por Lola González
Los mártires de Almería, José Álvarez Benavides y de la Torre y 114 compañeros, “muertos en odio a la fe”, serán beatificados este sábado 25 de marzo.
La Causa de los Mártires de Almería tiene su contexto propio en la persecución religiosa que comenzó el año 1934 y se recrudeció durante la Guerra Civil. Los mártires de Almería que van a ser beatificados este sábado murieron por amor a Cristo y fueron víctimas de la violencia ejercida contra ellos a causa de su fe.
Se trata de 95 sacerdotes y 20 seglares, entre ellos Emilia Fernández, la primera mujer gitana que será beatificada. Murió durante la Guerra Civil tras negarse a delatar a la persona que le había enseñado a rezar el Rosario. La diócesis de Almería ha querido dar a conocer su historia y las de los otros 114 mártires. Estas son algunas de ellas:
Morían dignamente y daban el grito de “¡Viva Cristo Rey!”
José Álvarez-Benavides de la Torre nació en Málaga, en 1878 ingresó en el Seminario Conciliar de san Indalecio de Almería y recibió el presbiterado el 25 de febrero de 1888. Deán de la Catedral desde 1927, todos los días celebraba puntualmente la Santa Misa en el altar de la Purísima. Bajo la acusación de esconder supuestos tesoros y armas en la Catedral, fue detenido el 23 de agosto de 1936. A los 71 años, entregó su vida por Cristo y, por su condición de Deán de la Catedral.
Así contó su martirio un testigo: “Aquí “La Alsina” llegaba hasta unos 20 pasos de la boca del mismo y los presos eran sacados por los milicianos uno a uno, y éstos los entregaban a los ejecutores, quienes los colocaban al borde del mismo, haciéndoles un disparo en la cabeza o en el pecho y arrojándolos al fondo, tras empujarles con un bieldo. Los presos morían dignamente y daban el grito de ¡Viva Cristo Rey! Las demás víctimas presenciaban la muerte de los que eran primeramente asesinados. Al caer al Pozo algunas de ellas tenían aún vida y lanzaban quejidos desde el fondo y entonces desde la boca del mismo le hacían varios disparos rematándolos. Al terminar las ejecuciones echaban varias espuertas de cal viva, tierra y piedras.”
“Si escupes el Crucifijo no te matamos”
Luis Almécija Lázaro fue criado en una familia dedicada a la agricultura y a la enseñanza. Seminarista primero en Almería y luego en Granada, en esta última ciudad fue ordenado presbítero el 18 de mayo de 1906. El 19 de agosto de 1936 fue detenido y encarcelado en Alhama de Almería. Su familia, tras entregar mil pesetas, logró su liberación. Ese mismo día volvieron a detenerlo y lo encerraron en Huécija.
Fue arrojado de la cárcel al puente de los Calvos en la madrugada del 25 de agosto. Según el testimonio de un feligrés, Don Luis llevaba un Crucifijo en la mano y le dijeron: “Sí escupes el Crucifijo no te matamos”. Él contestó: “Lo beso”, y así lo hizo, besándolo, delante de ellos. Fue martirizado a la edad de 53 años.
‘Cuando cavaba la fosa le dispararon en las rodillas’
Con tan solo veintitrés años, José Quintas Durán fue torturado y martirizado mientras pedía perdón por sus enemigos. Al estallar la Guerra Civil, fue detenido junto a dos de sus hermanos. Martirizado su hermano, el más pequeño recibió una brutal paliza para después ser devuelto a su casa.
El 3 de mayo fue arrastrado a Turón, donde sufrió una verdadera tortura. El 22 de mayo le obligaron a cavar una zanja. Su hermano es quien ha dejado testimonio de su martirio: “Cuando cavaba la fosa le dispararon unos tiros en las rodillas, quedando tendido en la fosa. Como comenzaron a echarle tierra encima para sepultarlo, mi hermano, aún con vida gritó: “Por Dios, terminen ustedes de rematarme que Dios les perdonará”.
Murió tras negarse a denunciar a su catequista
Emilia Fernández Rodríguez fue detenida durante la Guerra Civil y condenada a seis años de prisión, a pesar de estar embarazada. En la cárcel, quedó admirada por la ayuda que le prestaban algunas presas católicas y les pidió que la enseñaran a rezar el Rosario.
Tras negarse a revelar quién le había enseñado a rezar, fue aislada en una celda y sometida a malos tratos durante su embarazo. El 13 de enero de 1939 dio a luz a una niña y, tras el parto, le negaron cualquier asistencia médica. Murió a los 23 años, abandonada y sola, pero sin denunciar a su catequista a pesar de todas las presiones.
Tras recibir varios tiros les dijo: “Yo os perdono”
La vocación de Fernando González Ros le llevó al Seminario de san Indalecio de Almería, siendo ordenado sacerdote el 12 de junio de 1897.
