viernes, 25 de julio de 2014

Reflexiones sobre la Debilidad Política de los Católicos (II)

R. P. Lic. Horacio Bojorge, SJ
Razones para modificar el título
El tema que inicialmente se me propuso para esta conferencia era: “Causas de la debilidad política de los católicos”.
Apenas me puse a pensar, me pareció necesario modificar el título que se me proponía. Porque decir: Causas de la debilidad  política de los católicos parecería dar por supuestas, y por lo tanto por concedidas y afirmadas, dos tesis que, a mi parecer, habría que preguntarse si son verdad, y que, a primera vista, me parece que no lo son:
1) ¿Son los católicos realmente políticamente débiles? y 2) ¿La debilidad política es un mal? O ¿En qué sentido y condiciones puede decirse que sea un mal?
Los invito a reflexionar conmigo sobre estas dos preguntas y a compulsarlas con ciertos hechos que parecen desdecirlas. Con esto, aunque aún en los prolegómenos de nuestro asunto, ya nos estamos adentrando en él.
¿Son los católicos realmente políticamente débiles?
Ser fuerte no es otra cosa que ser sano...
Es la debilidad lo que nos hace más fuertes...
(Juan Zorrilla de San Martín, El Sermón de la paz, pp. 87. 149)
Prescindamos por un momento de la situación del catolicismo en la Argentina, que es la que nos viene abrumando, se diría que históricamente, con una sensación de impotencia y debilidad. Miremos primero panorámicamente la historia de la Iglesia y tomemos después en consideración algunos casos concretos que parecen desmentir nuestra impresión local.
Si se consideran globalmente nuestros dos mil años de historia, la Iglesia católica ha perdurado y ha sobrevivido a la ruina, decadencia y desaparición de todos los reinos y regímenes políticos. No hay ninguna otra institución histórica que haya sobrevivido como ella durante estos dos milenios. ¿Cómo decir que es débil el único organismo que sobrevive a los que presumiblemente habrían sido más fuertes? Esta observación nos exige por lo pronto hilar más fino con el concepto de debilidad.
Durante esos dos mil años, los tres primeros siglos fueron de persecución universal y violenta, primero por parte del judaísmo oficial y luego por parte del Imperio Romano. Establecida la paz con el Imperio sobrevinieron épocas de desgarramiento interior de los cristianos debido a las grandes herejías. Siguió la era de las invasiones bárbaras. Sobrevino luego la devastación musulmana de las Iglesias de África del Norte y Asia Menor. El primer milenio terminó con el gran Cisma, una ruptura catastrófica de la unidad de la Iglesia. Más tarde, en Occidente, surgieron cátaros, valdenses, husitas, que fueron brotes anticatólicos medievales. A partir de la Reforma protestante se instaló una rabia anticatólica que no ha cesado de inflamar ciertos espíritus y cuya difusión coincide con el primer mundo, sajón, opulento, y política, económica, tecnológica y militarmente hegemónico.
Si uno abre los ojos a esa historia de dos mil años y en particular a la segunda mitad del pasado milenio, desde la Reforma protestante, parece que los hechos hacen inaceptable la tesis de que los católicos sean políticamente débiles.
La sabiduría política del Apocalipsis de Daniel
Contemplando la vida del hombre católico a través de estos dos mil años, acude espontáneamente al espíritu la figura bíblica de Daniel. Daniel es el creyente que está en situación de esclavitud y opresión en una nación y una cultura extraña, a donde ha sido llevado en cautiverio. Parecería que Daniel y sus jóvenes compatriotas judíos, que están en situación de esclavitud en el destierro, fueran políticamente débiles. ¿Puede haber mayor debilidad política que la de un esclavo, aunque esté destinado a tareas de servicio intelectual en la corte del rey?
Y sin embargo, en el libro de Daniel se asiste al ascenso y caída de un rey tras otro, mientras que el creyente permanece escrutando los signos de la intervención de Dios en la historia, de la venida del Hijo del Hombre y de la entrega del Reino a los elegidos de Dios. Y no sólo eso. Daniel, por el carisma de interpretación de los sueños, se convierte en testigo e intérprete de las debilidades del alma que hay en los reyes, supuestamente los más poderosos políticamente. Daniel es el único capaz de entender, enseñado por Dios, que los gobernantes de este mundo son simples mortales, a menudo presos de su investidura política. Y es quizás el único en compadecerse de esas almas atormentadas por terrores nocturnos. Y en ocasiones se convierte en instrumento de Dios para que esos poderosos reconozcan su señorío divino.
