por José María Iraburu,
–Perdone, pero ¿se ha dado cuenta de que si no planta un poste pronto, caerá en el foso del «ver más blogs»?
–Lo sé, lo sé. Por eso termino como sea este artículo, lo cuelgo, y ya seguiré con el tema.
Resulta difícil hablar de la dimensión espiritual de la acción política. El mundo político está tan, tan, tan secularizado, que las palabras que sobre él deben ser pronunciadas y escuchadas no están listas, apenas resultan inteligibles, son un lenguaje olvidado, que hoy resulta casi in-significante. Cuando el pueblo cristiano, con sus representantes políticos, intenta sanear la Ciudad del Diablo, liberarla con la fuerza de Cristo de tantos males horribles –leyes criminales, abortos, pornografía, divorcios, suicidios, drogas, educación perversa, televisión basura, política anti-Cristo–, ignora muchas veces que en su lucha no se enfrenta sólamente con ejércitos de hombres carnales, sino que va ante todo contra «los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos» (Ef 6,12).
La acción política secularizada, también en buena parte del pueblo cristiano y de sus políticos, ignora que «la Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado» (Gál 3,22), cautivo del «príncipe de este mundo» (Jn 12,31), sujeto bajo el yugo del Maligno (1Jn 5,19). Por eso muchas veces entran los católicos y sus políticos a «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12) en la vida política sin «revestirse de la armadura de Dios» (Ef 6,13), sin tomar el escudo que les defienda de «los encendidos dardos del Maligno», sin atreverse tampoco a dar testimonio de la verdad, es decir, a blandir «la espada del espíritu» (6,16-17), «la espada de doble filo» (Heb 4,12), que es la verdad de Cristo. No entienden que al entrar en política, lo quieran o no, entran en una tremenda batalla contra el poder de las tinieblas (Vat. II, GS 13 y 36), y que sin la fuerza del Espíritu es para ellos imposible la victoria, y que por muchas campañas, manifestaciones, recursos jurídicos y congresos que organicen –siendo buenos y convenientes todos esos medios– están condenados al fracaso.
La espiritualidad propia de toda acción cristiana de reforma ha de inspirar también la actividad política. Ya traté, más o menos, de este mismo tema en otros artículos (05-06) Decálogo para las reformas de la Iglesia I-II. Si se releen, nos reafirmaremos en la convicción de que el cristiano, también el político, no tiene para vencer los males de este mundo un arma más poderosa que la oración, el testimonio de la verdad, la eucaristía, el martirio y todo lo que es propio de la vida sobrenatural de la gracia. Sin eso, no hay remedio a nuestros males. Recuerdo aquí brevemente el esquema de aquellos textos, aplicándolos a la vida política:
1.– El reconocimiento de los males. Los falsos políticos cristianos dicen: «hay mucho por mejorar, sin duda, pero el camino que llevamos [el de la democracia liberal relativista] es el bueno». Los verdaderos dicen: «vamos muy mal, y si no enderezamos el planteamiento fundamental de nuestra vida política, iremos de mal en peor»… Sin reconocimiento, sin diagnóstico verdadero de los males de la sociedad política, no puede haber tratamiento sanante adecuado.
2.– El reconocimiento de nuestras culpas. No hay política cristiana que valga si no comenzamos por ahí: «eres justo, Señor, en cuanto has hecho con nosotros, porque hemos pecado y cometido iniquidad en todo, apartándonos en todo de tus preceptos… Por eso nos entregaste al poder de enemigos injustos y apóstatas» (Dan 3,26-45). Ésa es la situación verdadera que estamos viviendo, y conviene saberlo.
3.– Los males políticos que nos abruman son castigos medicinales. Son innumerables los males que aquejan a nuestra sociedad, pero tengamos bien claro que el Señor «no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 102,10). Por el contrario, todo lo dispone con sabiduría y amor en su providencia, y aunque permite a veces grandes males, procura siempre el bien de los que le aman (Rm 8,28).
4.– No hay remedio humano para nuestros males. Los políticos cristianos que todavía confían en el hombre, en sí mismos o en ciertas fórmulas políticas, son «malditos» (Jer 17,5), y «serán confundidos, por haber obrado abominablemente» (6,15). El único político que puede traer salvación a su pueblo es el que, poniendo en su acción todos los medios naturales convenientes, pone toda su esperanza en el poder del Salvador: «el auxilio me vendrá del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,2). Sin Dios, sin la obediencia a su palabra y a sus mandatos, no tenemos salvación temporal ni eterna.
