por Leonardo Castellani
Presentamos a los lectores de nuestro Blog del Centro Pieper este artículo de Castellani (1899-1981) sobre el periodismo en Argentina y que recomendamos por su actualidad, a pesar de haber sido escrito hace más de medio siglo.
Soy periodista hijo de periodista. Durante veinte años he tenido una pluma, moviéndola cada día. No me arrepiento de ello. Estoy pues autorizado a hablar del periodismo; e incluso puedo decir que el periodismo puede ser una gran porquería; y que lleva incluida en su esencia una gran tara, que hace que lo sea con frecuencia. Esta tara se puede llamar «la licencia al pseudomaestro anónimo» o, como decía Kirkegor, «la Dictadura Anonimato».
En nuestros días el escritor se ve forzado a ser periodista, pues de otro modo no puede ganarse el sustento; muchos honestos y grandes escritores modernos han tenido que escribir sus libros en forma de artículos periodísticos después recopilados; y en algunos casos retrabajados: Luis Veuillot (el «perro rabioso», para los liberales), Chesterton, Belloc, Helio, Pieper, Dawson, Julio Camba... Es una nota de nuestra agradable época sostener al periodista, y no al autor de libros. El autor de libros es castigado de hecho al ser puesto debajo del otro, en lo que respecta a la subsistencia. El foliculario recibe salarios, seguros sociales y «jubilación». El moderno estado «totalario» (o «totalitario», si quieren hablar en bárbaro) lo utiliza para su necesaria propaganda; e incluso lo decora con el título de «cuarto poder del Estado»; cuando en realidad lo que hace es aservilarlo, alquilarlo y constreñirlo a la peor de las prostituciones. Naturalmente no podría hacerlo si no encontrase en la materia pasta dispuesta.
Se puede ejercitar el periodismo con honradez; ello pide un gran esfuerzo, que casi siempre conduce a un desastre, o si quieren ustedes a un martirio. Eso puede hacer el bien o por lo menos contrarrestar en todo o en parte el mal del periodismo. Hasta qué grado el periodismo edifica y no destruye, eso depende de su organización pública; y en el fondo, del grado de civilización de la nación en que se ejerce. En una nación encanallada, el periodismo será encanallado; en una nación desorganizada e informe, será desorganizado e informe; y en una nación dejada de la mano de Dios, será el acabóse perfecto casi necesariamente.
Cuando el periodismo es dejado en libertad total (como exigía el dogma liberal del siglo pasado) o reducido a total servidumbre (como lo efectúa el mismo dogma en nuestro siglo), el efecto del periodismo es destrucción total. El caso del servilismo total está bien a la vista. En el caso de la libertad total, es falso que «los abusos de la libertad se curan con más libertad»: porque la licencia concedida al mentiroso, al embrollón y al truhán acaba por barrer la licencia igual concedida a la honradez. Es lo mismo que la licencia de armas concedida parejamente a los asesinos y a los hombres honestos, que según los liberales conduciría a la supresión de la policía; ciertamente... y también a la supresión de los hombres honestos. La espada al cinto, que «no se saca sin temor ni se envaina sin honor», solamente los caballeros la llevaban antiguamente.
La llamada «prensa católica», tan recomendada por los Papas de la otra centuria, lo muestra paladinamente. La prensa «católica» se ve forzada a acomodarse en una especie de mimetismo a la otra, volviéndose progresivamente innocua, despreciable y aun dañina; o bien a plantarse en una posición «fanática» y «singular», que hace que al final sea suprimida, incluso a veces por los poderes públicos, en virtud de la ley de la Mayoría. Muchos ejemplos heroicos hemos visto en este sentido, que no son menos meritorios por haber fracasado, sino más. En 1946 predijimos la «barredura» del diario Tribuna de Buenos Aires y el «fusilamiento de don Laurente de Vedia» (don Lautaro Durañona y Vedia). Aunque en forma incruenta, el «fusilamiento» se verificó. No pretendemos canonizar a D. Lautaro, pero ciertamente era un varón honrado.
La única senda para contrarrestar los males del periodismo es darle un estatuto con una razonable libertad, y una correspondiente responsabilidad; y después, conseguir que se cumpla y que se perpetúe, lo cual es más difícil todavía; porque escribir una buena «ley de prensa» es relativamente sencillo —como la actual «ley de derecho a la respuesta» del Uruguay—. Pero eso no es asequible en países dejados de la mano de Dios; pues, como dijimos, la totalidad estructural de la sociedad o del Estado incide sobre el miembro, comunicándole su naturaleza. En un país políticamente encanallado, las mejores leyes se acanallan.
Predijimos en 1946 que «los más dignos de dirigir o escribir diarios iban a ser arrojados de los diarios». Es una gran calamidad para una nación; pero una vez producida no hay más que abrir los ojos a ella, porque con cerrarlos no se gana nada. Por suerte el pueblo en nuestro país los tiene bastante abiertos.
Nuestra pluma ha sido rota; era una cosa previsible y muy fácil de ejecutar. Personalmente, un gran alivio: el periodismo es una cosa peligrosa y muy pringosa, y para ejercerlo honradamente se necesita no poco esfuerzo y prudencia.
Dinámica social, n.° 70 (julio de 1956)
Fuente: Leonardo Castellani, Pluma en Ristre, Edición de Juan Manuel de Prada, Editorial LibrosLibres, Madrid 2010, págs. 250-252.
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