Por Agustín Laje *
La política es el arte de lo posible, decía Maquiavelo.
De ahí que quienes hacen la política, se ajusten a menudo a estándares de acción distintos de quienes piensan la política. La diferencia que Max Weber trazó, en el marco de sus reflexiones sobre El político y el científico, entre la “ética de la responsabilidad” (propia de los primeros) y la “ética de la convicción” (propia de los segundos), ilustra de alguna forma la división entre la política como campo de acción y la política como materia de reflexión o estudio.
El panorama político que se nos presenta a los argentinos en estos momentos hace necesario el retorno de “lo posible” en la política; la preeminencia de una ética de la responsabilidad por sobre una ética de la convicción. Y lo posible en política no es, por lo general, idéntico a lo “ideal”; pero a veces, ciertamente, es mejor que los resultados que se cosechan por mantenerse en un terreno idealizado inexistente.
El panorama al que nos referimos es más claro de lo que parece: el tiempo corre; cada vez falta menos para el cierre de listas; cada vez falta menos para las PASO presidenciales, y el actual esquema tripartito (Scioli, Macri y Massa) puede terminar apuntalando una victoria para el partido de Cristina Kirchner.
Puede decirse, por fin, que no queda ninguna duda ya respecto del lugar que ocupa hoy Scioli en el Frente para la Victoria. No sólo aparece como el candidato más importante del oficialismo, sino que las encuestas lo colocan actualmente como la primera minoría electoral. La duda ahora tiene otro signo: el nombre del compañero de fórmula, esto es, el nombre del encargado de controlar que Scioli no se desvíe de la doctrina “nacional y popular”.
Por su parte, las cosas para Macri no han salido nada mal. La polarización con Scioli, empujada con gran fuerza por los terribles resultados obtenidos por el frente Frente Renovador en las primarias de abril, se constituye en la estrategia más clara para el PRO. La victoria de Rodríguez Larreta sobre Michetti consolidó, por si hacía falta, el liderazgo de Macri hacia el interior de su partido. Además, se espera que en la definición de las fórmulas presidenciales de junio, el partido del color amarillo gane algunas monedas más.
En lo que respecta a Massa, ha perdido de alguna forma lo más importante que su discurso político tuvo alguna vez: la idea de constituir el freno al kirchnerismo. Ese lugar ha pasado al PRO, que aparece como la alternativa más clara no sólo al Frente para la Victoria como partido, sino al kirchnerismo como expresión ideológica. Quizás por ello Massa haya recrudecido en los últimos tiempos su discurso, prometiendo dejar sin efecto los nombramientos recientes de La Cámpora en la administración pública, combatir la corrupción y “terminar con el verso de la justicia militante”. Sus negociaciones con De la Sota están en la base de su contraofensiva; no está dispuesto a entregar el lugar que supo ganar en 2013.
El gran dilema de esta historia es que, separados como están, es imposible que Macri o Massa pudieran ganarle en primera vuelta a Scioli en los comicios de octubre. En tal caso, continuaría siendo dudosa una victoria en segunda vuelta. Y todavía más: aun suponiendo que Macri, que es quien ha logrado polarizar con el FPV, gane en segunda vuelta, aparecerá el problema de la gobernabilidad que de ninguna manera posibilitará el cacareado “fin de ciclo” al corto plazo.
Considérese lo siguiente: un Macri Presidente contaría, por ejemplo, con un Congreso totalmente opositor, teniendo apenas 50 diputados nacionales sobre un total de 257, y 10 senadores sobre un total de 72. Sumando a los radicales, Macri no llegaría a los 100 diputados ni a los 30 senadores. A esto debe sumarse el hecho de que la provincia de Buenos Aires probablemente estará gobernada por el justicialismo. ¿Cómo hará el PRO, entonces, para hacer de un hipotético triunfo electoral, un gobierno efectivo? ¿Cómo hará, sobre todo, para afrontar la explosión de la bomba de tiempo que el kirchnerismo dejará a su sucesor? Parece que alguna alianza con el peronismo no-kirchnerista resultará imprescindible de cara a la gobernabilidad, aunque a muchos nos disguste la idea. Y es aquí donde la política como el arte de lo posible debe volver al primer plano de nuestras consideraciones.
Un acuerdo amplio entre la oposición es imprescindible para asegurarse un “fin de ciclo”. Jaime Durán Barba, de por momento, insiste en no manchar al partido y desteñir a su líder con alianzas demasiado osadas. Macri ha dicho, por su parte, que su “límite es Massa”. Pero es lo mismo que supo decir, respecto de Macri, Elisa Carrió; y es lo mismo que dijeron, en su momento, los radicales respecto del PRO. Es evidente que en política el pez por la boca no muere, y esto sirve para no considerar a pie juntillas los límites discursivos que ha impuesto Macri, por ahora, a su horizonte de alianzas.
De los comicios de abril, que tanto entusiasmo generaron en la oposición al kirchnerismo, hay un dato que considero fundamental: los resultados, en términos generales, no fueron muy distintos a los que se dieron en 2011. De hecho, el FPV en aquel entonces perdió en los mismos lugares y ganó, como también ahora, en Salta. La única diferencia la marcó Mendoza, donde hace cuatro años el kirchnerismo ganaba y, ahora, perdía. ¿Qué hubo de distinto en Mendoza? Un acuerdo amplio entre la UCR, el PRO y el Frente Renovador.
Actualmente, en once provincias Massa y Macri apoyan al mismo candidato. Este no es un dato menor, y habrá que estar atentos al desempeño de éstos en los comicios venideros.
Para cerrar, del mismo modo que empezamos, si la política es el arte de lo posible, un acuerdo amplio entre la oposición parece ser la única alternativa posible para conducir a la Argentina a un “fin de ciclo” efectivo. Y ello no sólo atentos a la batalla electoral de 2015, sino también a la batalla que supondrá la gobernabilidad en 2016.
* Director del Centro de Estudios LIBRE
Fuente: La Prensa Popular.
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