martes, 2 de septiembre de 2014

Pertinaz confusión.

por Alberto Medina Méndez
Varias generaciones persisten en ese error que parece eterno. El desorden conceptual tiende a combinarse con la congoja que propone la coyuntura. Invariablemente, esa situación empuja a actuar, a ejecutar, como si esa postura rectificara los dislates del pasado.
Es de gran utilidad pasar a la acción, pero no de cualquier modo. Jamás puede ser esa decisión más importante que definir previamente el rumbo a transitar.
Algunas sociedades deliran creyendo que lo relevante es hacer y que el resto es una cuestión menor, filosófica, abstracta y fundamentalmente intrascendente, sin comprender que nada valioso se puede lograr sin una inteligente y previa fijación de objetivos, sin esa vital claridad conceptual que orienta hacia un propósito. Recién allí el campo de la acción tiene algún sentido. Antes solo consigue dispersar las escasas energías que finalmente conducen a lugares inciertos muy distantes del sueño al que se aspira.
Es recurrente ver este escenario, no solo en la política sino también en la sociedad civil, en las instituciones y en personas que deambulan sin norte, entreteniéndose con maniobras irrelevantes que solo consumen tiempo.
La elección del itinerario es un proceso que puede llevar demasiado y que no necesariamente precisa convivir con la pasividad, pero si requiere de suficiente concentración, de un pormenorizado estudio, de un análisis lúcido y a fondo que permita aclarar los objetivos perseguidos para luego recién seleccionar las herramientas útiles que ayuden a tener el éxito pretendido.
Es allí cuando el sistema de ideas orienta y manda. La escala de valores y las convicciones profundas deben ser la guía irremplazable para no desbarrancar. No es igual ir al norte que al sur, sin embargo algunos siguen creyendo que lo primordial es hacer, no importa que, porqué, ni para qué.
Probablemente las angustias jueguen una mala pasada e inviten a hacerlo todo ahora, sin demasiado criterio. Es posible también que algunos ya no tengan paciencia porque sienten que no tienen fuerzas, que les quedan pocos años de sus vidas, y esperan ingenuamente, ver el resultado de sus ganas en un plazo breve. No han comprendido que las grandes transformaciones llevan tiempo, a veces mucho, y que suelen ser el resultado del complejo esfuerzo de grupos humanos que disponen de una visión aguda, integral, completa y no de intentos aislados caóticos.
Los países del mundo que han logrado triunfar en ciertas cuestiones específicas, se han tomado la tarea de pensar el futuro, de establecer con bastante precisión su horizonte, para recién luego de ese detallado análisis, empezar a diseñar la nómina de tareas a llevar a cabo para conseguirlo, no sin antes relevar las herramientas disponibles y sus posibilidades concretas de alcanzarlo, y así evitar caer en la desilusión que trae consigo el fracaso.
A riesgo de que algunos supongan que se les va la vida, es el momento de tomarse todo con más seriedad y menos improvisación. La salida a cada uno de los grandes problemas que enfrenta la sociedad contemporánea precisa de una previa delimitación del sendero a recorrer y de un razonable consenso acerca de hacia dónde dirigir todos los esfuerzos.
Habrá que serenarse, dejar de lado la infinita ansiedad que plantea trampas de modo permanente y tener la templanza suficiente para que antes de emprender el viaje se pueda determinar el destino pretendido con nitidez.
Si realmente se desean soluciones sustentables y dejar atrás largos años de frustraciones, hay que evitar caer en el zigzagueo interminable que muestra la historia reciente, que no es más que el producto de esa actitud espasmódica de arrancar constantemente hacia cualquier lado y suponer que se está perfectamente encaminado solo porque se hace algo o mucho.
Las sociedades repiten hasta el cansancio las mismas recetas y obviamente obtienen resultados similares. El ciclo se retroalimenta cuando después de haber fracasado, se hacen pequeños giros casi imperceptibles a esa ruta impropia, bajo la infantil pretensión de que esta nueva etapa será sustancialmente mejor, sin darse cuenta que solo han confirmado la dirección para hacer más de lo mismo, reiterando experiencias anteriores.
Es probable que se persista en insistir en este derrotero. Es posible que aún no se haya aprendido la lección. El habitual proceso de negación puede hacer creer que los descalabros son responsabilidad ajena por simples errores de implementación o la presencia de líderes ineficientes, sin registrar que el nudo del problema sigue siendo el incorrecto rumbo elegido.
No solo la clase política, sino fundamentalmente la sociedad, viene transitando esta senda plagada de equivocaciones. Cuando los disparates sirven como paso previo a la elección adecuada, los tropiezos son de gran utilidad. La tragedia actual es que, por ahora, esos errores son solo uno más en la larga lista de inagotables desaciertos, sin que se consideren los reales motivos que explican ese resultado, para finalmente atribuírselo a cualquier cosa que implique no asumir responsabilidades propias.
El gran desafío es reflexionar con grandeza, humildad y con la necesaria sensatez que la inocultable evidencia proporciona. Lo obtenido hasta aquí no es lo esperado. El resultado no es el pretendido. Es hora de renunciar al mal hábito de los incontinentes que quieren hacer lo que sea con tal de arrancar ya mismo, para tomar otra estrategia, detenerse el tiempo que sea necesario, analizar lo sucedido, observar críticamente el presente y cambiar drásticamente la dirección de los esfuerzos.
Está claro que el trayecto elegido no fue el adecuado. Se precisa mucho más que meros retoques para enderezar el rumbo y alcanzar los objetivos. El enorme primer paso que hay que dar es el de la incómoda autocrítica. Luego habrá que dibujar el nuevo norte y entonces encaminar las acciones hacia ese flamante objetivo. Es esencial abandonar esa pertinaz confusión.


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