De verdad, las vías del Señor son infinitas, y Dios utiliza los medios más originales para darse a conocer a los hombres. Uno de estos es… ¡la cerveza! Varias comunidades de monjes se han lanzado a la producción de cerveza y están teniendo un éxito enorme también entre quienes no creen en Dios, pero que gracias a esta bebida entran en contacto con los religiosos.
En Nursia (Italia) se dedica a esta actividad un grupo de monjes benedictinos, subrayando que su actividad principal es siempre la oración, porque como afirma el padre Benedict Nivakoff, director de la cervecería Birra Nursia y viceprior del monasterio, “si no está antes la oración, también la cerveza se resiente” (Catholic News Service, 21 agosto 2013). Hay más información sobre esta cerveza en la web.
“No nos esperábamos este éxito”, confiesa el padre Cassian Folsom, el benedictino estadounidense que fundó la comunidad en 1998 y que es su prior. “Ha habido una fuerte respuesta, y nuestra producción no consigue hacer frente a la demanda, que sigue aumentando”.
El padre Nivakoff recuerda que los monjes comenzaron a producir cerveza el 15 de agosto de 2012 con tres objetivos: contribuir a la autosuficiencia del monasterio, reforzar los vínculos con la ciudad y llegar a los alejados de la religión. Para quienes no piensan ni de lejos en ir a Misa, comenta, visitar el monasterio ofrece la oportunidad de entrar en contacto con los monjes y obtener “un beneficio espiritual, aunque no lo estuvieran buscando”. A menudo, añade, “debemos predicar el Evangelio sin predicar el Evangelio – solo con el ejemplo de caridad cristiana y siendo amables con las personas”.
La cerveza, recuerda fr. Francis Davoren, “es algo que muchas veces traspasa las barreras”. Igualmente, añade el padre Basil Nixen, maestro de novicios, la producción de cerveza ha elevado la moral de los monjes y refuerza su sentido de comunidad, porque todos tienen que colaborar en algún aspecto de la producción, del embotellamiento, de la distribución y de la venta del producto.
También los trapenses se han lanzado a la empresa, y hoy ocho cervecerías en el mundo colocan en su propio producto una marca hexagonal con el lema “Authentic Trappist Product”: seis son belgas (Orval, Rochefort, Westmalle, Achel, Chimay y Westvleteren), uno holandés (la Trappe) y uno austriaco (Engelszell). Todos pertenecen a la Asociación Trapense Internacional, nacida en 1997 y que tiene la tarea de defender la marca trapense y de hacer respetar rígidas reglas. “La cerveza debe producirse dentro de los muros de una abadía trapense, por parte de monjes trapenses o bajo su control directo. La producción, la elección de los procesos productivos y la orientación comercial deben todos depender de la comunidad monástica”; sobre todo, “el objetivo económico de la producción de cerveza debe dirigirse al sostenimiento de los monjes y a la beneficencia, y no al beneficio financiero” (Avvenire, 26 de agosto de 2013).
La abadía belga de Westvleteren produce la Trappist Westvleteren 12, universalmente proclamada “la mejor cerveza del mundo”. “Nosotros no hacemos negocio – explica su sitio web –. No somos productores de cerveza. Producimos cerveza para poder seguir siendo monjes”. La producción es por elección muy limitada (unos 4.750 hectolitros al año).
Todo esto hace sonreír si se piensa que cuando se fundó la orden cisterciense, parece que los monjes podían beber sólo agua. El cambio llegó siglos después y, por motivos sanitarios, porque los monjes descubrieron que, a diferencia del agua natural, entonces portadora de enfermedades incluso mortales, en el proceso productivo de la cerveza el agua utilizada se hervía, casi anulando el peligro de infección. La gradación alcohólica, además, era inferior a la del vino y por tanto menos complicada. Durante los largos periodos de ayuno que los monjes practicaban, además, la corposidad de muchas cervezas trapenses les ayudaba a combatir el hambre.
Como en muchos otros casos, en resumen, lo que nació por necesidad se convirtió en una virtud, y hoy también la cerveza puede contemplarse entre los medios para evangelizar el mundo contemporáneo, a menudo alejado de Dios, pero aún más frecuentemente, a la búsqueda continua de una dirección espiritual.
Aleteia (10/1/14)
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