Recién proclamada la República, el médico del lugar pagó a un grupo de mujeres para que hostigaran al anciano presbítero casi ciego. Él continuó celebrando la Santa Misa hasta el 10 de septiembre de 1936, cuando tres milicianos lo detuvieron.
Decepcionados porque ya le habían robado todos sus bienes materiales, lo arrojaron a un coche y lo llevaron a la Higuera de los Muertos en la carretera de Lubrín a Zurgena. Tras recibir varios tiros les dijo: “Que Dios me perdone como yo os perdono”. Allí lo dejaron desangrarse hasta que, por la noche, el carro de las basuras recogió su cuerpo martirizado de sesenta y cinco años.
Pretendían que blasfemara, pero él gritaba: “¡Viva Cristo Rey!”
Florencio López Egea fue ordenado en diciembre de 1907. Gran devoto de la Virgen, se negó a huir a Argentina al estallar la persecución religiosa. “Yo nunca abandonaré a mi rebaño”, respondía. Finalmente fue detenido por unos milicianos en la noche del 16 de agosto de 1936.
De su martirio se sabe que le clavaron pinchos de zábila en los ojos y le castraron. Pretendían que blasfemara, pero él gritaba: “¡Viva Cristo Rey!”. Tenía 52 años en el momento de su martirio.
‘Invocaba a voces a la Virgen cuando lo mataron’
Manuel Lucas Ibáñez dedicó sus 32 años de ministerio a las Alpujarras. Conocido como “el Cura Labrador”, siempre estaba dispuesto a ayudar en las faenas agrícolas de sus feligreses y repartía numerosas limosnas.
Durante la persecución religiosa, le fueron arrebatadas todas sus pertenencias y llegó a ser expulsado de su casa. Fue martirizado a los 57 años. Su sobrina, doña Adela Miranda, cuenta que invocaba a voces a la Virgen cuando lo mataron: “Antes de matarlo sus verdugos quisieron que blasfemara, pero no lo consintió. Entonces lo arrastraron por el suelo, lo torturaron y finalmente lo castraron”.
‘¡A la iglesia no entra nadie porque yo me pongo por medio!’
Tomás Valera González pertenecía a la Adoración Nocturna y se afilió a la Acción Católica para dar testimonio de su fe. Al estallar la Persecución Religiosa, cuando los milicianos trataron de incendiar el templo, les dijo: “¡A la iglesia no entra nadie porque yo me pongo por medio!”. Su valentía le llevó a ser detenido el 26 de agosto, aunque fue liberado a causa de su corta edad. Finalmente, un compañero de estudios lo denunció por “oler a cera”.
Durante dos años estuvo prisionero en El Ingenio de Almería, distribuyendo su propia comida entre los presos más necesitados. Un día, mientras le obligaban a enterrar a otras víctimas, él mismo fue asesinado. Selló su vida con el grito: “¡Viva Cristo Rey!”.
Su cuerpo martirizado aún se aferraba a la medalla de la Virgen
Juan Moya Collado sólo llegó a vivir 19 años, pero dejó un impresionante testimonio de piedad, caridad y entrega a Dios hasta el derramamiento de su sangre.
En octubre de 1937, trataron de detenerlo pero, al no encontrarlo en casa, se llevaron a su padre y a uno de sus hermanos. Él no dudó en cambiarse por su padre y estuvo en prisión más de medio año, donde se ensañaron con él de forma terrible.
Su martirio fue relatado por su propio padre: “Mi hijo tuvo tiempo de levantar los brazos y mirar al cielo para pronunciar las siguientes palabras: “Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen…”. Estas palabras les sirvieron a sus verdugos para que se ensañaran disparándole tal cantidad de tiros que le destrozaron todo su cuerpo.”
Sus verdugos, enfadados al descubrir que el cuerpo del mártir de diecinueve años aún se aferraba a la medalla de la Virgen, no lo enterraron para que fuera devorado por las fieras.
Su delito era ir a Misa y comulgar todos los días
Luciano Verdejo Acuña, estimado por su trabajo en el puerto de Almería, contrajo matrimonio con Concepción Gómez en 1917. Adorador nocturno y miembro de las Conferencias de san Vicente de Paúl, acudía diariamente a misa.
En septiembre de 1936 fue detenido y condenado a un año y medio de prisión. Según asegura su hijo, “su delito era ir a Misa y comulgar todos los días”. Cumplida la condena, no lo ponen en libertad sino que lo llevan a la Venta de Araoz. “Allí debieron torturarle porque yo le vi la ropa manchada de sangre. De allí lo llevaron a los campos de trabajos forzados de Turón. En Turón fue sometido a toda clase de humillaciones y malos tratos; lo mataron en la cuneta”, señala el relato de su hijo.
Infovaticana (25/3/17)
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