viernes, 2 de enero de 2015

La Argentina que me preocupa.

por Carlos Daniel Lasa Es el último día del año y casi todos auguran un mejor 2015. Los políticos no son la excepción.
Anoche escuchaba a Massa deseando para la Argentina y su próximo gobierno, prosperidad económica y paz social. Dijo también algo de levantar la copa y brindar por un mejor futuro. Y yo, claro, me quedé pensando en algunas cuestiones que, condensadas en preguntas y respuestas, comparto a continuación con el lector. Este ejercicio socrático de fin de año no es otra cosa que un resumen de grandes problemas que me han ocupado durante 2014. Me disculpo si sueno reiterativo, pero estoy convencido de que los grandes problemas de Argentina son los mismos –y seguirán siendo los mismos– mientras se los siga abordando de manera simplificada, miope y reductiva.
*
¿Cree que la Argentina superó la crisis del 2001?
—No lo creo porque la Argentina, hasta el día de hoy y desde hace ya mucho tiempo, ni siquiera ha podido precisar la naturaleza de la crisis que la aqueja.
¿Y cuál es, a su juicio, la naturaleza de esta crisis?
—La crisis de Argentina es de naturaleza eminentemente cultural. Lo que está seriamente afectado, en nuestra patria, es el modo de ser profundo del hombre argentino. Lógicamente, esta profunda crisis se traduce en un desorden político, económico, social, etc.
¿De qué se trata esta crisis?
De un hombre que cree que la grandeza personal y de la comunidad nada tienen que ver con el pensar y con la virtud. En el libro que escribe Julio Bárbaro titulado “Lejos del bronce” refiere, casi al final del escrito, esta frase lapidaria. Permítame leérsela porque resulta impactante: “En mis largas charlas con ellos y sus elegidos, ni Menem ni Kirchner se referían a una concepción trascendente de la vida, ni profesaban admiración por el pensamiento ni mucho menos por la virtud”[1]. Una prueba palmaria de este desprecio por la inteligencia y la virtud es el manifiesto desinterés, tanto de los dirigentes como de la sociedad en su conjunto, de la suerte de la educación. Sucede que, contrariamente a lo que pensaba el venerable Platón, para el argentino actual, la grandeza de una Nación no radica en el pensamiento ni en la virtud sino en la soja, el trigo, la tecnología de punta, la buena marcha de la bolsa o la vida de la farándula.
¿Qué espera, entonces, de la Argentina que viene?
—Debo señalar que aquello que espero no es lo que desearía sino lo que, a mi juicio, tiene más posibilidades de suceder. Aquello que vendrá está ya presente, en germen, en lo que está sucediendo. En este sentido, barrunto un futuro, por lo menos inmediato, no diverso al del presente, siempre dominado por dirigentes de muy escasa densidad, totalmente ajenos al pensar y a la virtud.
Pero, ¿no venimos, acaso, de una “década ganada”?
—Habría que preguntarse en qué ha consistido la ganancia. Considero que, más allá de medidas circunstancialmente bien tomadas, el gobierno nacional ha construido una política alumbrada a la luz del nihilismo de valores que hace ya mucho tiempo vive nuestra Nación. El gobierno nos ha enseñado que los valores huelgan y que sólo el poder importa. O quizás no nos ha enseñado nada, por cuanto hace tiempo que nuestra vida personal y ciudadana es entendida desde el prisma del poder y del éxito.
Pero entonces, ¿qué queda de nuestra república?
—Argentina, en tanto república, no deja de ser una ficción que existe sólo en la letra de la Constitución pero no en la vida política de todos los días. Argentina ha vivido y sigue viviendo una contradicción entre la praxis política cotidiana y el ideal de la República. Tanto el argentino medio como la clase dirigente consideran que lo central de la vida política argentina es el poder ejecutivo. No existen los otros poderes: ni el Parlamento en el cual debiera, a través de un diálogo fecundo entre los representantes de los diversos partidos políticos, precisarse cuáles son los fines comunes de la Nación; ni el Poder Judicial, cuya presencia recuerda que una República se configura supremacía de ley.
La política argentina, en cambio, gira en torno de la supremacía del poder que se ejerce desde un ejecutivo “fuerte”. No es la presencia de la ley la que debe asegurarse sino el querer del gobernante de turno. En este sentido recuerdo cómo los mismos periodistas instaban a Kirchner, durante sus primeros años de gobierno, a forjar y acumular poder. Claro está que cuando esta realidad fue consumada, algunos de ellos comenzaron a poner el grito en el cielo por cuanto comenzaron a ser víctimas del poder que instaban a construir y consolidar.
¿Por qué sostiene que toda la Argentina es peronista?
