sábado, 22 de marzo de 2014

El gran error de Zaffaroni, Arslanián, Pinedo y Gil Lavedra: el Código Penal como batalla cultural.

por Carlos S. La Rosa.
El anteproyecto de Código Penal es una batalla cultural, y eso lo ubica más allá de la Teoría del Derecho, del marco jurídico y de los términos del debate que pretenden sus autores. 
El mérito de Sergio Massa fue intuir, más que advertir, que el Código Penal no era el Código Penal sino, precisamente, otra batalla cultural en los términos de otras batallas culturales encubiertas que lanzó el kirchnerismo durante los 11 años. Porque el mérito del Frente para la Victoria fue advertir, a diferencia del menemismo en los años '90, que el cambio es un proceso cultural antes que institucional o sólo político. Mejor expresado: que lo político es cultural, y viceversa. El otro acierto de Massa fue comprender que el desgaste del kirchnerismo en la cuestión de la inseguridad permite ganarle esa batalla cultural. Ridículo Federico Pinedo y todo el PRO al ignorar o pretender desconocer el acontecimiento profundo, más allá del contenido estrictamente jurídico. Y falso el enfoque que reclaman Eugenio Zaffaroni y León Arslanián. En cuanto a Ricardo Gil Lavedra, un enigma el motivo de su complicidad con el anteproyecto. El resto de la comisión, no interesa más allá de que el socialismo se encuentra muy cerca de Zaffaroni y Arslanián. Muy recomendable la lectura del siguiente texto sobre el Código Penal como batalla cultural.
Ciudad de Mendoza (Los Andes). Todas las batallas culturales anteriores a la del Código Penal fueron iniciadas por Néstor o Cristina, asesorados por sus teóricos que les aconsejaban dividir la sociedad en dos aunque, más allá de la sociología, el áspero carácter personal del matrimonio era terreno psicológico propicio para esa vieja teoría reciclada de “divide y reinarás”.
Ahora bien, la sanción de la reforma al Código Penal es el primer caso en el que Cristina buscó “consensuar” con la oposición para sancionarlo. La primera que no quiso considerar “batalla”. 
Sin embargo, de las mismas fauces del peronismo le salió un rival que decidió romper el consenso y convocar al conflicto. Como si fuera un gran alumno de los K, pero desde la vereda de enfrente, haciendo lo que hace el peronismo cada década, cuando debe cambiar drásticamente de caparazón por afuera si quiere que lo de adentro siga siendo lo mismo. En ese sentido, Sergio Massa acaba de aprobar con 10 felicitado la primera materia que rindió de su maestría en Justicialismo siglo XXI (que es igual al del siglo XX). El título de la materia es: “Aplicación del método kirchnerista para hacer antikirchnerismo”.
La batalla cultural K consistió en un combate librado unilateralmente por el kirchnerismo contra quiénes, éste suponía, lavaban la cabeza a los argentinos: los medios, el neoliberalismo, la oligarquía, el imperialismo y otros bla bla bla similares. Pero lo paradójico de la “batalla” es que sus estrategas no querían dejar de lavar la cabeza a la gente sino sólo cambiar de champú para que el lavado tuviera otro perfume. Por ende, lo que ocurrió es que nadie -salvo algunos grupúsculos un tanto fanatizados- aceptó el canje de champú y siguieron pensando más o menos como pensaron siempre. 
En la batalla por el Código Penal lo que se refleja es la gran derrota cultural del kirchnerismo: la de un grupo de poder aislado que ya ni siquiera para criticarlo conoce el pensamiento mayoritario de la sociedad. En el castillo encantado de Puerto Madero el soplar de los vientos populares es inaccesible.
En este debate lo esencial no son los contenidos técnicos del Código Penal que deben cotejar especialistas  sino los preconceptos que, de un lado y otro, libran la batalla. Decimos de los dos lados porque el kirchnerismo suele presentarse como el representante de la “ciencia, la ideología y la política” contra los “prejuicios” de un pueblo (en particular su clase media) infectado por intereses disfrazados de ideas que representan a sus explotadores, mientras que ellos (los K) serían sus liberadores.
Más allá de que esta teoría es de por sí un prejuicio, vale la pena analizar también los otros prejuicios con que el kirchnerismo libró su última batalla, la no iniciada por él, la del Código Penal. O sea, no se trata aquí de discutir al Código sino la forma en que se lo defiende.
La batalla contra las drogas es de derecha
Así como para los K la inseguridad es una cuestión de “derecha” de la cual recién hace poco tiempo comenzaron a hablar atiborrados por la evidencia de que se trataba de algo más que de una sensación ideológica, ahora el nuevo nombre de la derecha es el “narcotráfico”.
Ellos están convencidos de que, en el fondo, la lucha contra el narcotráfico es una imposición de los Estados Unidos con la que se busca instalar la ideología y los intereses del imperio en nuestros países. No dicen que lo de la droga es una mera sensación, pero casi. El titular de la Sedronar, el cura Juan Carlos Molina, lo explica muy bien: “Se quiere instalar el tema del narcotráfico... Me parece bueno pero la cuestión es cómo se usa: ahora narcotizamos todo... Lo de la droga está puesto (en los medios) por las corporaciones para sacar otros temas”. En palabras más directas: lo de la droga es para los K un narcotizante que instaló la prensa para que no se hable de las cosas verdaderamente importantes.