Siempre he visto en el libro apocalíptico de Daniel, una obra bíblica que tiene mucho que enseñarnos a los creyentes como nosotros, a los que nos toca vivir sometidos a regímenes políticos que nos tienen en situación de sojuzgamiento. Tienen mucho que enseñarnos en el cultivo de nuestra relación con los soberanos del mundo.
Daniel se hace útil a ellos principalmente en la dimensión de la profecía histórica y del análisis del alma. ¿No será que los creyentes somos los pastores de sus almas? ¿También de las almas de los gobernantes? Y ¿no estará nuestra debilidad política, como la de Daniel, al servicio de nuestra misión? ¿No vemos acaso nosotros también, como Daniel, subir y bajar a los poderosos de sus tronos? ¿Y no somos también nosotros, como él, depositarios de una sabiduría revelada acerca del sentido y el fin de la historia?
Si nos preguntamos qué es lo que a Daniel le da la permanencia mientras suben y caen reyes, descubrimos que es su fe y su fidelidad a Dios. Una fidelidad que se manifiesta en prácticas que alguien pudiera considerar formalistas: ayunos y abstención de alimentos impuros, horas de oración y alabanza, postrado en dirección del templo de Jerusalén. El cultivo y la celosa preservación de la relación con Dios, son lo que le da identidad y firmeza a este esclavo de amos que van y vienen. Es lo que dice Isaías: “Si no os apoyáis en mí no estaréis firmes” [12]. Y lo de san Juan, quien pone nuestra victoria sobre el mundo en la fe y no en la capacidad de influjo político: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe” [13].
Pero hay algo más que le da a Daniel la capacidad de vivir en la condición de sojuzgado: la esperanza. Su fe incluye un conocimiento del sentido de la historia del que carecen los reyes tanto como del sentido de sus sueños. Daniel sabe que el Señor es Rey de reyes y Señor de señores, que el principado, el imperio, el reino y el poder le pertenecen a Él y que Él lo da a quien quiere y cuando quiere por motivos que Él se guarda en su misterioso designio. Daniel sabe que el Señor dará un día el reino y el poder a los santos. Daniel escruta los tiempos del Mesías, los tiempos del Reino de Dios.
No podemos perder de vista que Jesús se identifica con el Hijo del Hombre de los sueños de Daniel, o sea con el Hombre verdadero a quien Dios le va a entregar el reino, el poder y el imperio, cuando se lo arrebate a los imperios bestiales y soberbios. Si otros pudieron hacer de la profecía de Daniel una promesa mesiánica triunfalista y política, Jesús se encargó de despolitizar la imagen del reino prometido a Daniel y de hacer del Hijo del Hombre que viene glorioso sobre las nubes, un siervo mesiánico sufriente, condenado y ajusticiado por la justicia de los poderes políticos, ante los cuales fue, manifiestamente, militar y políticamente débil.
Y sin embargo, el crucificado inauguraría así un imperio que ha empezado a ser trimilenario. ¿De qué orden es este poder que no es político, y sin embargo se manifiesta también en ese orden, de modo que lo celan, desde Herodes, todos los poderosos?
Parece claro que en la misma fe hay una firmeza que coloca al cristiano en el mundo pero sobre el mundo. Quizás una de las causas del sentimiento de debilidad que tienen algunos católicos, deriva de que no entienden lo que les está sucediendo. Y no lo entienden porque no se dejan iluminar por la revelación que las Escrituras encierran acerca de la historia y del fin de los tiempos.
Pero retomemos el hilo de nuestra reflexión. ¿Somos los católicos políticamente débiles?
Si se consideran los dos, o los cuatro últimos siglos, los católicos ya habrían sido eliminados si no tuvieran una misteriosa capacidad de resistencia, que de alguna manera pertenece también al orden político. Tal es el odio, la saña y la perseverancia sistemática de las fuerzas que se le han opuesto y que han querido exterminarlos.
Según testimonio de Mons. Michel Hrynchyshyn, obispo ucraniano que preside la Comisión encargada de establecer el martirologio católico en ocasión del jubileo: este siglo ha sido el más sangriento en la historia de las persecuciones anticatólicas. El estudioso David B. Barrett afirma en la Enciclopedia cristiana mundial, que durante los últimos 20 siglos ha habido cerca de 40 millones de mártires, de los cuales 27 millones, o sea casi tres cuartas partes, en el siglo XX [14].