—Con alguna excepción, la clase dirigente argentina tomó el camino de la ética praxista propia del peronismo, producto de la filosofía actualista de Giovanni Gentile. En el libro que publiqué en el año 2012 y que titulé Juan Domingo Perón: el demiurgo del praxismo en Argentina, procuré precisar la naturaleza de este praxismo a partir del análisis de las categorías interpretativas de lo real que Perón expusiera en el Congreso Nacional de Filosofía de 1949. Claro está que esta “peronización” de las fuerzas políticas argentinas ha conducido al reinado casi absoluto del peronismo y a la declinación de aquellas. Un caso paradigmático es el radicalismo el cual ha perdido aquellos principios fundantes que lo constituyeron y le dieron su naturaleza propia. Lo grave es que sus dirigentes ni siquiera llegan a advertir que toda copia jamás podrá situarse por encima del modelo.
¿Cómo se hace para recuperar los valores?
—Se trata, ante todo, de recuperar la inteligencia. Cuando la inteligencia del hombre se pierde, también se desdibuja la acción individual y política. El desprecio por la inteligencia manifestado por la dirigencia argentina (política, empresarial y religiosa) ha conducido a una degradación cultural que se manifiesta con toda su fuerza en la vida cotidiana. La falta de inteligencia conduce a perder de vista lo esencial, tanto para la vida individual como para la cívica. Esto se manifiesta, de modo claro, en la conducción política argentina que sólo vive de, por y para la coyuntura. La dirigencia política está incapacitada para trazar planes a mediano y a largo plazo.
Cuando la inteligencia se desprecia y, en consecuencia, deja de cultivarse, la vida humana comienza a transcurrir fuera de su órbita. Pero el problema es que sólo la inteligencia descubre el valor intrínseco de las cosas y las formalidades de las mismas. Y en este sentido, para la inteligencia no es lo mismo ser derecho que traidor; ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador. Para la inteligencia no todo es igual, no es lo mismo un burro que un gran profesor. Cuando la inteligencia reina en una sociedad y es secundada por la voluntad, todo es situado dentro de su lugar propio.
Pero entonces, ¿recuperar la inteligencia humana equivaldría a recuperar lo humano del hombre?
—Por supuesto. ¿Cómo podría reconocer la dignidad del hombre y la necesidad de considerarlo siempre como fin y nunca como medio, si carezco de una visión integral de lo real la cual me permita ubicar a cada cosa en su justo lugar? Si yo considero, gracias a la formación anti-universitaria recibida en la “universidad”, que el mundo de los negocios es la única y fundamental dimensión de lo humano, ¿cómo podré llegar a reconocer que éstos deben ponerse al servicio del desarrollo pleno del hombre?, ¿cómo podré llegar a entender que los recursos tienen sólo razón de medios y jamás de fines? ¿cómo podré llegar a entender que es preciso desarrollar una política al servicio del hombre, de cada hombre de carne y hueso, al que es preciso elevarlo material, cultural y espiritualmente, y no usarlo como medio para eventuales conquistas personales? Esta desorientación mental conduce a un desorden operativo que tiene graves consecuencias sobre los hombres y las naciones.
¿No le parece que su mensaje es un poco pesimista?
El desprecio por la inteligencia que se vive en Argentina ha conducido, de modo inexorable, al desprecio por el objeto propio de la misma: la verdad. La verdad es la única realidad que goza, en nuestra querida patria, de cadena perpetua efectiva. La presencia de la verdad resulta muy peligrosa y, por eso, es equiparable, a los delitos de lesa humanidad. Una prueba clara de lo que estoy señalando es la falta, la ausencia de argumentación en la vida diaria de los argentinos y la proliferación de descalificaciones de todo tipo. Casi nunca se discute aquello que se dice sino que se intenta descalificar a quien lo dice. Estoy seguro que esto mismo me pasará a mí cuando se lean estas declaraciones. Frente a un optimismo que vive sólo del deseo de un futuro mejor haciendo caso omiso a la realidad presente dentro de la cual se encuentra potencialmente dicho futuro, lo cual genera más frustración, prefiero optar por un realismo que hunde sus raíces en la misma realidad y que nos advierte que resulta imposible fundar una gran nación al margen del pensamiento y de la virtud. Muchas gracias.
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Notas


[1] Julio Bárbaro, Oscar Muiño y Omar Pintos. Lejos del bronce. Cuando Kirchner no era K. Bs. As., Sudamericana, 2014, p. 219.



Fuente: ¡Fuera los Metafísicos! (31/12/14)

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