Por Agustín Laje Arrigoni (*)
Entre las críticas más elaboradas a la movilización del 8N, la que más vuelo ha tomado es aquella que pretende desvalorizar el suceso arrebatándole su vigoroso contenido político.
Que el cacerolazo no es político porque sus demandas no pueden institucionalizarse debido a la falta de estructuras partidarias comandando el reclamo, es algo que escuchamos a diario incluso entre los sectores contrarios al kirchnerismo.
Estimo que el argumento carece de fundamentos sólidos (si el 8N no es un fenómeno político, ¿entonces qué es?). Y el error viene arrastrado de una fallida concepción de lo político: tendemos a creer que lo político es exclusivamente aquello que circunda y atraviesa al partido político, cuando en verdad es aquello que circunda y atraviesa a toda relación de poder, institucionalizada o no. La política, en efecto, es anterior al partido.
En este orden de ideas, es probable que en el 8N haya más política que en toda la trayectoria de la oposición durante los últimos nueve años. Y esto será así, en la medida en que se logre configurar un discurso contrahegemónico, algo que los partidos opositores jamás han podido hacer.
La hegemonía kirchnerista ha trazado una frontera política del “ellos” contra el “nosotros”. Ser contrahegemónico significa comprender la ubicación de esta línea y colocarse de una vez por todas en las antípodas y, desde allí, articular discursivamente las diversas demandas particulares: inflación, inseguridad, cepo cambiario, corrupción, nepotismo, ataques a la prensa, ataques a la república, pretensiones de eternidad, y todas las consignas que ya se esgrimieron el 13-S.
Las demandas particulares, sin un hilo conductor que les de mayor significación, no pueden hacerse de fuerza contrahegemónica. Así pues, si lo relevante del 13-S fue la visibilidad pública que tomó una pluralidad de demandas particulares, lo decisivo del 8N será establecer ese hilo conductor que las articule y las llene de sentido.
En esta instancia sí es cierto que carecer de estructuras formales de organización y de figuras concretas de liderazgo, complica en gran medida la bajada de un discurso unificado. No obstante, a la vista de que los liderazgos opositores aún no pueden salirse de la lógica hegemónica, es preferible la situación de orfandad. Elisa Carrió estuvo muy acertada, por lo tanto, cuando esta semana pidió que ningún político concurriera al cacerolazo.
¿Cuál puede ser, entonces, ese hilo conductor capaz de conectar el cúmulo de reclamos y malestares ya mencionados? Va de suyo que no es tarea sencilla hallarlo. Empero, arriesgo que, subyacente a todas las consignas del 8N, se encuentra latente la idea de “libertad”. En efecto, cuando saquean al Estado (y por extensión, a todos los ciudadanos); cuando caminamos temerosos por las calles al acecho de delincuentes beneficiados por la impunidad oficial; cuando nos pretenden manejar la propiedad privada como si fuese de ellos; cuando nuestros ahorros se evaporan por la corrosiva inflación; cuando los gobernantes deciden cuál información debemos consumir y cuál otra nos está vedada; cuando destruyen la república y pretenden hacerse eternos, lo que se pierde en todos estos casos no es otra cosa que la autonomía individual. Es decir, la libertad.
La cuenta regresiva ya ha comenzado. Las condiciones están dadas para que este 8N sea un día histórico, en el que millones de argentinos, al margen de toda estructura partidaria, y al margen de cualquier organización formal, hicieron sentir el vigor de la verdadera política desafiando a un sistema hegemónico opresor.
(*) Autor de “Los mitos setentistas”. @agustinlaje | www.agustinlaje.com.ar
Edición 154 | 06 de Noviembre de 2012
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