Lic. Gerardo Medina
El viernes 17 de Febrero del año 2006, en el Aula Magna del Ce.Di.E.R. (Centro Diocesano de Estudio y Reflexión) del Obispado de Mar del Plata, Argentina, se presentó el libro “Nihilismo y Despertar Religioso” del Dr. Rodolfo Julio Mendoza. El Lic. Gerardo Medina fue uno de los presentadores en aquella oportunidad.
Reproducimos a continuación el texto –hasta hoy inédito– que Medina leyó en dicha presentación y que el Centro Pieper publica hoy en forma exclusiva para todos los lectores de su Blog (las negritas son nuestras). Se trata de una pieza útil para esclarecer los orígenes de los males de la Modernidad y para advertir cuál puede ser el camino de recuperación de nuestra civilización que se encuentra en medio de una enorme y cada vez más evidente crisis.
El Dr. Rodolfo Mendoza nos entrega en esta obra una síntesis pulida y certera que diagnostica la caída de la civilización occidental en el actual nihilismo, a través de todo el proceso que se ha dado en llamar “Modernidad”. El autor se coloca en la perspectiva de la Filosofía Política y en un disciplinar seguimiento del pensamiento del filósofo católico italiano Augusto Del Noce. Sin embargo, este objeto acotado no impide al autor sobrepasar los límites fijados oportunamente para colocar los temas bajo la luz superior de la sabiduría cristiana, mostrando en breves pero riquísimos párrafos cómo Occidente se ha ido poniendo en la opción entre una vida entregada a la mentalidad nihilista o un despertar religioso que le devuelva al hombre el sentido auténtico de su vida terrenal.
Podemos decir que el libro es una respuesta a la crucial pregunta: la sociedad actual (sociedad tecnológica, de la imagen y el consumo, de la opulencia donde todo es mercancía u objeto de placer... que proclama los derechos humanos y se olvida de los hombres concretos... en fin, sociedad sumida en la “vía de la nada”) ¿de dónde ha salido? ¿quiénes tejieron su extraña urdimbre?...
Comenzaremos pues por lo central: esta sociedad es el fruto último de un largo proceso de “secularización” instaurado en Occidente. Estamos ante el “secularismo”. El libro establece una luminosa precisión del término “secularización”: hacer de este siglo (hoc saeculum), lo que antes era sagrado o eclesiástico. Tal es el espíritu de las guerras de religión (con ocasión de la división de Europa en reinos protestantes y reinos católicos). Estas guerras llevarán adelante el proceso progresivo de autonomía del poder cívico frente al poder eclesial, y terminarán por desgajar los restos de la cristiandad europea. Secularizar es, en este preciso sentido, todo lo que conduce a la definitiva erradicación de lo sagrado de la vida del hombre, de las civilizaciones.
La mentada “modernidad” no es más que una sucesión de procesos secularizantes, que a veces luchan entre ellos, pero que en su conjunto llevan la civilización occidental y cristiana hacia el fruto final del “secularismo”, cristalizado en nuestra sociedad tecnológica, la sociedad actual.
El libro que presentamos abarca un inmenso arco que se tiende de modo especial desde el siglo XIV hasta nuestros días.
Entre los elementos a considerar, como formando el núcleo de los movimientos secularizantes, debe notarse una matriz “gnóstica”. Este gnosticismo se inspira en el pensamiento del monje Joaquín de Fiore, para quien la historia tiene tres edades: la primera tuvo por caudillo a Abraham, la segunda a Cristo y la tercera al Dux, será la edad del Espíritu, el tercer Reino (Tercer Reich)... El afán por inaugurar una nueva edad o nueva era (obsesión por lo nuevo) caracteriza todos los movimientos políticos modernos, por oposición, siempre, al cristianismo. Así, el Renacimiento quiso terminar con lo que denominó Edad Media, oscura, bárbara... El iluminismo del siglo XVIII alzó la voz para proclamar la llegada de la era de las luces (de la razón), el fin del oscurantismo... y la necesaria marcha de la humanidad hacia el progreso, una civilización iluminada por la ciencia nueva, positiva, precisa, dominadora del universo. Comte hablará de la llegada del estadio científico-positivo, después de los estadios religioso y filosófico. Kant hablará de la llegada de la edad madura de la humanidad, después de su larga infancia. El marxismo proclamará la proximidad de la historia, después de la prehistoria (cristianismo)...
