viernes, 14 de octubre de 2016

El martirio del niño cristero, José Sánchez del Río, en su contexto: leyes ultralaicistas masónicas


Fidel González, doctor en Historia de la Iglesia y postulador de la causa de José Sánchez del Río explica el contexto de su bárbaro martirio en 1928.
Este domingo 16 de octubre se celebra en Roma la canonización de José Sánchez del Río, el "niño cristero", que tenía algo menos de 15 años cuando fue torturado y asesinado en febrero de 1928 en Sahuayo (Michoacán, México), durante la persecución anticatólica del régimen laicista de Plutarco Elías Calles.
Fue beatificado en 2005 y ahora será canonizado como santo de la Iglesia universal, una vez comprobada su intercesión celestial en la milagrosa curación en 2008 de Ximena Guadalupe Magallón Gálvez, una bebé que en Sahuayo sufrió meningitis, tuberculosis y un infarto cerebral. 
El joven santo formaba parte de las milicias cristeras pero no era combatiente, y fue detenido, torturado y asesinado a sangre fría, en un ritual elaborado, invitándole explícitamente a rechazar la fe. No fue una víctima de guerra, sino de persecución religiosa por parte del poder político. 
Para explicar el contexto en el que fue asesinado el mártir José Sánchez del Río hay que entender las leyes ultralaicistas que un gobierno de inspiración y militancia masónica imponía esos años en México. En ElPuebloCatolico.com la periodista Carmen Elena Villa recoge algunos ejemplos de la legislación que se imponía.
Constitución de Querétaro de 1917:
-No se pueden pronunciar sermones ni prédicas "que pueden fomentar el fanatismo público".
-No prescribir ayunos ni prácticas que pueden castigar el cuerpo o a deprimir la intelectualidad de los creyentes.
-Prohibidos los cobros de diezmos, derechos de bautizos, matrimonios o responsos.
-Prohibida la solicitud de limosnas hechas personalmente o por convocatorias públicas.
-Prohibidas misas por el alma de los difuntos.
-Solo dos misas los domingos y sin toques de campanas.
-Prohibida la confesión.
-Los templos solo podrán abrirse una vez a la semana a la hora de misa.
-En cada localidad habrá solo un sacerdote que residirá en una casa particular y no en el templo.
-Cuando el sacerdote transite por la calle irá vestido de civil.
-Prohibida toda clase de ceremonias religiosas que no sean las misas consentidas.
 Ley de Plutarco Elías Calles 
-Todos los sacerdotes deben ser mexicanos [expulsión de misioneros]
-Prohibidas las celebraciones en lugares públicos.
-Toda educación incluso en las escuelas debe ser laica.
-Se prohíbe emitir votos religiosos.
-Se disuelven todas las comunidades religiosas y se prohíbe a sus miembros la vida en común.
-Se prohíbe vestir hábito religioso y distintivo clerical.
-Será encarcelado el sacerdote que diga que los artículos de su constitución no obligan en conciencia.
-Se les prohíbe a los sacerdotes criticar en público las leyes.
-Se suprime la libertad de la prensa religiosa.
-Todos los templos pasan a ser propiedad de la nación y el gobierno decidirá cuáles permanecerán abiertos al culto.
-Todas las casas, conventos, seminarios, pasan a ser propiedad de la nación.
-Ninguna asociación religiosa puede adquirir ni administrar bienes.
-No se puede construir ningún gobierno sin autorización de la secretaría de gobernación.
-Los sacerdotes deben registrarse para obtener la autorización de los gobernantes civiles, pues las personas estatales determinan el número máximo de sacerdotes que pueden ejercer dentro de su territorio.
Respondiendo a preguntas de ElPuebloCatolico.com, el postulador para la causa de canonización de José Sánchez del Río, Fidel González Fernández, misionero comboniano y doctor en Historia de la Iglesia, explica algunos elementos para entender al santo que reproducimos a continuación.
La infancia de Joselito: devoción al mártir Anacleto
El Mártir José Sánchez del Río nace en Sahuayo, diócesis de Zamora (Michoacán, México), el 28 de marzo de 1913. Fue bautizado en la parroquia de Santiago Apóstol de Sahuayo, lugar donde sería encarcelado y donde comenzará su martirio casi quince años más tarde. Sus padres fueron Macario Sánchez y María del Río que tuvieron cuatro hijos: Macario, Miguel, José (el Mártir) y María Luisa. El muchacho Joselito, como era llamado familiarmente, hizo su primera comunión a la edad de unos 9 años.
