por Elena Valero Narváez*
El problema, al que aún no se le da la dimensión que tiene, es el del grupo RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) que intenta reivindicar derechos territoriales en nuestro país.
Los araucanos, pueblo amerindio del centro y sur de Chile, ocuparon la zona del río Bio Bio hasta la isla de Chiloé y llegaron con sus malones hasta Buenos Aires. Arreaban el ganado introducido por los españoles para venderlo del otro lado de la cordillera. En 1536 se dio el primer combate entre españoles y araucanos y en 1553 dieron muerte al conquistador Pedro de Valdivia. Poco después fueron derrotados por García Hurtado de Mendoza. Vivieron sometidos hasta el siglo XVI, cuando volvieron a levantarse en armas estableciéndose la frontera del Bio Bio, hasta el siglo XIX. Presentaron una enconada resistencia a la conquista española al punto que hubo de reconocerse el derecho a acreditar embajadores en Santiago, hacia 1774.
Fueron definitivamente derrotados en 1881 pero, durante el gobierno de Salvador Allende, intentaron más de 400.000 mapuches la recuperación de sus territorios. El proceso de detuvo con el decreto de asimilación de Augusto Pinochet de 1979, por el cual se sanearon y entregaron títulos a los mapuches.
El problema de reclamo de tierras sigue vigente en Chile y, ahora, también se ha trasladado a la Argentina de una manera violenta y peligrosa para los habitantes, no sólo de varias provincias del Sur, sino también para los de la ciudad de Buenos Aires. Jones Huala lidera a un grupo, reclamando y usurpando territorios que no les corresponden con hechos de extrema violencia. Encapuchados, con palos y armas, siembran el terror con actos terroristas, asesinando, amedrentando, robando y pasando por encima del marco normativo común de todos los habitantes del país, provengan de donde sea, como lo estipula la Constitución, afectando el orden y la convivencia.
Las comunidades mapuches que habitan en Neuquén, Rio Negro, Chubut, Buenos Aires y la Pampa si bien han asimilado algunos elementos de la cultura total se oponen a las políticas de asimilación cultural aunque están en tránsito a su desintegración.
En la sociedad compleja en que vivimos, están obligados, como todos los que habitan en suelo argentino, a compartir los elementos nucleares de nuestra cultura, se agrega su variedad y riqueza y, a nivel psicológico, el alto grado de libertad y participación elegida por sus habitantes.
La división del trabajo, el refinamiento y magnitud de las innovaciones, entre otras tantas cosas, hacen muy difícil la vida de estos grupos que no están incorporados a la cultura global. Ellos siguen con la integración premoderna fundada en el carácter sagrado de las tradiciones por lo cual significa un esfuerzo inmenso lograr operar la integración que permita resocializarlos para que compartan nuestros valores.
Además, la ciencia y la tecnología llevan a cambios culturales y sociales rápidos e intensos que cuesta incorporar hasta a sus propios miembros. Por lo tanto estas comunidades indígenas no tienen otra posibilidad que constituir lo que son, una subcultura, hacia el camino, inevitable, de la disgregación o la asimilación a nuestra cultura. Esto inevitablemente provoca enorme sufrimiento y seguramente el sentimiento de falta de sentido de la vida. Por eso la desculturalización debe ser espontánea y eso lleva mucho tiempo. Pero, es inevitable.
Muchos argentinos llevados por sentimientos de compasión y preocupados por la supervivencia de su cultura independiente, apoyan a grupos radicalizados como la RAM en sus reclamos, sin notar que si se les dejara todo el territorio que pretenden su cultura ya no sería la misma que tuvieron sus antepasados y causaría mucho más sufrimiento y muerte que la asimilación en la que están inmersos desde hace muchísimos años.
El esfuerzo debe encaminarse, a pesar de los inevitables conflictos que provoca, no a salvar una cultura que está destinada a desaparecer, sino a disminuir el sufrimiento que ello provoca, sin olvidar que solo conservan residuos de la cultura original. Por último, la historia nos muestra, que muchas veces con la desintegración, algunas culturas se enriquecen plasmándose en más vigorosas y complejas que las originales.
En cuanto al futuro de este problema es fundamental que tanto los gobiernos provinciales como el gobierno nacional estén atentos a la predicción del comportamiento de algunos grupos de estas comunidades en función, además de la cultura global, en el de su socialización, normas, valores y conocimientos ya que, como lo mencionamos, ellos no están incorporados a la cultura global, sino que coexisten en grados variables con los de ella.
Todo análisis de la situación debe terminar en ellos, en su plexo de ideas, decantado por su tradición, en su participación relativa dentro de la estructura social y, sobre todo, en su estructura de poder.
Finalmente, hay que señalar el uso que hacen, del inevitable conflicto, gobiernos populistas y personas que como Jones Huala los aprovechan en su propio beneficio. El Estado, que posee el monopolio de la fuerza, no puede permitir que nadie pase por encima de las normas. De ello depende que podamos, todos, vivir en paz y con la seguridad suficiente, para sentirnos protegidos de terroristas que atentan contra nuestras vidas y bienes.
*Miembro del Instituto de Ética y Economía de la Academia Nacional de Ciencias Morales y políticas (ANCMYP)
Premio a la Libertad (2013) Fundación Atlas
InformadorPúblico.com ( • 25/08/2017 • )
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