domingo, 29 de enero de 2017

Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (1-5)


Comparto aquí, en un par de entregas, el capítulo VI de mi libro “Que no te la cuenten II” titulado “Cuando los Papas queman“.
P. Javier Olivera Ravasi
La historia de Alejandro VI, como nos ha sido transmitida es un tejido de falsedades.
(Orestes Ferrara)
 Cuando las papas (y los Papas) queman en las discusiones, especialmente en aquellas que se precian de «cultas» y «universitarias», es difícil que no se eche a rodar el nombre de Alejandro VI, el «Papa Borgia». El católico, el católico de a pie quiero decir, queda siempre perplejo ante tal figura renacentista. ¡Ni qué decir cuando el impacto es visual y volcado en series o películas de crimen y romanticonas![1]
Pero… ¿A qué viene tanto ruido? ¿A quién le interesan los Papas del Renacimiento? A los historiadores serios sí…, pero más aún a los propagandistas de siempre, que, atacando por medio de sofismas, hacen extensiva la posible corrupción de un Papa a todo el resto; y Rodrigo Borgia[2], quien llegó al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI, es aún hoy, el pontífice más vapuleado y denigrado por los fabricantes de leyendas. ¿Por qué será?
Vayamos por partes.
El Renacimiento y sus Papas
Cuando se habla de «Re-nacimiento» la simplificación impuesta por la progresía imperante nos relata que aquel período cultural y político estuvo volcado al «vivir humanamente», es decir, renaciendo de las tinieblas del «oscurantismo medieval»; para ello era necesario volver a cultura clásica, último período histórico donde el hombre habría vivido realmente como tal. El pensamiento único que nos domina, tanto en las universidades como en los medios de incomunicación, pasa por alto no sólo el pre-renacimiento carolingio y medieval (¿quién sino los «medievales» custodiaron el patrimonio literario de la antigüedad hasta el «Renacimiento»?) sino también aquel verdaderamente católico de un Dante, de un Beato Angélico, o de un Giotto, entre otros.
A lo que se hace referencia, ensalzándolo, es al período que comienza en el siglo XV principalmente; ese renacimiento pagano que, con sus más y sus menos, reivindicaba los siglos pretéritos en desmedro de los cristianos. Pero todo esto no surgió en la nebulosa, sino en un ambiente incluso propicio que lo favoreció: el descubrimiento del nuevo mundo, la invención de la imprenta, el uso de la pólvora, el telescopio, etc., todo, sumado a una filosofía y una teología que miraba cada vez más a la inmanencia antes que a la trascendencia, hacía que el ambiente occidental, comenzando por Italia, se volviera cada vez más hacia el hombre.
Ello coincidió también en el «redescubrimiento de la lengua griega clásica, principalmente por influjo de los bizantinos, que, sobre todo a raíz de la caída de Constantinopla en manos de los turcos, se habían trasladado a Italia y allí hacían escuela»[3]. El estudio de lo mejor de la literatura greco-latina, nunca despreciada por la Iglesia pero sí depurada de sus errores, ahora se convertía en modelo permanente de la gente culta pero «al convertirse la antigüedad clásica no sólo en modelo cultural sino también en ideal de vida, el escepticismo comenzó a invadirlos»[4]. De humanismo se pasó a mundanización y de allí a ejemplos poco edificantes en todos los ámbitos, incluido el eclesial, donde incluso numerosos dignatarios se dejaron contagiar por ese espíritu.
Inicialmente los Papas comenzaron por mostrarse indulgentes con los «humanistas»; amigos del esplendor y la liberalidad, poco a poco fueron convirtiéndose en mecenas de las artes y las letras, lo que condujo a que, no pocas veces, se produjera cierta mezcla de lo sagrado con lo mundano, no sólo en la literatura, sino también en la misma cosmovisión política: el Papa era un príncipe del Renacimiento. Tal fue el caso, por ejemplo, de Sixto IV (1471-1484) con quien, según García Villoslada, comenzó «“el triunfo de la mundanidad en Roma”, la preocupación del dinero más que de Dios, de los placeres más que de los bienes eternos. Se ha dicho que con Sixto IV, hombre mundano por cierto, en la figura del Papa empezó a menguar el sacerdote y a prevalecer el príncipe»[5].
Dentro de este ambiente es donde debemos situar a Alejandro VI, el Papa Borgia, quien no será una excepción a la regla de la Roma Renacentista.
Veamos brevemente el listado del Pa­pado del Renacimiento:
