Por Emilio J. Cárdenas
El ex juez Baltasar Garzón deja de ser funcionario público argentino.
Tenía -pomposamente- "rango" de Subsecretario de Estado y solía estar en algunos actos oficiales, en posiciones destacadas, atento al movimiento de las cámaras de televisión, a las que seguía cuidadosamente. No era un cualquiera. Desde el 2012 al 2015. Garzón dimitió. Y se evitó quizás otro final. La referida destitución incluyó, recordemos, la expresa inhabilitación para desempeñarse como juez en su propia patria, lo que, convengamos, es bastante inusual. Garzón era un extravagante: “Coordinador de asesoramiento internacional” de la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia de la administración de Cristina Fernández de Kirchner. Ya no está en la Argentina. Su rara -y hasta exótica- designación se efectivizó mediante el dictado del decreto 2319, del 3 de diciembre de 2012, en su momento publicado en el Boletín Oficial del 7 de diciembre de 2012. Su cargo, bien extraño por cierto, había sido definido como de corte “extra-escalafonario”. Cuando la ex presidente lo veía se refería, en público, cariñosamente a él, destacando que “nos honraba con su presencia”. Por el momento, sin embargo, Garzón (calladito) seguirá representando a la Argentina en una comisión de la UNESCO. Presumiblemente, ad honorem. Pero de esa esquinita de representatividad no renunció, aparentemente. Al menos por ahora. Tendrá alguna misión precisa que cumplir aún, que quizás está a mitad de camino. Habrá que mirar de qué se trata. Y allí quedó, hasta que lo reemplacen, calladito. Una de sus oficinas en Buenos Aires estaba en un edificio perteneciente a una universidad privada, de segundo nivel académico, la llamada “UMET”, que pertenece al multi-polar universo de instituciones subsidiadas que giraban en torno al sindicato argentina de los porteros, de clara pertenencia al “kirchnerismo”. Veremos que sucede con la oficina y con la joven universidad. Y con la relativamente poco elegante oficina del ex juez Garzón. El destituido juez español percibía, eso sí, un sueldo del orden de los 6.000 euros mensuales, más gastos de viajes y movilidad. Cabe destacar que Garzón era funcional al kirchnerismo. A su manera. En la reciente campaña electoral en la que el kirchnerismo perdiera el poder, Baltasar Garzón protagonizó un insólito video en apoyo explícito de la candidatura de Aníbal Fernández, que entonces pretendía ser gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Fernández, recordemos, fue dura y claramente derrotado, esto es repudiado, en su vano intento. Presumiblemente por el impacto adverso de algunas acusaciones que, bien o mal, se hicieran en su contra. Me refiero a las que sugerían insistentemente la existencia de una presunta y preocupante vinculación suya con el narcotráfico. Ahora Baltasar Garzón se ha marchado. Ya no deambula por Buenos Aires, con gesto adusto y académico, rodeado de personajes que habían recalado, como él, en el particular -y arbitrario mundo del ahora desprestigiado kirchnerismo, que llevara a la Argentina al umbral mismo del totalitarismo. Todo un tema.
Nueva Argentina (n° 301) (Abril de 2016)
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