Cuando comienza el movimiento católico de los “cristeros” sus dos hermanos mayores, miembros de la Acción Católica de la Juventud Mexicana entran en el movimiento de Defensa de la Libertad Religiosa. En Guadalajara, donde la familia se había visto obligada a trasladarse, el joven muchacho José visita la tumba del joven abogado Anacleto González Flores, cruelmente martirizado el 1 de abril de 1927 y que será proclamado beato en 2005 junto con otros ocho jóvenes seglares, entre los cuales estaba el mismo José, y tres sacerdotes. 

El joven José pidió entonces a Dios poder morir como Anacleto en defensa de la fe católica. Alcanzará tal gracia, casi un año más tarde, el 10 de febrero de 1928 en plena persecución, cuando, tras haberse unido por motivos de conciencia a los “cristeros” y sirviendo como portaestandarte de los mismos con la imagen de la Virgen de Guadalupe y los colores nacionales de México, y sin tomar parte directamente en los conflictos armados, cayó prisionero de las tropas gubernamentales, cuando libremente cedió su caballo a uno de los “cristeros” para que pudiese escapar, plenamente consciente que ello habría significado su captura y una muerte atroz.
Rosario diario y sacramentos, aunque estaban prohibidos
Los 27 testigos de su Proceso sobre el martirio lo recuerdan como un muchacho normal, sano y de carácter jovial, y aseguran que acudía al catecismo y se distinguía por su compromiso en las difíciles actividades parroquiales, no permitidas en aquellos tiempos de persecución; se acercaba a los sacramentos, cuando podía, porque el culto público estaba prohibido, poniendo en peligro su vida; rezaba cada día el santo rosario junto con su familia, profundamente cristiana. A pesar de ser todavía muy joven, José sabía muy bien lo que estaba viviendo México en aquella persecución. 
Insistencia para ir con los cristeros
A partir de aquel momento su resolución fue cada vez más fuerte pidiendo a sus padres el permiso para unirse a los “cristeros”, que a pesar de una inicial razonable prudencia por parte de sus papás como de los dirigentes “cristeros”, dada su joven edad, finalmente lo consintieron. A las objeciones de sus papás, el joven muchacho respondía: “Mamá, nunca ha sido tan fácil como ahora ir al paraíso”.
Finalmente, el joven muchacho obtuvo la bendición paterna y pudo unirse a ellos. En el verano de 1927 intenta unirse a los “cristeros” junto con otro amigo suyo, adolescente como él, Lázaro, y tras mil aventuras, logran alcanzar a los “cristeros”, que repetidamente querían devolverlos a sus casas, dada su joven edad y los peligros mortales a los que se exponían. 
La ocupación de José consistía fundamentalmente en la de servir en sencillas tareas que no comportaban en absoluto su empeño en la lucha activa y en ser portaestandarte. En un choque entre los “cristeros” con las tropas gubernamentales el 6 de febrero de 1928, el joven José cedió su caballo a un líder cristero y así cayó preso junto con un joven amigo indio. 
Carta a su madre: dispuesto al martirio
Presos en la población de Cotija, el mismo día 6 pudo mandar una carta a su mamá desde la cárcel oscura y maloliente de Cotija.
«Cotija, lunes 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por la última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río».
Su parroquia, profanada y convertida en cárcel-establo
Llevaron a los dos muchachos el 7 de febrero a Sahuayo y fueron encerrados en la iglesia parroquial de Santiago, transformada en cárcel de varios católicos y en caballeriza de las tropas gubernamentales. Los soldados, entre otras profanaciones, habían convertido el presbiterio y el Tabernáculo en un gallinero de “gallos de pelea”, propiedad del jefe político de la región. Ante tal profanación, el joven José reaccionó con fuerza matando a los gallos, y sin miedo a la amenazas de muerte de parte de aquel jefe, que entre otras cosas había sido amigo de familia y su padrino de primera comunión. 
Él, que se había distinguido siempre por su devoción a la Eucaristía, respondió a aquel jefe el 8 de febrero: “La casa de Dios es para rezar, no para usarla como un establo de animales… Estoy dispuesto a todo.  Puede fusilarme. Así me encontraré enseguida en la presencia de Dios y podré pedirle que le confunda”. 
Uno de los soldados lo golpeó violentamente en la boca con la culata del fusil rompiéndole los dientes, como de hecho se pudo constatar durante la exhumación de sus restos. Como venganza inmediata, y en presencia de José, su compañero Lázaro fue ahorcado en la plaza frente a la iglesia; creyéndolo muerto lo abandonaron y fue salvado por el sepulturero, mientras José continuó encarcelado en el bautisterio de la iglesia, donde había sido bautizado.