El periodista K Horacio Verbitsky ve la imposición del tema de la droga como una conspiración aún más grande: “Massa anunció que intentaría reunir cinco millones de firmas para oponerse mediante una consulta popular y declaró su acuerdo con el Episcopado argentino y con Lorenzetti acerca de la lucha contra el narcotráfico”. Para él, Massa, la Iglesia y la Corte (menos Zaffaroni) están en una conspiración integral donde el rechazo al Código Penal y el uso “imperialista” de las drogas son armas que se están usando contra el gobierno en pos de la derechización de la sociedad. He aquí el primer prejuicio con que los K libran su última batalla.
Yo no hago política, soy Zaffaroni
El juez Eugenio Zaffaroni se enoja porque lo están haciendo participar en política sin que él lo quiera. Dice: “Lo que se está viviendo es una campaña política que no tiene nada que ver con la tramitación de un Código... Hay una campaña electoral de la cual yo no participo, no soy candidato a nada, no estoy juntando votos, no es mi problema, es un problema de la política”.
El juez se presenta como un experto aséptico que no tiene nada que ver con la política, pero sin embargo fue a defender su Código con un fervoroso discurso pronunciado en un acto del Movimiento Evita, donde habló de los modelos de sociedad que están en pugna tras el Código. Hablamos del mismo juez que cuando la Corte Suprema declaró la inconstitucionalidad de una reforma judicial que implantaba ya no sólo la politización sino la directa partidización en la elección de los que eligen a los jueces, él fue el único que defendió al gobierno.
He aquí, entonces, otro prejuicio: los kirchneristas dicen que todos, directa o indirectamente, hacemos política, pero ahora resulta que su principal ideólogo jurídico no hace política con el Código, cuando no ha parado de hacerla, tanto como la hacen Massa y compañía. Y no se debería criticar al que hace lo mismo que uno. Zaffaroni será un súper jurista, pero en política es un aprendiz que se tapa la nariz con la “politiquería” ajena pero se la pasa haciendo “politiquería” propia.
Los presos revolucionarios
Más allá del garantismo, que es una teoría en debate con muchos respetables adherentes, que acá no ponemos en cuestión, lo que se encierra detrás de la ideología penal K son algunas ideas del sociólogo y filósofo francés Michel Foucault, quien piensa que los hospitales, los manicomios y las prisiones, entre otros, son instituciones que encierran una alta dosis de crítica social porque allí más que enfermos, locos o delincuentes están las víctimas del sistema. 
El grupo K “Vatayón Militante” hace murgas en la cárcel o libera prisioneros porque sostiene esta teoría de las potencialidades liberadoras de las víctimas aprisionadas por el sistema. Existe una teoría penal que cree en sustituir gradualmente la pena carcelaria por otras (multa, detención domiciliaria, trabajos comunitarios) porque la cárcel sólo es escuela de delincuentes y es irreformable pues nació precisamente para eso, para reprimir, para castigar y jamás para resocializar, por más que se la mejore.
Foucault dio grandes aportes a las ciencias sociales, pero cuando ideas como éstas se quieren trasladar directamente a la realidad, son bastante impracticables. El mismo Foucault, tan celebrado aún hoy como gran cientista social, que lo es, en política resultó tan ingenuo como Zaffaroni o más, porque en los últimos años de su vida creyó ver en el régimen iraní del Ayatollah Jomeini el modelo social ideal donde aplicar sus tesis. En fin, la idea del prisionero como víctima o resistente del sistema es, como la interpreta el kirchnerismo, otro prejuicio.
El médico psiquiatra Ricardo Risso define así este prejuicio: “Lo de Zaffaroni se enmarca dentro de una postura ideológica que considera al criminal como vulnerable y por lo tanto acreedor a que el derecho penal se incline por él... Una de las consecuencias es que el derecho penal quiere cumplir las funciones del Ministerio de Acción Social”.
Ni premios ni castigos
A esa teoría de Zaffaroni el director de la biblioteca nacional, el filósofo K Horacio González, agrega una precisión clave: “La frase (de Massa) ‘una fuerza política que cree en premios y castigos’, supone una sociedad binaria”.  González defiende la eliminación de la reincidencia, en pos de la “concepción del sujeto emancipado y libre a cuya luz debe verse una penalidad y no a la inversa”.
Aquí ya estamos de lleno en el fondo de los prejuicios culturales K, donde su pensamiento penal se entronca con su idea de educación. Vale decir, tanto la cárcel como la escuela deben estar más cerca de ser un Ministerio de Acción Social que básicamente “contiene”.
Como la cárcel ni siquiera puede resocializar, lo que debe hacer es “contener” gente con la idea de que salga de allí cuanto antes. Mientras, en la escuela deben entrar todos, ser “contenidos” todos, y sólo cuando estén todos adentro, se podrá hablar de promoción, de educación. Además, tanto para la resocialización como para la educación, los “premios y castigos” no sirven, ya que de lo que se trata es de “resistir” contra el sistema, para “liberarse”. Prejuicio clave que está en la médula de este debate que el kirchnerismo hoy va perdiendo.
En síntesis, ésta no es una discusión entre la derecha y la izquierda, sino la de intentar ver si existe un sentido común y, de existir, de cual lado se está manifestando. Porque esa idea de que todos tienen la cabeza lavada menos uno y los que piensan como uno, no resiste el menor análisis. Lo más seguro es que los que tengan la cabeza lavada sean los menos, no los más. Aquellos que, de tanto vivir en laboratorios o en palacios, se hayan olvidado de que más allá de las ideologías, el dinero y el poder, existe un mundo de verdad, con personas de verdad.


Urgente24 (16/03/2014)





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