La modernidad realiza un radical cambio de la cosmovisión: el mundo ya no es visto como objeto de comprensión y contemplación sino como objeto de dominio y transformación. El secreto del universo (su mecanismo) está en manos de la Físico-Matemática. Ciencia y Cristianismo son inconciliables para la mayoría, desde el Renacimiento en adelante.
Con Descartes, Maquiavelo y Hobbes, el abstraccionismo matematizante y la voluntad de poder se encarnarán políticamente en el comportamiento de los absolutismos y de la “Razón de Estado” modernos.
El orden concéntrico de la cultura en torno a lo religioso, se romperá. La religión pasará a ser instrumento político (absolutismo), para finalmente ser negada e incluso combatida (las revoluciones).
Durante los siglos XVII-XVIII-XIX se pone de manifiesto en todo su furor la ideología anti-cristiana, raíz del pensamiento moderno. El proceso conlleva el germen de la revolución, que tendrá su cenit en el Marxismo. La reducción de la Filosofía a humanitarismo y la delimitación de la razón a la praxis del progreso (claves del Iluminismo), ponen al pensamiento en la pendiente de la revolución, incluso de la marxista. Revolución no es una mera revuelta política; es rebelión contra todo lo existente hasta entonces (tabla rasa, en realidad, contra el absolutismo monárquico y contra la Iglesia)... es un cambio por sustitución radical, violenta, desde una ideología que eleva la política a religión y niega lo sobrenatural. Lo político adquiere el tono de la mística (la mística revolucionaria) que alimentará a los hombres embarcados en la construcción del nuevo estadio de la humanidad. Confluyen en la revolución: ateísmo, materialismo, dialéctica, subordinación de la ética a la política...
Sin coherencia entre ellos, los Filósofos Enciclopedistas se limitan a buscar algunos puntos de apoyo científicos contra la religión, la moral y la filosofía tradicionales. El saber se centra en la ciencia positiva como un “saber para poder”. Hay que ilustrarse, sí, pero con el fin del dominio de la realidad con la razón. ¿Dios? Dios será puesto al margen del mundo por los iluministas que actuaron como si los valores del hombre nuevo tuvieran el destino de surgir por sí mismos desde el fondo de las negaciones. El Dios que es sólo “garante” de la libertad del hombre, es una idea que se traduce en el liberalismo de la clase burguesa.
La enciclopedia inaugura la aspiración de los hombres al “progreso” (en principio, felicidad del hombre en el aquende, en lo palpable), a la exacerbada confianza en la ciencia, al desmedido entusiasmo que llevará a endiosar a la razón (en la Revolución Francesa). El progreso adopta el carácter de un mito, y la razón, de diosa. La utopía del progreso ha servido para canalizar el ideal utópico del hombre moderno hasta nuestros días, sobre el sustrato de otro mito, el evolucionista, en el que se supone el avance de las edades de la historia.
Muchos iluministas no se proponían derribar la monarquía francesa... sino consolidarla por la teoría de la división de poderes, equilibrarla; pero las condiciones del tiempo que vivían deslizaron sus ideas hacia otra parte. Las revoluciones encontraban mucho abono en esas ideas.
Filosóficamente el movimiento iluminista no se destaca. Es una mixtura de ideas empiristas, cartesianas, leibnizianas, espinozianas. Sólo Kant los rescatará de esta medianía, aunque ahondará el proceso de caída de la civilización.
