viernes, 9 de diciembre de 2016

Los comepecados y los sacramentos perdidos.



¿Qué sucede cuando desaparece el catolicismo?
por David Mills
Cuando terminó de comer, el hombre “declaró, con gesto sereno: ‘La calma y el descanso del Alma fallecida’, por quien acababa de empeñar su propia Alma”. El hombre en cuestión era nada menos que un comepecados.
Hablamos del “trabajo autónomo peor pagado de la historia”, según lo denominaba el sitio web Atlas Obscura en una historia reciente. El comepecados ofrecía a la buena gente de la ciudad un pasaje gratuito para librarse del infierno. Según parece eran personajes comunes en Gales y en Inglaterra occidental en los siglos XVI y XVII, y tal vez más tarde.
Los comepecados, por cierto, también contribuyeron al título de la primera novela de la desconocida novelista galesa católica, Alice Thomas Ellis, The Sin Eater.
Pecados absorbidos
“La familia que contrataba al comepecados creía que el pan literalmente absorbía los pecados del ser querido”, explica Atlas Obscura. “Una vez consumido, todas las fechorías pasaban a la mano empleada. Tras completar el proceso, pesaban sobre el alma del comepecados las malas obras de incontables hombres y mujeres de su pueblo o ciudad”. Al sur de Gales el pan lo acompañaban con una cerveza, y al norte de Gales, con leche.
Los comepecados eran pobres y recibían pocos honorarios, aunque hay fuentes que denuncian que eran meros infieles que solo querían dinero fácil y comida gratis. Según la Enciclopedia de Religión y Ética, un testigo del siglo XIX informaba de que cuando un comepecados terminaba su tarea, “se desvanecía tan rápido como le era posible de las miradas públicas; puesto que se creía que realmente se apropiaba para su propio uso y beneficio de los pecados de todos aquellos sometidos a la ceremonia, [el comepecados] era manifiestamente despreciado en la comunidad —considerado como un simple paria—, como una pérdida irredimible”.
El pobre comepecados garantizaba a las personas (según dictaba la creencia) su entrada al Paraíso, y era odiado por ello. Ya lo decía Oscar Wilde, ninguna buena acción queda sin castigo.
Debió resultar un sistema muy útil, ya que uno podía hacer lo que quisiera sabiendo que, una vez muerto, algún desdichado asumiría el castigo que correspondía al muerto. El escritor de Atlas Obscura observa que las gentes “adaptaban su propias costumbres para hacer cabida a la práctica”.
También era uno de los peores abusos imaginables contra los pobres. Ni el propietario más despiadado de una fábrica llegó a pedir nunca a los desgraciados que explotaba que se condenaran a sí mismos en su lugar. Supongo que el comepecados hasta podría resolver ese problema, porque absorbería todos tus pecados, incluyendo el de abusar de los comepecados.
Una sustitución
Es una curiosidad histórica, pero la traigo a colación debido a algo que incluso el escritor de Atlas Obscura indica. Los comepecados parece que surgieron como sustitutos para las creencias y sacramentos católicos que los reformadores ingleses habían quitado al pueblo.
Según explica Ruth Richardson en Death, Dissection and the Destitute [Muerte, disección e indigencia], los legos mantenían algunas creencias y prácticas que antes eran aceptadas por los teólogos y la Iglesia, pero que con la Reforma fueron rechazadas. Los funcionarios (con algunas excepciones, como san Juan Fisher durante la Reforma inglesa), lo tenían fácil para cambiar con los tiempos. El pueblo, en su mayor parte, no tanto.
Es una verdad que se dejaba ver en especial en los rituales fúnebres, un siglo o más tarde después de que la Reforma reconstruyera la vida religiosa de la gente. En el comepecados, la escritora percibe la supervivencia de “una vaga creencia en una forma intermedia de limbo o purgatorio, entre la muerte y el juicio” y “la suposición de los supervivientes de una capacidad para afectar el destino del alma de un difunto”.
Las personas ya no sabían mucho, si es que sabían algo, sobre el estado purificador del purgatorio, ni de la consolación de las últimas exequias, ni de las indulgencias, ni las misas y oraciones por los difuntos. También tenían pocos recuerdos de una misa de réquiem, o de una comida comunal, simbólica pero efectiva, vinculada al entierro. Querían estas cosas que no podían recordar y terminaron evolucionando hacia una mala imitación como sustitución.
Paganismo en el paganismo, dirían algunos de mis amigos protestantes más teológicos. La práctica y la creencia católicas en estas cuestiones es un paganismo con una forma cristiana y, por supuesto, la versión degenerada sería incluso más pagana. Los católicos, con nuestro purgatorio, misas por los difuntos y todo eso, no somos diferentes de los paganos que llevan el pollo expiatorio al sacerdote para sacrificarlo en el templo, a la espera de lluvia o de sanación.
El paganismo siempre tienta al ser humano. Cierto. Pero el catolicismo no es paganismo. Nuestra misa es un sacrificio no porque seamos paganos, sino porque el ser humano es una criatura sacrificatoria, y el Dios que nos creó de esa forma nos ha ofrecido el sacrificio auténtico y perfecto.
El hombre siempre tendrá un recuerdo vago, si su cultura fue católica una vez, o quizás una intuición esperanzadora, si no lo fue, de una oportunidad de quedar limpio de los pecados tras la muerte y de maneras en las que los vivos pueden ayudar a los muertos. Es nuestro anhelo de buenas noticias. Y las encontramos cuando encontramos el Evangelio. El horror del comepecados es prueba de lo que sucede cuando son arrebatados los dones de Dios recibidos a través de la Iglesia católica.
Se pueden descubrir prácticas similares en otros lugares. Richardson, en Death, Dissection and the Destitute, registra una creencia en Yorkshire en la década de 1890: “Cuando bebes vino en un funeral, cada gota que bebes es un pecado que cometió el difunto. De ese modo desposees al difunto de sus pecados y los cargas sobre ti mismo”.

 Aleteia (8/12/16)

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