martes, 13 de mayo de 2014

Un libro reinstala la tesis de que Montoneros asesinó a Mugica

"Haceles saber a todos, que lo mataron porque quería acabar con la violencia, con las matanzas en el Justicialismo y en el país, porque quería paz", es el mandato que recibió el autor de "Entregado por nosotros".
Juan Manuel Duarte es profesor de historia y catequista villero desde hace casi dos décadas. En la Villa 1-11-14 conoció a Rodolfo Ricciardelli (fallecido en 2008), uno de los fundadores del movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, quien le transmitió lo esencial sobre la vida y pasión de Carlos Mugica, el cura asesinado en 1974, cuando el autor tenía sólo 5 meses, y le dio el mandato de contar esta historia.
Entregado por nosotros (Sudamericana, 2014) es una reconstrucción del último año y medio de vida del mítico sacerdote villero de cuyo asesinato se cumplen 40 años este 11 de mayo. Forzosamente es también una reconstrucción del clima que se vivía en el país en ese tiempo del retorno a la democracia, tras 18 años de dictadura y gobiernos deslegitimados por proscripciones.
Lo que se desprende de la investigación de este profesor y militante católico es el escaso margen de maniobra que quedaba para la paz en un contexto de guerrillas que no querían desarmarse y grupos "paramilitares" que empezaban a armarse, con total desconocimiento y desprecio por la voluntad de la mayoría, expresada con contundencia en las urnas, puesto que Juan Perón acababa de ganar las elecciones (23 de septiembre de 1973) con más del 60% de los votos.
"En aquella época agitada por turbulencias, violencia y muerte, algunos pensaron e intentaron detener tanta locura. Apostaron por la paz, la moderación y el entendimiento (...) En ese grupo se destacó un hombre", escribe Duarte, subrayando así la acción de Carlos Mugica en aquel escenario, sus esfuerzos por tender puentes de diálogo, pero, sobre todo, su clara opción por la no violencia y su respaldo sin fisuras a Perón. Y subraya que eso, precisamente, fue lo que le costó la vida.
El libro trata del último año de Mugica, "de las amenazas y los ataques que sufrió por derecha y por izquierda, (...) su influencia en la juventud, su adhesión total a Perón..."
¿Pacto entre Montoneros y López Rega?
Los homenajes del presente no deben llevar a confusión: este libro demuestra que muchos de los que hoy exaltan al personaje son herederos y se siguen referenciando en quienes lo denostaron y atacaron en el pasado.
"Entre fines de 1973 y principios de 1974 –recuerda el libro- el padre Mugica recibió ataques desde las filas de Montoneros y de los esbirros de José López Rega. En una especie de pacto tácito, las publicaciones propagandísticas cercanas a estos grupos opuestos, Militancia y El Caudillo, le recriminaron al sacerdote su origen: no provenía de las villas y su familia pertenecía a la clase alta".
El padre Mugica había empezado a tomar distancia de Montoneros y a criticarlos duramente, en privado y en público. En medio de una misa pidió "dejar las armas y tomar los arados". Presionó personalmente al jefe de Montoneros, Mario Firmenich, para que dejase las armas. Y en una entrevista que le hicieron en Chivilcoy, calificó a Montoneros como "la nueva burocracia" porque le quitó al pueblo "la alegría de festejar, con el líder, el triunfo peronista". "Muchos montoneros son el antipueblo", había dicho en noviembre de 1973.
"A los cuatro vientos pidió paz para una Argentina que se desgarraba en aquellos últimos meses de 1973", dice Duarte. Y, aunque su prédica no tuvo efecto sobre la cúpula de la guerrilla, sí causó una gran diáspora en sus filas: "Muchos jóvenes integrantes de montoneros lo escucharon, tomaron la decisión de dar el portazo, abandonaron la organización político-guerrillera y conformaron lo que se llamó la Juventud Peronista Lealtad".
Según fuentes consultadas por Duarte, entre noviembre del 73 y abril 74, es decir, en apenas seis meses, entre 30 y 50 por ciento de militantes se fueron de la organización.
Esto molestó mucho porque "dejaba en evidencia que los demás favorecían el derramamiento de sangre", señala.
Y relata: "Cuando el padre Mugica se negó a marcharse de Plaza de Mayo, el 1ºde mayo de 1974, después de que Montoneros decidiera retirarse tras provocar al General (...), muchos de ellos lo insultaron con dureza. (...) Les respondió que él se quedaba, junto al pueblo: 'El pueblo está acá, en la Plaza, con Perón".
Esto sucedió apenas 10 días antes del asesinato del sacerdote, el 11 de mayo de 1974, a la salida de misa, en la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro.
