domingo, 19 de julio de 2015

El feminismo es neomarxismo.

 por Agustín Laje
Neomarxismo es el neologismo que he acuñado para describir el aggiornamiento tanto político como teórico que siguió al derrumbe del marxismo que se diera, tanto en el terreno de la teoría como de la praxis, a fines del siglo pasado.
Así, con neomarxismo debemos entender el viraje que en la práctica política llevó de la defunción del “socialismo del Siglo XX” (llamado en ese entonces “socialismo real”) al nacimiento del “socialismo del Siglo XXI”, y que en la teoría llevó de la ruina de las distintas variantes del marxismo tradicional, a la hegemonía del llamado postmarxismo que en otras columnas y alocuciones he descrito.
Estas líneas pretenden ser breves; busco que hagan las veces de llamado de atención más que de extensa descripción. Y es que la teoría feminista es tan variada y se ha ido modificando de tal manera con los años, que no podría ser abarcada en una columna necesariamente sucinta.
El neomarxismo es como un pulpo. Sus tentáculos representan la construcción de distintos conflictos sociales que son hegemonizados por una prédica que, en última instancia, dirige y concentra su ataque en las instituciones liberales y los valores occidentales y tradicionales.
Uno de esos tentáculos es hoy el feminismo que, por si hiciera falta aclarar, nada tiene que ver con el feminismo clásico representativo de legítimas demandas de derechos civiles y políticos para las mujeres. El feminismo hoy es algo bien distinto de aquello; es guerra de sexos; es ideología estructurada por el odio no simplemente hacia el hombre, sino específicamente hacia una cultura y un sistema político y económico que debe ser radicalmente arrasado en la visión de sus teóricas.
Chantal Mouffe, importante teórica del postmarxismo y el feminismo, ha dejado en claro que el feminismo no es simplemente la reivindicación de la mujer, sino que es el nombre de un movimiento inserto en un armado ideológico muy superior a él mismo. En “El retorno de lo político” aquélla escribía que “la política feminista debe ser entendida no como una forma de política, diseñada para la persecución de los intereses de las mujeres como mujeres, sino más bien como la persecución de las metas y aspiraciones feministas dentro del contexto de una más amplia articulación de demandas”. Es decir: el feminismo debe ser parte del proyecto del socialismo del Siglo XXI, y debe usar estos banderines como pantalla para ocultar esa “más amplia articulación” que no aparece frente a los ojos de los bienintencionados que apoyan sus causas.
El feminismo está radicalizando cada vez más su discurso y sus prácticas. La subversión ética y estética que encarna, no carente de altos grados de violencia simbólica, podría en cualquier momento convertirse en subversión de concreta violencia. El feminismo en particular, y el neomarxismo en general, ven a la política como una guerra entre amigos y enemigos.
En Buenos Aires, por ejemplo, un grupo feminista liderado por una mujer que se hace llamar “Leo Silvestri” brinda cursos de formación que se filman y luego se suben a YouTube, en los que se enseñan, entre otras cosas: “Construir una cultura nuestra, transfeministas, no implica simplemente acciones pacíficas (…) la construcción pacífica no es obstruida por estos ejemplos: matar a un policía… prenderle fuego a la oficina de una revista que conscientemente publicita un estándar de belleza… secuestrar al presidente de una empresa que trafica con mujeres: Pancho Doto por ejemplo. Atacar a los más incorregibles ejemplos del patriarcado es una manera de educar a la gente en la necesidad de una alternativa”.
De acá al terrorismo, hay un paso. Esto es el feminismo del Siglo XXI, ese que se disfraza de lindos eslóganes para los despistados y que se promociona como una causa noble. La lucha de clases marxista es ahora lucha de posiciones de sujeto, frente a los ingenuos que se creyeron el “fin de la historia” de Francis Fukuyama y el “fin de las ideologías” de Daniel Bell.
Advierto con gran pesar que el economicismo típicamente predominante en el liberalismo no puede entender estos peligros porque está preparado para ver lo que ocurre al nivel de la estructura productiva de la sociedad. Mientras ningunean la ideología y, aún más, niegan su propio carácter ideológico, la izquierda ya asumió su propia condición ideológica y ataca allí donde nosotros no tenemos defensas.
La pregunta que dejo planteada es: ¿qué anticuerpos teóricos (serios) tenemos frente a esta revolución al nivel superestructural?


*Director del Centro de Estudios LIBRE

La Prensa Popular (18/07/2015)



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