Cuando los gobernantes se dedican a exaltar el mal, a propagar el error, a saquear los bienes morales que constituyen la principal riqueza de un pueblo, es natural que acaben organizándose como bandas de ladrones, mientras el pueblo chapotea en la sentina de los vicios. Juan Manuel de Prada
miércoles, 4 de marzo de 2015
El cisma anglicano llegó por el divorcio, recuerda el Card. Pell.
No se pueden ignorar “las enseñanzas de Trento, las de San Juan Pablo II y las de Benedicto XVI sobre el matrimonio.
¿O acaso las decisiones que siguieron al divorcio de Enrique VIII fueron equivocadas?”
El Cardenal George Pell, miembro del G-9 que asesora al Papa para la reforma de la Curia, publicó un breve artículo en The Catholic Thing, What about Henry VIII?, en el que asegura, en relación a la polémica sobre la comunión de los adúlteros, “que hay una barrera insuperable para aquellos que defienden una nueva disciplina doctrinal y pastoral para la recepción de la Sagrada Comunión, que es la unanimidad casi total de dos mil años de historia católica sobre este punto”. El prelado recuerda que el cisma anglicano llegó cuando la Iglesia no accedió a legitimar el adulterio de Enrique VIII.
El cardenal indica que la enseñanza radical de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio aparece en el evangelio de Mateo (Mt 19,6), “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, no mucho después de su insistencia sobre la necesidad del perdón (Mt 18,21-35).
El prelado explica que, aunque es cierto que Jesucristo no condenó a la mujer adúltera que iba a ser lapidada, tampoco le dijo que siguiera haciendo lo que le viniera en gana, sino que le pidió que no pecara más (Jn 8, 1-11).
Tras indicar que la Iglesia Católica ha sido unánime en su rechazo al re-casamiento de divorciados, el cardenal australiano asegura que “es cierto que los ortodoxos tienen una tradición duradera diferente, forzada por sus emperadores bizantinos, pero esto nunca ha sido la práctica católica”.
Añade que la disciplina de la Iglesia en los primeros siglos, antes del concilio de Nicea, para castigar determinados pecados -asesinato, adulterio y apostasía- era muy dura, se discutía si quienes los cometían podrían recibir el perdón y ser reconciliados con la Iglesia una vez o nunca. Pero admitían que Dios podía perdonar a esos pecadores, incluso cuando la capacidad de la Iglesia para readmitirles a la comunión fuera limitada.
Aquella severidad, indica el cardenal, era la norma cuando la Iglesia se expandía por todo el mundo a pesar de las persecuciones. Tal situación “no puede ser ignorada”, advierte el cardenal Pell, de la misma manera que no se pueden ignorar “las enseñanzas de Trento, las de San Juan Pablo II y las de Benedicto XVI sobre el matrimonio. ¿O acaso las decisiones que siguieron al divorcio de Enrique VIII fueron equivocadas?”, concluye el prelado.
Fuentes: Infocatolica, 27-02-15. Por Juan C. Sanahuja
NOTICIAS GLOBALES, Año XVIII. Número 1132, 05/15. Gacetilla n° 1247. Buenos Aires, 03 marzo 2015
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