Homilía en
el Te Deum del 9 de julio de 2013, en la Catedral de Santa Fe de la Vera Cruz,
a cargo del Deán del Venerable Cabildo Metropolitano, Cngo. Ricardo B. Mazza.
Sr. Vice-gobernador de la Provincia, Sr,
Intendente Municipal de Santa Fe, autoridades, pueblo en general.
Celebramos
hoy un aniversario más de aquél glorioso 9 de julio de 1816 en el que los
congresales de Tucumán, representantes de lo que sería la Nación Argentina,
declararon nuestra independencia de todo poder extranjero.
Lo hacían
no sólo como personas arraigadas en nuestra tierra, sino como creyentes que
buscaban, desde la vivencia de su fe cristiana, constituir un pueblo de
hermanos.
La Palabra
de Dios que hemos proclamado ilumina nuestro presente y futuro, y nos ayuda a
profundizar lo que en aquellos días se gestaba para el bien de todos los que
habitamos la Nación Argentina.
En efecto,
el anuncio de la entrega del Señor por nuestra redención, nos interpela y
compromete una vez más como ciudadanos de la tierra que caminan a la Patria
Celestial, de manera que desde el don recibido podamos profundizar en la tarea
que se nos exige para constituir una Nación en la que subsista la amistad
social.
Desde la fe descubrimos que no es poca cosa el pecado de los orígenes por el que el hombre
quiso ser dios a espaldas de su Creador, como tampoco es una figura literaria
el amor de Dios al hombre, si para redimirlo ha querido que su Hijo muriese en
la Cruz pasando por los rigores y las angustias más crueles llegando a la gloria
de la resurrección.
El texto del
Evangelio que hemos proclamado (Mc. 10, 35-45), deja oír la petición de los
hijos de Zebedeo en contraste con las enseñanzas de Jesús: “Concédenos
sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
Mientras Cristo
piensa en la entrega total de sí, sus discípulos con esta
insólita petición, dejan en evidencia que seguían prisioneros de sus propios
esquemas mentales, buscando asegurarse el honor a través
de los puestos que pudieran poseer junto a un Mesías temporal que presumen será
encumbrado. Tentación continua del hombre, pues, es el de permanecer ensimismado
y cegado por las glorias pasajeras que le aseguran el bienestar y el disfrute
efímero de lo que deja vacío el corazón humano.
Esta
situación concreta sirve de ocasión para que el Señor exprese su clara enseñanza acerca del poder, ya que es constante en la
experiencia humana comprobar cómo los que detentan el poder en este mundo
buscan tiranizar y dominar a aquellos a quienes debieran servir.
Quienes actúan de
ese modo viven sometidos a sus deseos desordenados y sólo piensan en su propio
disfrute y en utilizar a sus hermanos como medio para acrecentar poder y
riqueza.
Aunque en
el texto bíblico Jesús menciona “a quienes se consideran gobernantes” y “dominan
a las naciones como si fueran sus dueños” en clara referencia al poder político,
también se dirige a “los poderosos” que “les hacen sentir su autoridad”, con lo
cual la advertencia y peligros que señala Cristo involucran a todos los poderes
de este mundo.
Y así,
pienso en el poder religioso, económico,
social, empresarial, sindical, judicial, legislativo, familiar, medios de
difusión etc.
No condena
Jesús el poder, sino que advierte que éste debe utilizarse no para someter al otro, o pretender ser superiores
a los demás sino para servir a todos como Él lo hizo.
Por eso el
cristiano y seguidor de Cristo, descubre
que “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que
quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (vv. 43 y 44), porque “el
Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en
rescate por una multitud” (v.45).
En medio de una sociedad, que lejos
del evangelio, piensa que ser grande es servirse del poder para el provecho
personal, se nos propone que la verdadera grandeza del hombre está en ser
servidor de todos, verdad ésta que incluso puede
descubrir quien no profese la fe en Cristo, si es fiel a su conciencia recta.
Por lo tanto, desde la fe, pero también en fidelidad a una conciencia iluminada por la verdad, descubrimos que entre nosotros no ha de haber lugar para las mezquinas rivalidades del orgullo, para los manejos de la ambición, para el afán de triunfo, gloria o preeminencia sobre los otros.
Si hay competición entre los ciudadanos, ha de ser para buscar el mayor servicio, desde el lugar que ocupamos en la sociedad, en la entrega desinteresada por el bien de todos.
Quienes, en cambio, “dominan” a sus hermanos sin ponerse nunca al servicio de ellos, contemplándose siempre en su propia vanidad, profundizan más y más su propio vacío y el de sus hermanos.
