por Carlos Daniel Lasa
Muchas veces tengo la fuerte impresión de que el Parlamento argentino se ha transformado en una suerte de mercado en la que la lógica deliberativa ha sido reemplazada por una lógica de intereses a la que sólo le interesa el recuento de votos.
Esta situación es de extrema gravedad por cuanto la democracia se ve conducida a un estado de debilidad extrema. Mejor traducido: el Parlamento ha dejado de ser la expresión de la voluntad general del pueblo argentino y ha pasado a manifestar la decisión particular del titular del Ejecutivo.
Saquemos una primera conclusión: si la deliberación por parte de los representantes del pueblo no es real, la representación política de éste (el demos) es utópica. El pueblo sólo puede actuar en el espacio público a través de la puesta en acto, mediante sus representantes, de la deliberación y de la decisión. Los representantes ofician como pueblo toda vez que persiguen una voluntad común mediante la deliberación.
La auténtica deliberación conduce a una verdadera liberación: liberación de nuestro particular punto de vista el cual, generalmente, es expresión de nuestras necesidades individuales[1]. Y si por el discurso común y público trascendemos el estrecho espacio de nuestra privacidad, nos capacitamos para actuar como ciudadanos, como miembros que se esfuerzan por expresar una mirada común.
La deliberación pública es tan importante que, sin la mediación de la misma, el pueblo no podría conocer cuál es su voluntad común. Y sin voluntad común, no hay propiamente pueblo sino un conjunto de individualidades cuya única preocupación consiste en procurarse más oportunidades y ventajas individuales. Reitero: la tarea fundamental de los representantes es la de poner en acto, a través de la deliberación pública, esa voluntad común. Son ellos, constituyendo una especie de pueblo abreviado, los que dan a conocer esa voluntad común.
Lo dicho hasta ahora nos deja ver la importancia fundamental que la deliberación tiene en el parlamento. El parlamentario tiene que ser consciente de que su deliberación está ordenada a la conformación de una comunidad política, a la consolidación de una voluntad común, jamás estática, siempre in fieri. De allí su esmerada ascesis en orden a la obtención, mediante el diálogo, de una mirada común. Cada parlamentario, partiendo de un punto de vista propio, debe intentar ascender, mediante la deliberación, a un punto de vista compartido en el cual se encuentran integrados los diversos puntos de vista particulares, de acuerdo al mayor o menor acercamiento de cada uno de éstos al problema planteado.
La voluntad de un partido político no es la voluntad del pueblo entero de la nación. Consecuentemente, cada representante del pueblo deberá esforzarse por alcanzar una voluntad común. El programa electoral sólo es, para cada parlamentario, su punto de partida: en su desarrollo deliberativo, la posición sustentada en el programa electoral deberá sufrir modificaciones hasta llegar a una posición mejorada y compartida. De lo contrario, la mejor medida sería la de proceder al cierre del Parlamento. En su lugar, se podría disponer de un sistema técnico contable que determine cada ley de acuerdo al recuento de la mayoría de los votos.
Por lo tanto, cada intervención del parlamento puede significar un acrecentamiento en la clarificación de la voluntad popular… o su defección. Una decisión parlamentaria sin deliberación, fundada en la sola votación, no deja de ser la imposición de unas voluntades privadas sobre las otras. Estamos acostumbrados a un parlamento en el que la deliberación está ociosa. Esta ausencia de deliberación ha llevado a presentar listas de parlamentarios duchos en levantar la mano pero sin la preparación suficiente para el mínimo ejercicio de una discusión racional.
El parlamento-mercado es la manifestación del desprecio absoluto por el pueblo de la Nación argentina por cuanto, por un lado, se lo priva de la conformación de una voluntad común, la cual constituye el fundamento más profundo de su identidad y cohesión; por el otro, se lo condena a vivir en una sociedad propia de los cerdos[2], en una sociedad que sólo se preocupa por satisfacer las necesidades naturales del cuerpo más básicas.
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Notas
[1] Cfr. Hannah Arendt. ¿Qué es la política? Barcelona, Paidós, pp. 79 y 112.
[2] Cfr. Platón. República, 372d-e.
• AGOSTO 9, 2014
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
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