Invitándolo a cambiar de bando
Lo invitaron repetidamente a pasar a la parte de los perseguidores; y aquel jefe político le hizo diversas propuestas muy halagadoras como la de inscribirlo a la prestigiosa escuela militar del Régimen o la de mandarlo a los Estados Unidos, pero el joven las rechazó con firmeza.
Aquel jefe político pidió entonces a la familias del joven un rescate de 5000 pesos de oro que el papá de José pudo reunir y que entregó, y que el perseguidor recibió a pesar que ya había hecho asesinar al joven la noche anterior. José había pedido repetidamente a sus papás que no pagaran aquel rescate en cuanto que ya había ofrecido su vida a Dios y que “su fe no estaba a la venta”.
El 7 de febrero, llevados a Sahuayo, y ya encarcelados en el templo parroquial, los militares comunicaron a los dos jóvenes muchachos su decisión de fusilarlos. Allí permanecerían tres días. El 10 de febrero de 1928, trasladaron a José hacia las 6 de la tarde desde la parroquia a un mesón cercano. Hacia las 7 de la tarde logra mandar una carta a su tía María, donde le comunica que sería fusilado poco después por su fidelidad a Cristo y a la fe católica, y le pide que otra tía, llamada Magdalena, le llevase la Comunión. Lo logrará. Todo aconteció hacia las 8 de la noche. La carta a su tía refleja el gozo profundo de saberse cercano al martirio. 
Carta a su tía María
«Sahuayo, 10 de febrero de 1928. Sra. María Sánchez de Olmedo. Muy querida tía: Estoy sentenciado a muerte. A las 8 y media se llegará el momento que tanto, que tanto he deseado. Te doy las gracias de todos los favores que me hiciste, tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamacita, si me haces el favor de escribirle a mi mamá y a María S. Dile a Magdalena que conseguí con el teniente que [me] permitiera verla por último. Yo creo que no se me negará a venir. Salúdame a todos y tú recibe, como siempre y por último, el corazón de tu sobrino que mucho te quiere y verte desea. ¡Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera! ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe! José Sánchez del Río que murió en defensa de su fe. No dejen de venir. Adiós».
Le cortaron la planta de los pies
En aquel mesón, convertido en cuartel de las tropas los soldados le desollaron los pies con un puñal. 
Lo atestiguan dos testigos así: “Al tercer día de prisión a deshora de la noche, lo sacaron a un mesón que se encontraba por la calle Santiago frente a la parroquia, los soldados lo desplantaron los pies con un cuchillo. Entre donde estaba José y donde yo estaba había sólo una pared de por medio y yo oía a José que decía: “¿Qué esperan, qué esperan?, no oí lamentos, sólo escuchaba la voz resignada de José, yo vi las huellas de sangre de las plantas de los pies en el portal llamado de Arregui que está sobre la calle que conduce al panteón, en el mesón también lo torturaron. Lo llevaron de noche porque no querían que la gente se diera cuenta que lo iban a matar, se lo llevan al panteón donde primero es acuchillado y después le dan el tiro de gracia en la cabeza”. “Le cortan las plantas de los pies y lo hacen andar sobre sal de Colima que eran granos grandes, después lo sacan del mesón y lo traen caminando en el empedrado hasta la boca del portal; cada paso que daba dejaba la huella de sus pies …”.

Hacia las 11 de la noche tras desollarle los pies, le hicieron caminar, golpeándole, a través de la calle que iba hasta el cementerio municipal. Los carnífices querían obligarlo a apostatar de la fe con las torturas, pero no lo lograron. Sus labios solamente se abrían para gritar “¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”.
Ejecución final
Llegados al cementerio el jefe de los soldados ordenó a los mismos de apuñalarlo para impedir que se pudiesen escuchar los disparos en la población. Había el toque de queda. El joven mártir, a cada puñalada gritaba con un filo de voz: “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva Santa María de Guadalupe!”. Entonces el jefe militar con su pistola le disparó un par de tiros en la cabeza. Su cuerpo fue arrojado en una pequeña fosa, recubierto con poca tierra. Eran las 11.30 de la noche del viernes 10 de febrero de 1928.
Luego, durante la noche profunda, el sepulturero y algunas buenas almas, a escondidas, regresaron al lugar, lo sacaron del foso, lo cubrieron con una sábana y lo volvieron a sepultar en el mismo lugar. En 1954, los restos del Mártir fueron inhumados y trasladados a la iglesia cercana del Sagrado Corazón. En 1996 fueron de nuevo inhumados y transportados a la parroquia de Santiago Apóstol de Sahuayo, a un costado del bautisterio, donde había sido bautizado y donde había estado preso hasta poco antes de su martirio.