Hasta último momento, sin embargo, Mugica había intentado tender puentes de entendimiento, pero la respuesta fue la amenaza y hasta el escrache, como el que le hizo la revista Militancia, dirigida por Eduardo Luis Duhalde –Secretario de Derechos Humanos de la Nación hasta su muerte en 2012 -, que retrató a Mugica en una figurada "cárcel del pueblo", "la sección en la que se publicaba a aquellos que literalmente eran condenados por las guerrillas", recuerda Duarte.
Escondidos en el relato
Aunque expone la tesis de que los montoneros fueron los autores del atentado –su móvil habría sido detener la sangría de militantes que la prédica ortodoxamente peronista de Mugica estaba causando en sus filas-, y deja sentado incluso que Rodolfo Galimberti como mínimo sabía quiénes perpetraron el crimen (cita a varios testigos que se lo escucharon decir), lo original es que Duarte alude más bien a una colusión de intereses entre polos extremos.
"López Rega sabía del ascendente del padre Mugica sobre Perón, y en particular sobre los jóvenes –escribe-. Mugica era siempre escuchado", en el entorno presidencial.
Pese a su enojo y su toma de distancia con la guerrilla, Mugica "nunca les cerró la puerta a los montoneros" –señala el autor-, porque esperaba poder "amalgamar las diferencias incluso después del 1º de mayo". Y a continuación cita a una de sus fuentes, un funcionario kirchnerista que prefirió hablar desde el anonimato: "Pero claro todos tenían que ceder, y a algunos, como al Pepe Firmenich, o al Brujo López Rega, no les interesaba ceder una mierda de su poder, por más que llevara a una espiral de muerte y violencia. Los dos se escondieron atrás de estructuras grosas y usaron al Estado, ya en Bienestar Social o en el gobierno bonaerense".
Y esta misma fuente reflexiona: "... como los barras de hoy, supuestamente se odian pero al final los capos de las gallinas y los bosteros se juntan a comer un asado, escabian abrazados y viajan juntos a ver el Mundial mientras los giles y hasta la gente rescatable se matan entre ellos. Yo no te digo que haya sido la Orga [Montoneros] sola. Pero hay muchas cosas que no cierran. Mugica salió en la revista de la hija de López Rega diez días antes de que lo acribillaran diciendo que estaba conforme con el gobierno. Y lo hizo junto al mismísimo (Arturo) Jauretche, que se murió a fin de ese mismo mayo. El 1º de mayo lo reputearon y amenazaron en la plaza, mientras la gente del Brujo miraba con sus fierros desde el techo de la Catedral y sus lacayos habían entregado volantes contra los curas del Tercer Mundo. Todos querían que Mugica se muriera".
Aquí viene bien reiterar las palabras de Ricciardelli: "Hacéles saber a todos que a Mugica lo mataron por peronista, porque quería acabar con la violencia, con las muertes, con las matanzas en el justicialismo y en el país. Porque quería paz".
"Ambos (López Rega y Firmenich) se beneficiaron con su muerte  –dice el autor, pero de inmediato agrega: "Igual la ganancia les duró poco", aludiendo a los escasísimos votos que obtuvo Montoneros en la única elección de la cual participó, en Misiones en 1975, cuando obtuvo apenas el 5% de los votos, y a la salida de López Rega del Gobierno ese mismo año.
Alguien le pregunta al autor: "¿Interesa mucho saber quién apretó el gatillo (...)? Si ya lo habían entregado..."
Y la respuesta es: "A cuarenta años del crimen, lo realmente importante no es quién sino por qué tuvieron lugar la pasión y muerte del padre Mugica. (...) Sólo la verdad nos ahorrará nuevos errores en el futuro y nos permitirá estimar la dimensión real de un ser humano, este sacerdote que además de su profundo cristianismo y su igualmente profundo amor por los pobres y por su Iglesia, ofreció todos sus recursos en la pelea por la democracia".
A diferencia del relato oficial, que opta por una reivindicación acrítica del accionar de las organizaciones armadas en los 70 que impide extraer enseñanzas del pasado, él declara querer recuperar un "momento de la historia que hace ya mucho que se nos esconde a los argentinos".
Para ello, toma distancia tanto "del pasado mitrista" como del actual revisionismo encarnado por el "Instituto Dorrego, que simplemente parece cambiar una figura por otra y así sale Lavalle y entra Dorrego, o Mitre cede el lugar del bueno a Rosas".
El resultado es un libro que incomodará a quienes al amparo del "relato" esconden momentos de nuestra historia que no sustentan la categoría heroica a la cual aspiran y que en cambio subrayan su responsabilidad en el encadenamiento de violencias que llevó a la tragedia.


Por Claudia Peiró cpeiro@infobae.com

Infobae (11/5/14)

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