Esto significa que, los católicos, aún no estando en el poder, aún siendo especialistas en perderlo como parecen serlo, han tenido y siguen teniendo una fuerza de supervivencia que es, de alguna manera, una fuerza de orden político. Un vigor que, si no pertenece al orden del poder político, sí al orden de la resistencia política, lo cual es, de alguna manera, una cierta forma de poder. Desde hace varios siglos se ha venido intentando debilitar a los católicos en todos los órdenes y se ha apuntado a su exterminio por vía demográfica, con las políticas antinatalistas, por vía socioeconómica con políticas de vivienda, sociales, económicas, fiscales. Por vía jurídica conculcando sus derechos de mayoría alegando respeto a minorías, o cuando convino, donde se convirtieron por fin en minoría, imponiéndoles el derecho de las mayorías, sin respeto por ellos. Por fin se los ha perseguido culturalmente, entre otros medios, sometiéndolos a la tiranía escolar [15].
Quizás la psicopolítica quiera convencernos, para debilitarnos más aún, de que somos débiles y nada podemos. Una poderosa causa de debilidad podría ser la convicción de ser débiles. Porque a nada se atreve el que se siente impotente. Creo que a partir de esta convicción, no me parecía aceptable un título que parecía dar por supuesta una debilidad política de los católicos, sin matizar el sentido de esa afirmación.
Cristo y el Anticristo
Pero la recrudescencia y agigantamiento de la persecución y del correlativo número récord de mártires en este siglo, nos demuestra otro hecho que debemos tener en cuenta, para comprender la naturaleza de la fuerza que se oculta en nuestra aparente debilidad. Este hecho nos demuestra que Cristo es y sigue siendo el centro de la historia y que ésta se ha convertido y se va convirtiendo cada vez más en una lucha en torno a Cristo y a los suyos, una lucha contra nosotros.
Somos llevados así, como de la mano, a poner nuestra debilidad y nuestra fuerza a la luz del pecado original y del Anticristo. “Para poder decir lo que es realmente el Anticristo, hay que aceptar, antes, la existencia de ‘el Maligno’ como puro ser espiritual, y desde luego como un ser que tiene poder en la historia. Más aún, hay que concebirlo como el ‘príncipe de este mundo’, al que con una fórmula extrema se le llama también ‘el dios de este mundo’ (2 Cor 4, 4)” [16]. Pues bien, éste es el opositor. Una fuerza metahistórica pero también histórica, que da poder a sus servidores y lo arrebata a los de Cristo. Él es “el que acusa a nuestros hermanos” [17], “el adversario, el opositor” [18], el que “se disfraza de ángel de luz” y envía a sus servidores disfrazados de ministros de justicia [19].
Para comprender las causas y la naturaleza de nuestra debilidad política debemos, pues, tener en cuenta la revelación de Jesús, acerca del futuro de la Iglesia y del Anticristo, el opositor, el obstaculizador, el enemigo que viene a sembrar cizaña en el trigal [20].
Nuestra lucha –nos dice San Pablo– no es contra hombres sino contra Satanás y los espíritus malignos. Por eso debemos buscar nuestra fuerza en el Señor: “potenciaos en el Señor y en el poder de su fuerza, vestíos con la armadura de Dios, para que podáis resistir a las tácticas del diablo, porque nuestro combate no es contra sangre y carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos del aire” [21].
Si llegáramos a poder discernir que nuestra debilidad es de este tipo, por estar enfrentados a la oposición de las fuerzas demoníacas que gobiernan nuestra civilización y nuestra cultura, le dan su orientación anticatólica y establecen filtros ocultos para neutralizar nuestros intentos, entonces, ésta sería una debilidad buena, una debilidad teológica. Sería la debilidad de los mártires, en la que se revela la fuerza de Dios. Una debilidad de aquellas que Pablo experimentaba y de las que le reveló el Señor: “mi gracia te basta, porque en la debilidad se hace perfecta la fuerza”. De lo que Pablo concluyó: “Muy gustosamente continuaré gloriándome en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo” [22]. Tal debilidad sería del tipo que Jesús enseña en el Sermón de la Montaña, que son bienaventuradas. Porque los perseguidos por Cristo juzgan al mundo y lo convencen de pecado, de justicia y de juicio.
