lunes, 18 de abril de 2016

Lázaro, el secuestrado.



¿La transparencia se agota en Los Báez? ¿O asciende hacia La Doctora y De Vido?


escribe Oberdán Rocamora

Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital.

Lázaro, El Resucitado, nunca fue socio de Néstor Kirchner, El Furia.
Fue un importante empleado, que con el tiempo se hizo, también, su amigo.
Un lugarteniente habilitado. En cierto modo bastante más que un Palo Blanco. Con demasiados accesos.
Sin embargo El Furia no podía ser socio de nadie. Estaba en la política, como en la vida, para mandar.
De manera que las empresas constructoras (que hoy quiebran), como las estancias o las deudas, son -o acaso eran- de El Furia. Hasta que cometió la severa irresponsabilidad de morirse.
(“Morirse es una costumbre que sabe tener la gente”, escribía Borges).
Por lo tanto, aunque las montañas de lo recaudado le pertenecieran a la heredera, varios Palos Blancos, algunos esfumados, podían decir: “Pelito pa la vieja”.
Porque Cristina, La Doctora, desconocía los secretos detallados de las montañas. Aunque figuraran en la “mítica libreta negra”. Con lo mucho que había dejado. Con lo que se disponía.
Cuando La Doctora se enteró de alguna parte mínima de lo acumulado, cuando le mostraron, aquí se contó que dijo: “¡Para qué juntar tanto!”.
Transcurría 2011. Por recato, el columnista prefirió cambiar el verbo pronunciado. No dijo “juntar”. Dijo “robar”.
Rehén rendido
Hoy Lázaro está resignado. Golpeado. Sabe que perdió. Que no podrá resucitar durante unos cuantos años de encierro.
Pero el balance, después de todo, es altamente favorable. Debe tenerse en cuenta, para el balance, de donde procede, Puerto Santa Cruz (el que cantaba Horacio Guarany). Hasta donde hoy se radica, la prisión de Ezeiza. En el entrevero quedaron los años de bancario, y la construcción apasionante de las montañas.
Quedan departamentos próximos al sol español. Algún campito. Desparramados Fort Knox.

Estaba la gran tentación servida. Adoptar posturas derivadas de la cultura mejicana.
De todos modos Lázaro se siente, según nuestras fuentes, secuestrado. Un rehén rendido. Sus letrados lo consolidan en esa sensación.
Lo convencieron que, en el fondo, poco y nada tiene que ver con la causa que maneja Sebastián Casanello, el Juez Federal que estaba supuestamente en la estructura de los amigos.
Sabe Lázaro que lo más aconsejable es mantenerlo preso. Para que la anunciada “peste de transparencia” (selectiva) termine en la frontera de su figura. Para que la epidemia de moralidad no suba hacia La Doctora, que hoy lo desprecia. O hacia Julio de Vido, el objetivo más complejo. Una pieza mayor, más inquietante que la propia Doctora.
Códigos de familia
Encanar a La Doctora produce un previsible barullo político. Con Casanello nunca va a pasar.

En cambio, avanzar hacia De Vido, por sus multiplicadas derivaciones, representa la manera más directa de acentuar la degradación general de la política. O peor aún: demoler el profundo sentido de nuestro sistema hipócrita de vida. Alude De Vido a los doce años de relaciones empresarias, con empresarios ubicados que debían habituarse al ritmo que imponía el poder. Pero sobre todo alude también a los entretelones espirituales de la justicia. En la que tanto se invirtió para regularla. En sobres y attachés. Meticulosamente, mensualmente.
Al contrario de Lázaro, que se sabe el preso terminal, que marca la imposibilidad del ascenso, De Vido tiene tres años y medio por delante de fueros. Y en realidad no conviene desaforarlo. Por más que lo aprieten con los feroces editoriales de La Nación.
Ocurre que De Vido es de respuesta fácil. De reacciones tan obvias como los reflejos condicionados.
En cuanto se le reprocha por la cantidad de obras que se le otorgaron a Austral Construcciones (o sea a Lázaro, en realidad a Kirchner) de inmediato De Vido reacciona: “Se le dieron más obras a Calcaterra”.
Por supuesto, mencionar al flaco Ángelo Calcaterra es la manera más clara de enviarle mensajes de Miguel Strogoff al tío Franco. Es el Macri octogenario que vale. Y sobre todo es un mensaje para Mauricio, el primo, presidente del Tercer Gobierno Radical.
Cuentan que los obvios fáciles le fueron a Lázaro con la propuesta de utilizar al pobre Calcaterra para embarrar la cancha. Para desviar las culpas. Pero, según nuestras fuentes, Lázaro dijo que no.
“Calcaterra (o sea Macri) fue siempre un buen socio, leal, de códigos”.
Conciertos
Conste que desde los conciertos verbales de Elaskar y Fariña, Los Incontinentes, hasta la mágica aparición del video servicial, Casanello supo comportarse, según nuestras fuentes, como un juez que cumplía con quienes lo catapultaron. Aunque le estamparan el mote despectivo de Tortuga.
En adelante, para Lázaro, presionado por la Cámara y los medios, Casanello se puso en movimiento.

(Para Lázaro y sus letrados fue por instrucción de Ricardo Lorenzetti, el presidente de la Corte, y del camarista Irurzun).
La cuestión es que Casanello los capturó a Lázaro y al amargado contador Pérez Gadín. Cuando Lázaro volvía de Río Gallegos, justamente para declarar en Buenos Aires. Pero en el aeropuerto de San Fernando lo aguardaban cuatro mil periodistas y movileros bien informados. Sabían que a Lázaro, al aterrizar, iban a detenerlo. Aunque para Lázaro ahí estaban, en realidad, para secuestrarlo.
Para que la peste de transparencia no subiera otros escalones.
Martín
Si algo le molesta a Lázaro, hoy, en la prisión hospitalaria de Ezeiza, según nuestras fuentes, es el lloriqueo frecuente del contador Pérez Gadín.
“Pero cuando la contabas no lloraste”, cuentan que suele decirle Lázaro, con la extraña ironía del entregado.
Claro que la resignación casi religiosa de Lázaro puede quebrarse en cualquier momento. Sobre todo si Casanello, presionado por los medios (para Lázaro la Cámara y la Corte), dispone el apresamiento de Martín Báez, el hijo.
El muchacho -Martín- también contaba las montañas de dinero. Y tomó un sorbo de whisky. Se lo ve en la filmación entregada por el eficaz del servicio de inteligencia que mantiene el registro minucioso y casi total. En la ciudad y en los campos. Con los movimientos del día y -en especial- de la noche. Entre los dispersos Fort Knox. Situados en Buenos Aires, como La Rosadita. En chacras de Gallegos. En estancias como Alquinta o La Julia. En los refugios ocultos, vertientes inéditas de San Martín de los Andes o Bariloche.


Oberdán Rocamora

para JorgeAsisDigital.com

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