Rousseau colocará en el escenario las ideas de la soberanía popular, del divino derecho del pueblo a gobernar (democratismo, no democracia); una suerte de mística mítica, al modo de un mensaje de salvación. Su propuesta revolucionaria se desprende de su rechazo del pecado original, según la cual no queda otra explicación del bien y del mal que la artificialidad de la sociedad (pacto). El mito de una naturaleza humana sana y libre (individualista), que se ve necesitada de un pacto social para garantizar la libertad. El individuo entonces deberá entregarse a la voluntad general en el altar de la ciudad. Esto terminará en la tiranía de la mayoría, por el camino de la demagogia. La voluntad general se cristalizaría en la ley, que debe ser obedecida sin reparos. Éste será el nuevo origen divino de la autoridad política: la voluntad general no puede equivocarse; el superhombre, en este caso, es el “legislador”. Y nada de lo sagrado tiene derecho a intervenir. Con el iluminismo se deja definitivamente de mirar el pasado y se pasa a mirar la ciudad futura. Nace una filosofía de la historia que permite al ateo presentar su pensamiento como exigido por la evolución de los hechos.
Humanismo – Renacimiento – Reforma – Racionalismo Iluminista... constituyen un bloque aunado en la disgregación de la cultura, porque rompen el vínculo del núcleo religioso con los demás círculos concéntricos que despliegan el hecho cultural.
En el XIX asistimos ya a la propuesta de una revolución total, con Carlos Marx. Las ideas de Marx se sustentan ante todo en una filosofía de la praxis que invita a una violenta conversión. El proceso de reemplazo debe llegar por la desaparición del cristianismo, más aún, la desaparición del problema de Dios dará el paso de la prehistoria a la historia. Marx profesa un ateísmo positivo, militante (es decir, no un mero nihilismo como negación de Dios y de lo sobrenatural). En su doctrina el Futuro sustituye a lo Eterno y la totalidad al Absoluto y a la ciudad de Dios. Marx toma de Hegel la idea de la necesaria finitud del ser y la explica en términos de materialismo dialéctico: la lucha de clases, la liberación del hombre (no de la persona, sino del hombre colectivo, en el futuro... razón de la utopía). Funda una especie de “religión atea”.
El proceso histórico, según Marx, debe continuar hasta consumar la revolución. Lo iniciado por los burgueses en la Revolución Francesa, deben hacerlo los proletarios ahora. El marxismo observará que así como la revolución burguesa se inspiró en los profetas (filósofos) venidos de la nobleza (aburguesados), la nueva y definitiva revolución vendrá inspirada por algunos filósofos burgueses (Marx, Engels, por ejemplo), que se pasan al proletariado. La razón de esto es que los proletarios no son capaces de ver por sí mismos el sentido de la historia. Propondrá entonces una imagen del hombre: pura relación social, asimilación en lo colectivo, puro factor de producción (economicismo); lo demás es una superestructura. ¿Qué es lo que hay que hacer? A esta pregunta el marxismo responde con su “filosofía de la praxis”. Lo que interesa no es la comprensión de la realidad sino su cambio radical: la revolución hasta la desaparición de las clases y la unificación mundial en el proletariado productivo (y feliz, por cierto). La verdad se prueba en la práctica del poder (lo demás es puramente escolástico). Hacia allí marcha inexorablemente la historia –dicen–, es inútil oponerse.
La fórmula de la Revolución Marxista es el materialismo dialéctico (terminología iniciada por Engels): negación de lo sagrado y principio del cambio en la afirmación de la relatividad histórica... la dialéctica es la potencia de lo negativo, motor del cambio... la utopía (que siempre apunta a la felicidad terrenal) justifica cualquier crueldad, en aras del futuro... la sociedad futura recuperará los poderes que le había enajenado la “creación de Dios”. Todo será uno, desaparecerá toda diferencia (Ej. naturaleza-hombre, objetivo-subjetivo...).
¿Cómo ve la historia el marxista?: en el principio era la paz del comunismo, al final será la paz de la edad definitiva en la que lo absoluto será la comunidad. En el medio, la alienación. Y cuando el hombre se ve alienado por poderes extraños (Dios), se rebela, surge el revolucionario. Salir de la alienación significará llegar a ser dueño de mi vida, no dependiente de otro en nada. La Redención debe cambiarse en auto-liberación de la humanidad por el proceso histórico. Debe pasarse de la dependencia metafísica (de Dios) a la revolución. Hay que hacer violencia para “crear el fin de los tiempos”. La secularización del adviento y la escatología asumen en Marx el rasgo de un futurismo permanente, en el marco de un activismo presente carente de todo valor (estrictamente destructivo).
