miércoles, 15 de julio de 2015

La inquisición española (4-4).


VI.- Algunas consideraciones finales
En primer lugar, se comete un error cuando a la Inquisición se la juzga desde un punto de vista político y no religioso, olvidando que ésta es la naturaleza del problema (la herejía) y de la institución (el Tribunal).
Por ejemplo, un historiador tan cauto como lo es Kamen afirma: “No estamos considerando los problemas religiosos como tales, sino un problema sociopolítico en el cual la Iglesia jugaba un papel crucial.”[1]
Se pierde de vista, así, la finalidad de la institución, se desvirtúa por lo mismo su sentido[2], tribunal primordialmente religioso y secundariamente político, que apuntaba a la corrección del hereje como fin principal y, derivadamente, a la eliminación de la discordia resultante. La Inquisición española fue, en todo caso, un tribunal mixto, como afirman el P. Azcona y Junco, para entender en cosas de fe y religión[3]. Hay que tener siempre presente el sentido religioso de la Inquisición, que se fundamenta y sostiene en la tradición apostólica de velar y cuidar con ferviente celo el depósito de la fe.
Si dejamos de lado esta cuestión corremos el riesgo del historicismo y por ende del relativismo. Así, cuando Juan Pablo II pidió, en varias ocasiones, perdón por los errores y las culpas de los cristianos, e incluso por los “errores eclesiásticos”[4], juzga desde una perspectiva mundanamente condescendiente la Verdad de la Iglesia –que es sobrenatural, divina-, diluyéndola en actos humanos correspondientes a un tiempo y lugar dados, juzgados históricamente, con la mentalidad de la época que es ajena a la nuestra.
Si ha habido errores y culpas eclesiásticos, siendo Cristo la cabeza de su Cuerpo Místico, la Iglesia, Él es tan culpable como Ella y ellos. Y esto ya no es teología católica, sino herética. Como dice el cardenal Biffi, en sana doctrina[5], siguiendo a San Ambrosio, las heridas ocasionadas por el mal comportamiento de los cristianos no lesionan a la Iglesia sino a quienes se comportan indebidamente, porque el pecado es una acción extra eclesiástica, ya que pertenecemos a Cristo y su Iglesia en tanto que somos santos. La Iglesia, por tanto, a pesar de estar conformada por pecadores, siempre es santa: ex maculatis immaculata.
Quiero decir con esto que, sin renunciar a una explicación histórica de la Inquisición, no se debe perder la iluminación que nos viene de la fe y de la ciencia sagrada. Porque la herejía siempre será herejía, mientras la Inquisición es medio apto para combatirla y, como tal, puede variar históricamente.
Si se juzga desde el ángulo de la fe, si se atiende a la naturaleza religiosa del fondo del conflicto, cabe tener por acertado el juicio polémico de Menéndez y Pelayo: “El que admite que la herejía es crimen gravísimo y pecado que clama al cielo y que compromete la existencia de la sociedad civil; el que rechaza el principio de la tolerancia dogmática, es decir, de la indiferencia entre la verdad y el error, tiene que aceptar forzosamente la punición espiritual y temporal de los herejes, tiene que aceptar la Inquisición.”[6]
Todo historiador debe tener presente que, en el curso de los acontecimientos, la voluntad humana puede torcer y hasta malograr el sentido o la finalidad de una institución creada con buen propósito. No quiere decir esto que la Inquisición se echara a perder por culpa de los hombres; sí, en cambio, que éstos cometieron errores, se dejaron llevar por pasiones y vicios, excedieron sus competencias, poniendo en riesgo la justa causa del Santo Oficio, pero nunca a la Iglesia que no tiene de qué arrepentirse ni pedir perdón.
Ahora, en el plano histórico, cabe observar que es obligación de todo historiador y hombre sensato saber discriminar la justicia del fin del desvío de él. Y, en el caso de la Inquisición española, si hubo mal uso, no hace mella a una institución que por tres siglos rindió frutos de paz y concordia a la España y la Cristiandad. Como dice Ortí y Lara: “¿qué otra cosa es el Santo Oficio sino un muro de la Iglesia, columna de la verdad, guarda de la fe, tesoro de la Religión cristiana, arma contra los herejes, luz contra los engaños del enemigo, y toque en que se prueba la fineza de la doctrina si es falsa o verdadera?”[7]
Concluyamos desechando otra acusación: ¿no debió la Iglesia ser caritativa con los herejes en lugar de castigarlos y hasta matarlos? La caridad humana, según la carne, sabemos que no es la caridad católica. Santo Tomás pone las cosas en su quicio: “La caridad tiene por objeto el bien espiritual y el bien temporal del prójimo. El bien espiritual es la salvación del alma; el bien temporal es la vida corporal y las otras ventajas de este mundo, tales como la riqueza, las dignidades, etc. Estos bienes temporales están subordinados al bien espiritual y es caridad impedir que los bienes temporales dañen la salvación eterna de quien los posee o de otros. Es, pues, caridad privar a quien abuse de los bienes temporales, caridad para él mismo, caridad para el otro. Pero si se conserva la vida a los relapsos esto se podrá tornar en perjuicio de salvación de los otros, ya sea porque los relapsos conviven con los fieles y los podrán corromper, ya sea, porque escapando al castigo, causarán un escándalo, y los fieles caerán en la herejía con más seguridad. La inconstancia de los relapsos es, pues, un motivo suficiente para que la Iglesia esté siempre presta a recibirlos a penitencia, pero no los libre de la sentencia de muerte.”[8]
Son los dos termómetros de Donoso Cortés: si baja la represión religiosa o interior, aumenta necesariamente la represión política o exterior, decía en su Discurso de la dictadura. Ausente la inquisición religiosa, ¿no estamos sujetos a una inquisición laica? Por razones morales humanitarias se invaden países, se hace la guerra, se derrocan gobiernos, se destruyen naciones. Tiene la inquisición laica sus tribunales judiciales o mediáticos; aplica sus penas que van desde la cárcel a los disidentes a las pecuniarias para los meros infractores de su credo. Porque la inquisición laica sostiene sus dogmas: la democracia, el holocausto, los derechos humanos, la nueva moralidad permisiva, el ecumenismo masónico pagano.
Si causa espanto el número de muertos bajo la Inquisición, ¿qué decir de los muertos de la inquisición laica? En la Ia GM (1914-1919) murieron entre 10 y 31 millones de personas; durante la IIa GM (1939-1945) las víctimas ascienden: se habla entre de 60 a 73 millones. Se me dirá que son guerras, está bien. Veamos las víctimas de las utopías modernas.
Los puritanos ingleses, en sólo un año (1649) mataron o esclavizaron 40 mil irlandeses.
Las víctimas de la revolución francesa (1789-1794) se calculan en más de 500 mil: guillotinados, terror revolucionario (cerca de 45 mil), la guerra de la Vendée (más de 300 mil), etc.
La revolución mexicana (1910-1920) dejó como cifra más baja 1.200.000 muertos, y como cuenta más alta 3.500.000.
Las víctimas de la revolución rusa (1917): se estiman en 1.700.000.
Si nos detenemos en Stalin (1924-1953), entre purgas, hambrunas, colectivizaciones forzosas y limpiezas étnicas, la cantidad oscila entre 10 y 11 millones, por lo bajo, y 60 millones por lo alto.
La rebelión cristera (1926-1929) dejó un saldo de 250.000 a 300.000 muertos.
La guerra civil española (1936) hasta el fin de la represión franquista (1941), contempla más de 200.000 muertos.
Las purgas en Francia (1944-1945) contra los “colaboradores” del régimen nazi se calculan en aproximadamente 100 mil.
La revolución China (1949) y el gobierno de Mao cargan sobre sus espaldas entre 40 y 70 millones de muertos en épocas de paz, por causas similares a las del estalinismo.
En cuanto a la revolución cubana (1959 hasta el presente), los muertos se calculan en 135.000 (sin contar los aproximadamente 75.000 balseros).
En total, el historiador Eric Hobsbawm calculó 187 millones de muertos violentos en el siglo XX. Y es posible que se haya quedado corto, porque muchas de estas cifras son provisionales. Sólo el comunismo produjo más de la mitad de los muertos reconocidos por Hobsbawm[9]. Por caso, el periodista londinense David McCandless calcula que por razones ideológicas murieron 144 millones, y por la guerra 130 millones; es decir, más de 270 millones.


