por Carlos Daniel Lasa.
Esta expresión, utilizada frecuentemente en nuestros días, remite a los postulados enunciados por el psicólogo Wilhelm Reich. El objetivo de la misma, al igual que Marx, es el de operar un pasaje: de la esclavitud a la libertad.
Pero, ¿qué era lo que se estaba reprimiendo en la sociedad en la que Reich vivía? Precisamente, la vida, afirmaba el psicólogo. De allí que fuese necesario abandonar la lucha de clases para asumir la lucha contra la represión por cuanto los que constreñían la vida se encontraban presentes en todas las clases sociales. Pero entonces, ¿de qué vida se trataba?
Para Reich, la vida se identifica con la vida biológica la cual se expresa con toda su fuerza en el instinto sexual. La moral cristiana, a juicio del mismo Reich, reprimía esta fuerza y, en consecuencia, sometía al hombre a la esclavitud. Toda la moral cristiana, en consecuencia, debía ser descartada. En su lugar era preciso construir una sociedad al servicio del incremento de la pura vitalidad. El ordenamiento jurídico positivo debía también reflejar y ser la expresión de este proceso de liberación. Toda la realidad debía ser manipulada en función del único y nuevo valor: el incremento de la vida sensible.
Precisamente, en esta preeminencia de la vida biológica respecto de la verdad veía Simone Weil la crisis de nuestros días. La vida buena había sido reemplazada, pues, por el bienestar. En síntesis: todo pasa a adquirir un valor de cambio cuando se trata de la conquista del bienestar, incluida la propia persona humana.
Perdida la verdad, sólo quedan interpretaciones formuladas a partir de una voluntad de poder cuya único fin es su propio incremento. El relato, esto es, el discurso vacío de toda verdad aunque lleno de una brutal voluntad de dominio, reemplaza a la verdad, que es como decir, la ideología sepulta a la filosofía. El relato que se impone tiene una sola base de sustentación: el poder que lo sostiene. De allí que el pensar y los argumentos huelguen: se trata sólo de poder, de fuerza. Por eso mismo no queda lugar alguno para aquellos hombres que quieren sostener de ideales.
La relación es inversamente proporcional: por un lado, el incremento de la exaltación de la vida biológica; por el otro, la declinación del pensar. Una prueba manifiesta de lo que afirmamos es la utilización sistemática, en el “diálogo” actual, de la descalificación, del recurso “ad hominem”. “–Esto no es como Ud. dice, porque Ud. es un borracho, un loco, un retrógrado, etc.”. La gran cuestión para un hombre que busca con honestidad la verdad es saber si lo que se afirma es o no verdadero, independientemente de que quien lo diga sea un borracho, un loco o un retrógrado.
El “luchemos contra todo tipo de represión” es un llamado a negar la entera tradición metafísica y religiosa de Occidente. Desde esta óptica puede entenderse la interpretación de la historia contemporánea que hace coincidir la tradición religioso-metafísica con el fenómeno histórico-político del fascismo. En realidad son dos realidades totalmente contrarias pero, a partir de este discurso, el fascismo (fundado en una filosofía de la praxis o del devenir) y la tradición metafísico-religiosa son homologados. Sin embargo, el relato, impuesto por medio de la repetición sistemática, termina haciendo mella.
Como podemos advertir, en el imperativo “no quiero ningún tipo de represión en mi vida” se esconde una lucha entre dos modos de concebir la vida humana: la concepción religiosa de la vida, con la moral que procede de la misma, y por otro lado la concepción biologicista-materialista de la vida y su modo absolutamente permisivo de concebir el comportamiento humano.
15 de julio de 2012. Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
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