El ultralaicismo de la Constitución de Querétaro de 1917
Fidel González Fernández, postulador de la causa y doctor en Historia de la Iglesia, explica el contexto y las leyes anticlericales del momento. 
El 19 de septiembre de 1916 se convoca formalmente al Congreso Constituyente, que se celebrará en Querétaro a partir del 1 de diciembre de 1916. Uno de los puntos más discutidos fue precisamente el futuro artículo 3º de la Constitución, el que se refiere a la educación, que fue el más largo y complejo del Congreso Constituyente. En él se acogía en pleno toda la doctrina clásica liberal laicista sobre el tema, y por ello se excluía netamente todo aspecto religioso en la enseñanza.
Otro debate que acaloró los ánimos de los constituyentes fue el artículo 5º: “La ley no tolera…” los votos religiosos. De la discusión de este artículo surgió uno nuevo: el 123º. El proyecto presentado por Carranza variaba muy poco del de 1857. Lo más notable era lo que se refería al tema de las órdenes monásticas y los votos religiosos. Las Leyes de Reforma  confirmaron este artículo, diciendo que la emisión de  votos “es evidentemente opuesta a la misma libertad, incompatible con la ley de cultos e intolerable en una república popular”. 
Hubo todavía otras aberraciones como cuando se debatió el artículo 24º sobre el que algún congresista quiso incluir dos cláusulas sobre el ejercicio del ministerio sacerdotal que decían: “I. [La Ley] prohíbe al sacerdote de cualquier culto, impartir la confesión auricular. II. El ejercicio del sacerdocio se limitará a los ciudadanos mexicanos por nacimiento, los cuales deben ser casados civilmente, si son menores de cincuenta años de edad” y otras aberraciones más radicalmente hostiles como la obligatoriedad del matrimonio de los sacerdotes y hasta se pretendía legislar sobre la moral y el dogma católicos.
El lenguaje usado por los legisladores fue frecuentemente soez, grosero y mordaz. Para los legisladores la separación completa de la Iglesia del Estado comprende una sujeción total y hostil de la Iglesia al Estado. Por supuesto que a la Iglesia no se le va a reconocer personalidad jurídica alguna. 
Los debates parlamentarios en los que a los temas religiosos y eclesiásticos se refiere constituyen una antología de desatinos a todos los niveles como pocas veces se ha visto en la historia legislativa de los países contemporáneos.
Algunos propusieron crear una Iglesia nacional, independiente de Roma.
Tono soez y prohibiciones exageradas
Otros de los debates más fuertes lo constituyó el relativo al artículo 27º, ya poco antes de acabar sus sesiones, a finales de enero de 1917 con unos tonos blasfemos e increíblemente hostiles a la fe católica y anacrónicos. Con la aprobación del artículo 27 las asociaciones religiosas llamadas Iglesias de cualquier credo, no podían poseer, administrar o invertir en bienes raíces de ninguna clase y todos los edificios utilizados antes para propósitos de culto religioso pasaban de inmediato al gobierno nacional.
Ninguna institución de beneficencia pública o privada –escuelas, instituciones de caridad y otras semejantes- podría poseer bienes que no estuvieran estrechamente vinculados a su función.
Una parte del proyecto de Carranza, en el título sexto: Prevenciones Generales, resumía todas las antiguas proposiciones anticlericales: separación hostil de la Iglesia y Estado, dominio del gobierno sobre cuestiones religiosas, negación de personalidad jurídica a las iglesias; los ministros de culto eran considerados sujetos a reglamentación; los Estados tenían facultades para limitar el número de ministros y constricción de su ejercicio solo a mexicanos por nacimiento; prohibición a los sacerdotes de actividad política, negando el derecho de crítica al gobierno o funcionarios de éste; limitación en la construcción de iglesias; prohibición de publicaciones vinculadas a la Iglesia; prohibición de partidos políticos de filiación religiosa; circunscribía los derechos del sacerdote a la propiedad hereditaria… 
Así junto con los artículos 3, 5, 24 y 27 se puso un duro cerco a la actividad de la Iglesia que perdió toda libertad de acción que no fuera la del culto en el interior de los templos permitidos y en la modalidad aprobada por el Estado y la enseñanza del dogma, en su acepción más restringida. En principio el artículo se aplicaba a las Iglesias y religiosos de todos los credos, pero estaba dirigido al católico, las prohibiciones nunca fueron aplicadas a ningún otro grupo religioso. 