Los enemigos del pueblo católico no lo consideran débil
Por otra parte, no nos dejemos engañar. Aunque Marx, Gramsci, Fukuyama y otros enemigos de la fe católica, afirmen por un lado que el cristianismo y la Iglesia son cosas del pasado, reliquias, cadáveres: “Sin embargo, no pierden ocasión de referirse a él, e incluso lo declaran el peor enemigo” [23]. Toda su guerra es contra el pueblo católico [24].
Coincidentemente, Josef Pieper ha observado que aun cuando la Modernidad pretenda que la historia se desarrolle en un laicismo neutro frente a Cristo, sin embargo, apenas se pone en juego el ejercicio del poder político “de inmediato se habla de forma explícita y hasta exclusiva del cristianismo; y desde luego, se habla de él como de un poder de «résistance», del ‘sabotaje’. Dicho en lenguaje cristiano: se habla del cristianismo como de la ecclesia martyrum, la iglesia de los mártires. Así como el mártir, hablando en un sentido intrahistórico, es una figura de orden político, así también el Anticristo es una manifestación del campo político. No es algo parecido a un hereje o a un disidente, que sólo tendría importancia dentro de la historia de la Iglesia mientras que el resto del mundo no necesitaría tener noticia de él. No. La potentia saecularis, el poder mundano sería –según lo afirma santo Tomás de Aquino [25]– el verdadero instrumento del Anticristo, que es por esencia alguien dotado de poder. Los tiranos y los gobernantes violentos, que persiguen a la Iglesia serían –y continuamos citando al Aquinatense [26]– los representantes (quasi figura) del Anticristo. A éste pues, no se lo concibe al margen del terreno histórico, sino que más bien es una figura eminentemente histórica, toda vez que la historia es primordialmente historia política. [...] Al final de la historia, por lo tanto, se instalará un falso orden, sostenido por un abuso del poder político” [27]. A ese pseudo-orden pertenece el engaño y la mentira del Ángel de luz, será un engaño exitoso. “Tal vez el pseudo orden del reinado del Anticristo [...] será saludado como una liberación” [28].
Retomemos la idea de Pieper acerca del martirio como hecho político. Los mártires inocentes fueron masacrados por Herodes evidentemente por una razón y con una intención política. Aún hoy, cuando se organiza la masacre moral de la niñez, planificando empresarialmente, mediante la industria de la pornografía, la corrupción de los niños y de la juventud, estamos ante un análogo martirio por razones políticas.
El temor del Faraón ante la fecundidad del Pueblo de Israel y la persecución que inicia con medios sinuosos y secretos buscando su exterminio, era figura de la persecución artera a la que los poderes de este mundo han sometido y siguen sometiendo no sólo ya a la Iglesia institución, o a las instituciones y derechos de la Iglesia, sino a la materialidad demográfica del mismo pueblo católico, así como a su infraestructura económica, escolar e intelectual.
En este contexto, podemos decir que los que se oponen al catolicismo no lo consideran débil de ninguna manera. Y que lo que los católicos experimentan como una debilidad política, no es sino consecuencia de la oposición cerrada de que son objeto y que pertenece al misterio de la historia de la salvación y se explica a la luz de la revelación sobre el príncipe de este mundo y del Anticristo.
Se trata pues de una debilidad de la carne en la que brilla la fuerza del espíritu. Nuestro combate y nuestras armas son, como lo decía San Pablo, espirituales. Si llegamos a comprender esto nos desembarazamos de un falso sentimiento de debilidad, pero a la vez nos hacemos capaces de comprender cuál sería nuestra debilidad verdadera: nuestra falta de fe.
Analizando la historia de las persecuciones puede observarse que ni los medios militares violentos (musulmanes y cruzadas, intentos de exterminio...), ni los medios jurídicos y políticos (los estados masónicos y el soviético) lograron la destrucción definitiva del catolicismo. Este hecho lo reconoció Antonio Gramsci, que señaló también la prioridad de la cultura y planeó los métodos de persecución y abolición cultural del pueblo católico.
Pero el Anticristo no cesará en su oposición y la confrontación será cada vez más radical. Los pretextos se irán sincerando cada vez más. Ya no se reprochará a los creyentes visiones sociales o culturales diferentes. Se hará cuestión directamente de su fe como subversiva. La previsión de Josef Pieper es que “La última forma intrahistórica que adoptarán las relaciones de la Iglesia y el Estado no será la de un «arreglo», ni siquiera la de «lucha», sino una forma de persecución; es decir, la del acoso de los impotentes por el poder: mientras que la manera de lograr la victoria sobre el Anticristo será el testimonio de la sangre” [29].