Bibliografía recomendada en español

Jean Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, Ed. Encuentro, Madrid, 2000.
Cristián Rodrigo Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, Vórtice, Buenos Aires, 2011.
Juan Manuel Ortí y Lara, La Inquisición (1877), Ed. E. P. C., S. A., Barcelona, 1932 (disponible en versión digital en http://www.archive.org)


[1] Kamen, “Cómo fue la Inquisición. Naturaleza del Tribunal y contexto histórico”, p. 15.

[2] Fr. Antonio de Sotomayor, siendo miembro del Consejo de la Inquisición en 1627 hablaba de una doble jurisdicción: “Compónese el Consejo de la Inquisición de dos jurisdicciones o potestades: una eclesiástica, que mira a las cosas de la fe y dependiente de ella y otra temporal que los señores reyes le agregan, para que la eclesiástica tenga más apoyo y fuerza”. Nótese la prioridad de la jurisdicción eclesiástica sobre la real. Para Llorca, Historia de la Inquisición en España, pp. 115 y ss., el Tribunal es esencialmente religioso aunque influido por el poder político.
[3] Dumont, Proceso contradictorio a la Inquisición española, pp. 21-22.
[4] Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, p. 39.
[5] Iturralde, La Inquisición. Un tribunal de misericordia, p. 49. Esta autor no ha sabido ver la distancia que media entre la doctrina del purpurado y la del papa polaco.
[6] Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, tomo II, p. 218.
[7] Ortí y Lara, La Inquisición, p. 33.
[8] Suma Teológica, II-II, q. 11, a. 4.
[9] El Libro negro del comunismo, Plantea/Espasa, Madrid, 1998, atribuye al comunismo 100 millones de muertos, según esta distribución: Unión Soviética 20; China 65; Corea del Norte 2; Camboya 2; África 1.7; Afganistán 1.5; Vietnam 1; Europa del Este 1; Iberoamérica 1.


quenotelacuenten | 14 julio, 2015 

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