El resultado de todo esto será la caricatura secularizante de una universalidad humana forzada y cruel, dispuesta a hacer con los individuos lo que le plazca a la colectividad en nombre del futuro proletario. La única ética admisible es la actitud revolucionaria.
Esta ideología sustentará la revolución bolchevique de 1917. El marxismo alcanzará su oportunidad para demostrar el sentido de la historia, pero fracasará de raíz. La tan ansiada felicidad productiva-económica, era una ficción. En 1989 cae el muro de Berlín, se termina la carrera de armamentos (guerra fría). El siglo XX será el tiempo en el que las máscaras de las utopías revolucionarias violentas se desdibujan, pero el proceso de secularización avanza hasta el Nihilismo.
Así vinimos a dar a una sociedad mundialista donde convergen los iluministas liberales con los marxistas blandos. Éstos últimos dejarán el materialismo dialéctico para afirmarse, como marxistas, en un materialismo sencillamente histórico (obsesión por aferrarse a sus ideas).
Llega la civilización tecnológica = sociedad opulenta = sociedad del bienestar = civilización de las mercancías, una nueva realidad histórico-cultural
La idea de una mundialización existe desde hace ya bastante. Henri de Saint Simon en 1803 escribe sobre la necesidad de un gobierno universal que reemplace al Papa con sus cardenales... un Consejo de Newton, con 21 miembros, hombres de ciencia y presidido por un matemático, todos los cuales ordenarían la tierra como un paraíso a partir de la ciencia positiva, equilibrando las fuerzas de propietarios y no propietarios (Enciclopedismo utópico). En lo político debe operarse un cambio radical: lo gubernamental y lo militar deben dejar lugar a lo administrativo e industrial. La fraternidad universal hará que la ciencia logre eliminar la pobreza.
Nuestra civilización actual se sustenta sobre una fe ciega en la tecnociencia. El ideal de la civilización tecnológica es la última forma completamente laicizada, de la herejía milenarista. Es decididamente burgués y considera como su fin el “bienestar”, traducido luego en términos de hedonismo consumista. Todo es intercambiable, negociable. En lugar de hablar de lo verdadero-falso, bueno-malo, bello-feo, se habla de original, auténtico, eficaz, abierto... es una sociedad donde se hace culto de lo nuevo, lo que implica la necesaria destrucción de lo anterior (cambio permanente, puro devenir).
La sociedad opulenta ya no posee siquiera una religión (el marxista tiene al menos la máscara), es el totalitarismo de la técnica, que acepta del marxismo los argumentos contra la religión cristiana, contra la metafísica y la especulación, la reducción de las ideas a instrumentos de producción, pero rechaza de Marx el mesianismo revolucionario.
El pensamiento tradicional (Cristiano-Occidental) aparece como perimido, causa de las desigualdades sociales y otras ideas similares (banderas de los humanismos ideológicos). En virtud de su potencia ateizante, el marxismo se convierte en el instrumento ideológico apto para consolidar el mundo arreligioso (por ejemplo, en el copamiento de las Universidades). Un marxismo, ciertamente, verificado o superado...
El conjunto de la existencia humana es estimado a partir de una óptica de rendimiento, cálculo y dominio de la realidad exterior... el tiempo sagrado se sustituye, y la preocupación por el ser desaparece en pro del hacer... El hombre ya no es sólo sujeto de la técnica sino también objeto de la misma... se exaspera la afectividad pasional, y se destruye masivamente la interioridad humana... el hombre es, como el mundo, una máquina valorada sólo por su vida útil... Esta reducción de la humanitas se verifica en el tedio del hombre al abandonar su lugar de trabajo.
