sábado, 10 de mayo de 2014

Valores, instituciones y democracia.

por Carlos D. Lasa 
Es bastante trillado el discurso político de nuestros dirigentes tendiente a poner en evidencia la imperiosa necesidad de defender y promover un sistema republicano.
Cabe preguntarse, sin embargo, si esto será suficiente para salir de la anomia, de la venalidad de la justicia, de la indecencia y de la decadencia espiritual que vive la Argentina de hoy.
Para responder a esta cuestión debemos advertir, en primer lugar, que la existencia del estado constitucional democrático ha sido un producto de la civilización y de la cultura, y no un aerolito caído del cielo de una vez y para siempre. Este estado da muestras de un tipo histórico de realización de la naturaleza humana el cual, en consecuencia, es poseedor de una racionalidad moral que le es propia.
En efecto, el estado constitucional democrático posee un ethos fundante propio por cuanto se presenta como un orden de paz, libertad y justicia. Él existe, precisamente, para realizar en la ciudad estos valores. La opción en favor del estado constitucional democrático es el resultado de una asunción previa de valores, cuales son las mencionadas paz, libertad y justicia, que son partes integrantes y fundamentales del bien común político de la polis.
Señala Martin Rhonheimer que la elección de este tipo de estado “… también implica el reconocimiento de que el estado constitucional democrático vive de presupuestos que él mismo no ha creado, sino simplemente realizado de un modo practicable y realizable: los derechos del hombre, como expresión de la dignidad humana…”[1]. Y añade: “La cultura política del estado constitucional democrático vive, por lo tanto, de presupuestos que él mismo ni siquiera está en condiciones de garantizar con sus medios institucionales, políticos, jurídicos y económicos”[2]; y como es sabido que el hábito no hace al monje, tampoco son las instituciones las que realizan y garantizan de suyo la paz, la libertad y la justicia.
Pero entonces, ¿cómo pueden las instituciones de una República compensar la corrupción de una sociedad? Estoy pensando, obviamente, en nuestro país. La sola existencia de las instituciones republicanas no basta sino que es preciso, siempre, contar con los hombres que le otorguen el alma que las vivifique, que las haga existir verdaderamente. Estas instituciones se fundarán y vehiculizarán valores sólo si los hombres que las han creado, y que quieran mantenerlas vivas, han asumido y practicado esos valores. El hombre del estado constitucional democrático no puede mantener neutralidad respecto de los valores que sostienen a las instituciones republicanas.
¿Cómo podemos pretender, entonces, la existencia de instituciones republicanas fundadas en un hombre que ha hecho del relativismo cultural más extremo su bandera? Cuando un republicano respeta la pluralidad ética en cuanto manifestación de la libertad, por ejemplo, está suponiendo la existencia de un perfil antropológico bien definido, una verdad sobre el hombre.
Lo dicho precedentemente nos permite aseverar que la Argentina no será jamás republicana si detrás de la República no existe un ethos cultural ciudadano que haya incorporado valores como la paz, a la libertad y a la justicia. El domingo próximo pasado Jorge Lanata sostenía, y con entera razón, que la violencia que la Argentina vivía se imponía desde arriba hacia abajo, desde el mismo poder político hacia los ciudadanos. Sin embargo, no advertía que también el lenguaje y la propuesta de los mismos medios de comunicación son transmisores de un ethos violento. La misma divisa de su programa, el fuck you, es una confirmación de esto.
Nuestros dirigentes deben entender que una cultura política basada sobre los derechos del hombre y organizada democráticamente no es impuesta por una élite de dirigentes sino que la misma presupone el consenso de la sociedad la cual encarna, en la vida cotidiana, los valores que dan vida al sistema democrático.
Ahora bien, cuando la sociedad no está centrada en estos valores, resulta imposible sostener una República, excepto, claro está, en un plano meramente formal y discursivo. Existen en la Argentina tres poderes, formalmente hablando, aunque en la práctica, la justicia casi siempre responde al poder de turno, y el poder legislativo casi siempre también expresa la voz del caudillo de turno.
Existen, pues, las instituciones republicanas… aunque sin vida alguna. Y de esta situación no se sale otorgando a la historia un papel salvífico, como si la historia tuviera una lógica completamente autónoma respecto de las decisiones de los hombres. Y digo esto porque el senador radical Ernesto Sanz señala que estamos asistiendo a un final de ciclo. En realidad, el final de ciclo sólo se producirá cuando el pueblo argentino y sus dirigentes encarnen los valores fundamentales sobre los cuales debe asentarse el sistema democrático. Un fin de ciclo no es cambiar las figuritas gubernativas por otras que seguirán conduciéndose de acuerdo a una lógica totalmente alejada de los valores de libertad, de la paz de la justicia –y, añadiría, de la verdad–: un nuevo ciclo se alumbrará cuando cada argentino haya decidido fundar su vida individual y colectiva sobre los referidos valores.
¿Cómo podrá ser posible esta realidad cuando la educación actual es generadora de un absoluto relativismo? Advertía, hace ya tiempo y con entera razón, Francis Fukuyama: «El relativismo no es una arma que pueda apuntarse selectivamente a los enemigos que se escojan. El relativismo, la doctrina que mantiene que todos los valores son meramente relativos y que ataca todas las “perspectivas privilegiadas”, ha de terminar socavando también los valores democráticos…»[3]. Por lo tanto, el senador Sanz, más allá de su recta intención, la cual valoramos y no ponemos en duda, debiera ocuparse con todas sus fuerzas en crear las condiciones necesarias para que el ciclo auténticamente republicano, fundado sobre los valores que lo hacen plenamente vital, se convierta en una auténtica realidad.
No resulta suficiente luchar sólo por la existencia de las instituciones republicanas: se trata, fundamentalmente, de trabajar en orden a la formación de un ethos republicano que sea plenamente consciente que resulta imposible afirmar la inalienabilidad de los derechos y la dignidad de las personas humanas desde una cultura que ha perdido el sentido de la verdad.
*
Notas
[1] Martin Rhonheimer. “Perché una filosofia politica? Elementi storici per una risposta”. En Acta Philosophica, vol. 1 (1992), fasc. 2, p. 255.
[2] Ibidem, p. 255.
[3] Francis Fukuyama. El fin de la Historia y el último hombre. Bs. As, Planeta, 1992, p. 440.


MAYO 8, 2014

Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!

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