La enseñanza de nuestra Señora en Fátima
Nuestra Señora se ocupa, en sus mensajes de Fátima, de hechos políticos tales como las dos guerras mundiales y Rusia, o lo que es lo mismo, de la revolución marxista. Se ha observado [30] que 1917 es, en plena primera guerra mundial, el año del triunfo de la revolución bolchevique que instala en Rusia el primer estado no sólo ateo, sino anti-teo [31]. Un gobierno que aspira a ser mundial y que se propone, por primera vez en la historia, como parte de su plan de creación de una nueva humanidad, la erradicación de la religión, que es, en los hechos y principalmente, la erradicación de la fe cristiana, ortodoxa y católica, empezando por el ámbito de las Repúblicas Socialistas Soviéticas Unidas. Pero no sólo en ese ámbito. Pronto comenzará a exportar la revolución anticristiana. Es conocida la participación que tuvieron, en las persecuciones sangrientas durante las revoluciones mexicana y española de las décadas siguientes, los agentes políticos revolucionarios rusos o de la internacional marxista. Recuérdese que Trotsky se asila en México, donde es, a pesar de todo, asesinado.
No sin desvergüenza se ha acusado a los católicos que tomaron las armas para defenderse de este intento de exterminio en México y España de ser violentos y fascistas. Lo sucedido en México y en España, es aleccionador. En México el levantamiento armado fue aplastado, más que por vía militar, por vía diplomática. Pero es cierto que los Cristeros de México no contaban con el apoyo de una potencia militar dispuesta a darles apoyo proveyéndolos de armas, sino todo lo contrario. Todo el apoyo de Estados Unidos iba hacia los gobiernos que los perseguían.
En cambio la insurrección católica en España, y esto no se le perdona, pudo recibir apoyo militar del Eje: Alemania e Italia. Se ha querido de allí sacar argumento para acusar de fascistas a los católicos españoles. La verdad es que compraron armas y aceptaron el apoyo militar de quien se lo podía proporcionar.
Hoy, una salida militar está excluida, porque el poder militar mundial está centralizado y controlado por el gobierno mundial, y éste, como sabemos, nos es cada vez más abiertamente adverso.
Como se ha observado, desde 1970, cambia la atmósfera de renovada confianza de la Iglesia hacia el mundo que caracterizó la época que va de Juan XXIII a la primera parte del pontificado de Pablo VI. Y cambia con razón. Se inaugura entonces un creciente rechazo del magisterio eclesiástico por parte de los Estados y la caída de todas las esperanzas acariciadas entre 1958-1968. Se sancionan las leyes de divorcio, aborto, fecundidad asistida, matrimonio de homosexuales, adopción de niños por matrimonios homosexuales. Y mientras más se acentúan en la democracia liberal el secularismo y la concepción libertaria –moralmente cínica– de la sociedad, más se multiplican los signos de barbarie jamás imaginados en el período de la misma democracia romántica: legalización del aborto, infanticidios frecuentes, violencia infantil y violaciones de menores, comercio de órganos, manipulaciones genéticas salvajes, fraudes fiscales colosales e impunes, descenso de la natalidad galopante, droga, disolución familiar, una economía de mercado que sacrifica el bien común y lleva de la mano a los gobernantes [32].
Pero retomemos el hilo de nuestra reflexión: ¿A qué se deben todas estas formas de violencia que apuntan al etnocidio, al exterminio demográfico, o a la desaparición cultural del pueblo católico? ¿A qué se debe este odio inexplicable contra un tipo humano excelente como el que nace de la fe? ¿Cómo se explica que en vez de apreciar sus virtudes, incluso ciudadanas, y de fomentar su existencia y su excelencia, se esté siempre al acecho de sus defectos para pretextar los intentos de exterminio o de desidentificación?
Suelen darse, las pocas veces que alguien reconoce este hecho tan poco atendido, respuestas de orden histórico, político, ideológico o social. Nuestro diagnóstico, lo hemos dicho, es espiritual. Se trata de la acedia. Una acedia que ha adquirido dimensiones políticas, de civilización, de legislación de teorías jurídicas, de ideas filosóficas justificatorias... pero que es de naturaleza espiritual: demoníaca. La acedia es el espíritu del Anticristo, del opositor.
