viernes, 3 de febrero de 2017

El periodismo como existencia impropia


                   por  Alberto Buela (*)

  Luego del inesperado triunfo de   Trump el periodismo en su conjunto, salvo honrosas excepciones, se puso en su contra.   
                                                  Así pasan horas por televisión y radio comentando las manifestaciones que los artistas, actores, cantantes, colectivos gays, lesbianas, abortistas y feministas realizan en Estados Unidos en contra del presidente. Como observa agudamente el español Javier Portella: los periodistas progres apoyan las multinacionales, pero sus lectores las atacan. Se ha producido la paradoja que el discurso político y de los políticos, que sabemos: está hecho por los periodistas -empleados a su vez de las multinacionales mediáticas- está produciendo el efecto contrario al buscado, pues los pueblo  tienen otra interpretación.
Esto mismo sucedió al momento de la elección en USA: los artistas, cantantes y periodistas (los satisfechos del sistema diría Marcuse) clamaban en favor de Hillary y el pueblo llano con falta de trabajo, terminó votando a Trump. 
El otro giro que se está produciendo es que como Trump está en el poder, los periodistas no se cansan en declararse “políticamente incorrectos”, pero en los hechos y en los dichos continúan con su avejentado discurso ilustrado. Así en Argentina se desató una ola revisionista acerca de los muertos de la dictadura 76-83. Las cifras oficiales y las indemnizaciones del Estado a la víctimas giran alrededor de 7000 muertos, pero la cifra aceptada mediáticamente es de 30.000. El discurso periodístico es: Treinta mil o siete mil el número no importa, el hecho es que ocurrió.
Esta es una falacia que tiene una doble intención: una, que se engrosó el número para cobrar ayudas de las fundaciones europeas y norteamericanas y dos, que se victimizaron 23.000 falsas víctimas. Hay un libro al respecto con un título ejemplar: Mentirás tus muertos. 
Lo grave es que el hecho de mentir sobre los muertos y desaparecidos, sobre los torturados y arrojados al mar, banaliza la muerte, sufrimiento y desaparición de los siete mil y pico de víctimas reales y concretas. 
Yo tuve un dilecto amigo de mi barrio, mi colegio y mi facultad, Alberto Gorrini, que fue uno de los siete mil y pico. Los dos vivíamos y nos criamos en Maza y Salcedo. Eso ahora es Boedo pero desde siempre fue Parque Patricios. Los dos estudiamos en Barracas y fuimos juntos a la facultad de filosofía de Independencia. Él era hijo de un médico del hospital Durand de origen cordobés y su abuelo fue quien proveyó los adoquines de madera de la calle Florida, que salían de un campo de monte que tenía en Córdoba. Éramos tan amigos que estando yo en la intervención de Radio Sarmiento en San Juan (1974/75) me vino a visitar y pasó sus últimas vacaciones. Éramos tan amigos que escribió un prólogo ininteligible al segundo de mis libros sobre El ente: manifestación y conocimiento, más ininteligible que el prólogo. Éramos tan amigos que nos pasábamos horas y horas discutiendo, él sobre Satre y yo sobre Hegel.
¿Puedo yo sin violentar el principio más elemental de la ética- el respeto por la persona humana- y poner a mi Tocayo en pie de igualdad con los 23.000 impostores?. No se puede. Hay que decir y sostener la verdad cuando las pruebas son evidentes y notorias. Todas las tinieblas del mundo no pueden arrojar una chispa de luz.  El hombre- varón y mujer- para llegar a su plenitud tiene que sostener la verdad de lo que es y existe. Tiene que enraizarse en el ser del ente, para hablar como filósofo.
Esto de mentir los muertos aumentado en forma exorbitante su número no es nuevo. Lo usó la propaganda judía para inventar la “industria del Holocausto”, para usar la expresión de Norman Finkelstein, hablando, por cuanto medio masivo pudieron, sobre la desaparición de seis millones de sus paisanos. Cuando en realidad no había seis millones ni en toda Europa. Al respecto Jacques Maritain, el filósofo católico más importante de su época, pro hebreo por los cuatro costados, y casado con una judía rusa excepcional, Raïssa Oumançoff,  afirmaba en 1938: “Se notará que los judíos solo forman una débil proporción de la población alemana.  Antes de la llegada de Hitler al poder había en Alemania alrededor de 550.000 judíos. Según surge de varios estudios estadísticos (Dr. Kurt Zielenziger, de Ámsterdam, en la revista Population), de 1933 hasta fin de 1937 han abandonado Alemania alrededor de 135.000 judíos; 30.000 más o menos se ha repartido en Europa, el resto en Palestina, en América del Sur, en los EE.UU y África del Sud”.
La mentira tiene patas cortas afirma el dicho, pero la mentira sobre “los muertos que no son”, afecta negativamente no solo a los muertos que si existieron, bastardeando su memoria y su sufrimiento, sino también a sus descendientes, que como Finkelstein, se sienten manipulados. Es que nadie quiere ser engañado. 
El problema de los analfabetos locuaces, los periodistas, es que no pueden romper el corcet del pensamiento único. Pues piensan como se piensa y dicen lo que se dice. Está regidos por la dictadura del “se” como observa Heidegger en Ser y Tiempo, hablando de la existencia impropia. Existencia que se caracteriza por tres rasgos: a) la habladuría, esto es, el hablar por hablar. b) la avidez de novedades y c) la ambigüedad, no afirmar algo como verdadero o falso. 
Ante esto es poco lo que podemos hacer nosotros, pero al menos podemos llamar la atención del triste papel que están haciendo estos días como “policías del pensamiento”.



(*) buela.alberto@gmail.com  


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