Se habla del clericalismo como un cáncer: hay que “extirpar ese mal, esa gangrena social que se llama clericalismo”, afirmando que no es un problema religioso sino político porque “ese clero (católico), ha venido tratando de dominar la ciencia de la multitud inculta con objeto de proseguir sus operaciones”, para evitar todo esto propone despojar al clero de toda personalidad jurídica, llamando a los sacerdotes: “plaga”, “esos bichos”, “esa multitud de zánganos”, “parvada de cuervos”, “alharaquienta multitud”, “enemigo político del gobierno”, “esos buitres”, “esos envenenadores populares”, “esos explotadores”.
Tras votar el artículo 129 (después 130), la sesión se levantó a las 2:15 del 28 de enero de 1917. Se dijo que fue aprobado por unanimidad. El 31 de enero de 1917 se clausuraba el Congreso Constituyente y el Presidente de la República, Venustiano Carranza, recibía el texto constitucional y se clausuraba así el Congreso Constituyente. Los artículos constitucionales que más se relacionan con la Iglesia son doce: 3º, 5º, 13, 24, 27, 30, 33, 37, 55, 59, 82, y 130. Los más conflictivos son el 3º, 5º, 24, 27 y especialmente el 130. Así, el 5 de febrero de 1917 en la misma ciudad de Querétaro se consumaba aquel proceso de hostilidad laicista, inspirado por la masonería, contra la Iglesia, comenzado a mediados del siglo XIX al ser publicada la nueva Constitución los Estados Unidos Mexicanos, todavía hoy substancialmente en vigor. Algunos artículos fueron reformados en 1992 (el 22 de enero fue reformado el art. 24 de la Constitución de 1917: “tal artículo sobre la libertad religiosa cambiaba de la dimensión de la ideología liberal hostil a la del universo de la cultura”. Una Ley Reglamentaria completó posteriormente tal reforma desbloqueando la situación de desconocimiento de las asociaciones religiosas. El Gobierno Mexicano y la Santa Sede estipularon entonces unos acuerdos bilaterales en tal sentido.
Las claves de la época
Un historiador mexicano, Romero de Solís, propone unas claves, cada una tiene unos alcances y unas limitaciones:
- El anticlericalismo militante. No puede negarse este punto común en los legisladores, baste recordar los epítetos usados contra los sacerdotes, el modo de describir su estilo de vida y su vida privada.
- La persecución legalizada. Respondiendo a las exigencias masónicas y del protestantismo norteamericano. La masonería domina la política mexicana desde el siglo XIX y muchos revolucionarios se formaron a su sombra; el protestantismo que había penetrado en México, portando con sí el ideal de una sociedad que ofrece al hombre, liberado de dogmatismos, su plena realización, al modelo estadounidense, destruyendo un aspecto de la identidad mexicana…
- Odio a la Iglesia católica. Surge una y otra vez en el congreso el “argumento histórico” del papel opresor de la Iglesia; la Iglesia es un enemigo para la Patria, porque buscando sus intereses controla su vida social, política y económica; ataca la soberanía de la nación…; en fin mantiene postrado el país con sus mentiras y engaños impidiendo la libertad y el desarrollo de la inteligencia…
- La influencia anarquista. Los constituyentes, ciertamente no tenían una gran carga cultural, baste revisar las “afirmaciones históricas” que hicieron para darse cuenta de ello, con una actitud antirreligiosa que culpaba al fenómeno religioso del estado de las masas.
- La herencia positivista. La proclamación de la ciencia como bienhechora de la humanidad, donde el orden y el progreso serían las características de la nueva sociedad.
- El triunfo de los jacobinos, confundiéndose con una tendencia anarquizante que identifican religión con fanatismo, negando libertad de conciencia para evitar la religión que obstaculiza las posibilidades del hombre.
-Persecución constitucional: ya no son meros "excesos"
Con la publicación de esta constitución se inició una nueva etapa en la persecución religiosa. Se trató de  una guerra implacable contra el pueblo católico de México. Comenzaba así el largo “Viernes Santo” del catolicismo en México: si hasta ahora la persecución había sido más bien caótica y anárquica, según los instintos y arbitrariedades de caciques locales y caudillos, ahora tendrá visos de legalidad; no se tratará, dirán los políticos, de perseguir ninguna religión sino simplemente de hacer respetar la constitución. Esta será la excusa para justificar todas las arbitrariedades, violencias y asesinatos de las dos décadas que seguirán. 