Fátima nos enseña a mirar más allá de los hechos políticos de este siglo, a su significado espiritual. Y en atención al carácter espiritual de la dolencia nos prescribe remedios. Remedios que no son políticos sino espirituales: oración y penitencia, rezo del Santo Rosario, consagración de Rusia al Corazón de María. Y esos remedios espirituales, cuando se aplicaron, demostraron su eficacia, espiritual, aunque de consecuencias políticas.
Fátima nos enseña que el poder político de los cristianos, reside, no tanto en el uso de medios propia y exclusivamente políticos, sino en la aplicación de medios espirituales.
Dios es un agente histórico real, vivo y verdadero, a quien mueven las oraciones de sus fieles. La tentación mesiánica consiste en sustituir nuestras eficacias humanas e intrahistóricas, en el supuesto de que Dios no interviene. Pero es él quien confunde al enemigo, no nuestro, sino de su gloria.
El Espíritu Santo inspira, mueve, actúa. Es necesario prestarle oído atento y seguir sus inspiraciones con corazón obediente. Y esto no sólo a nivel de individuos, sino de todo el pueblo de Dios. Eso es algo que logró Nuestra Señora del Inmaculado Corazón en Fátima.
Me decía un párroco que haciendo el balance de lo que había quedado en su parroquia después de que la devastara el huracán del tercermundismo y las ideologías, comprobó con asombro, que la que había sobrevivido intacta y saludable era la tan menospreciada Legión de María. Son, me decía, mis fuerzas de choque, mis paracaidistas, mis comandos ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Juan Pablo II, el profeta de María
El Papa Juan Pablo II es un hombre todo de María, compenetrado con los métodos espirituales con que María nos enseña a enfrentar las jugadas históricas y políticas del Anticristo. Pues bien, la convicción que gobierna la acción del Papa Juan Pablo y la enseñanza profética que trasmite es que el motor que impulsa la historia no es la política ni la economía sino la cultura.
“A pesar de su creciente debilidad física durante la segunda mitad de los noventa, Juan Pablo II siguió defendiendo con idéntica energía ese tema principal de su pontificado: la cultura es el motor que impulsa la historia.
Ésta era una lección que había aprendido de su padre y su temprana lectura de los clásicos del romanticismo polaco. Siete décadas de reflexión espiritual y de experiencia personal habían servido para profundizar y consolidar su teoría, que refutaba la tesis contemporánea de que los dos motores del cambio histórico son la política y la economía. El desmoronamiento del comunismo europeo de 1989-1991 había confirmado la proposición de que la cultura dirige la historia. A finales de la década de los noventa, Juan Pablo II centró su propuesta de la ‘primacía de la cultura’ en los cambios históricos a la reevangelización de Europa Occidental, para fortalecer los cimientos de la libertad en las nuevas democracias de Europa Central y del Este, y para la liberación de Cuba” [33].
El pontificado de Juan Pablo II es riquísimo en hechos políticos notables, que merecerían un análisis pormenorizado, porque el Papa es un profeta que nos enseña cómo actuar en el terreno político. Juan Pablo II nos enseña que no debemos marginarnos de la política, al mismo tiempo que no debemos permitir que nos encierre y que debemos estar por encima de ella.
No sólo a través de la Secretaría de Estado sino a través de sus enviados, como Mons. Etchegaray, o personalmente, el Papa ha metido la mano sin miedo a los poderosos y sin acepción de personas, en los conflictos del Golfo Pérsico, del Líbano, Mozambique, Angola, Etiopía, Sudáfrica, Sudán, Namibia, Cuba, Haití, América Central, Vietnam, Cabo Verde, Guinea Bissau, China, Myanmar, Liberia, Ruanda, Burundi, Indonesia, Timor Oriental, los Balcanes, en su propia patria polaca y –nosotros no podemos olvidarlo– conjurando una guerra entre Argentina y Chile; poniendo fin a la guerra de las Malvinas o logrando un armisticio entre Perú y Ecuador.
Si alguien quiere profundizar en este tema podrá consultar la biografía reciente de Juan Pablo II escrita por George Weigel [34]. Yo me limitaré a tomar aquí solamente el caso filipino, como ejemplo del poder político de los católicos cuando actúan en consonancia Obispos y laicos en espíritu de oración, sin miedo y con el Rosario en la mano. Y cuando el poder militar y político mundial no está demasiado interesado en impedir su acción.



(continuará)  


No hay comentarios:

Publicar un comentario