La sociedad entera sería otra cosa si quienes habitamos la Nación Argentina viviéramos nuestra condición de ciudadanos de la tierra con una actitud de servicio constante.
Si el profesional de la salud, de los medios de comunicación social, de la economía, de la educación, si el político o el gobernante, el sindicalista, el consagrado, el empresario, las fuerzas de seguridad, los que debieran administrar justicia para todos, viviéramos en permanente actitud de servicio de los más débiles de la sociedad, despojándonos de nuestros propios intereses, la Patria de la tierra sería transformada.
Cuando la familia procura que cada uno de sus integrantes crezca como ciudadano del cielo y de la tierra, custodiando siempre la vida, especialmente la del nasciturus y la de los ancianos, el servicio se transforma en continua entrega de sí por el bien de los otros.
En fin, cuando, para todos sea primordial el servicio a la vida de sus hermanos, en los diversos ámbitos de la dignidad humana, estará abierto el camino que conduce al encuentro definitivo del Padre común de todos.
Por lo tanto, desde la fe, pero también en fidelidad a una conciencia iluminada por la verdad, descubrimos que entre nosotros no ha de haber lugar para las mezquinas rivalidades del orgullo, para los manejos de la ambición, para el afán de triunfo, gloria o preeminencia sobre los otros.
Si hay competición entre los ciudadanos, ha de ser para buscar el mayor servicio, desde el lugar que ocupamos en la sociedad, en la entrega desinteresada por el bien de todos.
Quienes, en cambio, “dominan” a sus hermanos sin ponerse nunca al servicio de ellos, contemplándose siempre en su propia vanidad, profundizan más y más su propio vacío y el de sus hermanos.
La sociedad entera sería otra cosa si quienes habitamos la Nación Argentina viviéramos nuestra condición de ciudadanos de la tierra con una actitud de servicio constante.
Si el profesional de la salud, de los medios de comunicación social, de la economía, de la educación, si el político o el gobernante, el sindicalista, el consagrado, el empresario, las fuerzas de seguridad, los que debieran administrar justicia para todos, viviéramos en permanente actitud de servicio de los más débiles de la sociedad, despojándonos de nuestros propios intereses, la Patria de la tierra sería transformada.
Cuando la familia procura que cada uno de sus integrantes crezca como ciudadano del cielo y de la tierra, custodiando siempre la vida, especialmente la del nasciturus y la de los ancianos, el servicio se transforma en continua entrega de sí por el bien de los otros.
En fin, cuando, para todos sea primordial el servicio a la vida de sus hermanos, en los diversos ámbitos de la dignidad humana, estará abierto el camino que conduce al encuentro definitivo del Padre común de todos.
En el hoy
de nuestra Patria, somos interpelados e invitados a servir incondicionalmente a
los demás en el cumplimiento de la misión que cada uno tiene en este mundo.
El mismo
papa Francisco nos señala que vayamos a las periferias humanas. Periferia que no es pauperismo
–advierte el mismo papa-, sino reconocer en el hermano “la carne de Cristo.
La actitud
de servicio como ciudadanos nos ha de conducir a combatir, entre otros
males, la trata de personas, el negocio
y flagelo de la droga, la pobreza que esclaviza, el deseo de riquezas obtenidas
indebidamente, el crimen organizado que roba y mata a tantos argentinos, la
falta de trabajo y salarios dignos, la entronización de la mentira por
distintos medios.
Sintetizaba
admirablemente todo esto el papa Francisco en el mensaje enviado con ocasión de
la Semana Social realizada en Mar del Plata en junio pasado.
Y así nos
recordaba: “El papel central de la persona humana en todo el ordenamiento
político, judicial y social, así como la necesidad de tutelar y promover sus derechos fundamentales e
inalienables, como expresión de su altísima dignidad, para que el sistema
democrático halle en el necesario patrimonio de valores humanos y espirituales
una guía para su acción política y se evite así su instrumentalización por
intereses partidistas y lógicas de poder”.
Hermanos:
viviendo estos compromisos alcanzaremos la verdadera libertad que siempre se
orienta a la realización del bien y de la que nos habla el apóstol san Pablo (Gálatas
5,1.13-18).
Si, en
cambio, permanecemos atados a la tiranía del poder que busca saciar los propios
deseos personales, no sólo seremos incapaces de cumplir el precepto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
sino que se hará realidad la admonición del mismo apóstol: “si ustedes se están mordiendo y devorando
mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los
otros”.
Cngo Ricardo B. Mazza, Deán del Venerable Cabildo
Metropolitano de Santa Fe de la Vera Cruz.
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