).
La gravedad del caso es que estos illuminati ocupan puestos de relevancia en la Iglesia Católica de hoy: los hay Obispos, Superiores de Congregaciones, Rectores y Profesores de Universidades Católicas, etc. Pero, ¿cómo piensan? ¿A partir de qué luces pretenden crear un nuevo cristianismo y una nueva Iglesia?
Habría que señalar, en primer lugar, que las luces no son propias sino prestadas.
Lo primero que han asumido es que la metafísica ya no es posible. Por metafísica entienden la afirmación de un orden del ser que es, siempre, eterno, inmutable, acabado. Señala Vattimo: «… debemos desconfiar de la metafísica… de la creencia en una estructura estable del ser que rige el devenir y da sentido al conocimiento y normas a la conducta…»[1].
Así, entonces, la idea de un Dios como fundamento del mundo ya es cosa del pasado. Pero, ¿cuáles son las razones para afirmar que la metafísica debe ser abandonada? No hay argumentos, se trata de una decisión fundada en motivos éticos. La filosofía debe asumir, cuando piensa a ser, a la finitud, al devenir como ese horizonte imposible de ser traspasado. En consecuencia, la verdad no es más verdad del ser sino puro evento, suceso. Nada puede existir ni ser conocido como algo permanente. La verdad ya no es adecuación del intelecto con la realidad sino sólo apertura, dentro de un horizonte histórico-cultural compartido por una comunidad que habla la misma lengua, en la cual rigen reglas específicas de verificación y validación [2].
La verdad, en estos nuevos términos, es reemplazada por el denominado consenso. Si no podemos conocer lo que las cosas son, pongámonos de acuerdo en lo que queremos que ellas sean. No impera el intelecto sino la pura decisión que se vuelve “razonable” porque la mayoría ha decidido determinadas reglas para la comunicación.
Sin verdad, entonces mi libertad se transforma en independencia absoluta. De allí que, como acertadamente lo señala Possenti, el sentido de la afirmación evangélica «la verdad los hace libres» sufra una inversión, dejando paso a esta otra formulación: «es verdadero aquello que me libera». Y añade Possenti: «El nuevo concepto de verdad introducido es de tipo pragmatista en el sentido de que el mismo es bastante cercano a la aserción: “es verdad aquello que para mí es eficaz y útil”» [3].
Si cada hombre no puede trascender el contexto socio-histórico en el que está inserto y, por lo tanto, todo lo que decimos no responde a una descripción de una realidad permanente situada fuera de nosotros, en consecuencia cada proferir del hombre es un relato, una interpretación. Sólo una comunidad situada históricamente puede declarar válida, aunque jamás verdadera, determinada interpretación. De manera tal que no existe una interpretación que sea la interpretación. Aunque, en verdad, existe una que es absoluta: la que sostiene que todo es interpretación.
Como podrá advertirse, no puede existir jamás un contenido de verdad que trascienda al tiempo, excepto, como ya lo dijéramos, la aserción, transhistórica y absoluta, que sostiene que ninguna verdad puede trascender el tiempo. El contenido de toda la dogmática católica será sólo válido para la comunidad que lo estableció. Lo mismo sucede en el ámbito de la moral: al no existir un orden de fines situados más allá de la decisión humana, el contenido de la moral es reflejo de una determinada interpretación avalada por determinada comunidad. La pretensión de universalidad de la moral cede su lugar a morales regionales, puramente históricas y transitorias.
Fundados en todo lo dicho, los Padres de la nueva Iglesia, los nuevos illuminati, no tienen más que sacar sus conclusiones. Toda la dogmática católica debe ser reformulada a partir de un diálogo consensual entre los miembros de la comunidad eclesial. El contenido que venía transmitiendo la Iglesia Católica –se dice ahora– ha sido la expresión de una determinada comunidad histórica. En nuestro tiempo, la comunidad eclesial otorgará a la fe otro contenido. Hasta la noción misma de Dios sufrirá un cambio sustantivo. Dios ya no podrá ser pensado como una realidad objetiva situada fuera del mundo, fundante de todo lo que es. El lugar de este Dios ha sido ocupado por la pura historicidad dentro de la cual los hombres forjan relatos que les ayudan a dar sentido a sus vidas… aún sabiendo que en realidad no existe sentido alguno. Sin embargo, este «hacer como si» permite al hombre seguir viviendo.
Si la Iglesia no es depositaria de verdad alguna, en consecuencia el Magisterio de la propia Iglesia no tiene sentido alguno. La Iglesia Católica, fundada sobre la fe y sobre la gracia, debe dejar su lugar a la existencia de una comunidad eclesial cuyo contenido estará fijado por el diálogo consensual entre sus miembros.
Esto representa el pasaje, nos dicen los nuevos Padres, de la Iglesia autoritaria a la Iglesia democrática, y del cristianismo fundado por Jesucristo al cristianismo no religioso. Dicho en criollo: el fin del cristianismo y de la Iglesia Católica.
Como puede apreciarse, el desafío que enfrenta hoy la Iglesia Católica es decisivo: o los nuevos Padres, o la permanencia del mensaje cristiano y de la Iglesia Católica. Consciente de esta grave situación, el afamado teólogo Karl Rahner expresaba hace ya un tiempo: «Desde hace veinte años, sin haberlo buscado de ningún modo, he sido considerado en el mundo de los teólogos como un hombre avanzado. Y he aquí que, “de golpe”, me veo obligado a ponerme en el campo de los defensores de las posiciones tradicionales y centrales de la Iglesia… Tengo la “súbita” impresión de que es en el interior de la Iglesia donde surge una oposición radical… Es en el interior de la Iglesia donde hace falta luchar contra la secularización, la desacralización y otras cosas análogas. En los próximos años será en la misma Iglesia donde surgirán las herejías no cristianas: estos herejes no piensan irse de la Iglesia, y, sin embargo, con todas nuestras fuerzas, tenemos que mantener la tradición y oponerles una desaprobación absolutamente clara, una verdadera condenación… nos es de todo punto necesario estar atentos a estas herejías, y tenemos para ello buenas razones, porque, en nombre del progreso de la Iglesia, como en nombre de nuestro tiempo y de sus tareas, atacan la sustancia del cristianismo y pretenden aclimatarse en la Iglesia»[4].
*
Notas
[1] Gianni Vattimo. “Metafísica, violencia, secularización”. En La secularización de la Filosofía. Hermenéutica y posmodernidad. Barcelona, Editorial Gedisa, 1994, 2ª edición, p. 64.
[2] Cfr. ibidem, p. 63.
[3] Vittorio Possenti. La filosofia dopo il nichilismo. Soveria Mannelli (Catanzaro), Rubbettino, 2001, p. 19.
[4] En La risposta dei teologi. Brescia, 1969, p. 66 y ss. Citado por Cándido Pozo en «Teología humanista y crisis actual en la Iglesia». En Iglesia y secularización. Madrid, BAC, 1971, nota 9, página 62.
05 de agosto de 2012.
Fuente: ¡Fuera los metafísicos!
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