por Fabián Ferrante
Es el día internacional de los trabajadores, es decir, de la mayoría. Es, como consecuencia, el momento de la celebración de una cultura. La del esfuerzo y su correspondiente recompensa. El sostén de la dignidad.
Ganar el sustento propio y de la familia no es una mera contraprestación práctica. Es un proceso más bien de base. Una sólida base sobre la que se puede edificar todo lo imaginable, cabalgando sobre el orgullo personal, y la satisfacción tanto propia cuanto del entorno inmediato.
Algo ha sido desvirtuado en la Argentina, por estos años, donde la cultura del esfuerzo y del trabajo viene siendo sistemáticamente bastardeada.
Donde la suscripción y pertenencia a determinado bando permite acceder a un estipendio privilegiado, a capturar obscenas remuneraciones por hacer poco, por hacer y administrar vilezas. Desde un sector de poder, desde una agrupación política o lucrando con la necesidad de los demás.
Una cultura centenaria ha sido abolida cuando millones de argentinos deben acudir al estado por su sustento; escaso, ruin, mordisqueado....apenas lo necesario para llegar vivo hasta la próxima elección. El plan de hacer que vivan del plan.
Cuando una pléyade de parásitos sociales figura en la nómina de alguna dependencia pública, mientras hacen la calle a palo, apriete y choque; amedrentadores al servicio del que manda. Mano de obra mafiosa jamás conchabada en la nómina moral.
Se destruye la cultura del esfuerzo y el trabajo cuando gobiernan centenas de nulidades millonarias, que ni sospechan en qué consiste una hora extra. Que llenan sus discursos hablando de los trabajadores y de los que menos tienen, cuando todo lo que le falta al pobre, se lo han robado precisamente ellos.
Los que la pesan, porque es más práctico que contarla; los que la entierran, porque ni la tierra misma la puede ensuciar más de lo que está.
La cultura del esfuerzo la destruyen los que trafican y alquilan rutas para otros que trafican más; esa indiscriminada rentabilidad química que se lleva para siempre la juventud del joven, y la esperanza del desesperanzado.
Los que se enorgullecen de que este país tenga un millón de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Tropa de recambio para cualquier embauque. Los tantos que son inducidos a delinquir, porque una noche rinde más que un mes.
La dignidad del trabajador honesto la fusilan las prostituídas plumas de esos intelectuales que le rentaron su verbigracia al poderoso. Los que le explican una y otra vez al oprimido, que no le pasa lo que le está pasando, y que vive en un paraíso de igualdad social. Vocacionales rameras de la mentira, maquillada con el make up ideológico de una revolución que solamente ha dado resultados en los libros.
En la tierra donde se tira una semilla y crece un bosque, el mundo mira y no puede entender cómo es posible que el trabajador viva penando. Que deba hacer cola para recibir un plan, o sacar carnet de pobre para exhibir en el colegio de sus hijos. Tarjeta de pobre en el supermercado, diploma de pobre para la asignación, estrella de pobre cosida al saco, como en el gueto.
Mientras los hijos del poder ostentan lujos, fama, y plásticas muñecas, los hijos de la calle navegan por la red del cartoneo. Pasa velóz una Ferrari desde la que se escuchan cumbia y carcajadas, tratando de no pisar al que va en bicicleta por la banquina. En ocasiones lo pisa incluso pero no es demasiado importante, total lo vienen pisando desde hace años. Lo acomodan en el asiento del acompañante y van al peaje, para actuar el salvoconducto sanador.
Poco hay para festejar en el día de los trabajadores, cuando, otra vez, como en los ´90, se cuentan por millones los excluídos . Cuando una vez más se enseñorean las larvas que crecen alimentadas por el sudor ajeno, y la demagógica hipocresía campea desde los actos oficiales.
En un país donde trabajar decentemente es cosa de giles, y donde se privilegia el éxito sin importar cómo se lo haya obtenido. Si fue con un carnet de funcionario, viajando con bolsos llenos de euros a Belize, trasladando valijas con cocaína rumbo a Europa, o distribuyendo subsidios para llevarse los retornos.
Nada hay por celebrar cuando la dignidad se exhibe semidesnuda en la vidriera de un burdel. Y, con una sonrisa triste, acostumbrada, hace la ve...
01/5/13
Fuente: El Opinador Porteño (ed. 02/5/13)
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