Pero la Constitución, incluso en sentido literal y en una interpretación restrictiva será aplicada solamente a la Iglesia católica y a los católicos, la mayoría casi total del país; no así a las confesiones protestantes, casi todas procedentes de los Estados Unidos. Numerosos pastores, predicadores y enteras congregaciones protestantes militaron en las filas de los carrancistas; ello explica también el hecho de que nunca tuvieron alguna limitación o impedimento en lo referente al culto, ni daños personales o materiales. Estas comunidades recibían de hecho conspicuos fondos y ayudas materiales desde Norteamérica.
Recrudecimiento desde 1926
A partir de 1917 hasta los años cuarenta del siglo XX la Iglesia vive bajo los signos de la persecución sangrienta. El Presidente Plutarco Elías Calles puso en práctica los artículos “religiosos” de la Constitución con la promulgación el 14 de junio de 1926 de “Las reformas al código penal“, llamadas “Ley Calles” (otras leyes sucesivas, emanadas en 1931 completarán tal legislación antirreligiosa). La ley entraba en vigor el 2 de julio de 1926. Pretendía llevar hasta sus últimas consecuencias la ejecución práctica de los artículos antirreligiosos. Aquellas leyes en 33 artículos sumamente hostiles se proponían minar desde sus bases la vida de la Iglesia y por lo tanto la fe de los católicos. 
Entre otras cosas disponían que los sacerdotes tenían que registrarse como trabajadores profesionales y el gobierno determinaría quiénes y cuántos ejercerían el ministerio sacerdotal. A la Iglesia no se le reconocía personalidad algu­na y se le sometía al arbitrio de las autoridades. La aplicación de aquellas leyes se proponía claramente eliminar el acontecimiento cristiano de la vida, descatolizando el país, dando caza a los sacerdotes católicos (un ejemplo de ello lo narra la novela del novelista inglés Graham Green, “El poder y la gloria”) e intentando una “protestantización” negativa del mismo.
La reacción de la Iglesia
Ante esta cadena de violencias y de graves abusos por parte del Estado los obispos pidieron al Congreso que se modificaran las leyes, pero su memorial fue rechazado con la excusa de que quienes lo firmaban habían perdido su calidad de ciudadanos mexicanos y la consecuencia inmediata fue el destierro de la mayoría de los obispos. 
A los pocos días, los seglares católicos enviaron a la Cámara de Diputados un memorandum con más de dos millones de firmas solicitando las mismas reformas constitucionales, pero éste no fue tomado en cuenta. 
Los obispos habían agotado todos los intentos del diálogo y se decidieron por un gesto único e inédito en la reciente historia de la Iglesia: ¡suspender el culto público y cerrar todas las iglesias!
Con esta decisión sin precedentes el Episcopado mexicano quería gritar ante el mundo su protesta que obligaba al gobierno a decidirse radicalmente: o por la reforma de las leyes o por un choque espectacular con los católicos. Fue inevitable aquella firme reacción del episcopado con previa autorización del papa Pío XI. Con una carta pastoral colectiva fechada el 25 de julio de 1926 se cerraron así todas las iglesias en toda la República Mexicana a partir del 31 de julio de 1926. El cierre durará hasta que se obtendrán unos “acuerdos” verbales o “modus vivendi”, pactados entre dos representantes del episcopado mexicano y el gobierno de México en 1929 bajo la mediación de los Estados Unidos, acuerdos que inmediatamente serían  negados por el Gobierno. Pero esta triste historia pertenece al capítulo de los engaños sufridos por la Iglesia en aquel vergonzoso período.
La Iglesia refugió su acción pastoral en clandestinidad. Más no lo permitió el Gobierno. La policía se dedicó a buscar, registrar y catear casas donde privadamente se celebraban los sacramentos y los sacerdotes fueron perseguidos y buscados como malhechores.
Los sacerdotes, por una orden gubernativa eran obligados a abandonar las parroquias rurales y concentrarse en las ciudades, cerrándoles así el campo de acción. La mayor parte desobedeció. Sería el campo fecundo de los mártires.
Por su parte el papa Pío XI no se callaba ante tanta injusticia y tanta sangre derramada. A lo largo de su pontificado consagrará a la situación mexicana 5 encíclicas y los obispos varias cartas colectivas; fue el pueblo fiel el que luchó con denuedo por los derechos a la libertad de conciencia.
La acción del pueblo cristiano
El pueblo cristiano se unió a la lucha por la libertad religiosa, en especial los jóvenes de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (A.C.J.M.), fundada ya entre 1912 y 1913, sementera de muchos mártires y combatientes, y de la Liga Nacional de Defensa de la Libertad (LNDLR), creada en 1926. Se organizaron para animar a toda la población en las protestas; la piedad, el estudio y la acción fueron sus armas, y su ideal “Por Dios y por la Patria” a la luz de la encíclica de León XIII “Rerum novarum”. Los seglares católicos mexicanos de este tiempo estuvieron siempre comprometidos en la brecha de los social creando numerosas asociaciones, sindicatos y congresos sociales a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, mientras pudieron.