5.– Hay remedios sobreabundantes para nuestros males, por grandes que éstos sean. Pero todos los remedios vienen de Dios, son dones de Dios, son medicinas de Dios, y los recibimos escuchando su Palabra y cumpliendo sus mandatos. Cuántos políticos cristianos, no poniendo en Dios su confianza, y comprobando la miseria de los hombres, se desesperan, y ya ni siquiera intentan de veras el bien común, se limitan a buscar su propio bien. En su convencimiento de que «no hay nada que hacer» ellos ven realismo, cuando en realidad hay desesperación, cinismo y falta de fe: «estáis en un error, no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios» (Mt 22,29).
Ciertamente, hermanos políticos, si seguimos vuestros pensamientos y caminos mundanos, vamos hacia el abismo de una degradación nacional plena. Pero si volvemos la actividad política a los pensamientos y caminos de Dios, lograremos que donde abundó el pecado sobreabunde la gracia (Rm 5,20). «Para Dios todo es posible» (Mt 19,26), también la salvación de nuestra nación y la de todo el mundo. Quizá el Señor no nos conceda «convertir» la Ciudad del Diablo en la Ciudad de Dios; pero querrá concedernos «construir» con inteligencia y audacia una Ciudad de Dios «dentro» de la Ciudad del Diablo, un micro-mundo de gracia cristiana.
6.– La oración cristiana de petición es el medio principal para sanar los males de la ciudad política. Sin la oración del pueblo cristiano y de los políticos sólo puede esperarse el acrecentamiento de los males. He de tratar más largamente de este tema. Para vencer los terribles males del mundo moderno la Virgen de Fátima mandó hacer penitencia y rezar el Rosario; no organizar manifestaciones y congresos.
7.– El ejercicio de la autoridad es necesario para conseguir el bien común. Y la autoridad de los gobernantes viene de Dios, aunque en ciertos regímenes políticos sean elegidos –en teoría al menos– por el pueblo. Por eso, si los políticos se limitan a legislar y a gobernar al modo mundano, buscando seguir la inclinación mayoritaria de los ciudadanos, conseguirán votos y reelecciones, pero prostituyen su autoridad, no la fundamentan en la verdad de Dios, sino en «la voluntad general» roussoniana, y conducirán a su pueblo a la ruina. El político cristiano, igual que el apóstol, ha de confesar: «si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gál 1,10). Sólo pueden esperarse males de los políticos demagógicos.
8.– La acción politica ha de buscar la gloria de Dios, Señor de todas las naciones. Ha de procurar con celo apasionado la defensa de los derechos de Dios y de la Iglesia. Sólamente así podrá promover con eficacia los derechos del hombre, pues éstos, sin aquéllos, necesariamente son ignorados, falsificados y pisoteados.
9.– La política ha de procurar el bien temporal y eterno de los hombres. Si sólamente pretende su bien temporal, pero prescinde sistemáticamente de Dios y de la destinación humana a la vida eterna, arruinará sin duda juntamente el bien común temporal y espiritual de la nación.
10.– Es imposible la actividad política honrada sin la fuerza espiritual del martirio. Aquellos cristianos y grupos cristianos políticos que en su actividad procuran «guardar su propia vida», y que excluyen por principio la Cruz salvadora –quizá con la excusa semipelagiana de que deben protegar incólume «la parte humana», para que en la acción política pueda co-laborar más eficazmente con la gracia de Dios (63)–, llevan al pueblo a la perdición. El patrono de los políticos católicos es Santo Tomás Moro, mártir.
Grandes bienes hizo al Ecuador el político católico Gabriel García Moreno (1821-1875), fiel intérprete de la doctrina social y política de la Iglesia, y audaz combatiente contra las mentiras del liberalismo y de la masonería. Después de dos períodos como Presidente ecuatoriano (1861-65 y 1869-75), por encargo de conocidos masones, fue asesinado una mañana al salir de la Catedral, a donde había acudido como todos los días para la misa y el tiempo de oración. Llevaba al cuello un rosario, y en uno de los bolsillos se halló un librito bien encuadernado y muy usado, la Imitación de Cristo.
Post post.– Es curioso que en los principales buscadores de imágenes de internet, las palabras people o multitude praying, monks praying y otros términos semejantes hallan casi siempre imágenes de orantes islámicos, judíos, budistas, de la India, carismáticos, tibetanos, etc., pero dan muy escasamente imágenes del mundo cristiano y concretamente católico. Las comunidades orantes de las parroquias, de los monasterios, las muchedumbres de Roma, Lourdes, Guadalupe, etc. al parecer no existen. ¿Será un juicio temerario pensar que no pocos gigantes de internet son anti-Cristo? ¿Cómo lo ven ustedes?…
Blog: Reforma o apostasía
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