– Martín V (11 de noviembre de 1417-20 de febrero de 1431). Oddone Colonna. Romano. Cardenal de San Giorgio in Velabro.
– Eugenio IV(3 de marzo de 1431 – 23 de febrero de 1447). Gabriele Condulmer, nacido en 1383. Vene­ciano. Monje agustino. Obispo de Siena, 1407. Carde­nal. 1408.
– Nicolás V (4 de marzo de 1447 – 24 de marzo de 1455). Tomasso Parentucelli. Nacido en Pisa en 1398, hijo de un barbero cirujano. Obispo de Bolonia, 1444. Cardenal, 1446.
– Calixto III (8 de abril de 1455 – 5 de agosto de 1458). Alfonso Borgia. Nacido en Játiva, España, en 1378. Obispo de Valencia, 1429. Cardenal, 1444.
– Pío II (19 de agosto de 1458 -14 de agosto de 1464). Eneas Silvius Piccolomini. Nacido en Corsignano, Siena. Ordenado diácono, 1447. Obispo de Trieste, 1447. Obispo de Siena, 1450. Cardenal, 1456.
– Pablo II (30 de agosto de 1464 – 26 de julio de 1471). Pietro Barbo. Veneciano, nacido en 1418. Cardenal de San Marcos, 1440.
– Sixto IV (9 de agosto de 1471 -12 de agosto de 1484). Francesco della Rovere. Nacido en Celle Ligure, cerca de Savona, en 1414. Franciscano, general de la Orden, 1464. Carde­nal de San Pietro in Vincoli, 1467.
– Inocencio VIII(29 de agosto de 1484 – 25 de julio de 1492). Giovanni Battista Cibbo. Nacido en Génova en 1432. Obispo de Molfetta, 1472. Cardenal, 1473.
– Alejandro VI (8 de agosto de 1492 -18 de agos­to de 1503). Rodrigo Borgia. Nacido en Játiva (España) en 1431. Canónigo en Játiva, varios obispados. Cardenal en 1456.
– Pío III (20 de setiembre de 1503 -18 de octu­bre de 1503). Francesco Todeschini, llamado Piccolomini. Nacido en Siena en 1439. Arzobispo de Siena. Cardenal, 1460.
– Julio II (1 de noviembre de 1503 – 21 de febre­ro de 1513). Giuliano della Rovere. Nacido en Albisola, cerca de Savona, en 1443. Numerosos obispados. Cardenal de San Pietro in Vincoli.
– León X(11 de marzo de 1513-diciembre de 1521). Giovanni de Medici. Nacido en Florencia en 1475. Diácono. Cardenal, 1489. Obispo después de la elección del cónclave.
– Adriano VI (9 de febrero de 1522 – 18 de no­viembre de 1523). Adrian Floriszoon. Nacido en Utrecht en 1459.
– Clemente VII (noviembre de 1523-25 de setiem­bre de 1534). Giulio de Medici. Nacido en Florencia en 1478.
Todos estos pontífices configuran la época de una Santa Sede reinstalada en Roma luego del «cautiverio» de Aviñón y se corresponden con el período de la descomposición política de los reinos italianos, lo que hace que el gobierno temporal dentro de los Estados Pontificios sea un verdadero y arduo problema.
Dentro de la marea humanista una de las primeras cuestiones que afectan a esos pontifi­cados es la de la existencia de facciones romanas en pugna. Sobre esto, expone Jacques Heers:
Nunca el Papa es verdaderamente el amo de Roma, ni un príncipe unánimemente aceptado, ni un «tirano» déspota capaz de mantener a raya a todas las facciones que dominan al menos una parte de la ciudad; tampoco es capaz de suscitar o mantener grandes movimientos de masas, de provocar o contener revueltas y trastornos que inflaman barrios enteros; entonces los hombres, agresivos, irracionales, dando fe a un simple ru­mor, se lanzan al asalto de los palacios. Entrar en ese juego político, dominarlo, fue —al igual que en todas las ciudades de Italia— un difícil arte. Para un extranjero, que además es extranje­ro impuesto por una elección, sin porvenir dinástico verdaderamente asegurado, practicar este arte es de algún modo un desafío, una apuesta[6].
(continuará)



[1] La serie «Los Borgia», protagonizada por el famoso Jeremy Irons, estuvo en pantalla hasta el año 2013 con millones de espectadores.

[2] Seguimos aquí principalmente el gran libro del historiador cubano, Orestes Ferrara, El Papa Borgia, La Nave, Madrid 1943, pp. 410; al mismo tiempo, nos hemos servido ampliamente del trabajo de Enrique Díaz Araujo, Los protagonistas del descubrimiento de América, Ciudad Argentina, Buenos Aires 2011, 239-272 (omitiremos en el futuro esta indicación, pero deseamos que conste nuestra gratitud al cuidadoso investigador). Usaremos aquí, indistintamente, el apellido «Borgia» o «Borja», según las citas.
[3] Alfredo Sáenz, La nave y las tempestades. El Renacimiento y el peligro de la mundanización de la Iglesia, Gladius, Buenos Aires 2004, 86.
[4] Ibídem, 122.
[5] Ibídem, 157.
[6] Jacques Heers, La Corte de los Borgia, Javier Vergara, Buenos Aires 1990, 53.



Que no te la cuenten (29/1/17)


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