El individualismo de nuestra sociedad favorece cada vez más la tiranía de la mayoría... señala el camino de una deshumanización y su alineación consecuente... el individualismo vacía a la persona de sus riquezas naturales de comunicación y lleva necesariamente al anarquismo, rasgo típico también de esta nueva sociedad... La disgregación del orden político causada por la concepción individualista del hombre ha llevado progresivamente al fenómeno de “masas”... el contacto auténticamente personal desaparece... el hombre se ve cada vez más solitario, aislado.
En esta sociedad se tiene a menudo la sensación del vacío o pérdida del sentido de la existencia... todo se vuelve irracional, a pesar de las pretensiones de la ciencia. Todo se disuelve; el vivir se convierte en un conjunto de necesidades multiplicadas artificialmente (consumismo). Hay una desesperada búsqueda individual de lo superfluo.
Del Noce supo advertir cómo la democracia -que parecía la salida de los totalitarismos-, vacía de los contenidos trascendentes de la vida humana sería también un vehículo del nihilismo, por la vía de la anarquía. La democracia agnóstica y pluralista (pluralismo ético), aceptada sin que puedan medirse sus consecuencias, se vuelve necesariamente totalitaria, porque no acepta un principio de verdad, y lucha entonces contra ella. Es una suerte de suicidio moral de nuestra civilización. Nos hallamos ante un humanismo teóricamente profesado y un espíritu de deshumanización prácticamente actuado, que va minando todos los valores tradicionales. El consenso mayoritario, espontáneo o forzoso, sustituye al criterio de lo verdadero. El criterio de la mayoría se resuelve en el dominio de aquellos que son dirigidos por la industria cultural (verdadera escuela de ignorancia); el individuo queda sometido por el terror de la subsistencia.
Si admitimos que democracia significa soberanía popular, recordemos a Pio XII distinguir entre pueblo y masa (vínculo orgánico de personas con historia – atomización deshumanizante). El sustrato de toda forma política justa y legítima está constituido siempre por una unidad de orden. Es relación entre seres concretos y no entidades abstractas (la sociedad, el estado, el partido, la clase...). Consideramos que la democracia es realizable, pero no sin la verdadera realidad del hombre, de la persona, de la comunidad. Se debe llenar la vida democrática de su sentido ético, metafísico y religioso, que son los verdaderos núcleos de la cultura que alimenta a toda civilización genuina...
Para finalizar, notaremos que esta obra que presentamos manifiesta el carácter fuertemente teologizante del proceso de secularización: en efecto, ésta no se presenta como una mera reacción de lo natural contra lo sobrenatural, de la tierra contra el cielo. La secularización se fundamenta siempre sobre dos actitudes claves: la negación (de lo sobrenatural o cristiano) y el intento de reemplazo de las verdades y elementos de la doctrina y la vida cristiana por otra cosa que le hace de sustituto. Es una religión en cuanto al modo de profesarse, con sus dogmas: así, “la venida del Reino de Dios” es sustituida por el advenimiento del progreso a partir de la ciencia, de una civilización sin miseria, de la sociedad sin clases en la que se pasará de la prehistoria a la historia, de la llegada de un orden mundial donde reine el libre comercio, la democracia y los derechos humanos. El lugar de la “redención”, lo ocuparán a su turno la “ilustración de la razón”, o la “liberación de la revolución”. El lugar de la “persona redimida” será ocupado por “la sociedad, la civilización, el Estado, lo colectivo”...
El proceso de secularización moderno termina por inmanentizar la escatología cristiana. No debemos esperar un más allá de la historia, sino la realización de la era feliz como fruto de una evolución histórica, aquí en la tierra. Este sustrato se halla en el pensamiento de los Iluministas del siglo XVIII y de los Revolucionarios del siglo XVIII y del siglo XIX. Esto reaparecerá en nuestro tiempo con la promesa de un nuevo orden mundial, curiosamente ligado al lanzamiento de las ideas de la nueva era de acuario.
Estamos ante un formidable reemplazo de lo cristiano: la sustitución del “original” por las “máscaras”.
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