Ante todo hay que recordar que el catolicismo mexicano de los comienzos del siglo XX destaca en el ámbito del catolicismo latinoamericano por su vivacidad y su compromiso social. 
Hoy se encuentran estudiadas muchas de las ideas y experiencias socio-políticas de algunos sectores del catolicismo mexicano y la manera cómo éstas incidieron en el movimiento católico en el campo social y en el político. Estas experiencias tuvieron un notable influjo en la conciencia de muchos católicos mexicanos e incluso en la actitud de defensa de la libertad religiosa que desembocó en el estallido de la lucha armada de 1926-1929. 
El 9 de marzo de 1925 nacía la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, destinada a ser, junto con la Acción Católica de la Juventud Mexicana y otra asociación llamada Unión Popular, uno de los tres pilares del catolicismo cristero.
Ya a partir de 1919 habían nacido Ligas con la intención de hacer respetar los derechos a la libertad religiosa tras el cierre de las escuelas católicas y de los seminarios. Nacería así la LNDLR con la reunión de varias asociaciones católicas activas como la ACJM, la CNCT, la Unión de Damas Católicas Mexicanas, la Orden de los Caballeros de Colón, la Adoración Nocturna (que sería el medio principal de contacto entre la Liga y los campesinos) y la Congregación Mariana de Jóvenes y otras. La ACJM se convirtió en el alma de la Liga; fogueada, numerosa y presente en distintos puntos del país. Muchos de cuyos militantes eran jóvenes comprometidos con su fe. 
La Liga se presentó como una organización de carácter cívico (y por lo tanto la jerarquía era ajena a su mando y a sus actividades); exigía plena libertad de enseñanza, libertad plena para todos los ciudadanos católicos, derecho común para la Iglesia y para los trabajadores católicos. Su potencial era inmenso; el 25 de junio de 1925, tres meses después de fundada, tenía 300,000 socios dispersos en 27 estados. 
La Liga se dotó de un lema: “Dios y mi derecho”, y de un periódico propio: David. Su primera medida consistió en aprovechar la experiencia de Jalisco en el campo de la resistencia pacífica; todas y cada una de las medidas que ya se demostrado exitosas en 1919 con una huelga general, se repitieron a nivel nacional. Así en su Estado, el futuro mártir Anacleto repropuso “el luto”, recordando su eficacia.
Pero como el gobierno no cedió y fueron irrumpiendo en el escenario nacional los alzamientos populares, la Liga cambió de estrategia y apoyó el movimiento armado de protesta, la “cristiada”. El 11 de enero de 1927 nacía con el “Manifiesto de los Altos” la llamada Guardia Nacional y ya claramente la “cristiada”, que había surgido anteriormente como protesta espontánea popular de los católicos en las poblaciones rurales. 
El gobierno no aceptó algún compromiso ni revisión de sus leyes, por lo que combatió aguerridamente a los católicos levantados. Fueron así anuladas las esperanzas de un cambio en las leyes. Tras tres años de confrontación armada, cuando la “cristiada” parecía triunfar, todo concluiría con unos mal llamados acuerdos verbales, impuestos por los Estados Unidos (junio de 1929) y que el gobierno nunca observó.
¿Ingresó Joselito a la Liga de Defensa de la Libertad Religiosa? Que sepamos no parece ser. Era un joven adolescente. Sus dos hermanos mayores, Macario y Miguel si que fueron miembros de la Liga (LDLR) y de la Acción Católica de la Juventud Mexicana.
El padrino de Joselito fue quien encargó su muerte
El padrino de José Sánchez del Río era el diputado Rafael Picazo Sánchez, natural y vecino de Sahuayo, diputado por el distrito de Jiquilpan y gozaba de gran poder político y autoridad en toda la comarca, ya que secundaba incondicionalmente las órdenes del general presidente Plutarco Elías Calles. 
Hay que decir que este político local pertenecía a una buena y convencida familia de católicos practicantes, y era un hombre contradictorio, un par de hermanas religiosas de reconocidas virtudes, Adoratrices del Santísimo Sacramento de Uruapan, a las que ayudaba y otros varios miembros de su familia en la vida religiosa. 
