miércoles, 29 de mayo de 2013

Cavernícolas desesperados.




Por Agustín Laje (*)

Los cavernícolas están desesperados. Y es que el panorama político, social y económico no es lo que podría considerarse bueno para el kirchnerismo. Más bien, todo lo contrario.

El desgaste de un modelo que se reveló escandalosamente corrupto y autoritario ha provocado un significativo descenso en la imagen del gobierno que, a pocos meses de las elecciones legislativas, pone en riesgo la hegemonía oficialista en el Congreso, elemento crucial para pensar en una reforma constitucional. Asimismo, una economía estancada que tiene el triste mérito de ser la más inflacionaria de la región, para empeorar aún más las cosas, está agotando la paciencia de la gente e incrementando los índices de pobreza, indigencia y desocupación. ¿Cómo modificar, hoy por hoy, y bajo estas condiciones, la fecha de vencimiento que tiene el kirchnerismo prevista para el 2015? Tal es la pregunta que está en cabeza de todos nuestros cavernícolas connacionales.

La estrategia kirchnerista se está dando a partir de un doble movimiento. Por un lado, hace rato ya que el gobierno ha maniobrando en dirección de una desquiciada radicalización del “modelo” con vistas a contener por la fuerza aquellos resortes que ya empezaron a saltar para todos lados, mientras que, por el otro, ha empezado a aplicar la táctica del tanteo a los fines de evaluar el humor social respecto de una eventual continuidad “cristinista” prohibida por la Constitución.
El slogan de “la década ganada” −última invención de los cada vez menos creativos ingenieros del relato−  no tuvo otro objetivo discursivo que el de apuntalar en la sociedad la necesidad de seguir en el rumbo de la victoria. Después de todo, el relato nos dice que el Frente para la Victoria ganó “para todos y todas” una década donde todo fue color de rosa. “Si tuvimos diez años de bonanza, ¿por qué no permitirles a nuestros salvadores diez más?”. Tal es el pensamiento intuitivo que se pretende provocar en los receptores del cliché en cuestión. Y tanto es así, que cuando Cristina Kirchner dijo el pasado 25 de mayo que “A esta década ganada queremos que le siga otra más” y negó que estemos asistiendo a un “fin de ciclo”, estaba haciendo uso explícito de esta lógica de continuidad por necesidad, para luego tantear las reacciones sociales.
Pero dado que el kirchnerismo no tiene en su seno ningún personaje capaz de brindarle continuidad al modelo después de 2015, con excepción de la propia Cristina, es muy claro que cuando ésta habla de diez años más, está hablando de diez años más para ella misma. ¿O vamos a pensar que se refiere al impopular Amado Boudou, al mudo Máximo Kirchner, al ignoto Hernán Lorenzino, al presunto ladrón Julio De Vido o al poco conocido maoísta Carlos Zanini? Cristina habla de ella y solamente de ella. Su ego no le permite otra cosa. Y los cavernícolas que la siguen, que al estilo de los hombres de las cavernas no conocen la despersonalización del poder que estructura todo sistema institucional moderno, también entienden que la continuidad del “modelo” es la continuidad del caudillo. “Cristina 2015”, rezan los carteles que ya se están pegando en varias localidades, leyenda que también estampa remeras de militantes K. “Agrupación La Cámpora. Cristina 2015″, rezaron las pancartas que en Santiago del Estero profesores kirchneristas le hicieron sostener a niños de 9 años en el marco del acto del 25 de mayo.
Mientras tanto, los dos dispositivos de radicalización por antonomasia del régimen, el patotero Guillermo Moreno y esa farsa de Montoneros (que son más bien amontonadores) conocida como La Cámpora, hacen su aparición en escena con una genialidad antiinflacionaria que busca morigerar en el electorado la percepción de la inflación: controlar precios en los supermercados con arreglo a una metodología mafiosa en la que los camporistas desarrollarán tareas parapoliciales.
Nuestros cavernícolas no quieren escuchar que la inflación es un fenómeno de naturaleza monetaria. Antes al contrario, ellos prefieren creer en conspiraciones de supermercadistas que merecen la solución −que nada soluciona en realidad− del garrote, traducida en aprietes y multas arbitrarias, como haría un hombre de las cavernas frente al complejo mundo de la macroeconomía que, por supuesto, desconoce por completo.
La solución de todo problema comienza por la cabal comprensión del mismo. La inflación, insistimos, es un fenómeno esencialmente monetario. No se conoce ningún ejemplo en la historia de la humanidad de la existencia de una inflación duradera que no se viera acompañada de un rápido incremento de la cantidad de dinero, como así tampoco se conoce ningún caso en el que un rápido aumento de dinero no fuese seguido por un aumento de la inflación. Allí donde la cantidad de dinero aumenta más rápido que la cantidad de bienes y servicios que se pueden comprar en el mercado con ese dinero, el aumento de los precios es una consecuencia inexorable. El problema, por lo tanto, no son las cabezas de los supermercadistas que los cavernícolas pretenden aplastar a garrotazos camporistas. El problema está en la maquinita de imprimir billetes a la que no deja de salirle humo y que se utilizó irresponsablemente para financiar la fiesta populista que, guste o no, terminará pagando el pueblo. Y sino, los cavernícolas deberían preguntarle a los docentes bonaerenses en huelga qué opinan al respecto, cuyos sueldos se ajustan por debajo de los índices reales de inflación mientras empresas estatales como YPF y Aerolíneas Argentinas incrementan sus precios muy por encima de los guarismos inflacionarios proporcionados por el INDEC.
Los cavernícolas están desesperados. La fecha de vencimiento de la estafa nacional y popular se aproxima en el marco de un panorama nada favorable al kirchnerismo. Y cuando un cavernícola se desespera, suele hacer estupideces peligrosas.

(*) Es autor del libro Los Mitos Setentistas, y director del Centro de Estudios LIBRE.
agustin_laje@hotmail.com | www.agustinlaje.com.ar | @agustinlaje

La Prensa Popular | Edición 203 | Miércoles 29 de Mayo de 2013

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