por Alberto Medina Méndez
El debate político es habitualmente apasionante. No se trata de un entretenimiento o de un simple pasatiempo como cualquier otro, ya que de su desarrollo y acciones dependen, en buena medida, muchas de las decisiones que impactan fuertemente en la vida cotidiana de las personas.
Esa batalla cultural, donde las ideas compiten con la intención de lograr mayor aceptación general, inspirar a los gobernantes e influir en el discurso que regirá el destino de los individuos, tiene una diversidad casi infinita.
Sin embargo, en este casi inagotable universo de visiones, un caricaturesco grupo humano, minoritario pero grandilocuente, que se hace notar en cuanta oportunidad dispone, es el de los eternos predicadores que sostienen que la humanidad toda vive bajo la constante amenaza de un gran complot.
Su teoría general se apoya sobre la base de que un conjunto de individuos, que tienen perversas intenciones, se reúnen a diario para confabular, construyendo así una enorme conspiración que busca, por diferentes medios, destruir todo a su paso, para apropiarse del poder mundial.
Esa retorcida visión de la vida tiene plena convicción sobre la existencia de un nuevo orden mundial que se edifica día a día, silenciosa pero tenazmente, con el objetivo de conseguir que triunfen las fuerzas del mal.
Según el perfil del interlocutor que plantea estos dislates, la facción a la que circunstancialmente pertenece o la inclinación doctrinaria que asume, sus adversarios pueden tener múltiples facetas y procedencias.
Estos exóticos miembros de la sociedad provienen desde dispares sectores. Pueden ser nacionalistas, ultraconservadores, fanáticos religiosos o militantes de la izquierda más fundamentalista.
Unos y otros se inspiran en similares frases hechas, casi siempre panfletarias. Su argumentación es invariablemente superficial, bastante vacía pero con mucho componente místico y con más retórica que seriedad. Sus prejuicios no tienen nunca explicación adicional alguna. Son como dogmas los que en realidad sostienen sus elucubraciones sin asidero.
Pese a la heterogeneidad de los orígenes ideológicos, existen rasgos comunes en ese andamiaje argumental. Todos ellos coinciden en asignarle responsabilidades respecto de lo que sucede en el presente, a las corporaciones ocultas, esas que administran el poder desde las sombras.
En general, sus enemigos son absolutamente anónimos y no tienen rostro. A lo sumo pueden identificar a algún poderoso al que señalan como la cabeza visible de esa cofradía. De hecho, buena parte de su esquema de razonamiento, plantea que esos movimientos tutelan el poder desde la clandestinidad, compartiendo así atributos comunes con las sectas secretas, lo que abona con creces al pretendido paradigma de lo temible.
Los contrincantes elegidos como parte de este pérfido juego intelectual son de una gran diversidad y originalidad. Muchos se inclinan por las cuestiones religiosas. Son los que apuntan como culpables, al sionismo internacional, cuando no, un poco mas audazmente y en forma políticamente incorrecta, a los judíos en su totalidad, siempre vinculándolos a los intereses económicos que están detrás de la guerra y el capital financiero.
Otros apuntan a temas más desconocidos, aprovechando la ignorancia reinante y entonces acusan de conspiradores a la masonería. Lo enigmático que rodea a las logias, ha convertido a ese planteo en uno de los preferidos por estos personajes que viven perseguidos por ilusiones inconsistentes.
No faltan tampoco los que creen que el comunismo, prepara su arremetida final desde el marxismo más intransigente, siempre asociado a su ateísmo implícito y demonizándolo por esa conjunción de visiones aberrantes desde la perspectiva del denunciante serial.
Otra tendencia, tal vez la que más adeptos exhibe, se inclina por las corporaciones económicas que controlan el mundo, las multinacionales siempre funcionales al capitalismo salvaje. En esa misma sintonía, quedan relacionados los servicios de inteligencia, sobre todo los de ciertos países. Inevitablemente en esa ficción aparecen la CIA y la Mosad, pudiendo sumarse otros para magnificar el tamaño de la confabulación.
Un párrafo aparte merece la más esotérica de las suposiciones, esa que anuncia el conjuro planetario universal. Es que los extraterrestres, pueden ser también protagonistas de ese mundo de fantasía que imaginan estos sujetos que no tienen límite alguno a la hora de delirar con sus cavilaciones.
Es difícil establecer un dialogo racional con estos comediantes del debate político. Una cosa es plantear cuestiones racionalmente demostrables, aunque sean opinables y otra es discutir en el ámbito de las elucubraciones que se sostienen en espejismos cuyos únicos cimientos son las divagaciones de sus apóstoles de turno. Hay que evitar enredarse en discusiones eternas con estos enajenados, aunque resulta saludable confrontarlos en el terreno del intercambio de ideas para dejarlos en evidencia y así limitar el impacto de sus disparates. Lo que se debe recordar es que ellos son fieles exponentes de la persistencia de los paranoicos.
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