Su esposa, Consuelo Gálvez, era una mujer virtuosa y querida por la gente. Tuvieron 4 hijos, dos hijas que murieron muy jóvenes y dos hombres; Melesio, el mayor llegará a ser sacerdote y superior de los Padres del Espíritu Santo, y Rafael, respetado médico y jurista en favor de los desfavorecidos. No es un caso extraño o una excepción en el México de entonces de encontrarse con convencidas familias católicas donde de vez en cuando surgían miembros que militaban en grupos anticristianos, sobre todo por motivos de militancia política, de intereses particulares y de pérdida práctica de la fe cristiana tras haberse afiliado a grupos conocidamente anticatólicos, como la masonería.
Casi todos los testigos del Proceso de martirio no dejan de referirse a él, casi siempre con juicios bastante duros, que se pueden resumir así: el diputado Rafael Picazo pertenecía a una familia muy católica, pero él por sus relaciones con el Gobierno y por convenir así a sus intereses personales se convirtió en perseguidor implacable de la Iglesia católica; en este juicio vienen a coincidir todos. 
Uno de ellos así lo resume: “[En Sahuayo la persecución] se inicia el 26 de julio de 1926; el diputado Rafael Picazo traía la consigna de Calles de acabar con el cristianismo y con los templos”. Y otro: “Picazo hacía cosas muy malas y no quería a los cristeros y mataba a todo el que agarraba; por eso mató a José, por cristero”. 
Este personaje, Picazo, jugará por todo ello un papel relevante en la detención y en el asesinato cruel del muchacho José Sánchez del Río, del que para mayor dolor dramático era su padrino de primera comunión y familiar y antiguo amigo de su familia. Hay también unos datos significativos. Sus hermanas religiosas Ana María y Adela, y familiares seguramente sufrían y rezaban por él. Años más tarde sería asesinado a balazos mientras viajaba en tren en el año 1931 por Manuel Cuesta Gallardo, también originario de Sahuayo, por mandato de uno de sus adversarios políticos y líder agrarista, también diputado federal michoacano. 
Algunos dicen, entre ellos su hermana religiosa Madre Anita, que habría pedido en aquella circunstancia dramática un sacerdote. En ese mismo tren venía el señor Enrique Prado González, conocido de Rafael y originario también de Sahuayo, y cuando Rafael Picazo se sintió herido, le dijo a Enrique: “Enrique ¡consígueme un sacerdote, quiero un sacerdote!”. Enrique le contestó: “¿y dónde te consigo aquí un sacerdote”?, entonces un sacerdote, de nombre el padre Ramón, que viajaba de incógnito, se acercó y les dijo: “Yo soy sacerdote, soy el padre Ramón Martínez Silva”, y entonces Rafael se confesó y recibió el sacramento de la Santa Unción, y ahí murió en brazos del señor Enrique Prado González. 
Algunos “corridos” que cantan su muerte dicen que habría muerto sin sacramentos. De todos modos, sería sepultado en Sahuayo, y en 1955 sus restos fueron trasladados  junto a los de su hermana Anita donde ésta era religiosa. Años después el hijo del diputado Rafael, el Lic. Rafael Picazo Gálvez recogió los restos de su papá y se los llevó a México para tenerlos junto con los de su mamá la Señora Consuelo Gálvez. Ahora reposan en las criptas de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. También dos de los asesinos directos del cruel martirio de San José Sánchez del Río en el cementerio cambiarían totalmente más tarde su vida volviendo a la fe católica y viviendo una buena vida de fe, también en medio de un fuerte remordimiento, como atestiguan muchos que los han conocido.
Cuando Joselito entregó su caballo al general Guízar Morfín
En un enfrentamiento que tuvieron las tropas cristeras con las fe­derales del general Tranquilino Mendoza, el 6 de febrero de 1928 al sur de la población de Cotija, casi lograron tomar prisionero al jefe cristero Guizar Morfín porque le mataron el caballo, pero José bajándose rápi­damente del suyo en un acto heroico se lo ofreció diciéndole: “Mi gene­ral, tome usted mi caballo y sálvese; usted es más necesario y hace más falta a la causa que yo”. 
Y así sucedió: el general Guizar Morfín pudo escapar, pero las tropas federales en aquella escaramuza hicieron prisioneros a José Sánchez del Río y al joven indígena llamado Lázaro. Los llevaron maniatados hasta Cotija en medio de golpes e injurias, “Vamos a ver qué tan hombrecito eres”. José no dejó escapar ni un quejido y rezaba para fortalecer su espíritu y poder sobreponerse a las humillaciones y tormentos.
(Conozca más sobre San José Sánchez del Río y su época de persecuciones en el libro El niño testigo de Cristo Rey)
ReL  (14/10/16)

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