viernes, 24 de abril de 2015

Una comparación: el caso Galileo.


 por Alfonso Aguiló

       —¿Y qué me dices del famoso caso Galileo, quemado en la hoguera por defender una teoría científica hoy comúnmente aceptada?


  Hay un poco de leyenda en todo eso. No quisiera ser puntilloso, pero lo cierto es que Galileo falleció el 8 de enero de 1642, de muerte natural, a los 78 años de edad, en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. No pasó ni un solo día en la cárcel ni sufrió ninguna violencia.


        —Bien, pero es evidente que el proceso fue todo un error…



        Efectivamente -te contesto glosando ideas de Mariano Artigas-, nueve años antes había tenido lugar en Roma el famoso proceso, y es cierto que desde entonces tuvo que vivir en arresto domiciliario (aunque pudo seguir adelante con sus trabajos, y precisamente en esa época publicó su obra más importante).



        Hay que decir que tres de los diez dignatarios del tribunal se negaron a firmar la sentencia, y que el Papa nada tuvo que ver oficialmente con aquel proceso, que ciertamente fue lamentable y no debió producirse.



        Pero el error de aquel tribunal -reconocido oficialmente ya en 1741- no compromete la autoridad de la Iglesia como tal, entre otras cosas porque sus decisiones no gozaban de infalibilidad ni iban asociadas a ninguna definición "ex cathedra" del Papa.



        Pese a ello, este caso, convenientemente manipulado, ha sido la bandera que muchos han tomado para alimentar el mito de que ciencia y fe son incompatibles. Y suelen hacerlo con una notable falta de ponderación a la hora de mirar hacia la verdad de la historia. Por poner un ejemplo que sirva de comparación, creo que nadie perdería su fe en Francia por el mero hecho, trágicamente real, de que el 8 de mayo de 1794 un tribunal francés guillotinase al gran protagonista de la revolución científica de la química de su tiempo, Antoine Laurent Lavoisier, a los 51 años de edad. Y supongo que nadie reniega hoy de la autoridad de la República Francesa porque, al pedir el indulto, el presidente de aquel tribunal dijera solemnemente que "la República no necesita sabios". Con esto no quiero atacar a Francia, ni a la Revolución Francesa, ni a la república, ni pretendo hacer comparaciones demagógicas, solo quisiera llamar la atención sobre las tan diferentes conclusiones que algunos sacan de uno y otro caso.



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